Madeline vivía en el tópico adolescente menos deseado de todos. La monotonía y soledad de sus días era algo que la consumía lentamente, a tal punto que pasaba noches enteras divagando en cómo acabar de una vez por todas con su patética vida. Sentía una constante presión en el pecho que la acompañaba a donde fuera, causándole una especie de agonía interna, obligada a guardársela, porque no existían palabras con las que pudiera explicar dicha sensación. Palabras que pudieran explicar el por qué jamás lograba ser parte de nada, ni siquiera en su propia familia. Hasta que un día, un nuevo mundo se presentó frente a sus ojos, haciendo que, por fin, todas las piezas encajaran y algo de luz llegara a su vida. Pero había un problema, un gran e insoluble problema. Todo era un sueño. Literalmente.