Prólogo

25 4 0
                                    

En el principio, éramos DIMIDIA, que en la lengua de los antiguos significa "mitades". Éramos dos almas no destinadas que acabaron entrelazadas por el destino, él era el albor y yo, el ocaso. Dos existencias que, aunque no estaban predestinadas a unirse, encontraron un camino para converger en un punto del infinito.

Él emergió al mundo bajo la bendición del Dios Celene, adornado con la gracia de la divinidad y el don de la inmortalidad. Un lobo de pelaje tan blanco como la nieve recién caída y ojos que reflejaban la vastedad del cosmos, poseía poderes que desafiaban la comprensión de los mortales. Pero pronto descubrió que la inmortalidad era un sendero solitario, un viaje eterno marcado por la ausencia de compañía.

Todo cambió el día en que sus ojos se posaron sobre la delicada figura de una mariposa. Sus alas eran un lienzo de colores vibrantes, pintadas con tonos de rosa, violeta y menta que brillaban bajo el sol como gemas. La fragilidad de su ser era un tesoro que él juró proteger, una promesa silenciosa que lo llevó a convertirse en su guardián invisible.

La mariposa, ajena a la presencia de su protector, danzaba en el aire con una gracia que solo la naturaleza podría orquestar. El lobo, cautivado por su belleza efímera, la seguía a cada rincón, velando por su seguridad sin revelar jamás su sombra. Era su secreto más preciado, su misión más sagrada.

Sin embargo, en la trama de la vida, hay hilos que ni los dioses pueden controlar. La muerte, con su toque ineludible, reclamó a la mariposa, dejando al lobo frente a la cruel realidad de su existencia eterna. La pérdida de su amada fue un golpe devastador, una ironía amarga que puso en duda el valor de su inmortalidad.

En la soledad que siguió, el lobo contempló un futuro desprovisto de la luz que la mariposa había traído a su vida. Se encontró cuestionando el propósito de su don, preguntándose qué significado tenía la eternidad sin ella. La inmortalidad, que una vez fue su bendición, se convirtió en su maldición.

En su desesperación, el lobo clamó al cielo, buscando respuestas, anhelando una señal que le devolviera la esperanza. Y fue entonces cuando comprendió que, aunque estaban separados por el destino, él y la mariposa siempre serían una sola alma. Ella era su principio, y él, su final. Juntos, formaban un todo, un ciclo sin fin que trascendía la vida y la muerte.

Así, el lobo aceptó su destino, llevando consigo el recuerdo de la mariposa como un faro en la oscuridad. Su amor por ella se convirtió en la fuerza que lo impulsaría a través de los siglos, una promesa eterna de que, en algún lugar más allá del tiempo, se reunirían una vez más.

Porque en la vastedad del universo, donde las estrellas nacen y mueren, donde los dioses juegan con los hilos del destino, siempre habrá espacio para las historias de amor que desafían la eternidad. Y la leyenda del lobo y la mariposa será contada una y otra vez, un susurro en el viento que recuerda a todos que, incluso en la inmensidad del cosmos, el amor verdadero nunca muere.

DIMIDIA ©Where stories live. Discover now