💀Capítulo 6. No es opcional

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Viktor amaba a Dorian y Dorian amaba a Viktor

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Viktor amaba a Dorian y Dorian amaba a Viktor. No, Viktor ama a Dorian y Dorian... Dorian se había ido.

Cada día desde esa terrorífica noche en que lo halló muerto, Viktor se preguntó una y mil veces por qué estas tragedias le ocurrían a él y solo a él. Primero Matthias, muerto desangrado en un incendio, luego Dorian, muerto a manos de quien solía llamar su mejor amiga. Parecía una novela dramática salida de la mente de Shakespeare, rayando en lo ridículo sin dejar de ser dolorosa.

Pero Viktor sentía que Dorian seguía vivo. No podía decirlo con seguridad dado que su lazo de cazador y presa se cortó cuando Dorian lo besó y le declaró su amor, pero lo sentía hasta la punta de sus huesos, un presentimiento que le causaba un mal sabor de boca y una angustia indescriptible. Porque, si Dorian seguía vivo, ¿qué era aquel cuerpo? Y, sobre todo, ¿dónde estaba?, ¿dónde lo tenía Carmilla?

«Nunca dejas nada por la paz», le dijo Dorian con fastidio durante una de las muchas noches que pasaron juntos.

Viktor solo le dedicó una de sus sonrisas ladinas que mostraban la mitad de sus colmillos, y negó con la cabeza.

«A ti nunca te dejaré en paz».

Y mantendría aquel juramento que comenzó como una broma. No dejaría en paz a Dorian, no hasta estar seguro de que su presentimiento era correcto y el corazón de su amado aún latía y, de no ser así... comprobar que estaba realmente muerto para tratar de continuar. Pero eso sería imposible.

Viktor suspiró e instintivamente buscó el brazalete que Matthias le regaló, una cadena en dónde colgaba un cuarzo de su sangre. Siempre se aferraba a este cuando se sentía angustiado, pero ya no lo tenía. La cadena se rompió cuando se transformó en Nosferatu y se lo arrebataron al ser encerrado.

—Mierda —masculló por lo bajo.

—Si sigues así, tendré que lavarte la boca con ácido —reprendió la voz de Rhapsody.

Viktor levantó la mirada de súbito y se halló con su protectora al otro lado de las rejas. La vampira de vibrante cabellera roja se veía más jubilosa que de costumbre. Él solo pudo arquear una ceja.

—Se ve feliz —señaló–. Apuesto que es un gran chiste verme aquí. —Se cruzó de brazos—. Es más, ¿por qué no me lo cuenta? Una buena risa nunca me viene mal.

Dicha sonrisa en el rostro de Rhapsody no hizo más que ensancharse, incluso dejando ver sus afilados caninos y abriendo levemente sus ojos dorados de párpados casi siempre caídos.

—Trátame bien, Viktor —advirtió—. O no te diré lo que sé.

Viktor la miró con intriga, ladeando la cabeza.

—¿Qué es lo que sabe?

—Ven conmigo —dijo y sacó unas grandes llaves de hierro solar, abriendo la celda con gruesos guantes de piel para no quemarse la piel—. Yo invito.

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