Capítulo 9

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Jimin miraba el techo de la cueva parpadeando con lentitud. Sentía como su piel era succionada sin descanso, dolía un poco, pero nada que no pudiera soportar.

Resopló y enderezando la mitad de su cuerpo con cuidado, miró hacia abajo, donde cinco bolitas peludas chupaban sus pezones. Luego miró a lo que parecía ser un muy feliz Agust y gruñó. Esto es tu culpa, espero que lo sepas.

Un gran rato de estar en shock y un desmayo después, Jimin comenzaba a hacerse a la idea de que era padre, o madre, de cinco cachorritos. Obviamente el padre era Agust. ¿Quién más si no?

Y aunque ahora le encontraba un poco más de sentido a los cuidados del lobo, Jimin no podía simplemente no enojarse. ¡Me embarazaste!

Resignado a no poder hacer nada más que gruñir, terminó por tirarse en su camita de hojas y esperar a que los lobeznos terminaran de alimentarse, lo que parecía ser siempre porque comen como si tuvieran el tamaño de Agust, joder.

El sol ya estaba en su punto más alto para cuando decidió que los cachorros ya habían absorbido bastante de su energía vital. Se levantó sintiendo las patas temblorosas y amontonó como pudo a todas esas bolas de pelo dentro del círculo de piedras. ¡Y no se muevan de ahí!

Agust lo siguió con la mirada hasta que salió de la cueva, Jimin pensó que él podía hacerse cargo de sus crías mientras iba al pinito especial de Minnie. Miró el cielo azul intentando ignorar todo lo que salía de su cuerpo en ese momento, por su bien, no volvería a ver ni una sola gota de sangre en lo que restaba de su vida.

Mientras regresaba a la cueva, pensaba en que tal vez debería ir al río para limpiarse, preferentemente ese mismo día, aunque el agua congelara sus patitas.

Se detuvo en la entrada, cansado y con cada extremidad temblando, amenazantes de dejarlo irse de hocico contra el suelo. Pero se quedó ahí, solo observando la manera en que el enorme lobo negro parecía querer hacerse bolita junto a los cachorros, los cuales se veían aun más pequeños a su lado.

Sintió el sol pegar en su espalda, calentando con lentitud su pelaje blanco. Se acercó a los lobos que ocupaban prácticamente toda su cama de hojas y los miró más de cerca, pequeñitos y con el pelo tupido, dos negros, dos grises y uno blanco, lo que era bastante injusto, la verdad.

Él los había parido, ¿no? ¿Por qué solo uno se parecía a él? Jimin resopló, ni siquiera se molestó en pensar en cómo un día era solo un universitario sin familia y un único amigo, y ahora era un lobo con cinco hijos.

Sus ojos recorrieron cada figura peluda hasta el pequeño cachorro gris que estaba considerablemente alejado del resto, lo tomó con cuidado del pellejo y lo dejó entre Agust y sus hermanos. En esta familia no va a haber ningún renegado, niño. Ve haciéndote a la idea.

No fue hasta que lo vio acurrucarse entre los cuerpos que se acostó junto a ellos, bostezó y parpadeó cansado. Pensó que estaba bien si dormía, después de todo, no es como si tuviera algo más que hacer, además, cuidar lobos debía ser más fácil que cuidar un bebé, ¿cierto?

Con ese pensamiento en mente, Jimin se dejó llevar por el sueño, uno donde la tranquilidad del viento frío le permitió bailar entre sus olas suaves y las hojas secas que caían de los árboles.

Era un sueño bonito, donde cada extremidad se sentía como las nubes, era suave, ligero, y flotaba sobre su eje cuando giraba, en algún momento su espalda chocó contra una calidez sólida y en sus brazos sintió el cosquilleo de un recorrido que expresaba adoración. Las palmas ajenas se pasearon hasta sus propias manos y dio vuelta a su cuerpo.

La apariencia del amorWhere stories live. Discover now