💀Capítulo 38. No lo liberes

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Las maldiciones hechas con saña poseen la capacidad de imbuirse en la sangre, de alojarse en lo más profundo de su huésped y permanecer ahí eternamente

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Las maldiciones hechas con saña poseen la capacidad de imbuirse en la sangre, de alojarse en lo más profundo de su huésped y permanecer ahí eternamente.

Este era el caso de Matthias Harker, un brujo que sufrió el infortunio de caer en las manos equivocadas, presa de la desesperación y el deseo de libertad. Fue maldecido, utilizado, y asesinado no solo físicamente, sino también mental y emocionalmente.

Su crueldad y sus actos no eran dignos de justificación y mucho menos de victimización, pero Viktor Zalatoris, quien conoció al verdadero Matthias Harker de primera mano, experimentó su amor, su cariño y se deleitó con sus talentos y pasiones, no podía evitar sentir lástima y, tal vez, un grado de culpa.

«Lamento no haberte salvado. Lamento que hayas terminado así. Lamento que te hayan destruido». Pensaba, viéndolo ahí, parado en el altar, sano y salvo, revivido e inmune a cualquier tipo de muerte.

Esto era más que una maldición, era un averno en vida, una especie de retorcida penitencia indeleble. Un resultado de todas sus malas decisiones y pecados cometidos.

—Soy un ser inmortal; puedes arrancarme el corazón, cortarme la cabeza o extraerme órgano por órgano, pero siempre regresaré. Esta maldición es un castigo, un castigo por confiar en la bruja Sybilia —explicó y miró a Viktor fijamente—. Hice un trueque, le traería el corazón del Padre Común a cambio de que nos protegiera, mi querido Viktor, que te protegiera a ti. ¿Por qué crees que eres un vampiro ahora?

Viktor amplió los ojos y sintió como Dorian, parado a su lado, se aferraba a su mano con fuerza, tal vez para darle apoyo o tal vez para detenerlo de cometer alguna imprudencia.

—¿De qué está hablando? —preguntó Dorian. Él no tenía idea de nada y Viktor hubiese querido que siguiera así, pero...

—Es obvio —intervino Blair, entornando sus ojos bicolor—. Sybilia era una experta en estos trueques, sabía que palabras utilizar, y si tú no eras cuidadoso con tu requerimiento, ella enredaba tus palabras y cumplía con las condiciones a su manera. Eso fue exactamente lo que hizo contigo, con ambos. Tú, idiota, le pediste protección y ella cumplió; los volvió inmortales, fuertes, más protegidos que un humano común.

Matthias soltó una risa descompuesta, asintiendo.

—Sí, exactamente, no esperaba menos de una descendiente de Sybilia —añadió—. Pero ¿sabías que las maldiciones se alojan en el alma?

Lazarus dio un paso al frente.

—Por eso mataste a Ciara Doyle —afirmó—. Te quedaste con su alma humana para usarla en ti mismo.

—¡Correcto!

Viktor se volvió hacia Dorian con premura, el chico estaba paralizado y boquiabierto, digiriendo lo que Lazarus acababa de decir y, sobre todo, lo que Matthias terminó por confirmar con tanto cinismo.

—Mi madre siempre estuvo muerta... —musitó y luego frunció el entrecejo, mirando a Matthias con un odio que Viktor jamás había visto en su rostro—. ¡Tú la mataste!

Viktor apenas pudo retener su fuerza inhumana. No podía dejar que Dorian se enfrentara a Matthias. No ganaría jamás. Ninguno de los presentes, por más poderosos que fuesen, podría hacerle frente a la inmortalidad de un maldito.

—He sacrificado muchas cosas a lo largo de mi vida, Dorian Welsh. Tantos años de sufrimiento que jamás serías capaz de concebir —relató, colocando las manos detrás de su espalda—. Dime ¿realmente crees que quitarle la vida a una madre le afecta de alguna manera a alguien como yo? Ella vino a mí, me rogó que salvara a uno de sus hijos con esa fracción de alma humana que ella poseía, pero al igual que yo, fue una estúpida por estar desesperada y no ser específica. Ahora yo soy dueño de su alma y la usaré en mí mismo para erradicar esta maldición.

Dorian peló los dientes, sus caninos eran tan afilados que podrían perforar sus propios labios.

—¡Te mataré! —bramó.

Viktor, incapaz de pelear contra la fuerza de Dorian, no le quedó de otra más que rodearlo con ambos brazos y estrecharlo contra su pecho, reteniéndolo completamente.

—Dorian, por favor, no cometas una estupidez —rogó, susurrando a su oído.

—¡¿Qué?! —espetó él, cegado por ira—. ¡¿Ahora estás de su lado?!

—Por supuesto que no —aseveró y lo abrazó con más fuerza—, pero no podemos ganarle. No quiero que te lastime... que te mate. A ninguno.

Ante esto, la cólera de Dorian disminuyó y miró al vampiro con pesadumbre y dolor. Le dolía haber perdido tanto a manos de Matthias, y Viktor lo comprendía, pero prefería que se ahogara en su propia rabia y lo odiara por frenarlo, que perderlo una vez más.

—De acuerdo —cedió Dorian y se aferró a la mano de Viktor que lo rodeaba—. Pero ¿qué haremos entonces? No podemos...

—Tú no harás nada —acotó Matthias, paseándose por el altar con la soberbia de un dios que se creía el amo del mundo y de los mortales que lo habitaban—. Morirás dentro de poco, te convertirás en Nosferatu, y tu único propósito será el de un leal sirviente al Padre Común.

Viktor sintió cómo Dorian volvía a alebrestarse, resistiendo a duras penas no abalanzarse sobre Matthias y matarlo ahí mismo.

—El Padre Común —dijo Lazarus entonces—. ¿Qué hiciste con él?

Matthias mostró una sonrisa maliciosa.

—¿Por qué preguntas, Lazarus? —inquirió—. ¿Acaso quieres volver a casa?

Lazarus, imperturbado por sus provocaciones, se limitó a sacar su revólver, quitarle el seguro, y apuntar el cañón hacia Matthias. Viktor no dudaba que el detective tuviese una puntería perfecta, pero...

—¿No te ha quedado claro? —preguntó Matthias, sacándolo de su tren de pensamiento—. Puedes dispararme cuantas veces quieras y siempre regresaré. No puedes erradicarme, así como no puedes olvidar lo que...

Un disparo hizo eco en la catedral. Viktor solo logró ver cuando la bala penetró la frente de Matthias y este cayó al suelo, muerto otra vez.

«No». Pensó Viktor al ver el cuerpo caer como un bulto, pesado, sin valor y sin vida. ¿Qué era todo esto?

Lazarus sopló el humo que salía del cañón de su pistola y se aproximó hacia donde se hallaba el cadáver de Matthias.

—Tendremos unos minutos, si mucho —dijo y miró a Carmilla, Elay y Nicte—. Salgan de aquí mientras tanto.

—Con gusto —dijo Elay y ayudó a Carmilla a ponerse en pie. Nicte ya la había curado casi por completo, pero su estado aún era débil.

—Yo no me iré —dijo Nicte, viendo con desprecio la daga manchada de la sangre de Carmilla—. Él y yo todavía tenemos asuntos pendientes.

—No te arriesgues —pidió Carmilla, a lo que Nicte se limitó a responder con una leve sonrisa.

Elay ayudó a Carmilla a caminar hacia la salida, pero cuando pasaban al lado de Viktor, la vampira se detuvo y se aferró a su hombro.

—Haz lo que tú creas correcto —susurró.

Viktor sintió esas palabras como una descarga eléctrica atravesando sus venas, un escalofrío que, si pudiera, le pondría la piel de gallina. Miró de reojo a su amiga, comunicando con su mirada algo que él sabía, pero se negaba a aceptar.

Carmilla se marchó después de eso y Viktor sintió como Dorian se aferraba a su mentón y volteaba su rostro para verlo a los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó.

Viktor no sabía qué responder. Los eventos de los últimos días habían sido demasiados. El Salvador era en realidad Matthias, transformó a Dorian en un vampiro, Carmilla casi muere por él y tantas otras cosas que en el fragor del momento no le daba tiempo de procesar.

Por un lado, sentía que todo esto era su culpa; que estuvieran en este sitio, afrontando estos demonios, sufriendo a causa del rencor de otro, se sentía como su responsabilidad. Matthias había iniciado esto por él, él era el principio de su odio y, por ende, de todo lo malo que ocurrió, ocurría y ocurriría.

—Esto es mi culpa —susurró, con la mirada pérdida y el pánico surgiendo en su interior.

Dorian se apresuró a negar con la cabeza y acariciar su mejilla.

—No, Viktor, no digas eso —pidió con firmeza, más como una orden—. No tenías forma de saber que esto ocurriría.

Viktor no quería ni verlo a los ojos, sentía que no se merecía el amor de Dorian, que no se merecía nada bueno porque fue el gatillo de tantas desgracias. ¿Cómo puedes ganarte la felicidad cuando tú fuiste la causa de tanta desgracia?

Primero se sintió culpable de no haber salvado a Matthias, pero ahora se sentía culpable de haber pensando que estaba muerto y haberle permitido vivir.

—¡Viktor! —exclamó Dorian, sacándolo del cuadro de ansiedad, y lo forzó a verlo a los ojos. Sus ojos ya no eran los mismos, otra cosa que arruinó—. ¡Escúchame, maldita sea!

—Lo siento, Dorian.

—¡Ya deja de disculparte! —reprendió—. ¡Deja de auto lamentarte y culparte por todo! ¡Nada de esto es tu culpa y no pienso permitir que ese maldito bastardo te haga pensar que sí!

—Dorian...

—¡No, nada de Dorian! —acotó—. Tú sabes quién eres y lo que has hecho, sabes a quienes has ayudado, a cuántos has salvado. Mierda, Viktor, tú sabes perfectamente que no eres una mala persona, que jamás harías algo como lo que Matthias hizo. Eres lo contrario; eres un estúpido vampiro coqueto con un gran corazón. Eres Viktor Zalatoris, el idiota que me salvó y del que me enamoré perdidamente.

Viktor se quedó boquiabierto y se sobresaltó al sentir a Dorian pegando sus frentes de súbito, sin delicadeza alguna.

—No me hagas perder a ese Viktor —continuó, su voz comenzaba a quebrarse—. No te vayas, no así. Haz lo correcto, lo que tú sientas que debes hacer para sentirte bien contigo mismo. No me importa si quieres matarlo, salvarlo o ignorarlo, pero, por favor... —Lo miró a los ojos, había lágrimas en estos—. No desaparezcas otra vez.

Viktor sintió las palabras de Dorian, de su amado, como una estocada al corazón, como un bofetada para anclarlo de vuelta a la realidad. Nada de esto era su culpa, no quería perder nada de lo que había construido, y definitivamente no quería desaparecer de la vida de Dorian otra vez.

¿Por qué debía pagar por los pecados de otros? ¿Por qué siempre debía culparse a sí mismo?

«Eres demasiado bueno». Pensó y no pudo más que reírse ante la ironía. Un vampiro, un monstruo, era mejor que aquel que debería poseer más humanidad que sí mismo.

—¿Viktor? —llamó Dorian, preocupado por su prolongado silencio.

—No desapareceré —aseveró, haciéndose de la mano de Dorian para besar sus nudillos—, pero necesito que me permitas ser egoísta una última vez.

Dorian frunció ligeramente el ceño, pero poco después pareció comprender lo que Viktor quería decir, y asintió con firmeza, apoyándolo.

—Haz lo que tengas que hacer.

Viktor le dio un beso en los labios junto con un último apretón de mano, y se volvió hacia donde yacía Matthias, todavía muerto.

—¿Y qué harás con esta escoria? —preguntó Blair al detective, pateando la pierna del cuerpo, sin vergüenza alguna—. ¿Lo hacemos cachitos?

Lazarus la ignoró y se acuclilló junto a Matthias. Todavía tenía la pistola en mano y, cuando estaba por tocar el cadáver con la otra, Viktor notó como los dedos del brujo se contrajeron con rigidez.

El detective vampiro debió notarlo también, puesto que volvió a colocar el cañón contra la cabeza de Matthias, con el dedo índice ya en el gatillo, listo para volver a disparar en cuanto abriera los ojos.

«Haz lo correcto». Recordó las palabras de Carmilla, quien conocía perfectamente el pasado que compartía con Matthias.

Viktor no lo pensó dos veces, y se abalanzó hacia Lazarus, quitándole la pistola de las manos y apuntando esta hacia él en lugar de Matthias.

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