Capítulo Especial (25)

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Observé el perfil de mi madre. Conducía de camino a casa con la vista fijada en la carretera. Sus labios formaban una fina línea, indicando que estaba tensa. Mi padre iba en el asiento de copiloto. Desde mi posición no podía verle la cara pero suponía que estaba igual que la de mi madre. Miré hacia la izquierda. Mi hermano tenía la mirada fija en la carretera. Sólo podía verle el pelo. No pude evitar pensar que, en situaciones normales y si todo hubiese salido como lo planeado, habría sido él quien nos condujese a casa. Desconocía si mi madre había tenido tiempo de tomar algo de alcohol, pero siendo sincera: jamás la había visto más despierta que en ese momento.

Suspiré. Coloqué mi barbilla en el dorso de mi mano y observé la calle. La luz de las farolas me permitió ver algunas personas que paseaban con tranquilidad.

Si tan sólo supieran por lo que nosotros acabábamos de pasar...

-¿Nadie piensa decir nada en todo el trayecto?

No obtuve respuesta alguna. Es más, el coche se sumió en un silencio aún más sepulcral. Si eso era posible.

El coche se detuvo en un semáforo.

-No vendremos a la fiesta de fin de año, ¿entendido? -dijo de repente mi madre. -No quiero volver a pisar esa casa en mi vida.

Oí como mi padre suspiraba. Deslizó su mano para colocarla sobre la de mi madre, sobre la palanca de cambios.

-Cielo, no creo que...

-¡Me importa una mierda lo que creas! -exclamó mi madre mirándolo enfadada. -¡Cada vez que voy a esa maldita casa lo paso horriblemente mal!

Mi hermano y yo nos sobresaltamos al oír a mi madre hablar de esa manera.

-La última vez para despedir a Brigid... -los ojos de mi madre se volvieron vidriosos. -Y ahora casi perdemos a nuestros hijos.

El semáforo cambió de color y el coche comenzó a moverse. Pasaron unos segundos antes de que mi madre se limpiase las lágrimas con el puño de la mano y se girase hacia mi padre con el rostro serio.

-No volveremos a esa casa. Y es la última palabra.




Bajé del coche en silencio. Mi madre entró en casa a toda prisa, dejando la puerta abierta, y se fue a su habitación. Pocos segundos después, escuchamos su puerta cerrarse con fuerza.

Mi padre suspiró.

-¿Papá?

Mi padre me miró y trató de sonreír.

-No te preocupes, lo de esta noche ha sido demasiado para ella.

Brad y yo observamos como mi padre caminaba por las escaleras con pesadez.

-Voy a hacerme algo de comer. ¿Tienes hambre o tuviste bastantes canapés?

Miré a mi hermano entrar en mi casa con las manos en los bolsillos. Cualquier persona no habría notado nada diferente en él, pero yo no era cualquier persona.

Lo seguí hasta la cocina y me senté en una de las sillas más próximas a la mesa donde él se preparaba un sándwich.

Observé como tomaba el pan y comenzaba a untarle mantequilla.

-¿Qué es? -pregunté.

-Un sándwich, ¿no lo ves?

No respondí. En su lugar continué mirando su colgante, que aún pendía de mi cuello.

¡No me dejes con ellos, mamá!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora