El Incendio

165 3 0
                                    

Dos golpes de sonido en el piso de arriba me despertaron de repente, el uno poco después del otro. Mientras me orientaba, olí humo. Me propuse dirigirme a la escalera para avisar a mis padres. Al abrir la puerta de mi habitación vi sólo humo y un intenso brillo rojo de fuego en el piso de arriba. Tuve que salir de la casa en seguida. Al lograr la puerta principal experimenté grato alivio en aire fresco. Cojeaba hacia la acera mientras buscaba mi teléfono celular para llamar al 911. Solo entonces me di cuenta de que llevaba solo mi ropa interior en la madrugada fresca de un día de los principios de julio.

Nuestra casa fue construida totalmente de madera. Ya estaba envuelta por completo en llamas. Sabía que no podía volver por el teléfono. Ni una señal de bomberos o policía. Me dirigí a la casa próxima a lo más rápido que pude y golpeé la puerta con fuerza. Por fin el Sr. Smith abrió una ventana del piso de arriba y se asomó gritando: "¡Por Dios, Jimmy, son las dos de la madrugada! ¿Qué quieres?" Luego vio lo que estaba pasando y dijo: "¡Ay! Está bien, Jimmy, voy a llamar al 911 ahora mismo".

Un coche de policía apareció dentro de dos minutos. El oficial echó un vistazo al escenario y sacó una manta de su baúl para envolverme.

"¡Mis padres están ahí!" grité mientras toda la estructura flameante se derrumbó en el sótano.

"Hijo", dijo el oficial, "si están allí, no cabe duda de que han fallecido. ¿Había alguien más allí?"

Los bomberos llegaron y comenzaron a apagar los escombros en llamas que una hora antes había sido el único hogar que había conocido.

Le respondí al oficial: "No, éramos solo nosotros tres". Me senté en la acera y empecé a llorar. El oficial se sentó a mi lado y me pasó el brazo por los hombros. "Hijo", dijo, "¿tienes familiares que pueden hospedarte?"

"No, señor", le dije mientras me recuperaba. "El único hermano de mi papá vive en Alaska. No se lleva bien con nosotros y me quiere a mí en absoluto. Mi mamá era hija única. Todos mis abuelos murieron hace mucho tiempo".

"Hijo", preguntó el oficial, "¿Cuántos años tienes?"

"Acabo de cumplir dieciocho, señor", respondí. "Cuatro de julio. Yankee Doodle dandy". Por qué ese noción estúpido entró en mi cabeza en aquel momento, nunca lo sabré.

"¿Sin hermanos?" preguntó el oficial.

"Cuatro hermanos mayores. El menor tiene doce años más que yo. Mi padre los echó uno por uno hace años. No se por nada dónde están".

"¿Aún vas a la escuela?" preguntó.

"Sí, señor", respondí. "Alcanzando el último año de secundario. Perdí un año por causa de un problema médico".

"Oh, hijo", dijo el oficial. "Estás pasando una vida increíble".

"Oficial", respondí, "usted no sabe ni la mitad".

En ese momento, oí una voz conocida dijo desde mi otro lado: "Estoy seguro de que puedes quedarte con nosotros, al menos por un tiempo". Era Robbie, mi amigo de la escuela.

El oficial dijo: "¿No eres tú el hijo del señor van Dam?"

"Sí, señor, lo soy". Él suspiró. "Me parece que todos saben quién soy". El Sr. Reginald van Dam era dueño del banco municipal y de la fábrica de lápices y tenía una participación mayoritaria en la acería donde trabajaba mi papá. Era sin duda el hombre más rico de nuestro condado. La residencia Van Dam estaba frente al fondo de nuestra calle, a una cuadra y media de nuestra casa, en un terreno de nueve o diez acres.

"Robbie, ¿cómo lo supiste?" pregunté.

"Las sirenas me despertaron y prendí mi escáner para ver qué estaba pasando. Cuando dijeron la dirección supe que era tu casa. ¿Dónde están tu mamá y tu papá?" Levanté la mano y señalaba los escombros con el pulgar. Dije: "Allá dentro." Comencé a llorar de nuevo. Esta vez fue el brazo de Robbie el que me sostenía.

El Ciego y El CojoWhere stories live. Discover now