· u n o ·

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El sonido. Eso fue lo primero que captaron mis oídos. Pájaros cantando muy por encima de mi cabeza. Después fue la suave brisa, que acarició mi rostro como pidiéndome que despertara. Con el tacto mis palmas acariciaron algo suave y húmedo. Nada más darme cuenta de que era hierba, se activó el olfato. Aquel sitio olía a fresco. A naturaleza. A bosque.

Abrí los ojos de par en par. Hierba alta se extendía ante mí y yo estaba tumbada sobre ella. Volví a cerrarlos en seguida ante la intensidad de la luz y traté de incorporarme mientras parpadeaba varias veces para acostumbrarme a la claridad.

Me dolía la cabeza.

Llevé la mano a la coronilla mientras inspeccionaba a mi alrededor. Parecía estar en medio de un bosque. La luz en realidad no era tan fuerte porque las tupidas ramas de los árboles no dejaban que pasara demasiada. Había unos cuantos a mi alrededor, aunque por lo demás, parecía estar... sola.

—Ay —me quejé.

Mis dedos habían tocado algo duro y doloroso en mi cabeza. De hecho notaba el cabello húmedo. Me miré la mano, pensando que habría sangre, pero solo percibí escamas resecas. Volví a intentar palpar el bulto de nuevo, esta vez con más suavidad. Parecía una cicatriz de varios centímetros de grosor. Como si me hubiese dado un golpe en la cabeza. Como si...

Los recuerdos llegaron como un golpe de aire frío en toda la cara.

La vieja casa de mi padre.

El portal.

El balcón.

Keith extendiendo la mano para tratar de agarrarme a tiempo... y sin lograrlo.

Me había caído de aquel balcón al vacío, pero no recordaba nada más después de ese momento. Ahora me encontraba aquí, en este bosque extraño al que no recordaba haber llegado por mi cuenta. Y sola.

¿Estaba muerta? ¿Podían los muertos sentir el dolor de una herida?

Volví a tocar el relieve del golpe, y eso fue todavía más extraño, porque estaba claro que había cicatrizado, pero, ¿cómo? Tal vez llevaba muerta demasiado tiempo...

Me puse de pies despacio, sin tener nada cerca a lo que sostenerme. Necesite apoyar las manos en las rodillas unos buenos segundos mientras me acostumbraba al peso de mi cuerpo. Parecía que todavía estuviese un poco adormilada, pero al final conseguí mantenerme de pies.

Con una mejor visión (o la que medio metro más puede darte), giré para ver a mi alrededor, pero... Nada. Estaba sola. Total y completamente sola. A mis pies la hierba se encontraba aplastada en el lugar donde había estado tumbada.

No sabía qué hacer, pero quedarse allí no parecía la mejor de las soluciones. Mierda, ¡ni siquiera tenía la menor idea de qué hora podría ser! ¿Faltaría mucho para el anochecer? Porque si me encontraba sola en un bosque, era necesario que encontrara refugio. No sabía qué clase de animales podría haber allí.

Tragué saliva y llevé una mano al pecho, al lugar donde mi corazón latía un poco más rápido de lo normal. Eso, en una irónica manera, me tranquilizó. Porque a los muertos no les podía latir el corazón.

Sin saber bien a dónde dirigirme, comencé a caminar en la primera dirección que se formó ante mí, aunque debo admitir que en realidad allí parecía haber más luz. No me gustaban las sombras.

Mis ojos se habían vuelto fugaces y alerta. Observaban todo mientras caminaba. ¿Había algo en aquel árbol o solo era una rama? También escuchaba por encima de mis pisadas. Los pájaros seguían allí, además de la suave brisa que mecía las ramas.

Conseguí caminar en línea recta, o lo que yo creí línea recta al menos, durante los siguientes cuatro minutos, hasta que caí en la cuenta de que todo el bosque era igual y que tal vez debía ir dejando alguna marca, aunque fuese para no estar caminando en círculos. No tenía ni idea de lo profundo que podía ser.

KEITH  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora