· d o s ·

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Me llevé la mano a la cabeza y rasqué. Los nudos de mi cabello eran un caso perdido, y estaba claro que yo también. Y mi vida. Y todo lo que había conocido hasta ahora.

Cuando Keith y mi padre me explicaron lo sucedido, creo que la palabra "flipar" se queda corta.

Porque casi muero.

Y porque después de eso acabé en Valletale.

Porque estaba en una dimensión distinta a la mía y lejos de casa.

Porque una planta casi me come.

Porque aquello parecía la mezcla de un sueño y una pesadilla.

Porque no sabía qué decir ni qué hacer.

Estaba hecha un ovillo en el suelo, apoyada contra el tronco de un árbol, mientras Keith y Garrik hablaban a unos metros de mí. Apenas podía entender lo que cuchicheaban, aunque los dos parecían entre enfadados y preocupados. Estaban de pies, señalando hacia el frente, entre la frondosidad del bosque. De vez en cuando me lanzaban alguna que otra mirada preocupada y yo... Estaba completamente perdida.

Hacía menos de un año que había conocido a Keith: un enigmático chico que me persiguió por el metro gritando que era invisible y que solo yo podía verlo. Y la realidad es que no mentía. Keith era de otra dimensión, de un lugar llamado Valletale donde las personas podían hacer magia.

Lo sé, suena a cuento de hadas, pero no lo era tanto...

La gente dominaba la magia en cuanto a objetos inerte se refería, es decir, todo lo que no tuviese vida. Nunca le vi usar demasiado su magia en la Tierra. Él decía que se le iba apagando cuanto más tiempo pasaba allí.

Pero no todas las personas dominaban la magia igual. Cada cierto tiempo, nacía alguien con un don: el de poder controlarlo absolutamente todo. Y como todos sabemos, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Esa persona se encargaría de gobernar Valletale.

El último Gobernador de aquel mundo huyó, dejándolo sin la magia más poderosa.

Y resulta que aquel último Gobernador... era mi padre. Y Keith era un soldado que había sido enviado hasta la Tierra para poder llevarlo de vuelta a Valletale.

Sorbí con fuerza por la nariz. La luz empezaba a desaparecer y la temperatura bajaba. Comenzaba a tener frío y abracé con más fuerza mi cuerpo. Keith y Garrik, mi padre, se volvieron para mirarme. ¿Qué es lo que haríamos ahora? Este no era el plan inicial. Solo ellos dos iban a volver.

Cuando me encontraron me contaron lo que había pasado. Como me caí por el balcón y casi muero. Pero los portales que conectan la Tierra con Valletale son capaces de cambiarte, incluso de sanarte, y aunque yo no recuerde nada, ellos pasaron conmigo con la esperanza de la magia fuese tan fuerte como para curar mis heridas.

Me estremecí al pensar en aquella caída, en los últimos momentos, y en que...

—¿Te encuentras mejor?

Alcé los ojos hacia Keith, que se había acercado a mí. Su camiseta estaba manchada de sangre, pero sabía que era mía, no de él. Asentí, aunque noté cómo me palpitaba todavía la cabeza. Llevé las manos a la brecha que se me había formado, rozando la sangre seca de mi pelo. Me sentía sucia, sudada, con frío y cubierta de tierra. Y, aún así, ese era el mínimo de mis problemas.

—Espera, déjame verte —pidió.

Se agachó a mi lado y esperé pacientemente mientras me apartaba el cabello y sus ojos escudriñaban en busca de la herida. Dejó salir un calmado suspiro. Después volvió el rostro hacia mí, hasta quedar a apenas unos centímetros de distancia, mientras sus manos se paraban en mis mejillas con una suave caricia. Había cariño en aquella mirada.

KEITH  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora