11. "Gusto en verte (o no)"

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Dallas, Texas. Agosto de 1961

Klaus está caminando por la vereda cuando ve por primera vez el anillo en el escaparate. Oro rosa. Cauteloso pero elegante, como Marie.

Podría comprarlo, si quisiera. Klaus ha hecho de su habilidad de médium recién mejorada un muy buen negocio, atendiendo a la gente más adinerada de la ciudad y dejando que saluden a sus seres queridos. Las señoras adineradas pagan muy bien y Klaus practica con su poder y se mantiene en control, con Marie a su lado como su encargada de finanzas y entrenadora de meditación a tiempo parcial.

Ellos prácticamente viven juntos, dado que Klaus pasa muchas más noches en el apartamento de Marie (que ha empezado a decorar para hacerlo más parecido a un lugar acogedor) que en el albergue para veteranos.

Juega con la idea mientras mira a través del vidrio, pero finalmente termina sintiéndose ridículo solo por haberlo pensado. Siempre presumió de no ser una persona de anillos ni compromisos (aunque también presumía de ser un desastre sin solución y cree que ha mejorado bastante en eso), pero la verdad lo decía porque creía que no quedaba nadie para él, que nadie lo querría...

¿Y quién dice que Marie aceptaría un anillo suyo? Si, ella lo ama ahora, pero tal vez quiera mantener sus opciones abiertas por si cambia de opinión, tal vez ella...

Es justo su estilo —señala Ben a su lado, sacándolo del espiral de pensamientos oscuros en el que estaba entrando.

—¿Qué cosa? —Klaus finge que no sabe de lo que su hermano fantasmal está hablando.

Sabes de que hablo.

—Soy médium, no adivino.

Ben resopla a su lado, poniéndose la capucha bajo el intenso sol de Texas que claramente no siente, sin responderle.

Klaus camina dos cuadras antes de volver sobre sus pasos y entrar a la joyería. Sale con una cajita azul de terciopelo con un anillo de oro rosa adentro y el corazón prácticamente en la garganta.

Arriesgado —Ben se burla a su lado, contento.

—Oh, tú cállate —Klaus refunfuña—. Tal vez lo use yo, o... o... O se lo regalé a la señora Mildred, sí.

Estoy orgulloso de ti, Klaus —Ben le dice, ignorando sus mecanismos de defensa escondidos tras los chistes—. No lo arruines —advierte después.

—Muchas gracias por el apoyo —resopla Klaus, y palpa con la mano la caja en su bolsillo, queriendo asegurarse de que sigue allí.

Allí está, como un peso terrible y una esperanza arrolladora al mismo tiempo.

Klaus lo guardaría por varios días antes de finalmente reconocer lo que significa haberlo comprado: Quiere pasar el resto de su vida con ella.

Es tan aterrador como excitante.

Start Again | Klaus Hargreeves.Where stories live. Discover now