Capítulo 27

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Mi padre soltó a la mujer, viéndose atrapado

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Mi padre soltó a la mujer, viéndose atrapado. Se acomodó la camisa a toda velocidad mientras la mujer ajustaba su falda. Asqueada agradecí que las lágrimas nublaran mi visión, no me importó derramar unas cuantas, porque esta vez no eran a causa de la tristeza, ni de la desilusión, sino de furia.

—Jena, escúchame —me pidió acelerando el paso cuando quise marcharme. Intentó tomarme de la mano para retenerme, pero lo repelé como si su solo tacto me clavara espinas. Podía sentirlas enterrarse en mi corazón, desangrándome.

—No me toques —escupí. Ni siquiera soportaba verlo a los ojos, menos que se acercara. Papá me pareció un desconocido. Ojalá eso hubiera sido, para que no me doliera tanto su engaño—. ¿Para qué quieres que te escuche? —le reclamé ardiendo en ira—. ¿Quieres contarme detalles de tu aventura? Guardártelo, me dan asco.

—Las cosas no son lo que tú crees —se excusó con la torpeza de un primerizo.

Solté una risa amarga al escucharlo. Quedó claro que no estaba preparado, era incapaz de inventar una historia creíble. Hacerme creer era parte de mi imaginación era el recurso más barato de la historia.

—Por favor, no ofendas mi inteligente. Ya no tengo diez años para que puedas manipularte a tu antojo —corté su cuento, mejor que no intentara burlarse de mí. Tenía muchos defectos, pero ser una idiota no formaba parte de ellos. Di un paso, enfrentándolo, aunque el alma ardiera como si estuviera a punto de consumirse hasta volverse cenizas—. Mejor dime ¿cuántos años llevas engañando a mi madre? —lo interrogué. Su rostro perdió color, ni un suspiro salió de sus labios—. ¿Qué pasó? ¿Se te acabó la voz?

Mi padre echó la mirada a un lado, aquel hombre inquebrantable que presumía de su alta moral había quedado desarmado ante mí. Así que, a sabiendas no lograría sacarlo de su ensimismamiento, decidí buscar información en otro lugar. Mis ojos se fijaron en la mujer que seguía con la cara baja.

—Tú —la llamé elevando la voz. Su cuerpo se tensó cuando la atención se centró en ella. Quién mejor que su amante para conocer la historia—, si tienes un poco de dignidad responde, ¿desde cuándo están juntos? —le cuestioné con el coraje que a los dos les faltaba.

—Lo de Carolina y yo no fue importante —se adelantó papá nervioso, sin permitirle abrir la boca. Entrecerré la mirada sin creerle una sola palabra. Él que siempre se autonombró el héroe del cuento se comportó como un cobarde—. Un simple desliz. Entiende, Jena, estoy agobiado, las cosas en casa no son fáciles —se excusó cansado como si eso lograra justificarlo. Resistí las ganas de reír para no llorar ante su actuación. Tuve deseos de sacar un pañuelo y limpiarle las lágrimas, me conmovió—. Yo también necesito un poco de atención...

Y qué mejor que hallarla en su eterna asistente. Tan predecible.

—¿Desde cuándo están juntos? —insistí, ignorándolo.

No me interesaba la novela dramática que pensaba inventarse.

—Jena.

—Joder. Estoy hablando con ella —estallé harta de su voz, de su presencia, de su traición—. Llevan años enredándose —deduje. De no ser así no le darían tantas vueltas. Alcé la voz sin importar pudieran escucharme afuera. No tendría consideración—. ¿Cuántos? ¿Cinco? —probé. Necesitaba un número. Tomé el silencio como una afirmación. El nudo que se formó en mi garganta comenzó a dificultar mi respiración—. ¿Siete? ¿Más de diez? —Con cada apuesta mi frustración aumentaba. Era una larga historia. Intenté hacer las cuentas, dar con alguna pista. Mi padre y Carolina pasaban mucho tiempo juntos, en sus viajes de negocios, reuniones, nunca sospeché de una relación porque asumí ella tenía su matrimonio—. Es imposible, tú tienes hijos —murmuré confundida.

Todos quieren ser Jena CuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora