El día que conocí a esa persona, todo parecía posible. Prometió quererme por siempre y me dio su palabra de que nunca me iba a abandonar. Yo, como una romántica, confié en sus palabras y los sueños que me contaba. Pero algo empezó a cambiar, no sabía qué era, pero todo empezó a sentirse distinto. Yo seguía confiando en sus promesas, pero algo en mi corazón me decía que algo no estaba bien. Los días se volvieron más cortantes, sus ojos perdieron su brillo y nuestras conversaciones se volvieron vacías y tensas. Un día, los hechos no dejaron duda alguna de que habían cambiado las cosas para siempre. La persona que un día me había dicho que nunca se iría, ahora se había marchado. Y yo me quedé, con el corazón partido, intentando comprender qué había pasado. Mi amor, mi confianza y mis sueños se habían convertido en polvo. Y yo, una romántica, perdida en un mundo que no conocía. Así fue como yo empecé a comprender que algún día, las cosas tienen que cambiar. Como una hoja que cae de un árbol en otoño, algún día la vida empieza a transformarse y todo se vuelve más difícil.