Emily & Jake ✔️

By ines_garber

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De la amistad al amor no hay solo un paso. Hay muros y barreras que hay que estar dispuesto a derribar o a de... More

P r ó l o g o .
U n o .
D o s .
T r e s .
C u a t r o .
C i n c o .
S é i s .
S i e t e .
N u e v e .
D i e z .
O n c e .
D o c e .
T r e c e .
C a t o r c e . (1)
C a t o r c e . (2)
Q u i n c e .
D i e c i s e i s .
D i e c i s i e t e .
D i e c i o c h o .
D i e c i n u e v e .
V e i n t e .
V e i n t i u n o .
V e i n t i d ó s .
V e i n t i t r é s .
V e i n t i c u a t r o .
V e i n t i c i n c o .
E p í l o g o .
E x t r a 1 .

O c h o .

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By ines_garber

21 de octubre de 2018

Era por la mañana y yo me dedicaba a practicar mentalmente la coreografía del certamen de patinaje, en la soledad de mi habitación. Lo hacía con mis cascos puestos y una música relajada de fondo, mientras pintaba las uñas de mis manos. Las había descuidado mucho esos últimos días, pero esa mañana decidí que sería una buena distracción. Y necesitaba eso precisamente: distraerme. Alejarme un rato de todo, incluso de mí misma.

El día anterior apenas había pisado mi casa. Después de pasar lo que me pareció una eternidad llorando en los brazos de Jake, le dije que necesitaba un tiempo a solas. En realidad eso era lo último que necesitaba, pero no quería que me viera tan frágil durante más tiempo. Solo quería desaparecer durante un par de horas. Quizá más.

Llamé a mi madre, quien me colgó en seguida, ya que se encontraba con su hermana —mi tía, con la que apenas hablo— y hacía tiempo que no se veían. Sabiendo que no estaba en su apartamento, decidí ocuparlo yo. Pase el día allí y, para cuando me marché, mi madre aún no había regresado. He de decir que eso fue un alivio. Ella era la última persona a la que acudiría en mis peores días. Tenía un don innato para hacerme creer que todo lo malo que me pasaba se debía a mi actitud inmadura y pesimista.

Miré mis uñas una vez terminé de pasarles la segunda capa de pintura. Eran largas y ovaladas, y ahora de un color rojo apagado muy otoñal.

Mis manos siempre me habían gustado, incluso de pequeña, cuando parecía imposible que algo en mi apariencia pudiese provocarme algo que no fueran arcadas. Mis dedos no eran precisamente finos, pero sí alargados, y mi piel era tersa y uniforme.

Alguien llamó a mi puerta mientras las contemplaba. No dije nada, pero la puerta se abrió igualmente. Detrás de ella, mi padre lucía serio. Tenía los ojos castaños apagados y el cansancio se leía en cada arruga de su rostro. La barba desarreglada decoraba su mandíbula.

—Emily —me llamó —. Vamos a hablar.

Avanzó hasta mi cama y se sentó en una esquina con mucho cuidado. Acababa de guardar mis botes de pintauñas, pero seguían esparcidos por la cama y rodaron hacia él en cuanto el colchón se hundió por su peso.

Lo miré sin saber qué decir, esperando que supiese leer en mi rostro todo lo que callaba, y a la vez deseando que no lo hiciese.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Nada. —Mantuve el contacto visual y mi voz suave. Había aprendido que la gente te creía con más facilidad si les hablabas de esa forma.

No obstante, y para mi desgracia, mi padre me conocía demasiado bien.

—Desde el viernes pareces un fantasma —señaló.

Me siento como uno, huyendo entre todos los otros fantasmas que me persiguen.

—No es nada, en serio. Es una tontería, no quiero que te arruine el buen humor —murmuré —. Ya lo estropeé lo suficiente durante la cena del viernes.

Mi padre resopló con cariño.

—Fue una estupidez por mi parte no decirte nada. No quería que le dieras demasiadas vueltas. Pensé que lo llevarías mejor si no te daba tiempo a pensar en el periodo de tu vida que compartes con Jessica —se lamentó —. Lo siento mucho, Emily.

Lo decía de verdad; desde lo más profundo de su corazón, y eso era lo que más me dolía. Su culpa era tan grande como la mía. De él la había heredado, eso no lo dudaba nadie.

¿Qué derecho tenía yo para hacerle sentir así por estar enamorado de la madre de Jessica? Uno no escoge de quién se enamora. Ni tampoco a quién odiar, por desgracia. Y yo había descubierto que seguía odiando a Jessica, incluso después de todos estos años. Eso decía mucho de mí..., pero es que aún no estaba preparada para perdonar, y mucho menos para olvidar.

A pesar de eso, no odiaba a Jessica ni la mitad de lo que quería a mi padre.

—No te preocupes, papá. Es que me pilló por sorpresa —admití —. No sé si habría sido mejor tener tiempo para prepararme mentalmente. Tú tampoco podías saberlo.

Intenté dedicarle una sonrisa, y me salió mejor de lo que esperaba. Sin embargo, la preocupación de su rostro no se borró.

—Jessica me recuerda a esa etapa de mi vida que estoy tratando de olvidar. Simplemente se me han abierto algunas heridas del pasado. —Le hablé con sinceridad, pero restándole importancia. La honestidad era la clave de las relaciones, pero yo era incapaz de no maquillar la verdad —. Ya cerrarán, papá. No quiero que haya problemas entre tú y Sophia por esto.

—Cariño, no se trata de eso —respondió con dulzura.

Me mataba verle así, tan preocupado por mí. De hecho, había más que preocupación en él. Había miedo. No el que te paraliza y te hiela la sangre, sino el miedo que te parte en dos y solo nace al estar a punto de perder a una persona.

—Sí que se trata de eso, al menos para mí. Sophie me gusta, ella no tiene la culpa de nada. Y aunque no me cayese bien, tú tienes derecho a ser feliz con quien quieras.

—Emily, desde el día en el que naciste, ha existido solo una cosa que está por encima de todo lo demás, de todo lo que alguna vez me ha importado, y esa eres tú —aseguró. Mis ojos se humedecieron de repente. Aparté la vista y traté de no parpadear para que se esfumaran cuanto antes.

—Pero eso no significa que tenga derecho a robarte aquello que te hace feliz, simplemente porque yo no haya sabido pasar página —dije con la voz quebrada.

Mi padre me miró con una sonrisa apenada en sus labios y se acercó para darme un abrazo.

—Lo superaremos poco a poco. Y si es muy pronto para que Sophia forme también parte de tu vida, pues esperáremos.

Si Dios existe, me amaba y me odiaba a partes iguales. Me detestaba lo suficiente como para hacerme pasar por un periodo tan malo en mi vida, y me quería lo suficiente como para darme al padre que tenía, pues no me imaginaba uno mejor que él.

Y aunque sus palabras deberían haberme tranquilizado, mi cabeza las interpretó de una forma distinta. A veces es difícil reconocer que no estás lo suficientemente bien como para enfrentarte a tus demonios.

Me dije a mí misma que por él, tendría que aprender a pasar de los recuerdos que me atormentaban. Que tenía que superarlo cuanto antes, aunque eso significara lanzarme a mar abierto sin haber nadado nunca.

Samantha me llamó esa misma tarde. Yo estaba sentada frente a mi escritorio, estudiando, pero me levanté para coger mi teléfono en cuanto escuché mi tono de llamada.

—¿Hola?

—Hola. ¡Para! —Lo último lo sonó algo más lejano, como si hubiese apartado el teléfono de su oído para decírselo a otra persona. Comenzó a reírse coquetamente y supe que se encontraba con Mark. Se recompuso tras unos instantes y el ruido de fondo cesó —. Perdón. Estamos preparando una pizza y Mark no deja de ponerlo todo perdido. Me acaba de manchar la nariz con salsa de tomate.

Sonreí al imaginar la escena. Si su relación llegase a terminar algún día, entonces ese día yo oficialmente dejaría de creer en el amor.

—¿Qué tal va todo? ¿Tienes planes para hoy? —preguntó.

—¿Aparte de estudiar? Ninguno.

—Perfecto. Los padres de Mark se han ido hace unas horas y no volverán hasta la noche. Hemos pensado en quedar aquí y hacer algo todos juntos. ¿Qué te parece?

—¿Tenéis la casa para vosotros solos y vais a invitarnos? No os recordaba tan castos —bromeé.

—Es que Kale y Sugar están aquí —aclaró.

Eso explicaba todo. Kale y Sugar eran los hermanos menores de Mark, dos inseparables mellizos de quince años a los que Mark había decidido apodar como alimentos de pequeño. Sus nombres reales eran Kyle y Susan, pero con el paso de los años todo el mundo se acostumbró a utilizar los apodos que Mark había creado y ya casi nadie les llamaba de otra forma.

—Vale, eso tiene más sentido —dije. Mientras hablaba, cerré el libro de matemáticas y lo guardé en mi mochila —. Estaré allí en una hora y media.

—Bien. Te veo luego, entonces.

Asentí antes de colgar. Me di una ducha rápida, me puse una sudadera holgada junto a unos vaqueros negros y me sequé un poco el pelo. Mi padre alzó la cabeza al verme pasar por el salón, camino a la puerta.

—¿Vas a salir? —preguntó.

—Sí. Vamos a pasar la tarde en casa de Mark. Supongo que volveré sobre las doce o así.

Cogí mi abrigo del perchero y busqué mis llaves en la mesita de la entrada. Mi padre me habló desde el salón, pero apenas pude oír lo que me decía, por lo que se levantó y vino hasta dónde yo estaba para preguntarme:

—¿Vas a cenar allí o te dejo algo preparado para cuando vuelvas?

La mentira estaba apunto de abandonar mis labios, pero mi padre me miraba serio, analizándome y preparándose al mismo tiempo para analizar mi respuesta. A pesar de eso, de la preocupación que él sentía, sabía que había decidido confiar en mi respuesta, fuese cual fuese. Tenía su confianza puesta en mí y le habría partido el corazón que la decepcionase.

—Creo que están preparando pizza. Intentaré comer un poco.

No era del todo mentira. No era una gran amante de la pizza, pero intentaría comerme aunque fuera un trozo.

Una parte de mi mente comenzó a calcular la cantidad de calorias que una pizza podía llegar a contener.

¿Vas a comerte algo tan calórico cuando ni siquiera te gusta la pizza? Mejor guárdate esas calorías para algo que merezca la pena de verdad.

Intenté alejar pensamientos como ese todo lo que pude, pero lo cierto era que, desde el viernes, eran cada vez más frecuentes. Lo último que quería en estos instantes era comerme un trozo de pizza.

Si hoy no como pizza, la siguiente vez que salga con mis amigos podré permitirme comer patatas fritas o un trozo de pastel.

Esa vocecilla en mi cabeza era una vil mentirosa. La siguiente vez no existía, porque en cuanto estuviera frente al trozo de tarta, mi mente inventaría cualquier otra excusa para evitar comérmela.

—Emily...

Solté un gran suspiro y le dediqué una sonrisa tranquilizadora.

—Guárdame un poco de comida, anda. Me lo comeré al volver.

Era la mejor alternativa.

El alivio en su rostro me hizo sentir algo cálido en el pecho. Le di un abrazo y después me despedí de él.

Estaba tranquila al salir de casa, pero conforme me acercaba a mi destino me di cuenta de que Jake también iba a estar allí, y los nervios empezaron a surgir. Había estado demasiado centrada en el tema de mi pasado como para preocuparme de mi relación con Jake, y ahora esa preocupación me llegaba de golpe.

Recopilé mentalmente todo lo que había pasado entre nosotros las últimas semanas:

1. Jake había estado a punto de besarme y yo me había apartado.

2. El sábado (ayer), pasé un buen rato llorando entre sus brazos, sin darle ni una sola explicación.

Solté un gran suspiro. ¿Sería capaz de actuar con normalidad? ¿Qué iba a hacer si me preguntaba sobre alguna de aquellas cosas?

Cuando llegué a casa de Mark me sudaban las manos, a pesar del frío, y mi corazón latía con nerviosismo. Llamé al timbre y cuando la puerta se abrió, me encontré con una chica menuda de tez oscura y unos ojos enormes y brillantes. El pelo negro planchado le llegaba por la cintura y llevaba puesto chándal de color rojo.

Sugar se parecía muy poco a su hermano mayor, cuyas facciones eran dulces y propias de una persona demasiado buena. Ella tenía la nariz alargada y los pómulos bien marcados, y el eyeliner grueso que se había dibujado endurecía su mirada, que ya era seria de por sí.

Puedo admitir sin vergüenza que aquella chica de quince años era intimidante. Al menos a primera vista, porque por dentro era tan encantadora como Mark, solo que con algunos rasgos inmaduros, típicos de alguien de su edad.

La saludé y me invitó a pasar. Me señaló dónde debía colocar mis zapatos y mi abrigo, y luego pasamos al comedor, donde los demás se encontraban.

Sin poder evitarlo, mi mirada se posó en Jake, como si nadie en aquella habitación fuese la mitad de importante que él. Él era el sol y yo giraba alrededor suyo.

Llevaba puesta una sudadera de su personaje favorito de League of Legends, el videojuego al que le dedicaba tantas horas de su vida. Era, concretamente, la sudadera que yo le había regalado por su cumpleaños. Mis mejillas se tiñeron de un tono rojizo al observar ese detalle.

Estaba sentado junto a Sam y ambos sostenían dos mandos de una consola. Sus miradas estaban fijas en la pantalla, la cual mostraba un videojuego con gráficos muy simples.

El salón estaba enormemente desordenado. Habían tantas latas de CocaCola sobre la alargada mesa que me pregunté cuántos días llevarían allí. Porque no podían haber bebido tantos refrescos en un solo día, ¿no?

También había una bolsa grande llena de ropa interior sin doblar y una pila de libros sin colocar en la esquina de la habitación.

Ethan y Mark me hicieron un hueco en el sofá grande —el que no se encontraba en frente de la televisión—. Estaban burlándose de lo serios y centrados que estaban nuestros amigos, pero estos no se daban ni cuenta. Solo tenían ojos para lo que sucedía en la pantalla.

Jake le daba un montón de órdenes a Samantha. "Tienes que hacer el combo bien." "Ya has vuelto a pulsar la tecla equivocada." "¡Esquiva bien! Si sabías que iba a disparar ahí, ¿por qué no te has movido?"

Parecía un sargento. Y Sam no se quedaba callada. Cada vez estaba más cerca de perder los nervios, y le contestaba enfadada que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Finalmente, y aunque ganaron la partida, Sam se rindió y nos suplicó que no la volviéramos a emparejar con Jake nunca más.

—Venga, Emily, prueba tú —me animó Sugar.

Yo no era mejor que Samantha a los videojuegos, ni mucho menos, así que le dije que me quedaría mirando, pero Mark insistió en que jugase una partida con Jake y terminé aceptando.

Me senté junto a él, en el diminuto sofá negro de piel sintética. Jake me miró muy por encima, como si se estuviera obligando a sí mismo a no prestarme más atención de la necesaria. Me dije que mí misma que eran solo imaginaciones mías, aunque he de admitir que despertó mi lado paranoico —otra vez—.

Derrumbarme delante de él fue un error. Así, solo conseguiré alejarle.

Los pensamientos intrusivos me perseguían como demonios ese día. Menos mal que había aprendido a sobrellevarlos mejor en el pasado. Al menos, ahora no dejaba que me controlaran por completo.

—¿Sabes cómo se juega? —me preguntó, mirándome por fin. Me sorprendió el tono dulce que usó, y también lo intensa que era su mirada. De nuevo, era como si se hubiese permitido algo que sabía que estaba mal, pero quisiese aprovechar el momento al máximo antes de dejarlo ir.

Negué con la cabeza y él comenzó a explicarme todo detalladamente. Intenté seguir la explicación lo mejor que pude, pero había demasiado que recordar. Demasiadas teclas, demasiados combos. Con suerte, sabría moverme de un lado a otro. Por lo menos así podría apartarme para no molestar a Jake en sus jugadas.

La partida comenzó y, aunque al principio jugué muy vagamente, en seguida me metí de lleno en el juego. A pesar de que los dibujitos eran planos y ridículos, el juego enganchaba un montón.

El tiempo pasó tan rápido que sentí que solo llevábamos jugando un par de minutos cuando la partida acabó.

—Lo has hecho bien —sonrió Jake mientras se levantaba del sofá. Mark soltó una carcajada —. ¿Quién es el siguiente?

—Tenéis que jugar un player vs player —dijo Kale, que acababa de entrar en el salón. Era clavadito a su hermana, con esos ojos oscuros y enormes y las facciones duras. También era increíblemente alto; había crecido mucho desde la última vez que le vi.

—No sería justo jugar conmigo —se regodeó Jake. Samantha puso los ojos en blanco, pero yo me reí.

—Lo que no sería justo es que Sugar y Kale jueguen si no es entre ellos —le corrigió Mark —. Le echan más horas al día a estos juegos que tú en una semana, créeme. Mi madre tiene que sacarlos a rastras de casa para que les dé el aire.

—Pero merece la pena —sonrió Sugar con suficiencia —. Acabamos de llegar al rango más alto del DBM.

—No jodas, ¿en serio? —preguntó Jake sorprendido.

A partir de ahí me perdí completamente en la conversación. Usaban términos que solo ellos entendían y, a pesar de que Kale y Sugar eran poco habladores, Jake conseguía que se soltasen muchísimo al hablar con él. Lograba eso con todo el mundo y yo siempre me preguntaba cómo lo hacía. Yo solo podía hablar de cosas generales con las personas a las que no conocía tanto. Podía hacer que las conversaciones avanzaran con temas poco interesantes pero eficaces, como los estudios, la familia, y esas cosas que todos tenemos en común. Jake, por otro lado, siempre tenía algo interesante que discutir.

Mark se levantó para buscar algo para picar, pero volvió en seguida anunciando que no quedaba nada bueno en la despensa. Se dirigió a sus hermanos pequeños y dijo:

—Tenéis dos opciones, o vais a comprar o nos quedamos sin aperitivos.

Sugar frunció el ceño, acentuando las arrugas de su diminuta frente.

—¿Y por qué no vas tú?

—Porque cuidar de vosotros es una tarea agotadora que ocupa todo mi tiempo—dramatizó.

Kale puso los ojos en blanco.

—¿Y cómo nos vas a cuidar si vamos nosotros a comprar?

Me hacía gracia presenciar las típicas peleas de hermanos, sobre todo porque yo era hija única y nunca protagonizaría una.

Medio hija única, a partir de ahora. ¿Quién sabe si participarás en una.

Maldito subconsciente.

—Voy yo. ¿Qué queréis que compre? —me ofrecí.

—Tendrían que ir estos dos vagos —insistió Mark, pero sus hermanos pasaron de él. Él suspiró y me dijo —. ¿En serio no te importa? La tienda está algo lejos.

—Sí, está bien. Aún no hace tanto frío.

—Te acompaño —dijo Jake —. Ethan, ¿por qué no vienes con nosotros?

Lo dijo de una forma extraña que llamó mi atención. ¿Tenía algún problema con que nos quedásemos solos? ¿Por qué estaba actuando con tanta precaución? Ese no era el Jake que conocía, tan despreocupado y cercano. Si tenía dudas sobre si quería o no que Jake me mirara con otros ojos, se disiparon en aquel momento. Prefería ser eternamente su amiga a ser la única persona con la que Jake no era él mismo.

Al final Ethan terminó uniéndose. Tardamos un buen rato decidiendo qué comprar, porque Sam quería que le trajésemos una bolsa de chuches de regaliz, pero Jake se dedicó a molestarla diciéndole que el solo hecho de meter esa "bazofia" en la cesta era vergonzoso.

Samantha estaba demasiado irritada con Jake como para entender que él solo estaba metiéndose con ella para divertirse, así que estuvieron por lo menos quince minutos "discutiendo".

Finalmente salimos de casa y nos dirigimos al supermercado. Noté a Jake más serio y callado que de costumbre, a pesar de que segundos atrás se estaba comportando como el Jake de siempre.

Ethan y yo comenzamos a hablar sobre el concurso de dibujo en el que iba a participar y los planes que tenía para su cuadro. Aún no había comenzado la pintura de Jake —había estado trabajando en otra—, pero ya tenía una idea bien pensada de cómo quería que fuese.

Jake se unió a la conversación, pero no soltó ningún comentario sarcástico o narcisista. Cuando llegamos a la tienda, fue directo a la zona de las gominolas y metió dos bolsas de regalices en nuestra cesta. Sonreí al percatarme del detalle. Jake podía llegar a ser tan irritable como una piedra en el zapato, pero siempre tenía esos gestos tan tiernos con las personas que le importaban.

—Emily, ¿qué patatas cojo? —me preguntó Ethan. Le dije que pillase los sabores más comunes, esos que le gustan a todo el mundo —. ¿Crees que querrán algo dulce también? Como M&M's, por ejemplo.

—No sé. Coge una bolsa, por si acaso —me encogí de hombros.

—¿Tú no quieres nada en concreto?

Negué con la cabeza.

—No me gustan mucho estas cosas —mentí. Lo que pasaba era que sentía que no merecía la pena comerlas. Eran demasiadas calorías vacías.

Lo cierto es que apenas recordaba la última vez que me comí una bolsa de patatas fritas o un paquete de galletas sin contar cada pedazo que me llevaba a la boca y sin limitar el número de calorías que podía ingerir. Años atrás, cuando era pequeña, me atiborraba a comida basura y calórica sin siquiera pensar en los números.

Echaba de menos esos tiempos, pero no las consecuencias de ellos.

Ahora estaba sana. Al menos, físicamente. Comía saludablemente. Seguía una dieta equilibrada y hacía ejercicio regularmente, sin llevarme a extremos. Pero también seguía obsesionada con los números y seguía temiendo subir de peso.

Esa parte es la que más cuesta de superar, y también la que vuelve una y otra vez, como un cometa no deseado que se cruza con nuestro planeta con demasiada regularidad.

—Cogeré un paquete de chicles —sonreí, y extendí el brazo para agarrar uno de estos paquetes pequeñitos de chicles de fresa sin azúcar.

—¿Dónde se ha metido Jake? —preguntó. Me giré para buscarlo, pero ya no estaba junto al estante de las chuches —. Dios, es cómo un crío. Si me descuido, desaparece de mi vista.

Solté una carcajada.

—Supongo que nos tocará esperarle aquí. —Dejé la cesta de la compra en el suelo y, aprovechando que nuestro amigo no estaba cerca, añadí: —Oye, Ethan ¿te ha dicho Jake algo sobre mí últimamente?

Ethan me miró extrañado e intrigado a la vez. Me fijé en que sus pestañas eran increíblemente largas y espesas, y tan negras como su cabello ondulado.

—No, no me ha dicho nada. ¿Por qué? ¿Me he perdido algo?

—No. Olvídalo. —Negué con la cabeza. Ethan analizó mi respuesta durante unos segundos.

—Estáis algo extraños los dos.

Vale, entonces no eran imaginaciones mías, después de todo. Sin embargo, no sabía si eso me aliviaba o me inquietaba.

—Si os pasa algo, lo mejor es que lo habléis entre vosotros —añadió —. Dudo que Jake me cuente algo sobre el tema, así que no te voy a ser de mucha ayuda.

—¿Por qué? —fruncí el ceño, extrañada —. ¿No se supone que confía en ti más que en nadie?

—Porque es un hipócrita. Le encanta meterse en asuntos ajenos, pero no soporta que le den consejos sobre cómo actuar. Y también porque, si tiene que ver contigo, supongo que querrá dejar al resto del grupo al margen.

Solté un largo suspiro. Necesitaba saber lo que había fallado exactamente para poder arreglarlo. ¿Había sido el casi-beso, la tensión que surgió entre nosotros el pasado jueves? ¿O le había asustado al derrumbarme de esa manera tan brusca? Ambas cosas habían sido inesperadas para mí también. No estaba en mi mano controlarlas.

O al menos, eso quería pensar.

Jake volvió a los pocos minutos con una bolsa de chocolatinas de Halloween.

—Pensaba que vosotros celebráis Halloween a vuestra manera.

—Sí, saldremos a cenar los cuatro —explicó Jake. Con los cuatro, se refería a Ethan, él, y sus respectivas hermanas.

—Entonces, ¿para qué es eso? —Señalé la bolsa.

—Son para Zoe. Le han prohibido comprar dulces por una temporada y está algo estresada porque le va fatal en matemáticas, así que he pensado que esto la animaría.

Sonreí enternecida. ¿Por qué tenía que ser tan considerado?

Comenzó a llover en cuanto salimos del supermercado y, para cuando llegamos a la casa de Mark, estábamos completamente empapados.

Sugar se ofreció a prestarme algo de ropa para que pudiese cambiarme. Me dejó unos vaqueros blancos y una camiseta sencilla de color mostaza. Me puse la parte de arriba sin problemas, pero cuando fui a ponerme los vaqueros... simplemente no me cabían. Eran demasiado pequeños.

O, más bien, mis piernas eran demasiado anchas.
Cuando me coloqué frente al espejo de la habitación de Sugar, semi desnuda en la parte inferior de mi cuerpo, solo pude pensar: ¿cómo voy a llegar a gustarme?

Seguía esperando el día en el que, al enfrentarme a mi reflejo, no lo odiara. Pero los días pasaban y aunque me encontraba mejor, más animada, más recuperada, mi imagen seguía siendo todo lo que no quería que fuese. No importaba cuánto me repitiese a mí misma que era perfecta tal y como era. En cuanto me comparaba con alguien más... toda esa autoestima que tanto me había costado construir se desmoronaba. Y no pedazo a pedazo, no: se caía todo de golpe.

El silencio reinaba en la habitación. Solo el eco de mis pensamientos lo interrumpía.

¿Cómo voy a llegar a gustarme? ¿Cómo voy a gustarle a alguien más?

Alguien llamó a la puerta. Me cubrí rápidamente y, al escuchar la voz de Sugar preguntándome si me servía su ropa, le dije que la verdad: que los pantalones no me venían. Entró en la habitación —pidiéndome permiso antes— y rebuscó entre las prendas de su armario hasta encontrar unos leggins negros y elásticos.

—Pruébatelos —me animó.

Le hice caso y me los puse allí mismo. Esos sí me venían, aunque algo ajustados.

—¡Te quedan mucho mejor que a mí! —aseguró Sugar —. Yo parezco un gallo cuando me los pongo. Ya sabes, estos gallos que tienen como pelitos en las patas. Se llaman gallos de Brahma, creo. Son muy graciosos —aclaró —, pero no es un look muy favorecedor. Esos leggins se me quedan arrugados y muy sueltos.

Me observé en el espejo una vez más. Estaba exagerando, sin ninguna duda. ¿Cómo le iban a quedar mal?

—A ti te quedan más estirados y ceñidos, y acentúa el hecho de que tu cuerpo ya no es el de una niña. Realza tus curvas.

Sí, ese era exactamente el problema.

—Hay curvas que es mejor no realzar —hice una mueca. Eran esas curvas las que yo siempre veía.

—¿Estás de broma? —Sugar dibujó en el aire la silueta de mis piernas —. A mí me encanta cómo te quedan.

Le dediqué una sonrisa, porque parecía sincera.

—Creo que eres la única que piensa eso, Sugar.

—Estoy segura de que no.

Negué con la cabeza y recogí mis pantalones húmedos de la percha junto al armario. El cuarto de Sugar era un caos: el escritorio estaba ocupado por un enorme ordenador con dos pantallas y una silla enorme de color gris, y todos los libros, libretas y papeles estaban tirados por la cama.

—Vamos abajo —dije, indicándole que ya había terminado de cambiarme.

Sugar me siguió hasta el salón, dónde se encontraban los demás. Ethan llevaba puesta una camiseta nueva, probablemente prestada por Mark. Jake, sin embargo, seguía llevando la sudadera que yo le regalé. Estaba húmeda y probablemente pillaría un resfriado por usarla así, pero sentí algo cálido en el pecho al ver que no se la había quitado. Quería creer que tenía un significado especial para él, aunque no fuera verdad.

Caminé hacia la bolsa de la compra, que seguía apoyada contra los libros de la esquina, y cogí mi paquete de chicles.

—Podrías ser más discreto, Jake —señaló Sugar. Cuando me di la vuelta, vi que miraba a mi amigo tratando de parecer seria, aunque sus ojos resplandecían divertidos y las comisuras de sus labios luchaban por elevarse —. Le estabas mirando el culo descaradamente —agregó, y después se dirigió a mí —. ¿Lo ves? Esos leggins te quedan genial. Deberías quedártelos.

—¿Eres tonta? No le estaba mirando el culo. —Jake le fulminó con la mirada. ¿Por qué parecía tan molesto? Estaba claro que Sugar lo había dicho a modo de broma.

—Oye, que no pasa nada. A mí también me cuesta apartar la mirada cuando veo un culo bonito —dijo Samantha, que sostenía una de sus bolsas de regaliz. Estaba claro que había perdonado a Jake por completo.

El susodicho negó con la cabeza y volvió a mirar su móvil, visiblemente incómodo. En cualquier otra ocasión se lo habría tomado a broma. De hecho, era él quién solía hacer ese tipo de comentarios, sobre todo para molestar a Ethan.

No saber lo que pasaba por su cabeza me estaba matando. Tenía que hablar con él.

El problema era que no tenía ni idea de qué decirle. No tenía ganas de ponerme en una situación en la que me vería obligada a aclarar lo que fuera que estaba pasando entre nosotros. De nuevo: yo no sabía qué pensaba él. Cuál era el problema. Y si lo que pasaba era que, al ver mi lado dramático, quería alejarse de mí...

El simple hecho de pensar en ello logró que me estremeciera.

En ese instante, habría dado lo que fuese por saber qué pensaba Jake de mí. Y también habría dado lo que fuese por no llegar a saberlo nunca.

¡Feliz Navidad!

Sé que muchas otras autoras van a actualizar y que probablemente no tengáis tiempo de leernos a todas, pero quería aportar algo igualmente.

Estas últimas semanas han sido algo complicadas para mí y aún no estoy recuperada (estoy lejos de estarlo). Mi inspiración está hibernando, al parecer. He tratado de escribir algo más que este capítulo y he sido completamente incapaz.

Así que, sintiéndolo mucho, mis vacaciones no acaban hoy.

Hace unos meses, cuando decidí retomar la novela, anuncié también que no me presionaría con las actualizaciones. Bueno, pues no he sabido cumplirlo y ahora estoy batallando incluso más que antes para escribir.

Durante los siguientes meses voy a dejarlo todo a un lado y voy a centrarme en recuperar la motivación. Quiero que, durante un tiempo, escribir se trate solo de escribir, no de planear, corregir, preocuparme sobre si la historia gustará, enganchará, será coherente o perfecta. Quiero escribir porque me nace, no porque es mi trabajo.

Sé que este año he sido un poco irregular y, a pesar de eso, me han llegado un montón de cosas buenas y me habéis apoyado muchísimo. Os estoy muy agradecida por ello y odio no poder daros esta historia como la merecéis, pero os prometo que la terminaré algún día y que seguiré escribiendo y publicando lo que escribo para que podáis leerlo.

Y puede que esté un poco desconectada por aquí, pero en twitter y insta me tenéis siempre. Además, puede que esté pensando hacer un sorteo pronto...

En fin, *mucho texto*. Espero que tengáis unas felices fiestas y que hayáis disfrutado el capítulo. Volveré, lo prometo.

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