· c i n c o ·

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Ya estaba haciéndose de día cuando llegamos a la casa de Keith. El peso del viaje, de la incursión en Palacio y de toda la noche comenzaba a caer sobre mis hombros. Sentía debilidad en las piernas y los párpados me pesaban. Aún así el nerviosismo y la incertidumbre conseguían mantenerme despierta, a pesar de que a mi cerebro le costaba bastante trabajo hacer conexiones. Se me trababa la lengua al hablar y no era capaz de pensar con claridad.

Bajamos de las rider que nos habían prestado para llegar. Keith iba con uno de los guardias y yo en otra, mientras su amiga Carolinne se había quedado allí con su padre. Nos despedimos de los dos chicos, que no hicieron el más mínimo gesto de simpatía, y Keith tomó mi mano antes de guiarme hacia las enormes puertas de madera que había frente a nosotros.

—No estés nerviosa, les encantarás —me aseguró Keith con una sonrisa.

Sin embargo, algo en mi estómago me impidió terminar de creerle.

La casa, que se encontraba lejos de la ciudad, estaba rodeada por una muralla de piedra un poco alta. Cuando pasamos las puertas de madera, ante nosotros se extendió un terreno enorme. Césped perfectamente cortado que, a diferencia del resto de la zona urbana de Valletale, tenía algunas flores y árboles armoniosamente esparcidos. Un pequeño camino llevaba hacia una casa, también de piedra, situada en el centro. Tenía una extraña composición, o al menos lo era para mí, porque su aspecto era antiguo y el tejado picudo, pero grandes ventanales dejaban pasar la luz, atravesando desde la planta baja al primer piso. Eran altos, pero finos. Apenas un metro de ancho,

—Mi madre se niega a quitar las plantas si no han atacado nadie —me explicó Keith cuando me atrapó mirando las plantas, aunque su expresión se entristeció en seguida—. Pero en el momento en que cobran vida, se deshace de ellas.

Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en lo que podía sentir una planta al ser arrancada. Y fue extraño, porque también tenía miedo después del encuentro de horas anteriores.

Horas anteriores... pero parecía una vida.

Mientras nos acercábamos a la casa, Keith continuó explicando.

—Hace unos veinte años las plantas de Valletale comenzaron a volverse peligrosas, al igual que los animales. Como no podíamos saber cuáles atacarían a las personas, la Gobernadora decidió exterminar todas las que se encontraban en ciudades y núcleos urbanos. Solamente dejó las del bosque, como forma de protección ante intrusos, y las de las casas privadas, como esta.

Clavé mis ojos en el imponente edificio que había ante nosotros. El cielo clareaba pero todavía reinaba la oscuridad. Podía ver una luz encendida en la planta de arriba y una figura cruzando frente a la ventana.

—Mi madre se llama Althea, mi hermano pequeño Darren y mi padre Henry. Él estuvo ocupando durante años el puesto del padre de Carolinne, hasta que decidió dejarlo hace unos cinco. Puede que te parezco agradable, pero es solo parte de su fachada. Su trabajo siempre ha sido caer bien para que la gente confíe y después joderles.

Giré el rostro hacia él sin ocultar el miedo.

—Estarás bien, Lauren —me aseguró—. Pero nunca, por encima de todo, pueden enterarse de quien es tu padre.

Y si lo descubrían... ¿qué pasaría?

No me dio tiempo a preguntarlo. La puerta de la casa, que todavía estaba a unos cincuenta metros de nosotros, se abrió. Escuché ladridos antes de ver a dos perros negros enormes corriendo hacia nosotros.

Solté la mano de Keith y mis pies se congelaron por el pánico, porque aquellos perros me llegarían, por lo menos, a la cintura. Sin embargo no me miraban. Llegaron donde estaba Keith y comenzaron a dar vueltas y saltar a su alrededor. Su cola se movía con felicidad-

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⏰ Última actualización: Sep 11, 2022 ⏰

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KEITH  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora