Sueños de Amor y Venganza I:...

By Andoni934

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Dos reinos enfrentados. Una única verdad. Desde hace siglos, los Reinos de los Valores y los Reinos del Sur... More

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Primera Parte
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16

Capítulo 4

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By Andoni934

Truenos. La lluvia caía sobre el tejado como mortíferas flechas esperando a alcanzar su objetivo. Era noche cerrada y las gotas eran lo único que podía escucharse. De repente, un grito. Se levantó con prisa de la cama, sintiendo por todo el cuerpo la caricia de una suave tela. Un camisón. Se dirigió hacia la puerta de casa, que estaba abierta. Cuando salió se vio a sí mismo en el suelo, retorciéndose de dolor. Se acercó con paso ligero, levantó el cuerpo del muchacho, y lo llevo de vuelta a casa, donde su padre le esperaba con expresión de terror.

—Te quiero, Karan, nunca lo olvides. —Le besó en la frente y pasó a mirar a su marido, apoyando una mano sobre su mejilla—. Ronar... Mi amor. Espero que algún día me llegues a perdonar. Hay tantas cosas que no te he contado... Cuida de Karan, por favor.

Cuando se hubo asegurado de que ambos estaban bien, giro sobre sí misma y volvió a adentrarse en la oscuridad. Tanto Karan como Ronar hubiesen querido salir y ayudarla con lo que estuviera pasando, pero de alguna forma no eran capaces de moverse, como si estuviesen anclados al suelo.

La lluvia era tan fría que le helaba los huesos. Sus pies descalzos avanzaban con decisión mientras su camisón pesaba cada vez más por el agua que absorbía. Sabía que tarde o temprano acabaría encontrándola. Su destino era inevitable, pero estaba preparada para asumirlo. Se paró a unos pocos metros de ella, lo suficiente para ver a la perfección su cuerpo desnudo, sus formas voluptuosas, los grandes pechos y las amplias caderas, hasta donde le llegaban los negros cabellos. Dio unos pasos más y esperó.

—Gaia, querida, fuiste una ingenua al pensar que no te acabaría encontrando. Has huido al otro lado del mundo, a vivir rodeada de esta miserable gente sin magia y, aún así, he acabo encontrándote. Puede que, al fin y al cabo, no fueses tan buena opción como pensé en su día. —La voz de la mujer era de ultratumba y hacia retumbar cada hueso de Gaia—. Pero me traicionaste. A mí, y a todas. Te llevaste algo que me pertenece, y vas a pagar con tu vida por ello.

—Adelante. Haz lo que tengas que hacer. Asumí mi destino el día que tomé la decisión de dejaros. —Gaia estaba tranquila, se había preparado durante años para ese momento, sus visiones nunca fallaban—. Toda la farsa que se esconde detrás de las Hijas de Khalibea acabará saliendo a la luz, ya me he encargado de eso. Sé qué tú no eres Galeia, no al menos la que eras antes, la Ceremonia te cambió, y no iba a permitir que a mí me sucediese lo mismo.

—Con que es eso. Descubriste mi secreto. Oh querida, si tan si quiera supieras toda la verdad... Lo que crees no es ni la mitad de retorcido. —Cuando terminó la frase alzó el brazo y los pies de Gaia se elevaron, dejándola suspendida a unos centímetros del suelo—. Ha llegado tu hora. Por fin voy a recuperar lo que es mío.

Gaia no entendía a lo que se refería. ¿Había más cosas que ella no había descubierto? Aunque las hubiera, ella no podía hacer nada, tenía que pensar con claridad y hacer lo que llevaba tiempo sabiendo qué tenía que hacer. Antes de que la mujer hiciese algo, Gaia elevó ambos brazos a la altura del pecho. Con una mano se tocó el dedo pulgar de la otra y encontró la protuberancia, el pequeño compartimento que había pegado sobre la uña. Lo abrió con prisa y sopló el contenido sobre Galeia. La mujer profirió un grito ahogado y dejó caer a Gaia, pero no iba a marcharse sin lo que era suyo. Sacudió el brazo con un golpe seco y una sombra negra se precipitó sobre Gaia, arrebatándole la vida.

La otra mujer esbozó una sonrisa de satisfacción, aunque no tardó mucho en desaparecer. La maldita Gaia se las había ingeniado para esconderlo, ya no lo tenía ella. De haber podido habría destruido su casa hasta los cimientos y habría matado a todo aquel que estuviese dentro. Pero no podía, estaba demasiado débil. Dio unos pasos hacia atrás, hasta quedarse de pie sobre las aguas del rio. Su cuerpo se hizo uno con el agua, y el agua uno con su cuerpo, hasta desaparecer por completo.

***

Cuando se despertó, el corazón le latía desbocado en el pecho. Era la primera vez en años que tenía esa versión de su habitual pesadilla, esta vez viendo todo cómo lo vio su madre aquella trágica noche. Si lo que había descubierto en los pasados días le había sorprendido, esto sin duda se llevaba el primer puesto. Por mucho que lo intentase, Karan no era capaz de encontrarle sentido a lo que había soñado. Había palabras que repetía una y otra vez en su mente, como si así pudiese establecer una conexión lógica entre todo lo ocurrido. Magia. Las Hijas de Khalibea. Galeia. Magia. Las Hijas de Khalibea. Galeia.

Él era más que consciente que la magia no existía, al menos no en los Reinos de los Valores. Y, por más que se esforzaba, no lograba recordar si en algún momento había oído hablar de los otros dos nombres. Fuera lo que fuese, tenía más claro que nunca que el pasado de su madre escondía grandes secretos.

Había querido profundamente a su madre y lo seguía haciendo, pero pensar que había cosas que ella no le había contado, que no había compartido con él, le llenaba de tristeza. Ahora mas que nunca se sentía completamente separado de su madre y necesitaba a toda costa encontrar una explicación que le hiciese dejar de sentir aquello. Se levantó de la cama y comprobó el estado de su padre.

Cuando se hubo asegurado de que todo estaba bien, preparó algo de desayuno para ambos. Aunque su padre no mostraba mucho apetito, Karan engulló toda la comida en un abrir y cerrar de ojos. La pesadilla le había dejado exhausto y hambriento. Tras aplicarle el ungüento a su padre, se despidió de él ,preguntándole si podía quedarse unas horas solo en casa. Aunque odiaba dejarlo solo, necesitaba ir al cementerio de la ciudad. Le dejó en la mesilla un vaso de agua y un poco de comida, le dio un gran beso en la mejilla y se puso en marcha.

Aunque el cementerio se encontraba a las afueras de la ciudad, un poco más allá de la zona de agricultura, no se tardaba mucho en llegar. Era un día lluvioso así que no se veía mucho gentío por la calle. Karan iba tapado con su capucha y evitaba saludar a los pocos vecinos con los que se encontraba. No estaba de ánimo. Cuando atravesó la muralla de la ciudad se sintió aliviado por dejar atrás los edificios y las caras conocidas. Avanzó poco a poco por el camino embarrado y pasó junto al árbol en el que hacía unos días se había sentado, donde recogió unas cuantas flores amarillas y blancas.

El cementerio ocupaba un terreno amplió en las afueras de la ciudad, con el suficiente espacio para cubrir las necesidades de la ciudad, pero sin grandes lujos. Como la familia real tenía su propio lugar donde enterraba a sus difuntos, el dinero que se había destinado al cementerio de la plebe había sido muy limitado.  Tan sólo algunos panteones pertenecientes a familias nobles rodeaban al panteón de la familia real.

El cementerio estaba rodeado de un muro de piedra de unos dos metros y medio, cubierto de musgo y de plantas enredaderas. La entrada se trataba de un arco de piedra que, al igual que el muro, era más verde que gris. Karan pasó al lado de las tumbas de desconocidos, imaginando cuál había sido su historia y cómo esta había terminado. Las tumbas de pequeño tamaño eran las que más escalofríos le producían, no le parecía justo. Muy pocas eran las tumbas cubiertas de flores que traían los familiares, la gran mayoría no tenía nada y otras muchas tenían flores que se habían marchitado hacía ya mucho tiempo. La de su madre era de las pocas con flores. Karan mismo se encargaba de traerle nuevas todas las semanas para que se sintiera a gusto.

Cuando llegó a la tumba, se agachó para dejar sobre ella las flores que había recogido y se quedó arrodillado en el suelo, sin importarle que el barro manchase su pantalón. Se quedó en silencio unos minutos hasta que una lágrima comenzó a caer por su mejilla, bajando suavemente hasta su barbilla, donde se quedó colgando unos segundos junto antes de desprenderse y caer, como si se tratase de una gota de lluvia más.

—Hola, mamá. Sé que vengo todas las semanas, pero esta vez es diferente. Todo es diferente. —La voz de Karan desprendía tristeza—. Una parte de mí quiere creer que, si no nos contaste a papá y a mí la verdad, fue para protegernos, para no hacerlo todo más difícil. Estoy seguro de que creíste que era lo correcto y que así ibas a evitar... que la verdad se nos hiciera demasiado dura. Pero otra parte de mí no puede evitar enfadarse contigo. Y créeme, no quiero, siempre te he querido, pero... ahora me encuentro en una encrucijada, no sé que hacer ni cómo solucionarlo.

La voz se le rompió y no pudo continuar. Era demasiado duro para él. Justo cuando la lluvia empezó a caer con más intensidad, la fuerza abandonó su cuerpo y le hizo caer hacia delante, teniendo que apoyar las manos en el suelo para no darse de bruces. El sonido de los truenos era ensordecedor y, de vez en cuando, un rayo surcaba el cielo zigzagueando entre las nubes. Karan se sentía como uno de esos relámpagos rebosantes de energía, para bien o para mal, que le hacía avanzar, salir disparado hacia delante, aunque no tuviera un rumbo fijo. De repente, un susurro se abrió paso a través del ruido de los tambores del cielo.

—Karan, mi niño. Estoy aquí, contigo, y siempre voy a estarlo. —La voz era dulce pero firme y parecía provenir de la tumba—. Todo va a salir bien. Es cuestión de tiempo que descubras la verdad y entonces todo tendrá sentido. Te quiero, Karan. Sé fuerte.

Escuchar de pronto la voz de su madre le debería haber puesto más nervioso de lo que estaba, pero por alguna razón, había conseguido calmarlo. Estaba casi seguro de que la ansiedad del momento le había hecho imaginarse aquello, pero le daba igual, había conseguido relajarse. Se quedaría un poco más junto a la tumba, sin importar acabar calado hasta los huesos y, cuando estuviese preparado, volvería a casa.

***

La mañana había sido dura para Karan y había decidido tomarse el resto del día libre. Podría haber aprovechado para recorrer la ciudad en busca de algún ciudadano necesitado de ayuda y así poder sacarse unos robles extra, pero no tenía fuerzas para trabajar. En su lugar, había decidido pasar el día en casa, con su padre. Hizo un recuento de sus ahorros y decidió que se iba a permitir comprar unos bollos recién hechos en el mercado, que su padre y él habían compartido tras la comida. Además, tuvo la suerte de encontrar una buenísima oferta de hojas de té y las había comprado para hacer infusiones. A Ronar le había encantado ver lo que traía su hijo, y saber que iba a compartir con él el día le había animado increíblemente.

Aunque tenía por costumbre dormir toda la mañana y toda la tarde, quería pasar tiempo con su hijo. A Karan se le contagió la felicidad de su padre, y disfrutó como hace tiempo que no hacía con su compañía. Ronar aprovechó para contarle a Karan viejas anécdotas de su época de mercader e incluso alguna aventura que había vivido junto con su equipo de expedición en Volcán Atalante. Aunque de vez en cuando Ronar tosía, recordándoles a ambos la situación en la que estaba, ambos rieron juntos y disfrutaron de la compañía del otro.

Karan sabia lo mucho que quería a su padre, pero desde hacia tiempo no había permitido que sus sentimientos fluyesen libremente por él. Pero ese día recordó lo mucho que  lo quería y lo mucho que lo necesitaba. En ese momento se dio cuenta de lo buen padre que había sido y de que nunca se lo había agradecido lo suficiente. Quiso demostrárselo y padre e hijo tuvieron una emotiva charla con todos sus sentimientos a flor de piel. Cuando se quisieron dar cuenta, ya había anochecido y Karan se dispuso a hacer la cena. Tay no tardaría mucho en llegar y, aunque no podía ofrecerle un gran banquete, quería que al menos la comida estuviese rica y caliente justo para cuando su amiga llegase.

Preparó todo y le dio de cenar a su padre. Le aplicó el ungüento del doctor Wospert y se dirigió a la cocina a preparar la mesa. Según dejó todo listo la puerta sonó.

—¡Kar! ¡Soy yo, Tay! No le hagas esperar a la chica más guapa de todo Stormhole. —Karan tuvo que sacudirse las manos con un trapo y dejar la encimera recogida. Como tardó unos cuantos segundos en llegar hasta la puerta Tay exclamó—: Ya sabemos que no soy tu tipo, pero anda, ábreme la puerta, guapo, que me estoy calando.

—¡Voy! —Karan salió corriendo hacia la puerta y cuando la abrió, Tay no tardó ni un segundo en plantarse dentro de casa. La pobre estaba empapada de arriba abajo.

—De verdad, así una no puede ser romántica. Me había hecho un peinado precioso, divino de la muerte, y ahora mira menudo estropicio. —Se señaló la cabeza mientras esbozaba una gran sonrisa vacilona de oreja a oreja—. ¿Qué tal está tu padre? ¿Puedo ir a saludarlo? —dijo cambiando de tema.

—Está descansando, es mejor que no le molestemos  por ahora. Pobrecillo cuando mañana le diga que se ha perdido la oportunidad de ver a la chica más guapa de Stormhole. Se le va a romper el corazón en mil pedazos. —. Karan le guiñó un ojo a Tay y esta le dio un codazo en el hombro.

Le indicó que estaba todo preparado y que podían sentarse a cenar. Aunque Tay ganaba lo suficiente para permitirse las cenas que servían en la Fuente de Zafiro, las cuales estaban sorprendentemente ricas, le pareció que la cena que había preparado Karan estaba innegablemente buena.

Comenzaron a cenar y hablaron sobre los cotilleos actuales de la ciudad. Al parecer, en el taller, Tay había logrado enterarse de que la señora Tybalt había engañado a su marido con el señor Finch. Sin duda, el chisme se había extendido por toda la ciudad como mala hierba y a estas alturas eran la comidilla de todos. El pobre señor Tybalt era un hombre corto de miras y para nada apuesto. Por lo que se decía, su mujer llevaba tiempo harta de él, esto había debido de ser lo que rompió completamente la autoestima del pobre hombre. Incluso corría el rumor de que la señora Tybalt y el señor Finch estaban barajando la idea de irse a vivir juntos, lo cual sin duda le vendría de lujo al señor Finch, puesto que la mujer era de las damas más adineradas de el Barrio Alto.

Cuando hubieron cotilleado hasta mas no poder y les dolía el estomago de tanto reírse, llego el momento de hablar de su plan para conseguir la información que necesitaban. Karan estuvo a punto de hablarle a Tay del sueño que había tenido esa noche, pero decidió dejarlo para otro momento.

—Vale, lo he estado pensando —comenzó Tay con voz firme y decidida—. El miércoles por la mañana iremos a las puertas del castillo. Una vez estemos dentro, les diré a los guardias que no me encuentro bien y que necesito ir al baño. —Hizo una pequeña pausa y sacó un traje gris de su bandolera—. La señora Finnigan es una antigua sirvienta de la Fortaleza del Valor, se retiró hace años. El otro día, aprovechando que tenía que ir a su casa para entregarle sus zapatos... puede que le robara su antiguo uniforme —dijo Tay, esbozando una sonrisa cómplice—. Cuando esté en el baño podré cambiarme y así pasaré desapercibida. Mientras me cuelo en la biblioteca real, tú harás la entrevista con la reina. Así ganaré un poco de tiempo y podrás ayudarme si pasa algo. Intenta ingeniártelas para no acabar entre los cinco elegidos finales. Para cuando termines de hablar con ella, yo debería haber conseguido la información y estaré esperándote. Si sales del salón del trono y no estoy... estaremos en problemas.

—Eres un genio, Tay, pero... ¿Cómo vas a conseguir llegar hasta la biblioteca? No sabemos cómo es la Fortaleza del Valor por dentro.

—Ya me he encargado de eso. —Tay abrió su chaqueta y sacó un pergamino enrollado de uno de los bolsillos interiores—. Es lo que tiene tener muchos clientes y las manos tan largas. He conseguido una copia de los planos del castillo —continuó diciendo mientras miraba hacía arriba y sonreía maliciosamente—. Mira, la fortaleza tiene cuatro alas. El ala sur es por donde vamos a entrar y tú irás hacia el ala norte, al Salón del Trono. La biblioteca real se encuentra en el ala este. Es esta terminación circular rodeada de vegetación.

Mientras Tay iba señalando en el plano todos los elementos importantes del plan, Karan atendía con atención para memorizar todo de cabo a rabo. Aunque la fortaleza era bastante grande, la organización era impresionantemente buena y a Tay no le resultaría muy complicado llegar hasta su objetivo.

—¿Y qué vas a hacer si la biblioteca está cerrada? ¿O si dentro hay alguien?

Karan frunció el ceño con preocupación. Aunque el plan de Tay era muy bueno, había muchas cosas que podían llegar a salir mal.

—No te preocupes, de eso me encargo yo. Confía en mí. —Apoyó la mano sobre la de Karan y le regaló su habitual sonrisa de complicidad.

—A ver si lo entiendo. Mientras yo hablo con la reina, tú vas a escabullirte a la biblioteca. Vas a buscar algún libro o documento que hable sobre los Reinos del Sur y luego vas a volver al punto donde nos hayamos separado para esperarme. —Karan no sonaba del todo convencido, le parecía arriesgado, aunque sorprendentemente nada descabellado—. Creo que lo mejor es que, cuando salgas de la biblioteca, me esperes y finjas que estás mareada, para reforzar tu anterior coartada. Así, cuando yo te vea, fingiré ayudarte y saldremos juntos del castillo.

—Es buena idea. ¿Tú tienes alguna idea de lo que vas a hablar con la reina? ¿Quieres que pensemos en ello?

—No te preocupes, lo tengo controlado. Uno tiene sus trucos. —Esa vez fue Karan quien esbozó la sonrisa de complicidad. Después, Karan vaciló un momento y añadió—: Se me acaba de ocurrir algo. El otro día, cuando estuve en el Barrio Alto, hablé con un hombre de lo más pretencioso al que se le acabó escapando que compraba mercancía ilegal a un mercader que trafica con objetos de los Reinos del Sur. Creo que voy a ir a hacerle una visita. Quién sabe. Puede que consiga información útil.

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