¿Qué piensan los perros?

By Rizaval

176 0 0

Cuando ya no queda esperanza; cuando la soledad invade tu mente; cuando todo parece llegar a su fin, aparece... More

PRÓLOGO 1
PRÓLOGO 2
PRÓLOGO 3
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
12
13
14

11

2 0 0
By Rizaval

Sandra estaba muy contenta, ya que al día siguiente le quitarían por fin la escayola a Nana. Había mejorado mucho y ya se intentaba mover más que antes, por lo que Sandra tenía que estar más continuamente encima de ella para que se estuviera quieta. Pero a la muchacha no la importaba; todo lo contrario, la encantaba. Desde luego iba a echar de menos aquellos cuidados.

Se fue a la cama impaciente por despertarse a la mañana siguiente, por lo que tardó en dormirse sin dejar de pensar en cómo le quitarían la escayola. Ella había visto cómo se la colocaban y la había gustado mucho. También la había atraído la forma de hacer las radiografías y cómo el veterinario la miraba para ver cuál era el problema. Sentía un repentino interés por todo eso. Entre todos estos pensamientos, finalmente se quedó dormida.

La despertó su madre. Se levantó de un salto de la cama y comenzó a buscar rápidamente la ropa para vestirse, pero la mujer la tranquilizó diciéndole que todavía quedaba una hora para la cita, así que bajó primero a desayunar.

En el salón estaba, como cada vez que se levantaba, su padre, sentado sobre un cojín al lado de Nana vigilando que no se moviera más de lo suficiente. Sandra lo saludó y luego a Nana, quien se puso a mover el rabo contenta de ver a su dueña, amiga y, por qué no, veterinaria. Se sentó al lado del hombre a esperar que su madre le llevara el desayuno. Desde que Nana estaba así, siempre desayunaba allí, junto a ella.

Cuando terminó, se quedó al cuidado de la perra, pues su padre tenía que vestirse.

—¿Qué tal estás, Nana? —le preguntó acariciándola—. Estarás contenta, ¿no? Hoy te quitan la escayola y podrás moverte todo lo que quieras y volveremos a jugar juntas. Lo estoy deseando. —Nana no dejaba de mover el rabo, lo que satisfizo aún más a la niña, ya que demostraba que estaba alegre.

Al cabo de un rato, entró su madre y le dijo que se vistiera, que ella se quedaría con Nana. La muchacha hizo lo que dijo y subió a su habitación corriendo. Se puso uno de sus vestidos preferidos: era rosa y blanco y a la altura del pecho aparecía la graciosa cara de la gata Hello Kity. Cuando bajó, ya estaban todos preparados para salir; se le había pasado rápido la hora.

Ató a Nana como cuando la sacaba a pasear, la subieron al asiento trasero del coche con mucho cuidado para no hacerla daño y se dirigieron al veterinario.

Por suerte, no había nadie en la consulta y pudieron entrar a la hora citada. El delgado médico salió de la habitación y los llamó de inmediato.

—Bueno, ya es hora de quitarle esto. Espero que la hayas cuidado bien y que hayas evitado que se mueva —dijo mirando a Sandra mientras subía a la perra en una mesa.

La muchacha se sonrojó, pero dijo orgullosa:

—Sí, hice todo lo que nos dijiste, y mis padres también.

—Muy bien. Buenos padres. Vamos a ver.

El veterinario cogió unas tijeras más grandes de las que Sandra utilizaba en el colegio para cortar papel y comenzó a extraer la escayola con cuidado. Eso era lo último que Sandra se imaginaba como forma de quitarla. La sorprendió y cautivó. Terminó de cortarla y al ver la parte que antes quedaba tapada, la muchacha se preocupó, pues estaba casi sin pelo. Al ver la expresión de la chica, el veterinario dijo:

—No pongas esa cara, tranquila. No la pasa nada. Es normal que esa zona esté así. Los pelos están aplastados y parece que no tiene, pero está bien. —Sandra se calmó: tenía una bonita voz, grave, pero bonita. La tocó la parte de las costillas para ver el estado—. Parece que has hecho un buen trabajo, chica. Hay que hacerla radiografías para confirmarlo con más exactitud y estar del todo seguros, pero parece que está totalmente curada, y gracias a ti.

Sandra sonrió.

—Gracias —dijo volviéndose a sonrojar.

—¿Sabes? Serías una buena veterinaria. ¿Quieres venir a ayudarme con las radiografías?

Sandra no se lo podía creer. ¿Era cierto? ¿Sería una buena veterinaria? Ahora que lo pensaba mejor, la encantaba cuidar a los perros. Había dado de comer y de beber al perro abandonado desde el patio de su colegio y había estado cuidando a Nana. La entusiasmaban las cosas que el veterinario hacía: cómo ponía la escayola y cómo se la quitaba, cómo la examinaba, cómo hacía las radiografías… De pronto, se dio cuenta de que era lo que quería, a lo que deseaba dedicarse cuando fuera mayor. Nada de princesas; eso no existía. No lo iba a dar más vueltas, ya lo había decidido: quería ser veterinaria. Estudiaría para ello y luego trabajaría cuidando y curando a los animales, estuvieran abandonados o no.

Entró contentísima a la sala de las radiografías con Nana y el médico pensando que, algún día, sería ella quien preguntaría a una muchacha o a un muchacho si quería ayudarla.

Jaque, a sus casi siete años de edad, estaba demasiado viejo como para continuar corriendo. Habían pasado cinco años y su debilidad se hacía notar en la poca aceleración que tenía al comenzar a correr y en la larga resistencia que antaño lo había convertido en el segundo galgo mejor del mundo y que, ahora, era escasa; más o menos a los treinta segundos, se paraba de puro cansancio. Santi temía ese momento y esperaba que sucediera lo más tarde posible, pero el perro había dicho basta y él tenía que cumplir una promesa que hizo con todo su corazón y conciencia. Por lo que a pesar de lo que le costaría dejar aquel mundo de caza, no se arrepentiría.

Aquella corta carrera de la fría mañana de otoño sería la última que vería, al menos de un perro suyo, porque no pensaba comprar otro galgo más. A partir de ese momento se dedicaría a cuidar de Jaque como se merecía; como campeón que era.

Como toda esa última temporada de caza, Jaque llegó hasta Santi jadeando intensamente, temblando y sin nada en la boca, solo su larga lengua llena de babas moviéndose hacia adelante y hacia atrás al son de los secos sonidos del jadeo. Santi lo ató diciéndole: «Muy bien, chico. Vamos, descansa», y cuando ya se marchaban, les comentó a sus compañeros de cuadrilla sus intenciones.

—Bueno, tengo que deciros que ya no me voy a apuntar más a esto —dijo dibujando con el brazo un amplio arco horizontal que abarcaba a los hombres con los perros y el campo.

Los compañeros alzaron las cejas, sorprendidos.

—¿Por qué? —preguntó uno.

—Jaque está demasiado viejo para correr; ya lo habéis estado viendo estas últimas semanas. Y cuando salí de la cárcel hice una promesa a mi hijo y a mí mismo de que cuando llegara este momento no volvería a cazar. —A ninguno le interesó por qué realizó esa promesa; la vida personal de un hombre era suya. Solo se despidieron—. Venga, hasta otra. Ya vendré algún día a veros.

Sintió una presión en el pecho, señal de lágrimas en el horizonte, pero resistió e impidió que se le cayeran las lágrimas, pues estaba haciendo lo que tenía que hacer, lo que le debía a su perro y a David.

Al llegar a casa, David estaba allí, puesto que era domingo. Se encontraba con su novia inglesa, Alison, a la que Santi había conocido unos días después de decirle a su hijo que quería verla hacía cinco años. Era una muchacha joven, de la edad de David. Tenía un color de piel muy claro característico de los ingleses, un pelo rubio pálido y unos bonitos ojos azules. Era más bien delgada, pero tenía buena forma, y era muy simpática. Había aprendido español durante aquellos últimos años y aunque aún tenía acento, se la entendía bastante bien. Esa noche, había dormido en casa con David, como muchas otras.

—Buenos días —los saludó a los dos. Estaban desayunando en la cocina.

Ellos le contestaron: su hijo con la boca llena, y Alison después de tragar.

A Santi no le importaba que la novia de su hijo se enterara de sus cosas y le contó a David lo que acababa de hacer.

—Me alegro por ti, papá —le halagó David con una sonrisa de oreja a oreja—. Sabía que podrías hacerlo.

Santi se sintió orgulloso de sí mismo y de la alegría de su hijo. Luego miró a Jaque y le dijo con la mente: «Toda esta felicidad es gracias a ti, Jaque. Estarás conmigo hasta que Dios decida llevarte. Estate tranquilo y no tengas miedo. No te voy a hacer daño».El perro pareció sentir lo que decía, pues comenzó a mover el rabo.

Llevó a Jaque al patio y a continuación comenzó a prepararle la comida. Se sentía extraño. Aquella era la primera vez que realizaba la comida a un perro que ya no podía correr y por tanto satisfacer sus necesidades de caza. Era la primera vez que alimentaba a un galgo que, según el horrible término que utilizaba antes y que ahora no soportaba para referirse a un perro, no valía.

Cinco años después, Miguel creía que ya era hora de casarse. Hacía cuatro años que Sara se había ido a vivir con él y su relación fue mejorando minuto a minuto. Ella había trasladado toda su ropa y pertenencias a su casa, y tenía un perro negro de raza foxterrier con el fino rabo siempre hacia arriba llamado Galán que había hecho buenas migas con Bobby; él también tenía por fin compañía de su misma especie. Miguel se dio cuenta con amargura de que probablemente era la primera vez que Bobby veía a otro perro —suponiendo que el tiempo que estuvo en la calle después de la muerte de Fran no se hubiera encontrado con ninguno—. Y, a pesar de tener ya diez años, y Galán ocho, jugaban bastante.

Todas las magulladuras se habían curado hacía unos años, excepto ahí donde eran más profundas y quedó cicatriz visibles por falta de pelo, por el diente, y por el ojo, que aunque estuviera un poco más abierto que al principio, continuaba sin estarlo del todo.

Le preocupaba la edad de Bobby. Sabía que la esperanza de vida de un pastor alemán se encontraba alrededor de los doce años. Le dolería bastante perderle. Nunca hubiera pensado que se sentiría así por un perro.

No obstante, ese día tenía que dejar a un lado los pensamientos sobre Bobby y centrarse en la forma de pedirle el matrimonio a Sara. No dejaría pasar una jornada más. Llevaba pensando decírselo unos cuantos días, pero no se decidía; incluso en una ocasión, hacía ya dos semanas, entró en una joyería y echó un vistazo a los anillos. Pero finalmente salió con las manos vacías convencido de que todavía no era el momento.

Tenía varias dudas sobre cómo proponérselo. No sabía si ponerse de rodillas y entregarle el anillo estilo películas de amor o simplemente, más natural, dárselo sin arrodillarse. O tal vez, no hacía falta la sortija, la compraría algo bonito y la joya se la entregaría en la boda únicamente.

Bobby pasó por delante de él y distrajo de nuevo sus pensamientos. Se encontraba solo con los dos perros en el salón; Sara estaba en el hospital trabajando. Esta vez se fijó en la forma de andar del perro. No se había dado cuenta hasta ese momento de que caminaba de una forma extraña: cojeaba exageradamente. Se acercó a él extrañado y Bobby comenzó a mover su peludo rabo negro y marrón (como el resto del cuerpo) de un lado para otro. Se agachó a su lado y con una mano le tocó las patas para ver si se quejaba, pero el animal no hizo nada. No así al tocarle la cadera. El perro dejó escapar un leve quejido y Miguel sintió aquella parte bastante hinchada al tacto. Se alejó unos centímetros y vio lo abultada que se encontraba la cadera, pensando que era increíble que no se hubiera dado cuenta antes. Asustado, le puso la correa y lo llevó a toda prisa al veterinario.

Al llegar tuvo que esperar en la sala de espera junto a otras cinco personas, cada una con un animal, siendo perros los que más abundaban. Había un gran silencio que únicamente era roto por el ronco ronroneo de un gato que tenía una pata vendada. Al cabo de un rato, decidió llamar a Sara. Solía llamarla cuando ella se encontraba en la hora de descanso, pero no aguantaba más, tenía que decírselo, estaba muy preocupado por él; tenía que decirla que estaba en el veterinario con Bobby. Se le había olvidado completamente todo lo respecto a la boda.

Marcó su número y la llamó. No lo cogió, pero al rato sonó su móvil; era Sara. Le contó todo y ella dijo que iría en cuanto llegara la hora del descanso. Miguel se tranquilizó. Se despidieron con un «te quiero» y Miguel volvió al silencio ronroneado de la fría sala de espera.

—Debe de ser un buen perro —comentó una de las personas que se encontraban en la sala. Miguel se giró. Era un hombre mayor de unos setenta años con el poco pelo de color blanco, únicamente a ambos lados de la cabeza, y con unas gafas bastante antiguas sobre una nariz muy peculiar (la punta redonda, como la nariz de los payasos) que llevaba en una jaula un canario—. El pastor alemán, según dicen y he comprobado, es la raza de perro más inteligente y fiel que existe. —Miguel se mantuvo en silencio pensando en cada palabra que aquel anciano decía—. Yo tuve uno. —El hombre desvió la mirada de Miguel y pareció estar a punto de llorar, pero no le cayó ni una lágrima—. Murió hace unos meses. Le crié desde que tenía tres años; le recogí de la calle y un veterinario me dijo la edad que posiblemente podía tener. Algún desgraciado lo habría abandonado porque tenía una pata rota y no quería gastarse dinero para curarle. Siempre estaba a mi lado, nunca se separaba de mí, y creo que era —pensarás que estoy loco—, pero pienso que era porque me estaba agradecido. Luego, cuando mi mujer falleció hace ya cuatro años, él entraba en mi habitación por la noche y se quedaba allí hasta la mañana siguiente… Algo que no había hecho nunca. También…

El veterinario salió e interrumpió al anciano, a quien llamó para que entrara en la sala mientras salía otra persona con un perro.

—Haces bien en traerle al veterinario y cuidarle, se lo merece, seguro que sí —le dijo el hombre mientras se levantaba.

Miguel miró a Bobby, y retuvo las lágrimas que estaban a punto de resbalarle por las mejillas al pensar en cómo eran las cosas antes con el perro, antes de que Fran muriera. No se podía creer que él hubiera maltratado al animal que tenía tumbado a sus pies. El hombre tenía razón, sin duda se merecía todo el cariño que estaba recibiendo ahora por parte de su amo.

Al cabo de unos minutos llegó Sara. Nada más verla recordó el dilema que desde que se había levantado, hasta que había visto a Bobby cojeando, no se le había ido de la cabeza: el cómo pedirle a la gran belleza de pelo oscuro y ojos azules que en esos momentos entraba por la puerta, que se casase con él. Se le había olvidado por completo y ahora, al tenerla delante pareció cerrársele el estómago. Ella le saludó y él tardó un rato en contestar.

—¿Te ocurre algo, Miguel? —preguntó ella preocupada al darse cuenta, al parecer, de su ensimismamiento.

No debía esperar más, es más, ya no podía aguantar más. ¿Para qué tanto romanticismo? Al fin y al cabo, lo de dar el anillo de rodillas o metido en un pastelito o en una copa de champán no era algo que se soliera hacer en la realidad, más bien se trataba de una invención del cine. Además, si no se lo decía en ese momento en el que nada más verla le había comenzado a latir el corazón a una velocidad que él creía que no se podía alcanzar y ahora que estaba decidido a hacerlo, ¿cuándo lo haría? No, aquella era, a pesar del lugar en el que se encontraban, la ocasión ideal.

Sin levantarse del incómodo asiento de la sala de esperas del veterinario y con Sara en pie, delante de él, enfundada en un vestido verde que hacía juego con sus ojos, esperando a que le contestara a su pregunta, al fin se lanzó, mirándola intensamente a los ojos.

—Cásate conmigo, Sara. —La chica abrió los ojos sorprendida y no dijo nada, parecía haberse quedado en shock—. ¿Te quieres casar conmigo, Sara? Te quiero —volvió a proponer esta vez un poco más formalmente.

Unos instantes después, Sara volvió al mundo real e, inclinándose, le besó en los labios, de nuevo sin decir nada como el día de su reconciliación. Las personas que allí se encontraban comenzaron a aplaudir como en las típicas sitcoms.

«Supongo que eso es un Sí», pensó Miguel sintiéndose la persona más feliz del mundo mientras besaba con pasión a su prometida.

Continue Reading

You'll Also Like

77.4K 172 17
My wlw thoughts Men DNI 🚫 If you don't like these stories just block don't report
1.2M 57.2K 83
"The only person that can change Mr. Oberois is their wives Mrs. Oberois". Oberois are very rich and famous, their business is well known, The Oberoi...
253K 1.4K 33
This is a mix of different animes that have smut in them
50.5K 1K 94
Continuation of Modesto story who happens to intercourse with friends,mature,classmates,strangers and even family...