Capítulo 7

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La muerte es como una sombra que nos persigue a lo largo de toda nuestra vida. Cuando nos alcanza, sus alas nos rodean compasivas pero implacables. Sin embargo, solo morimos cuando nos olvidan. Mientras seamos recordados, viviremos en los corazones de aquellos que nos quisieron.

Ronar y Gaia aún estaban vivos y siempre lo estarían en el corazón de Karan. Aunque ver la tumba de su padre junto a la de su madre le causaba una gran opresión en el corazón, se alegraba de que los dos descansasen juntos. No había sido un funeral espectacular, tan solo había acudido Karan, Tay y algunos conocidos de sus padres. Pero él lo prefería así, sin grandes florituras ni muchos invitados. Algo íntimo y personal.

Después de que todos se hubiesen ido a sus casas, Karan se quedó solo frente a la tumba de sus padres. Tay insistió en quedarse con él y, para darle más intimidad, se sentó a la sombra de un árbol a unos metros de distancia. Cuando Karan perdió a su madre, el dolor fue tan grande que pensó que jamás podría volver a soportar un sentimiento tan intenso como aquel. Lloró hasta quedarse sin lagrimas y los ojos le dolieron durante días. Pero ahora que había perdido a su segundo progenitor entendió que la sensación no era para nada la misma. Esta vez, sus ojos eran incapaces de soltar lágrimas, porque eran otros órganos los que lloraban. Ni siquiera podía pensar y, si lo hacía, el dolor de su corazón unido al de sus pensamientos acabaría siendo letal.

Estuvo más de media tarde frente a las tumbas, con Tay a unos metros de distancia. Aunque no hablasen, su mera presencia le reconfortaba y aliviaba. Cuando comenzó a anochecer, volvieron juntos a la ciudad y se dirigieron a casa de Karan. Tay había decido mudarse con él, no quería dejarlo solo en aquellos momentos tan duros. Hacía ya unos días había informado a la dueña de la Fuente de Zafiro de que ya no seguiría allí más tiempo, recogió todas sus cosas y se instaló en casa de Karan.

Cuando estaban llegando a casa, vieron a una patrulla de soldados pasar por la zona. Desde que se colaron en la fortaleza, la seguridad de la ciudad había aumentado en gran medida. Corrían rumores de que en unos días la Guardia Real haría inspecciones por todas las casas para interrogar a todos los habitantes de la ciudad. Se habían extendido por todo Stormhole un sinfín de historias. Algunas de ellas se limitaban a narrar cómo algún pobre desgraciado había intentado robar en la fortaleza, mientras que otras hablaban de la existencia de una banda que pretendía asesinar a la reina. Aunque la posibilidad de que los soldados de la reina pudiesen interrogarle debiera perturbarle, era incapaz de pensar en aquel tema.

Entraron a casa y Karan se fue directamente al dormitorio. Tay se quedó de pie en frente de la puerta con la cabeza gacha. Aunque no hubiese sido ella la que había perdido a alguien, le dolía en el alma ver a su amigo así. Antes de que Karan pudiese llegar al dormitorio, habló. 

—Karan, yo... lo siento mucho, de verdad. —En los últimos días la ayuda de Tay había sido fundamental para él, pero no podía soportar que le dijese una vez más que lo sentía. Aunque sabía que sus intenciones eran buenas, lo último que necesitaba era que se compadeciesen de él—. Te prometo que todo va a salir bien. Todo va a mejorar, el tiempo acabará curando el dolor.

—Espero que tengas razón. —Su voz no albergaba esperanza alguna. El tiempo lo cura todo, o eso decían, pero Karan sentía que, aunque el tiempo pudiese adormecer su dolor, jamás conseguiría dormirlo del todo—. Me voy a la cama —dijo al final, y entró al dormitorio cerrando la puerta tras de sí.

***

Habían pasado días desde el funeral de su padre. Prácticamente no había salido de la cama y Tay había pasado con él todo el tiempo libre que le daban en el taller. Poco a poco empezaba a sentirse mejor, pero el vacío en su interior seguía allí, y de vez en cuando, le acuchillaba por dentro.

Sueños de Amor y Venganza I: La Azalea del AbismoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt