Capítulo 4.

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Lo que había dicho el forense no era mentira. Por las evidencias que encontré en la habitación, se notaba que Celia y el tal David estaban enamorados.

David. Me había olvidado de él por completo ¿Cómo es posible que alguien enamorado no esté al tanto de que su novia murió? Era un insensible, un desgraciado. No merecía el amor de Celia, ella merecía algo mejor. ¿Estaba celoso? Tal vez, porque me parecía inconcebible esa idea.

Salí del pequeño edificio, y al no ver mi auto me preocupé. Por un momento pensé que me habían robado. Estúpido, había dejado el auto en la estación. No se que es lo que me pasaba esa mañana, bueno, tarde, porque ya eran las dos cuando regresé a mi oficina.

-Detective- dijo una voz femenina. Era Julia, la chica guapa de ojos verdes que trabajaba en Investigación.- un oficial me entregó algunos documentos de lo del suicidio. Algo que al parecer se le olvidó a usted.

Julia usaba cierto tono de arrogancia al hablarme, y eso me incomodaba un poco. No era muy bueno respondiendo, y menos cuando ejercían presión sobre mi.

-Oh, entonces debo darle las gracias. La verdad es que estado algo confundido hoy - dije, con toda sinceridad.

-¿Se te olvidó tomarte la pastilla?- dijo Julia, divertida esta vez.

-Muy graciosa, Julia. En serio.- sonreí. La sonrisa de Julia era hermosa, con dientes perlados y de prefecta simetría. Tal vez si no me tratara con desprecio la invitaría a tomar un café.

-Bueno, volviendo al tema, me entregaron dos sacos llenos de cartas de amor de un tal David, y al buscar la dirección de la casa de la chica en los registros encontré que su familia era extranjera, de Francia, específicamente.- dijo Julia, recuperando su seriedad.

-Bueno, si, lo supuse por el nombre. Acabo de volver de la morgue donde está el cuerpo de Celia y ahí me enteré de algunos datos, pero no es mucho.- dije, algo decepcionado. No se por qué este asunto era tan misterioso. El tal David no aparecía, y no podía buscarlo porque no conseguía su apellido.

Aunque la ciudad era pequeña en población, el chico podría estar en otro lugar. Tal vez por eso no sabía nada del asunto de su novia. Pobre muchacho, se sentirá muy triste cuando se entere. Hasta yo me sentí triste cuando la vi, tan hermosa, bañada en sangre. Bueno, lo que sentí había sido algo más que tristeza, era algo sobrenatural, como si al fijarme en sus ojos me hubiese robado la quietud. Esa muchacha escondía algo extraño, y yo tenía que averiguarlo.

Abrí los ojos. Estaba en mi casa, un pequeño apartamento en la entrada de la ciudad. Estaba algo sucio, después de todo, un detective no tiene  mucho tiempo para limpiar, a pesar de que nunca pasara nada intenso en este pueblo. Siempre tenía que hacer rondas, resolver conflictos y uno que otro robo, pero lo del suicidio de la muchacha de ojos grandes era algo nuevo.

En los treinta años que este lugar lleva como ciudad, gracias a los yacimientos de petróleo, nunca se había visto un caso similar. Por lo general era una ciudad tranquila.

Salté de la cama y fui al baño a lavarme la cara. Me miré en el espejo, no me había fijado en mi apariencia desde casi veinticuatro horas: de cabello y ojos marrón claro, un poco de ojeras, algo de barba y  de cara algo mayor para mi edad. Según recuerdo, tenía veintiocho años. Ese accidente había arruinado mi memoria, el no poder recordar mi infancia o mi adolescencia me producía una sensación de vacío extraordinaria. Y el que al despertar de ese accidente nadie me hubiera visitado me hacía sentir solo, mucho en realidad. 

Tuve que crearme una personalidad nueva, hasta una fecha de nacimiento nueva. Mi identificación se había perdido. Estaba en blanco. Bueno, tenía que dejar de pensar en mis lagunas mentales, esforzarme en recordar mi pasado causaba dolor en la cicatriz en la parte de atrás de mi cabeza.

Cuando me quitaba los pantalones para bañarme, sentí algo pesado en el bolsillo. Metí la mano y toqué un pequeño objeto frío y metálico. La llave de la casa de Celia, no la entregué en la estación... y había recordado por qué. Pensaba ir a esa casa en la noche, pero me distraje tanto en el trabajo buscando al tal David con Julia que lo olvidé por completo.

Bueno, pero ahora podría ir a la casa, esta vez tenía que ir. Pero primero debía reportarme en la estación. Salí de la ducha, me vestí y en seguida me puse en marcha.

Llegué al trabajo, un edificio de dos plantas pintado de azul y con una letras grandes que indicaban que era la estación de policías de la ciudad. Iba entrando cuando vi a mi jefa, Antonieta Morales, en la puerta. La verdad no era mi jefa, ella quería ser la primera mujer policía en la ciudad -y probablemente en el país- pero al no lograrlo, se conformó con ser la Jefa de Investigación. No tenía que hacer labores policíacas ni tener un arma, pero su carácter rudo hacía funcionar muy bien la estación. El verdadero jefe nunca estaba, le había cedido -al parecer- todo el trabajo a Antonieta.

-Buenos días, Grezch.- dijo mientras comía un sandwich.

-Buenos días, Antonieta... digo, jefa.- corregí justo antes de que me reprendiera por atrevido.

Entré a la oficina, y justo cuando iba a sentarme en mi escritorio, entró Julia. Estaba algo aturdida, y tenía ojeras. A lo mejor no había dormido.

-¡Diego! No vas a creer que cosa conseguí- dijo, muy agitada.

-Cálmate Julia, te va a dar algo- dije sorprendido por la actitud de la mujer.

-Bueno, está bien. Pero no vas a creerlo, en serio. Es algo imposible.- dijo, recuperando un poco la calma.

-Bien, dime. ¿Qué es eso tan increíble?- dije, ya con curiosidad.

Julia sacó algo de un bolso que tenía. Un cuaderno algo gastado. Lo agarré y vi su portada, decía claramente: Diario.

-¿Es el diario de Celia?- dije, sorprendido.

-¡Si! y lo que dice en la última página es lo increíble.- dijo Julia, otra vez agitandose.

-¿Y qué es lo que dice? ¿Qué es lo increíble?-

-David, él está muerto. Murió hace cinco años.-

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora