Sueños de Amor y Venganza I:...

By Andoni934

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Dos reinos enfrentados. Una única verdad. Desde hace siglos, los Reinos de los Valores y los Reinos del Sur... More

Mapa
Primera Parte
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16

Capítulo 6

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By Andoni934

Era el día en el que los voluntarios debían acudir a la Fortaleza del Valor y Karan sentía un nudo enorme en la garganta. Si todo salía bien, al final del día tendrían la información suficiente como para planificar su futuro viaje a los Reinos del Sur y así descubrir el entramado que comprendía el pasado de su madre.

Karan siempre se había considerado un muchacho alegre. La muerte de su madre significó un punto de inflexión en su vida, y aunque su pérdida le dolió en el alma, supo ser fuerte y siguió adelante. Pero la duda que dejó aquel suceso había hecho que Karan no pudiese pasar página del todo, como si esta estuviese pegada a la anterior y no fuese posible despegarla. Le faltaba una pieza clave en su vida, una única pieza que al mismo tiempo lo significaba todo. Una pieza que le permitiría por fin despegar aquella página por completo.

Lo que había pasado en los últimos días le había aportado a Karan un rayo de esperanza, y por fin sentía que era capaz de conseguir terminar su puzzle. "Todo va a salir bien. Todo va a salir bien". Esa mañana no dejaba de repetirse esas palabras una y otra vez, como si con ellas pudiese invocar al espíritu de la mismísima Amini para que le diese su protección. Aunque ya era pasado mediodía y pronto sería la hora de partir hacia las puertas del castillo, sentía que el tiempo transcurría cada vez más despacio. Era como si sus nervios se materializasen, creando un tapón que impedía el paso de los granos del reloj de arena de su propia vida.

Cuando llegó la hora, comprobó que su padre se encontraba bien. Ronar dormía plácidamente en la cama junto a la mesilla donde Karan le había dejado un vaso de agua fresca y un poco de comida. Aunque el ungüento que el doctor Wospert les había dado había reducido la rapidez con la que se expandían las manchas plateadas, en los últimos días estas se habían vuelto a propagar, de una forma lenta pero constante. Le dio un beso en la frente y salió de casa.

Como la mayor parte de los días en Stormhole, aquel era un día de tormenta, y Karan se puso el gorro de su abrigo para resguardarse de la lluvia. Corrió hasta la plaza intentando andar por debajo de los salientes de las casas. Cuando llegó, se encontró con Tay, que se despedía de los dueños del taller. La muchacha parecía estar mucho más tranquila que Karan, incluso podía notarse la energía que desprendía, como si estuviese esperando la acción. Se miraron, cómplices y sonrientes, y ambos pusieron rumbo hacía las puertas del castillo.

Llegaron a la calle real, la calle principal del Barrio Alto, y ascendieron por ella hasta llegar al gran puente que conectaba la Fortaleza del Valor con el resto de la ciudad. Al otro lado del puente se alzaba un gran portón custodiado por dos guardias. Un tercer hombre, alguien cercano a la reina, organizaba la cola de gente empapada que se había formado a las puertas de la fortaleza. Tras la llegada de Tay y Karan llegaron unas cuantas personas más. Cuando llegó la hora límite el hombre anunció que ya no se permitiría la entrada de más voluntarios.

—Bien, escuchadme todos atentamente— levantó la voz para que todos pudieran escucharlo a través del sonido de las gotas de lluvia. Al mismo tiempo el gran portón se abrió—. Me llamo Avalor y soy el portavoz de la reina Ethari IV. Ahora entraremos al recibidor de la fortaleza, donde os daré una serie de instrucciones. Primero, os daremos unas túnicas nuevas para que podáis presentaros ante la reina. Es inviable que os paseéis empapados por los interiores del castillo. Vamos, seguidme todos.

Todos los hombres y mujeres entraron calados hasta los huesos al recibidor, una enorme estancia de una altura impresionante. Todas las paredes estaban hechas de piedra robusta y del techo colgaba un candelabro dorado, tan grande que era capaz de iluminar hasta la esquina más recóndita de la estancia. Justo en frente había una puerta tan grande como por la que habían entrado y a ambos laterales de la estancia había dos puertas más pequeñas de las que salieron sirvientes cargados con túnicas. A cada voluntario le fue otorgada una de las túnicas para que pudieran ponérsela por encima de sus mojadas ropas.

—Bienvenidos a todos a la Fortaleza del Valor —anunció el rechoncho hombre que les había dirigido hasta allí—. La reina Ethari os agradece profundamente vuestra valía, y aunque solo cinco de vosotros serán finalmente seleccionados, todos vuestros nombres serán apuntados y tenidos en cuenta en las futuras subidas de impuestos. Con esto, la reina quiere mostraros su gratitud ante tan valeroso ofrecimiento. —El hombre se aclaró un poco la garganta y continuó—. Una vez todos os hayáis puesto las túnicas, os llevaré hasta el salón del trono, donde seréis recibidos por la reina. Cada uno de vosotros tendrá una breve conversación con ella, ¿de acuerdo?— El hombre escrutó con la mirada a todos los presentes y añadió—: Bien, si no hay ninguna duda... Seguidme.

Las grandes puertas que tenían en frente se abrieron y dieron paso a una estancia muchísimo más grande que la anterior. Sin duda alguna era donde se celebraban los famosos bailes de la reina. Al fondo, una gran escalera daba fin a la estancia, que subía hasta dividirse en dos escaleras, cada una hacia un lado. Del techo colgaba un candelabro aún más espectacular que el anterior, ya que parecía estar hecho de mismísimo cristal.

En el piso superior, había una balaustrada que permitía ver el gran salón y que a la vez creaba un soportal a ambos lados del mismo. Una de las puertas que daban al salón se abrió y un grupo de soldados la cruzó cargando con media docena de arcones llenos de armas y escudos. Cada arcón llevaba grabado el emblema de Byzantin en su lateral, lo cual extrañó a Karan. Aunque Byzantin fuese el reino del Portador de la Guerra y fuese allí donde se creaban las armas más potentes y mortíferas de los reinos, Rydia había fabricado sus propias armas durante años debido a la ausencia de guerras. Cuando todos los soldados abandonaron la estancia, Tay le dio un codazo a Karan para llamarle la atención.

—Mira —señaló a su derecha, hacia unas puertas abiertas que daban a un pasillo exterior que terminaba en un edificio circular—. Es la biblioteca real.

Karan miró hacía allí y vio que las puertas de la biblioteca estaban desprovistas de guardias. "Genial", pensó. "Esto hará las cosas más fáciles". Cuando volvió la mirada hacia Tay, vio cómo le guiñaba un ojo con una sonrisa entre dientes. En ese preciso momento, Tay se llevó las manos al estómago y comenzó a imitar el sonido de las arcadas.

—Muchacha, ¿se encuentra bien? —dijo Avalor sin evitar proferir una mueca de asco.

—Sí, lo siento. Me han entrado unas ganas terribles de vomitar —dijo Tay mientras seguía con las falsas arcadas—. ¿Podría ir al baño?

—Claro. Sí. Sí. Por supuesto —levantó el brazo y señaló hacía el pasillo bajo el soportal derecho—. Si sigues hacía delante por ese pasillo verás una puerta a la derecha. Se trata del baño del servicio. —Puso una cara incómoda y añadió—. Lamento decíroslo, pero en ese estado no puedo permitiros ver a la reina Ethari, sería una indecencia. Cuando terminéis podéis deshacer vuestros pasos y los guardias le abrirán el portón de la fortaleza. —Comenzó a andar hacía las escaleras—. Los demás, seguidme por favor.

Karan miró por última vez a Tay antes de comenzar a ascender hacía el segundo piso. La muchacha levantó el dedo pulgar en señal de que todo estaba bien y Karan se relajó un poco. La realeza estaba tan segura de que unos pocos habitantes de el Barrio Bajo no suponían ninguna amenaza que ni siquiera habían invertido esfuerzos en asegurar una protección extra para la fortaleza. Esa subestimación había sido clave para el plan de Tay y Karan, como ya habían supuesto con anterioridad.

Cuando llegaron al segundo piso, Avalor les condujo por un largo pasillo que daba a la puerta del salón del trono. El pasillo estaba lleno de cuadros en toda su largura, enormes cuadros que retrataban a todas las reinas de los Reinos de los Valores. El primer cuadro, como era lógico, era de la reina Amini I. En honor a la primera reina en los Reinos de los Valores, siempre habían reinado mujeres, y era la obligación del rey y de la reina concebir hasta tener a su primera hija. Era costumbre que estas se llamasen Amini, Ethari, Hertea o Artirea. Ethari había sido uno de los nombres menos usados por la realeza, de forma que solo había habido cuatro reinas de nombre Ethari desde que se formo la monarquía de los reinos hacía mil años.

Mientras avanzaban por el pasillo, Karan se fijó en el rostro de todas aquellas reinas, de una belleza impresionante. No había ninguna que no resultase atractiva y todas transmitían poder con su mirada. Cuando llegaron al final del pasillo, Karan ya ni sabía cuántas reinas había de cada nombre. Amini XII, Ethari III, Hertea VII y Artirea VI. El cuadro de Ethari IV aún no había sido colgado en la pared del gran pasillo.

El portón que daba al salón del trono estaba custodiado por dos guardias que vestían la misma armadura que los que se habían encontrado a las puertas de la fortaleza. Una plateada con el escudo del reino en la pechera: una corona atravesada por dos espadas donde se leía la inscripción "Et draco de sanguine nobis oriri". La gran puerta se abrió de par en par y todos los voluntarios entraron tras Avalor al salón del trono. Todos se pararon frente al trono en una fila horizontal y Avalor anunció elevando la voz:

—Su majestad, Ethari IV, reina de Rydia y de todo los Reinos de los Valores. Portadora del Poder y dirigente del Consejo de los Valores.

Todos los voluntarios se arrodillaron ante la reina, que se encontraba sentada con los brazos apoyados en el trono, custodiado por un soldado a cada lado. De pie, justo al lado del trono, se encontraba el rey Lucian, con la mano apoyada en la espalda del trono y la mirada ausente, como si aquello no le interesase lo más mínimo. El trabajo del rey se limitaba a asistir a las conferencias públicas de la reina y sonreír ante la gente. Provenía de una familia noble de Verte y se casó con la reina cuando ambos eran muy jóvenes. Siempre habían corrido rumores de que su relación no era nada buena. Su matrimonio estuvo impulsado por la política, al igual que todos los matrimonios reales de Rydia. La reina tenía el deber de casarse con un noble de los reinos vecinos, siguiendo un ciclo: Byzantin, D'or y Verte.

La reina lucía un vestido rojo con encaje blanco y ornamentos dorados y sobre su cabeza yacía una corona de oro con rubíes incrustados. Tenía la piel blanca como el marfil y su cabellera marrón se extendía como un rio salvaje por su espalda. Su rostro transmitía el mismo poder y fortaleza que las demás reinas que Karan había visto en los cuadros.

—Buenas tardes mis queridos súbditos. Ya podéis levantaros. —Su voz era tan poderosa como cabía de esperar en alguien con aquel talante, y todos obedecieron ante su sugerencia—. Os doy mi más sincero agradecimiento por ofreceros para esta noble tarea. Como ya sabéis, queremos retomar las expediciones en Volcán Atalante, y para ello necesitamos un equipo compuesto por cinco personas capaces de llevar a cabo las misiones asignadas. —La reina analizó uno a uno los rostros de los voluntarios. Su expresión era la misma en todo momento y era imposible saber lo que podía estar pensando. Levantó la mano y señaló al primer hombre de la fila.

—Preséntate —le ordenó la reina.

El muchacho, de unos treinta años, realizó una reverencia de la forma más trabajada que pudo y a punto estuvo de tropezar con sus propios pies. Cuando comenzó a hablar, lo hizo de una manera entrecortada, el miedo que tenía hacía la reina era completamente visible. Se presentó como Aslin Root, de veintiocho años. Era el mayor de tres hermanos y, según él, no solo quería servir al reino, sino que también necesitaba desesperadamente el dinero para sacar a su familia del aprieto económico en el que se encontraba.

—¿Eso es todo lo que tienes que ofrecerme? —le preguntó Ethari cuando hubo terminado. Aslin estuvo a punto de decir algo, pero las palabras se quedaron ahogadas en su garganta—. Guardias, acompañadlo a la salida.

Un sorprendido Aslin se dejó agarrar por ambos brazos por dos fornidos guardias para que lo sacaran de la estancia. La sorpresa y el miedo del muchacho eran tales que no fue capaz de emitir sonido alguno. La reina continúo escuchando con desgana la presentación de los demás voluntarios, echando de la fortaleza a la mayoría de ellos y permitiendo quedarse solo a unos pocos elegidos. Por fin llegó el turno de Karan.

—Veamos si tu resultas más interesante que tus compañeros —dijo ,señalando con la mirada a Karan, que dio un paso al frente con decisión.

—Buenas tardes, Su Majestad. —Hizo una elegante reverencia y se incorporó de nuevo—. Me llamo Karan Rensgar. Vivo en una pequeña casa de el Barrio Bajo con mi padre. Me gano la vida como repartidor. —Hasta el momento ninguno de los voluntarios había hablado con la firmeza que mostró Karan, lo cual pareció llamar la atención de la reina Ethari, que se incorporó un poco en su trono. Karan paró, y Ethari le hizo un gesto para indicarle que podía continuar.

—Creo que esta es una gran oportunidad. El dinero que pueda conseguir será, sin lugar a dudas, muy bien recibido en mi casa, pero para mí es un gran honor poder servir a mi reina —continúo Karan siguiendo el mismo discurso que los anteriores desafortunados que había expulsado la reina.

—Lo sé. Lo sé. Todos estáis deseando servir a vuestra reina. —Su tono de voz era firme y neutro y su expresión... inescrutable. Nadie podría haber sabido si lo decía de forma irónica o no. Parecía que había perdido el interés y comenzó a levantar el brazo en dirección hacía la salida, hasta que su mirada se iluminó y dejo de elevar el brazo—. Rensgar... Los mineros que sufrieron el trágico accidente que desató la enfermedad plateada son muy conocidos en la corte, muchacho. Héroes del reino. ¿Es acaso tu padre uno de esos mineros?

Cuando Karan escuchó aquellas palabras no pudo evitar enfadarse. La reina podría considerar a su padre un héroe del reino, pero nadie movió un solo dedo por él cuando aquello pasó. Ni siquiera un aporte económico que les ayudase a pagar las medicinas. Nada. Pero se tuvo que morder la lengua y mantenerse callado. Antes de contestar, Karan pensó en mentir. Si le decía a la reina que su padre había participado en la primera expedición al volcán las cosas podrían torcerse. Mucho. Pero si mentía... estaba seguro de que le pillarían.

—Hmm... Sí. Ronar Rensgar es mi padre. —dijo, tragando saliva por el inesperado comentario de la reina. Jamás habría pensado que podría acordarse de un dato así.

—Eso significa que tú tendrás algún conocimiento a cerca del lugar, ¿verdad? Tu padre te habrá contado historias.

Karan dudó unos segundos antes de contestar. Claro estaba que su padre le había contado muchas historias de cuando ejercía aquella profesión. Sabía los peligros que acechaban dentro, la forma más segura de andar por aquellos terrenos e incluso había visto algún que otro mapa que su padre le había enseñado. Volvió a plantearse el mentir a la reina, pero algo en su interior le decía que no era la mejor idea.

—Sí, Su Majestad —empezó a decir Karan—. Mi padre me contó alguna de sus aventuras en el volcán y tengo conocimientos básicos del lugar, pero no demasiados. —Karan era consciente de que sus demás compañeros no habían causado muy buena impresión ante la reina y si seguía así iba a conseguir justo lo que debía evitar.

—Serás de gran ayuda —dijo Ethari secamente. Justo lo que Karan temía—. Puedes permanecer en tu sitio.

La reina continuó con los voluntarios restantes hasta que únicamente quedaron cinco en la sala. Karan no podía creerse que hubiese sido elegido. ¿Qué iba a hacer ahora? Intentó mantener la calma, poniéndose nervioso en esos momentos no iba a conseguir nada.

—Bien, vosotros cinco seréis los afortunados que en poco más de un mes se adentrarán en el volcán.

"Poco más de un mes", pensó Karan, al menos tenía tiempo para pensar alguna solución. La reina se levantó del trono, bajó los tres peldaños y ando por delante de los voluntarios sin mirar a ninguno de ellos. Si sentada intimidaba, de pie parecía un Dragón Sombra a punto de devorar a su presa.

—Debéis saber que no será una tarea fácil. Vuestra misión será extraer una nueva tanda de minerales del volcán con las herramientas que os daremos. Las reservas de minerales de todo el reino se encuentran en las arcas reales y hace tiempo que se están agotando. —La reina seguía paseando de un lado a otro con las manos sobre el regazo—. Deberéis conseguir la máxima cantidad que os sea posible. Tened en cuenta que, cuanto más consigáis, mayor será la recompensa final.

De pronto, una voz suave y calmada retumbó por toda la estancia. Aunque todos los presentes se habían olvidado de su presencia, su voz se hizo eco. Se podía considerar que el rey era muy poca cosa al lado de la reina. Ni apuesto ni feo, ni alto ni bajo.

—Querida —dijo casi con timidez—. ¿De verdad no creéis que sería mejor mandar a nuestros propios soldados? Mira a estos pobres muchachos y muchachas.

—Lucian, creo que hemos discutido esto en repetidas ocasiones, ¿no crees? —La reina puso lo ojos en blanco, lo que hizo que el rey se encogiese de hombros haciéndole parecer más pequeño de lo que era—. Nuestros soldados no están instruidos para realizar este tipo de trabajos. La plebe, sin embargo, está acostumbrada a trabajar en el campo y la montaña, son nuestra mejor baza.

Sin querer darle más importancia a su marido, la reina le hizo un gesto a Avalor, que les mostró un pergamino que acababa de sacar de su bolsillo. En él estaba dibujada con carboncillo una flor preciosa.

—Además, también tendréis que conseguir esta flor. Se encuentra en alguna galería de las cuevas bajó el volcán, y según tengo entendido, con ella puede hacerse la mejor infusión que ha probado el paladar humano. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Ya que vais a entrar al volcán, no os importará encontrar este pequeño capricho para vuestra reina.

—Pe... pero —comenzó una muchacha que no llegaría a los veinte años. Según empezó a hablar Karan supo que estaba cometiendo un grave error—. No es dema...

—Creo que no he sido lo suficientemente clara —le cortó la reina—. Vais a entrar al volcán, conseguiréis los minerales necesarios y, además, me traeréis la flor que os he pedido. Si no la conseguís no sólo no tendréis vuestra recompensa, sino que os prepararé un sitio muy especial en las mazmorras. ¿Queda claro?

Los cinco voluntarios asintieron con la cabeza e hicieron una reverencia al mismo tiempo. La reina les indicó que en unas semanas tendrían que volver a la fortaleza para recibir unas pequeñas instrucciones y un entrenamiento básico. Nada más terminar la frase, dos soldados armados entraron estruendosamente en el salón del trono.

—¡Un intruso se ha colado en la biblioteca real! —anunció uno de ellos mientras corría hacía Ethari—. Proteged a la reina.

El soldado hizo un gesto con la mano a los dos soldados que se encontraban a ambos lados del trono y estos escoltaron a la reina hacia la puerta lateral de la estancia.

—Imbéciles —gritó la reina—. No necesito que me protejáis como a un cachorro. Con mi espada me encargaría yo misma de dar caza y asesinar a ese maldito ladrón —dijo mientras desaparecía por la puerta.

Karan no podía creerse que aquello estuviese sucediendo. Como Tay acabase en las manos de aquellos guardias no se lo perdonaría en la vida. "Respira, Karan" se dijo.

—Vosotros dos —señaló a un par de soldados más—. Reunid a tres escuadrones y dirigíos a la ciudad. El sospechoso iba encapuchado con una vestimenta típica del servicio de la fortaleza. —Se giró hacia los guardias de la entrada y añadió—: La General ha dado ordenes de aumentar la seguridad de la fortaleza, no sabemos si el ladrón tenía segundas intenciones. Avisad a todos y que la reina este acompañada en todo momento.

Esta vez miró a Avalor mientras señalaba a los cinco elegidos

—Acompáñalos a la salida y ordena que sellen el portón, nadie podrá entrar ni salir hasta que descubramos la gravedad del asunto.

Tras decir aquello, Avalor los acompañó hacía la salida. Cuando salieron de la estancia, el ruido proveniente del piso inferior llegó a los oídos de Karan. Cuando llegaron, Karan vio una multitud de sirvientes corriendo de un lado para otro. "Respira, Karan" se repitió.

—Por favor, que alguien llame al médico para que les eche un vistazo a estos soldados —dijo un sirviente señalando dos cuerpos inconscientes, tumbados en el suelo sobre un enorme charco de agua y guijarros de una vasija rota—. Y tú —dijo señalando a otro sirviente—. Ayúdame a fregar esto.

Avalor puso cara de preocupación y bajó las escaleras a todo correr. Cuando llegó al salón principal, hizo unos gestos para indicar a todo el mundo que despejase la zona y volviese a sus trabajos. Les hizo un gesto con la manó a los cinco y los condujo hasta la salida. Karan bajó corriendo la calle hasta la plaza con los nervios a flor de piel. Cuando avanzó hacía el Taller, vio a Tay apoyada en la fachada y no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al que le siguió una sonrisa. Varios soldados de la Guardia Real corrían por la plaza de un lado a otro, pero no parecían fijarse en Tay. Sin lugar a dudas había conseguido pasar completamente desapercibida dentro de la fortaleza y nadie había descubierto su identidad.

—Por los pelos —dijo Tay mientras se abría la chaqueta para dejar al descubierto el par de libros que escondía en su bolsillo interior—. Entrar en la biblioteca ha sido pan comido, los muy tontos ni siquiera se han esforzado en vigilarla, y vestida así a nadie le ha extrañado verme por los pasillos —dijo Tay señalando el traje de sirvienta que escondía entre sus ropas. Probablemente, al salir de la fortaleza se había debido cambiar—. Dentro tampoco había nadie, pero dos eruditos de la reina han entrado más tarde y me han pillado husmeando. Han llamado a los guardias y han estado a punto de atraparme en el salón principal.

—Menos mal que estas bien, estaba preocupadísimo. —Karan se acercó y le dio un abrazo a Tay—. ¿Cómo has conseguido evitar a los guardias? He visto que estaban los dos inconscientes. La gente estaba muy alterada y han enviado guardias a vigilar la ciudad.

Por un momento, Karan notó la duda que atravesaba la mirada de Tay. La muchacha se rasco levemente y de forma inconsciente el tatuaje de la muñeca, justo antes de responder.

—Les he conseguido golpear con unas vasijas que había contra la pared. Luego he conseguido salir por una ventana abierta y he recorrido la colina que rodea el castillo hasta llegar al Barrio Bajo.

A Karan le parecía sorprendente que Tay hubiese sido capaz de deshacerse de dos Guardias Reales ella sola. Una muchacha con un par de vasijas contra dos guardias armados... impresionante. En ese momento, se acordó de lo  ocurrido en el salón del trono y decidió no darle más importancia al asunto. Al fin y al cabo, Tay estaba sana y salva y eso era lo que realmente importaba.

—Esto... Tengo un problema —empezó Karan con una mueca de preocupación—. Al enterarse de que mi padre había formado parte del antiguo grupo de expedición del volcán, la reina ha querido seleccionarme. En poco más de un mes tendré que ir al volcán.

En realidad, Karan lo empezaba a ver cómo algo bueno. Había escuchado a su padre hablar mucho de aquel lugar y podría ingeniárselas para que no le pasará nada. Al fin y al cabo, solo tenían que recolectar minerales y aquella dichosa flor que la reina tanto deseaba. Después, regresaría a casa con un buen puñado de robles y tendrían la vida solucionada durante un par de años.

—¿Y no puedes anunciar que has cambiado de opinión y que ya no estas interesado?

A veces Karan pensaba que Tay no entendía del todo cómo funcionaba la monarquía allí. Decirle aquello a la reina supondría una enorme falta de respeto.

—Creo que no es una idea tan horrible que al final acabe yendo, ¿no crees? —dijo Karan—. Puede que no sea tan peligroso y al final me llevaré una buena recompensa.

—Karan... ¿Olvidas que tu padre está en ese estado por culpa de ese volcán? —le dijo Tay—. Sé que no te sobra el dinero, a mi tampoco, pero siempre hemos seguido adelante, y podremos seguir haciéndolo. —La usual expresión alegre de Tay se sustituyó por una más seria—. No te va a servir de nada conseguir ese dinero si al final acabas aplastado bajo una roca, asfixiado por los gases tóxicos o algo peor. Tu padre te necesita Karan, y... yo también.

Tay tenía razón y él lo sabía. No había podido ser tan tonto como para plantearse aquella opción. Él conocía bien aquel volcán y precisamente por eso sabía los peligros que suponía, no podía permitirse dejar solo a su padre en aquellos momentos, le destrozaría el corazón.

—Encontraremos una solución juntos, ¿vale? —dijo Tay al ver el debate interno de Karan—. Creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Ahora descansemos y ya pensaremos en ello otro día. —Se sacó los libros del bolsillo y se los entregó a Karan—. Toma. Es mejor que los tengas tú. Puedes ir echándoles un vistazo, pero procura descansar. Ha sido un día duro.

Karan asintió, se despidieron y puso rumbo a su casa. Estaba ya anocheciendo, lo que quería decir que habían estado en la Fortaleza del Valor toda la tarde. Si él había terminado agotado por estar de pie frente a la reina con los nervios a flor de piel, no podía imaginarse la tensión por la que había tenido que pasar Tay.

Cuando llegó a casa dio un largo sorbo de agua y se tranquilizó un poco. Miró los dos libros que llevaba en la mano, uno titulado "Historia y Geografía de los Reinos Primigenios" y el otro "Leyendas de los Reinos Primigenios, ¿mito o Realidad?". Levantó del suelo una tabla de madera suelta y escondió allí ambos libros, al día siguiente les echaría un vistazo.

Se dirigió al dormitorio y, nada más entrar algo, le llamó la atención. El sonido de la suave y entrecortada respiración de su padre siempre inundaba el silencio de la estancia, pero esta vez era el silencio el protagonista. Se acercó preocupado hasta él y se sorprendió al encontrarlo con la boca levemente abierta. El corazón le empezó a latir con fuerza y agarró la muñeca de su padre para tomarle el pulso. Si el corazón de Karan era cómo unas gigantes olas chocando contra las rocas de un acantilado, el de su padre era como las aguas impertérritas de un lago, quieto y en silencio.

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