💀Capítulo 39. No es eterno

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El Salvador, Matthias Harker, estaba muerto

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El Salvador, Matthias Harker, estaba muerto.

En teoría, su alma seguía viva dentro de la daga, pero su cuerpo estaba inerte, una carcasa vacía que el propio Lazarus Solekosminus y Blair Bellanova se encargaron de quemar en una pira para cerciorarse de que no tuviese a donde regresar.

Matthias Harker era una marioneta, un brujo controlado y manipulado de cientos de maneras para llevar a cabo los sucios actos del Padre Común. Por supuesto que era una amenaza, pero jamás habría llegado a ese punto de no ser por la mente maestra, por el vampiro creador que se aprovechó de la vulnerabilidad de un ser roto y lo convirtió en su mano derecha.

Lazarus estaba muy al tanto de esto, por lo que cederle a Viktor Zalatoris los honores de darle fin al Salvador no le costaba nada, o cerca de nada. Su verdadero interés estaba puesto sobre El Padre Común, el maldito vampiro original que fue el causante de todas sus desgracias, a quien más quería odiar, pero al mismo tiempo, no podía evitar añorar de la manera más insana y errónea posible.

—¿Qué tanto piensas, detective? —indagó Blair, su voz rebotó contra las paredes.

Ambos iban caminando a lo largo de un extenso túnel; las catacumbas de la Catedral Roja quedaron expuestas cuando el alma de Matthias Harker fue encerrada en la daga. Todos sus hechizos se desvanecieron junto con él.

«La suerte de simplemente desaparecer». Pensó el vampiro.

Exhaló, subiendo las gafas por su tabique. Sabía que la visión de Lucas podría aparecer en cualquier segundo dados los acontecimientos, pero prefería disimularlo lo mejor posible en presencia de la bruja Bellanova, su hermana.

—¿Qué acaso no podías leer mis pensamientos? —inquirió él con desinterés.

Blair se encogió de hombros.

—No tengo ganas de romper esas barreras mentales que construiste después de que leí tu mente una sola vez. —Se carcajeó—. ¿Sabes lo difícil que fue acceder a esa cabecita tuya?

Lazarus la ignoró y continuó caminando, escuchando el eco de sus pisadas contra el piso de piedra. De vez en cuando cerraba los ojos y se concentraba en la particular presencia del Padre Común, más cerca con cada paso que daba.

—Por aquí —indicó, doblando en una esquina.

Blair lo siguió.

—No entiendo cómo puedes sentir al Padre Común —comentó—. Los vampiros no poseen esa habilidad. ¿Acaso eres un brujo en secreto, detective?

—Ni cerca —contestó y apresuró el paso conforme la presencia se hacía más prominente.

Arribó al final de aquel pasadizo al toparse con una gruesa puerta hecha del mismo material de las paredes, piedra maciza, pero con ilustraciones bíblicas cinceladas en su superficie. Había ángeles en las nubes rodeando una figura celestial y un hombre debajo rogando a los cielos. Las creencias humanas se le antojaban ridículas, como cuentos fantásticos, pero sería una hipocresía decir que los monstruos no eran iguales, alabando al Padre Común, a demonios, y otros seres sobrenaturales con un tanto más de poder.

—¿Está abierta? —preguntó Blair, inspeccionando la puerta.

Lazarus colocó la palma de su mano sobre esta y, sin necesidad de aplicar mucha fuerza, se abrió hacia adentro.

—Nunca estuvo cerrada —respondió, terminando de empujar la puerta de piedra.

Matthias Harker no debió haberse esforzado mucho en reforzar estas catacumbas porque no pensó que alguien fuese a entrar jamás. Su lealtad al Padre Común murió junto con él, era la prueba indudable de su resentimiento a pesar de su necia devoción.

Entró a la cámara secreta, encontrándo los mismos muros de piedra tallados y un pequeño cofre de madera al centro de la estancia. Blair, sin temor alguno, se aproximó y tomó la caja entre sus manos.

—Puedo abrirla —señaló, sonriendo con malicia—. O destruirla.

—Tu curiosidad no te lo permitiría —replicó Lazarus, aproximándose a la bruja.

Blair sopló el polvo del cofre y lo abrió sin problema alguno. No tenía llave y, si llegó a tener alguna protección, se esfumó en cuanto el brujo que la hechizó perdió su alma.

Dentro de dicho cofre no había más que otra daga, una más pequeña, casi idéntica a la que usaron para encerrar el alma de Matthias Harker. Lazarus notó de inmediato que la gema en el mango era blanca, lo cual significaba...

—Hay un alma contenida ahí —señaló.

Blair agarró la daga, aventó el cofre sin cuidado alguno y escudriñó la hoja.

—Ya sabemos cuál era su pasatiempo favorito —bromeó.

Lazarus miró de nuevo la gema. No sabía demasiado acerca de magia espiritual y almas, pero sí lo suficiente para saber qué representaba una esencia blanca.

—Es un alma humana —concluyó—. El alma humana de Ciara Doyle.

Blair asintió.

—Muy observador, detective —se mofó y rozó la gema con sus dedos—. Me pregunto cuánto le habrá costado dividir un alma para extraer solo la mitad. Maldito prodigio.

—Igual que tú.

La bruja se llevó la mano al pecho en un gesto de exagerado dramatismo.

—¡Pero qué dices, Lazarus Solekosminus, yo pensé que éramos amigos!

«Jamás podría ser tu amigo. No me lo permitiría». Pensó de manera ominosa para después cruzarse de brazos y negar con la cabeza.

—¿Por qué no usó la daga en sí mismo antes? —indagó, cambiando el tema.

—Harker no era nada estúpido —contestó Blair, entornando los ojos para expresar una inusual seriedad—. Las almas son engañosas, detective, igual que todo lo espiritual. Algunos afirman que las almas escogen a quién servir, puesto que parte de su conciencia permanece activa incluso después de morir.

Lazarus frunció ligeramente el ceño.

—Entonces Harker temía que no funcionara, que el alma de Ciara Doyle lo rechazara completamente y la perdiera —dedujo.

—Eso o, en resumidas cuentas, era un cobarde —añadió Blair con un tono frívolo—. Al menos nos dejó un buen regalo.

—¿Para qué querrías esa alma?

—Para cumplir su propósito original —contestó, pasando los dedos por la hoja con la mirada pérdida—. Tienen tanto derecho como un vivo y solo podrá ser liberada si cumple su último deseo.

Lazarus prefirió no indagar más al respecto, dejando a la bruja con sus asuntos mientras él seguía registrando la cámara. Todavía podía sentir al Padre Común, muy cerca, demasiado, pero ¿dónde?

Observó los dibujos tallados en las paredes, parecían contar una historia sobre la creación del mundo a manos del Dios humano, y luego como este le otorgaba regalos a los humanos que lo veneraban. Sin embargo, lo que llamó su atención no fue el relato en sí, sino la última ilustración, una en donde un hombre señalaba hacia el frente.

Lazarus siguió el trayecto de su dedo con cautela, y se detuvo cuando una de sus pisadas emitió un ruido diferente. Bajó la mirada y se encontró con una pequeña marca en el suelo, una cubierta con polvo que, al soplar, revelaba un largo trazo rectangular.

El detective vampiro sonrió con satisfacción y se incorporó. Pisó con fuerza el interior de aquel rectángulo y este comenzó a surgir del suelo con lentitud.

—La curiosidad podría matar al vampiro —comentó Blair al ver el rectángulo de piedra—. Sabes qué es, ¿no?

Por supuesto que sabía que era. De un recio golpe rompió la capa de piedra que funcionaba como una especie de escudo y, debajo de esta, encontró un ataúd, el ataúd del Padre Común. Hecho de una resistente madera negra talada de los de los bosques de sus terrenos, y con juntas chapadas en oro, era imposible no reconocerlo. La presencia era fuerte, más fuerte que nunca, en verdad estaba ahí dentro.

Blair se aproximó.

—¿Lo abrirás? —preguntó con un rastro de impaciencia.

—No.

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now