Capitulo 11

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Rojo, azul, amarillo, verde, naranja, gris... uhm... ¡rosado!

No, no es un examen de colores. Son pulseras.

Micaela y yo estamos en Variedades Chin, una tienda de japoneses ubicada en el centro de la ciudad. Son las cuatro y media de la tarde, y como le había prometido a Micaela, la estoy acompañando a comprar accesorios.

De vuelta a los colores, no soy como todo el montón que definitivamente no es del montón que no le gusta el rosado y ama el azul, amo el rosado, aunque a veces lo odie, pero lo amo. Entonces, a la hora de comprar algo, primero, compro uno rosado y después uno de cualquier otro color.

Micaela tiene las manos llenas de muchas pulseras, y como siempre, detrás de nosotras esta una de las trabajadoras observándonos a ver si no nos robamos algo.

Al final de la compra, Micaela había comprado siete pulseras con colores chillones y yo tenía tres: rosado, rosado pastel, y amarillo. Estamos caminando por la acera mientras nos ponemos las pulseras en la muñeca.

Micaela me dice:

—Mañana quiero que vayamos a comprar una miel de abeja en el mercado después del colegio y te quedas en mi casa a comer, ¿le dices a tu papá?

Bueno, antes, cuando mi papá no me buscaba al colegio, yo y Micaela salíamos a todas partes después del colegio. Supermercados, tiendas, mercados, y todo eso que te puedas encontrar en el centro de la ciudad. Es esa ventaja que tienes cuando tu colegio está ubicado allí, en el centro de la actividad económica.

—Lo siento Micaela, pero mañana hay una cena de vecinos, y planeo ayudar a mi mamá a sazonar las carnes.

—Bueno, pero aún me puedes acompañar a comprarla.

—¿Para qué quieres miel de todos modos? —le pregunté.

—Voy a exfoliar mi piel con azúcar morena y miel, ¿y para que quieres tú sazonar?, ¡ni que te gustara cocinar tanto!... —Micaela se quedó callada por unos segundos y adiviné de que iba a hablar—, ¿es por Leonardo cierto? Yo pensé que habías olvidado eso.

—Y lo he hecho. —Miento, pero en parte. Quiero decir, ya no lo estoy acosando dizque tanto.

Aun así sonrío de inmediato. Cada vez que escucho mencionar su nombre, o pienso en él, sonrío. Eso haces cuando te enamoras de alguien. Supongo.

—Porque si rompes tu promesa voy a ir a acusar a tu amor en la policía, o peor aún, le diré a tu papá que es un acosador.

—Bien. —Acepto a regañadientes.

Entonces todo el mundo está en la cena en casa de los Montés, los del Rosario, los Torres, los Montés, y otra familia de la cual no me sé el apellido, solo sé que tienen los niños mezclados más lindos que he visto jamás. Ni siquiera bromeo. La mujer es afroamericana, y su esposo es de los países bajos. No pregunten como se juntaron o que hacen viviendo en mi país. Yo solo sé que sus hijos son hermosos, una tiene ojos claros, castaños, y el niño tiene ojos azules muy claros, tiene el cabello ondulado de un marrón intenso mezclado con un rubio pardo. Es que no parecen reales, dije que eran hermosos, y no miento.

He retomado mi misión. Pero estoy esperando el momento indicado. Los cuatro hombres están hablando, y Leo se ve tan lindo con su cara desinteresada allí sentado, o de vuelta allí, quizás solo está pensando en un malévolo plan, y todos lo miran tan santo.

Ese pensamiento me hace sudar, me estoy desesperando con el bullicio que tienen los hijos de estas familias, y los perros.

¡Esos perros no se han callado el hocico!

Secretos en el VecindarioWhere stories live. Discover now