Visita al Centro Comercial

45 2 0
                                    

Robbie tocó a la puerta del baño que compartíamos y gritó: "¿Puedo pasar?".

"Momentito, Robbie," lo llamé. Yo iba desnudo. Me puse mis boxers lo más rápido que pude, me dirigí a la puerta y la abrí. "Adelante", le dije.

"Mamá y yo hicimos algunas compras", dijo.

"Sí, me lo dijo tu papá. Muchas gracias. ¿Dormiste algo anoche?"

"No mucho. Nada después del incendio. Demasiada emoción," dijo Robbie.

"¿Cómo supieron mi talla y todo eso?" pregunté

 "Tengo maneras", dijo Robbie con una sonrisa astuta. "Lo único que no pudimos conseguir fue una suela gruesa para la zapatilla que te compramos. Dijeron que tardaría dos o tres días".

"Sí", dije. "Siempre es así. Pero Guido se la hace muy bien. Me alegro de tener algo que vestirme".

 "Y para caminar", dijo Robbie.

"Sí," dije menos entusiasmado. Aún así, sabía bien que el alcance de mi caminar era bastante limitado sin la suela hecha a la medida. Estaban haciendo lo practicable. Terminé de vestirme, menos las zapatillas, mientras él desenvolvía las muletas y me las entregó.

"Eran lo mejor que pudimos encontrar en la farmacia aquí", dijo Robbie. "Mamá ordenó un par como las que tenías desde la ciudad".

Bajamos en el chirriante ascensor hasta el piso bajo y nos dirigimos al rincón de desayuno. Era agradable, con ventanas en tres lados que daban una vista panorámica de la piscina y el césped verde y los bosques más allá. El desayuno y el almuerzo solían pasar allí en vez del comedor más formal. El Sr. Reginald ya hubo ido al banco. La Sra. Verónica preguntó: "¿Cómo estás, Jimmy?"

"Bien, más o menos. Todavía todo parece una pesadilla". Haber perdido el desayuno me había dejado con mucha hambre. Mi apetito compensó lo que le faltaba a Robbie.

María trajo una sopera y sándwiches de jamón y queso para cada uno de nosotros, dos para mí. Le entregamos nuestros tazones y ella llenó cada uno por turno. La Sra. Verónica dijo: "Gracias, María", su señal para que se retirara a la cocina. Cuando comenzamos, la Sra. Verónica preguntó: "Jimmy, ¿te animarías a ir al centro comercial por tu ropa y otras cosas esta tarde?"

"Sí, señora", respondí.

"Bien", dijo ella. "Prepárate para la 1:30. Tú también, Robbie".

"Sí, mamá", dijo.

Nadie habló mucho durante el resto del almuerzo, terminamos la sopa y los sándwiches rápidamente. La Sra. Verónica tocó una campanita y María vino y llevó nuestros platos, tazones y utensilios a la cocina. Un momento después  pareció de nuevo con tres tazones pequeños de sorbete de naranja en una bandeja, con una oblea de vainilla en el costado de cada uno. En mis comidas frecuentes en la casa de los Van Dam, todo se había convertido en una rutina familiar.

Cuando terminamos, dije: "Creo que me gustaría acostarme un rato antes de ir al centro comercial, si te parece bien".

"Está bien, Jimmy", dijo la Sra. Veronica. "¿Estás seguro de que te sientes con ganas de ir hoy? Todo estará allí mañana."

"Estaré bien, señora, de verdad", le dije.

"Bien, entonces. Los veré a ambos ustedes en la puerta principal a la 1:30".

Robbie y yo nos dirigimos a nuestras habitaciones y me acosté sobre la cama. Lo siguiente que supe era que Robbie estaba sacudiendo mi hombro mientras decía: "Oye, es hora de irnos. Aquí están tus calcetines y zapatillas".

El Ciego y El CojoWhere stories live. Discover now