Tres amores y medio | 1

By teguisedcg

1M 79K 67K

A Inma le acaban de romper el corazón. Sin embargo, a pesar de no estar del mejor humor, termina saliendo de... More

Introducción 🍃
<< Prólogo >>
<< Playlist >>
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diéciseis (II)
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Dieciocho (II)
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veinte (II)
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
«La primera noche»
«Solo somos amigos»
<< Segunda parte >>
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y Uno
Capítulo Treinta y Dos
Capítulo Treinta y Tres
Capítulo Treinta y Cuatro
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
<< Epílogo >>
«Una peculiar forma de abrir puertas»
«En un universo paralelo»
«Bebé en camino»
«Feliz cumpleaños, papá»
Sigue leyendo...
<< Lectura conjunta >>

Capítulo Veintiocho

10.7K 995 1.7K
By teguisedcg

Capítulo dedicado a csoridal, gracias por todo el amor que le estás dando a la historia, aunque este no sea el mejor capítulo para dedicarte jeje 🥺❤

(Canción: Love You Twice de Lilia Vargen)

<< 28 >>

Mini-maratón por los daños colaterales 1/2

Dio igual cuántas promesas o juramentos fuese capaz de hacerme. Una enfermedad de tal calibre no se podía frenar simplemente con un par de palabras.

El cáncer siguió invadiendo cada parte de su cuerpo hasta que semanas después tuvo que dejar de hacer su vida normal y sustituirla por la rutina de estar en la cama o pasear por los pasillos blancos e iluminados del hospital. Siempre motorizado.

Yo, por otro lado, me hice a un lado en la dirección del hotel. Asistía menos de forma presencial y mi trabajo consistía en estar varias horas pegadas a la pantalla de mi ordenador y con el teléfono móvil cada dos por tres en mi oreja. Era la única manera en la que podía estar con él, el máximo tiempo posible.

Sorprendentemente, ahora, que toda la verdad se sabía a pesar de ser dura y cruda era cuándo mejor estamos. Ahora, que su tiempo conmigo parecía estar en una carrera a contrarreloj, que cada segundo en que inspiraba y expiraba era otro segundo ganado a su lado.

El ruido incesante de una de las máquinas que monitoriza no sé qué logra que me distraiga del informe que tengo que entregar esta tarde. Enzo, sumido en un profundo sueño después de una dura sesión de quimioterapia, ni siquiera se inmuta ante el pitido incesante y agudo que corrompe el silencio tranquilo en el que había estado la habitación. No soy capaz de dar dos pasos antes de que una enfermera entre con prisas y comience a examinarla con rapidez.

—¿Qué tal fue la quimio? —cuestiona cuando el pitido repetitivo cesa.

—Bien, creo. Aunque cada vez acaba más agotado.

A pesar de intentar que no se note la tristeza que me embarga al recordar su imagen sentado en la silla, con el líquido introduciéndose en sus venas mientras disimulaba las muecas de molestia y dolor para no preocuparme, no lo consigo.

Angela, la enfermera, me da un ligero apretón en el hombro antes de sonreírme de esa manera tan maternal, que parece que simplemente con ese gesto es capaz de hacer desaparecer cada uno de tus miedos.

«Ojalá fuese así de sencillo en realidad».

—Solo necesita descansar un poco, cielo. Verás cómo en un par de horas te obliga a dar vueltas como un loco por el hospital —bromea.

Asiento en respuesta. Musito un «gracias» antes de que desaparezca por la puerta. Me acerco a la camilla y me siento en el colchón con cuidado para no interrumpir el sueño apaciguador que mi prometido parece estar experimentando. Acaricio el dorso de su mano con delicadeza, cómo sí, sí aplicase más fuerza de la necesaria fuera a quebrarlo. Enzo se remueve en sueños y yo me quedo estática en mi sitio. Farfulla algo en voz baja que no logro entender. Su cabeza se gira en mi dirección y pestañea un par de veces antes de enfocar su vista grisácea en mí.

Dibujo una pequeña sonrisa en mi rostro. Acorto un poco más la distancia entre nosotros y por acto reflejo acaricio una de sus mejillas huesudas. En tan solo unas semanas, su aspecto ha ido demacrándose un poco cada vez. Tanto, que si me enseñaran una foto de él hace unos meses no hubiera parecido el mismo.

—¿Qué tal has dormido? —pregunto con voz dulce.

Enzo entrelaza su mano con la mía, consiguiendo que sienta el cable frío de la intravenosa en contacto con mi piel. Aunque su tacto cálido lograr opacar lo primero.

—Si durmieses a mi lado seguro que mejor. —Sonríe de esa forma torcida tan suya.

Tira ligeramente de mí. Se hace a un lado en la estrecha cama y levanta las sábanas blancas, invitándome a que me tumbe con él. Retiro mis zapatillas en dos movimientos y me acurruco a su costado, con precaución para no dañar ningún cableado que vigile su estado.

Beso su mejilla izquierda para después apoyar mi cabeza en su hombro. Noto como él apoya la suya encima de la mía mientras que de forma distraída peina mi cabello con los dedos. Su mano libre, por otro lado, se enlaza y desenlaza con la mía.

Es tan simple y sencillo como esto. El estar los dos juntos sumidos en un silencio tan íntimo como relajante, sin necesidad de decir nada y a la misma vez, hablar a través de caricias, gestos y pequeños besos.

Últimamente, son estos momentos los que se han convertido en mi paraíso personal en esta tormenta que tiene intención de arrasar con todo.

Los últimos rayos de sol antes del anochecer se cuelan en la habitación tiñendo las paredes blancas de un tono más anaranjado. Desvío mi mirada de ellas para centrarla en mi prometido. Enzo tiene sus ojos grises centrados en nuestras manos mientras que yo observo con detalle cada uno de sus rasgos.

Esa ha sido otra de mis rutinas. No sé si por miedo a que un día ya no pueda hacerlo o sí, en el caso de que lo primero se cumpliese, pueda mantener el recuerdo de su cara de forma vívida en mi cabeza.

Él, al cabo de varios segundos, se da cuenta de mi insistente escrutinio. Sonríe con altanería al descubrirme.

—Sabes que si me sacas una foto es más duradero, ¿no? —cuestiona divertido.

«Prefiero que tú seas duradero», me gustaría decir, sin embargo, no lo digo.

—¿Quieres que te haga una foto?

—Mhm, y que me tengas de foto de perfil, fondo de bloqueo y de pantalla. ¿No sería bonito?

—¿No te parece un poco egocéntrico? —comento, sin contener la risa que se me escapa al final.

—Yo hubiera dicho romántico, pero eso también nos sirve.

—Tu concepto de «romántico» es un tanto extraño.

—Es lo que tiene estar saliendo con alguien como tú —responde con fanfarronería.

—Voy a tomármelo como un cumplido.

Entonces rompe a reír, de forma tan contagiosa que yo acabo riéndome a su lado. En medio de las risas sus ojos grises se encuentran con los míos. Cómo siempre que sucede, el tiempo se ralentiza hasta paralizarse entre nosotros. Es ahí donde parece que nada ni nadie salvo nosotros tiene importancia.

Su mano se desenlaza de la mía para acabar ahuecando mi rostro. No es hasta que siento su dedo áspero contra mi piel cuando soy consciente de que estoy llorando. Enzo limpia el rastro de lágrimas, observándome con preocupación.

—No me gusta verte llorar —susurra con voz ronca.

Cierro los ojos con fuerza y apoyo mi frente contra la suya, inhalando aire con lentitud. Buscando calma en el huracán sentimental que va abriéndose paso en mi interior. Su mano desciende hasta rodear mi nuca.

Abro los ojos topándome de golpe con una gran variedad de tonalidades grises y alguna que otra mota de color azul antes de que mi mirada baje a sus labios. Esos que he evitado besar a toda costa por miedo a dañarlo, a perjudicarlo en lugar de hacerle sentir mejor. Por miedo a...

Todo pensamiento se esfuma de mi mente cuándo siento el tacto cálido de unos labios contra los míos. La sensación de familiaridad se cuela por cada parte de mi cuerpo. Brindándome ese sentimiento de llevar mucho tiempo pérdida y de repente, volver a casa. A él.

Mi cuerpo tiembla al sentir su cercanía, tan palpable y tangible que hacía unos minutos parecía demasiado lejana. Mis manos ascienden con cuidado hasta su cuello. Acaricio su piel. Mis dedos ya no se enredan en sus rizos castaños. Enzo, por otro lado, sin darle la más mínima importancia a que tiene cableado por todo su cuerpo hace desaparecer la distancia entre mi cuerpo y el suyo mientras que nos besamos con intensidad.

Sin que nos importe absolutamente nada más.

Toda mi atención está enfocada en la sincronía de nuestras bocas, en el calor que emana a través de la ropa de hospital y de ser capaz de escuchar su corazón acelerado. Cosa que no pasa desapercibida para una de las máquinas que comienza a pitar de forma frenética.

Renuente, nos separamos. Nuestras respiraciones agitadas y nuestros labios rojizos e hinchados son todo lo que necesita saber Angela para observarnos con la reprimenda reflejada en su rostro y a la vez entretenida por la situación.

—Inma, necesito que controles que no le dé un infarto a este señorito de aquí, por favor —dice. De nuevo, logra que el pitido agudo y molesto deje de sonar.

—P-perdón —digo, sin ser capaz de evitar sonrojarme.

Angela nos ofrece una pequeña sonrisa antes de salir de la habitación.

—¿Por dónde íbamos?

—Íbamos a hacerle caso a la enfermera —contesto.

—¡Oh! Venga ya —se queja.

—Es por tu bien.

Is pir ti bin —me imita irritado.

—¡Oye! Eso lo hago yo.

—Llevar casi tres años juntos provoca que se me peguen ciertas cosas, amor.

Enzo acorta la distancia entre nosotros. Hago el amago de apartarme, pero al darme cuenta de que su intención es besar mi frente me quedo quieta en mi sitio disfrutando del pequeño contacto. A alguien le podría parecer insuficiente, pero para mí es lo mejor que me podría suceder.

Yo, por otro lado, beso la punta de su nariz, logrando que él la arrugue en un acto reflejo sacándome una sonrisa por su reacción.

—¿Vemos una película? —pregunto, volviéndome a acurrucar a su lado.

—¿Una de miedo?

Centro mi mirada en mi prometido, fulminándole de malas maneras mientras que él intenta disimular lo divertida que le resulta la situación.

—¿Tú quieres morir?

—Si es a besos, sí.

Niego con la cabeza, sin disimular la sonrisa que surca mi rostro. Busco entre los canales de televisión hasta que encuentro uno que está emitiendo una de comedia. Aunque, en realidad, mi atención está más enfocada en la persona que está a mi derecha que en la película.


* * *


Hoy han decidido venir todos. Hugo y Mikel no dejan de atosigar a Enzo de preguntas mientras que Iván, Mar y yo los observamos divertidos. Al final, mis dos amigos y yo nos decantamos por ir a la cafetería a tomar un café mientras que ellos tres se ponen al día.

Es la primera vez que bajo. No me gusta salir de su habitación y dejarlo solo. Tengo ese miedo, en un lugar recóndito, pero que siempre se exterioriza en los peores momentos, de que en cualquier momento se marchará. Siempre he creído que la peor manera es hacerlo en solitario, por eso esta vez me voy más tranquila. Sabiendo, que, si se va, sería al lado de sus amigos.

Caminar por los pasillos de hospitalización logra ponerme los pelos de punta. Se nota que apenas he salido durante estos meses de la habitación salvo en busca de una enfermera porque ni siquiera sé por dónde dirigirme. Al final, es Iván quién nos hace de guía hasta bajar a la planta cero, dónde se localiza una de las cafeterías.

Al entrar, el olor a café inunda mi nariz. No era consciente de lo que lo había echado de menos hasta el momento. Acostumbrada a beber leche, comer a base de la máquina expendedora o de lo que le sobraba a Enzo, el olor amargo y a la vez dulzón de la bebida me resulta exquisito.

—Id cogiendo sitio y yo hago la cola, si queréis.

Tanto Mar como yo asentimos en respuesta.

—¿Un descafeinado y un macchiato? —pregunta Iván antes de encaminarse hacia la barra.

—Yo con un leche y leche estoy bien —digo.

Ambos me miran confundidos por mi cambio de pedido, aunque no dicen nada al respecto. En estos últimos días mi gusto se ha ido simplificando. Ahora con una chocolatina puedo ser la persona más feliz. Suficientes problemas tengo y tendré para crearlos de pequeñeces que se pueden solucionar con facilidad.

Acabamos sentadas la una en frente de la otra. No puedo evitar fijarme en que el rostro de Mar está más redondeado que la vez pasada y parece que ha cogido un par de kilitos, pero no me atrevo a decirlo en voz alta. Lo último que quiero es ofenderla o algo por el estilo.

Iván no tarda en llegar cargado con tres vasos de cartón del que sale una pequeña nube de humo. En cuánto mi café está delante de mí, no dudo ni un momento en rodearlo con las manos y disfrutar del calor que desprende. Soplo para templar la bebida y luego le doy un pequeño sorbo.

—¿De qué estabais hablando? —cuestiona el castaño, observándonos con curiosidad.

—De nada en especial.

—En realidad, mhm, yo os quería contar una cosa —comienza Mar, sus mejillas se sonrojan por completo adquiriendo casi la misma tonalidad que su cabello.

«Esto va a ser interesante».

—Veréis es que... —Se silencia un momento y suelta un suspiro antes de continuar—. Estoy embarazada —musita.

El castaño y yo intercambiamos una mirada y entonces al unísono decimos: —¿Qué?

—Pues eso... ¡Pero Mikel no lo sabe! —nos advierte, aún más sonrojada que hace unos minutos.

—¿Y por qué no? —no puedo evitar preguntar.

—No lo sé, ¿y si él no quiere ser padre?

—Mar, cariño mío, siendo algo vuestro estoy seguro de que va a adorar la idea.

Mi amiga observa a Iván, con la duda reflejada por completo en su mirada verdosa.

—Esta vez Iván tiene razón.

Ella bufa algo inentendible. Nos observa a los dos con fastidio y musita un «pues vale» en un volumen tan bajo que me sorprende que seamos capaces de entenderla. Minutos más tarde, tras terminar nuestros cafés y convencer por activa y por pasiva a Mar de que debería a decirle a Mikel que está embarazada, volvemos a la habitación de Enzo.

Al abrir la puerta nos encontramos a Mikel y a Hugo observándose mutuamente. Si las miradas matasen, las suyas serían pistoletazos continuos en ese duelo.

—Claro que lo sabe, soy yo —alega Hugo, con suficiencia.

—¿Tú? ¿Su padrino? ¿No debería de ser su mejor amigo? —pregunta en respuesta Mikel.

—Pues por eso mismo.

—¿Eh? Su mejor amigo soy yo.

—Querrás decir su segundo mejor amigo —enfatiza Hugo.

—¿Chicos? —digo, llamando la atención de los tres.

Pero se limitan a observarnos antes de volver a discutir entre los dos mientras mi prometido se divierte a su costa.

—¿Y eso por qué? —cuestiona Mikel.

—Estuve cuatro años soportándolo en la carrera.

—Yo estuve cinco años aguantándolo de compañero de piso —rebate el chico de rastras y ojos azules.

—Lo que tú digas.

—Eso mismo —dice, triunfante. Su mirada azulada recae, entonces, sobre nosotros—. Inma, ¿cuáles serán tus madrinas?

—Nosotros y Lara, ¿no nos ves? —le responde Iván.

—¿Madrina? —pregunta Hugo.

—Claro. Me pongo vestido, tacones y maquillaje. Apenas se notará la diferencia.

Hugo enarca una ceja, divertido. Los ojos azules de quién era mi compañero de piso le dan un repaso bastante descarado a Iván, logrando que el castaño a mi lado se remueva incómodo. Iván traga saliva y tose.

—Entonces, ¿tendréis dos padrinos y tres madrinas? —pregunta Mikel, sonriendo.

—Un padrino. Uno solo —contesta Hugo, con su malhumor habitual.

Aunque en realidad todos sabemos que en el fondo es quién mejor se lo está pasando.

Enzo, por otro lado, rompe a reír ante el panorama. Sonrío al escucharlo. A veces, soltaba alguna pequeña carcajada, pero más por cortesía que porque realmente lo sintiese así. Esta es la primera vez que lo escucho reírse por completo. Pero dicha risa no tarda en convertirse en una tos hosca, obligándolo a encorvarse.

Me acerco a él con rapidez para enderezarlo mientras que Mikel y Hugo se apartan de la cama con muecas de preocupación. Tampoco me fijo demasiado, porque toda mi atención está en que Enzo vuelva a respirar con normalidad y que esa tos tan horrible desaparezca. Al ver que eso no sucede, me giro hacia a ellos.

—Buscad a un médico, por favor —digo con la voz encogida.

«Esto no puede significar nada bueno».

Nuestros amigos son sustituidos por dos doctores y varias enfermeras que me apartan de su lado. Ahora, me encuentro en una esquina de la blanca habitación observando como las personas encargadas en que él se encuentre bien van de un lado al otro sin parar. El pitido incesante de las máquinas es lo único que irrumpe el silencio metódico de la habitación.

«No sé qué es peor».

Bueno, en verdad si lo sé. El pitido de las máquinas es mil veces peor.

Observo las muecas de concentración de los médicos frente a mi prometido, a la misma vez que algún rostro de las enfermeras tiene en sus facciones reflejada la preocupación. De vez en cuando me ofrecen una mirada lastimera. No hacía falta que dijesen nada para yo saber que algo iba mal. Que algo empezaba agotarse.

Tarde, comprendería que era el tiempo. El tiempo que comienza a agotarse para nosotros. O por lo menos, para uno de los dos.

Ahora comprendo cómo debió de sentirse Carol al ser testigo de cómo la muerte se llevaba de su lado a la persona que más quería. Con la que quería pasar el resto de sus días, a quién le entregó su alma y su corazón. Así es como me siento yo. Noto una presión en el pecho que va incrementando su peso un poco cada vez que tardan en acallar las máquinas. Puedo ser consciente de cómo de horroroso debió de ser ver escapar la vida de la persona que amas sin poder hacer nada para detenerlo.

Impotencia. Eso es lo que experimento. Impotencia cruda al igual que siento cómo la tristeza se asienta en cada una de las células de mi cuerpo. Solo puedo estar ahí, estática, observando cómo se va apagando el brillo de vitalidad que iluminaba sus ojos grises.

Uno de los médicos se acerca a mí. Es en ese momento cuando me percato de que el pitido molesto de las máquinas ya no está. Suelto un suspiro de alivio.

—Acabamos de estabilizar al señor Rubio, pero no creemos que sea para mucho tiempo. Está en sus últimos minutos, quiero que sea consciente de ello —me informa con voz pausada. Una de sus manos se apoya en mi hombro y me da un ligero apretón—. Lo lamento mucho.

Trago saliva, intentando hacer desaparecer las ganas que tengo de ponerme a llorar. Niego con la cabeza y muestro una pequeña sonrisa antes de agradecerle al doctor su labor. Él y el resto del equipo se marcha para dejarme unos momentos a solas con Enzo.

Los últimos.

Arrastro el sillón hasta acabar a orillas de su cama. Sus ojos grises se fijan en mí y me ofrece una de sus sonrisas ladeadas antes de enlazar su mano con la mía. El tacto de esta es más frío que la otra vez. Un escalofrío me recorre de pies cabeza ante el pensamiento de que se va a morir, a pesar de ser consciente de que es eso lo que va a ocurrir.

Su otra mano se alza y ahueca por última vez mi rostro. Su pulgar traza círculos en mi piel con calma.

—Eres el amor de mi vida, Inma Guerrero. Te quiero —susurra con voz rasposa.

Al hablar le cuesta respirar. Los pitidos, aunque son más débiles, se escuchan con intensidad en la habitación.

—Yo nunca voy a dejar de hacerlo —respondo entre lágrimas.

Siento cómo él retira las lágrimas que se escapan de mis ojos. Le doy un apretón a través de nuestras manos entrelazadas. La mano que acariciaba mi mejilla cae lánguida al lado de su cuerpo.

—Te amo, amor —dice en voz muy baja.

Suelta un suspiro aletargado. Para él, incluso hablar le resulta un esfuerzo mayor. En esta ocasión, sin embargo, no es solo eso. Siento cómo el agarre en mi mano va perdiendo fuerza y sus ojos se van cerrando con lentitud. Las lágrimas recorren mi rostro cómo un río en plena cascada. Sin freno.

Hago el esfuerzo de ver a pesar del llanto que nubla mi mirada. Mis ojos se fijan en la pantalla que controlaba su pulso. En lugar de haber una línea que sube y baja me encuentro con la imagen de una línea recta continua.

N/A: Os dejo este rincón para desahogaros antes de ir a leer el 29. Soy brujúla, es decir, no planeo nunca lo que va a pasar en las novelas, ni los personajes, a veces ni siquiera los nombres, pero, otras veces si tengo algo claro y normalmente son las muertes. Sabía desde el momento 0 que Enzo moriría, pero no que dolería tanto, no que después de darle fin a su personaje aún así quería seguir escribiendo extras desde su perspectiva, de su historia de amor con Inma, de su amistad de Mikel... de él.

Yo he sufrido también 🥺 y aunque no me arrpiento, tengo claro que volvería leerme todos los capítulos para rememorar la historia de nuevo. Estoy deseando que sea verano para poder hacerlo, y crear escenas nuevas e incluso capítulos, no sé.

Lloré con la canción la primera vez que la escuché porque supe a la perfección que eran ellos, que era su historia y que "before we lost it all, before we pay the price, I love you once, now won't you let me love you twice.

(Antes de que lo perdamos todo, antes de que tengamos que pagar el precio, te quise una vez, ahora porque no me dejas quererte una segunda vez)

Nos vemos en el 29 ❤

Pd: Hay un extra de este capítulo, se llama "En un universo paralelo", cuando la novela termine haré un cuestionario para subir 2 de los 6 y los elegiréis vosotros, pero es que este extra es mi favorito. 🥺💔

Continue Reading

You'll Also Like

881K 39.3K 49
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
592 86 19
Elle Stongery es la segunda heredera al trono, su vida cambiará y su corazón tendrá que arder cuando una decisión por amor haga que su familia y rein...
41K 2.8K 30
Harry Potter || Draco tiene un hijo y debe ocultarlo pues Voldemort tiene interés en él para realizar un hechizo de magia negra. El rubio tiene que...