Solo de los dos, Christhoper...

By guillermobossia

42.4K 3.2K 946

Nicolás Arnez se encuentra muy seguro de algo: debe ocultarle a su familia que le gustan los chicos. Es amant... More

PRÓLOGO
Personajes
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
Epílogo

19

1K 68 13
By guillermobossia

La primera luz de la mañana que entra desde la ventana, me sensibiliza los ojos al despertar. Estos me arden un poco y mi estómago no tarda en rugir cuando se da cuenta de que ya he despertado. No hace falta tomarme el tiempo de recordarme que ayer no bajé a cenar y ahora me estoy muriendo de hambre.

Mier-da.

La verdad, así es como me siento: hecho mierda.

Me llevo las manos al rostro, rebobinando todo lo que ocurrió ayer: la discusión con Christhoper, la llamada de Paul para avisarme lo de Nieve, la espera en la cirugía, enterarme de que Christhoper está enfermo, ver que me ha eliminado de todas sus redes y el ataque de pánico que sufrí.

Todavía no sé por qué aún no me he vuelto loco.

Ni siquiera tengo las ganas suficientes como para salir hoy de mi habitación. Solo quiero quedarme aquí el día completo, llorar y pensar en todo lo que ha pasado. No quiero ir a la escuela. No quiero ver a nadie. Solo quiero que Christhoper me escriba o me llame para decirme que debemos arreglar las cosas.

Eso es lo que más anhelo.

Que esté a mi lado.

Sigrid viene emocionada a darme los buenos días y, de inmediato, le miento diciéndole que me siento enfermo y que no bajaré a desayunar porque apetito es lo que menos tengo en estos momentos. Ella asegura comprenderme, aunque yo la noto no tan convencida por mis tajantes palabras. Al final abandona esta habitación que ha adoptado un clima depresivo.

A la hora del almuerzo, tampoco bajo a almorzar y me quedo dormido. De repente, alguien llama a la puerta de mi habitación y me despierta, intuyo que debe ser Sigrid o papá que viene a preguntarme qué me sucede. No obstante, no deseo dar explicaciones de cómo me siento. Tomo mi almohada, me acuesto boca abajo y finjo estar dormido.

Oigo que esa persona entra, pero se retira de inmediato al ver que estoy descansando. Entreabro los ojos por curiosidad, suponiendo que mi plan ha funcionado y concluyo que es mejor quedarme en esta misma posición por un momento más por si vuelven a entrar.

Y así transcurre la tarde de forma lenta e insignificante. Miro la ventana y a través de una pequeña abertura de las cortinas, noto que el cielo ya se está oscureciendo tornándose de un color violeta claro. Asimismo, escucho que la puerta principal de la mansión se cierra y es un indicativo de que Estefano ha llegado de la empresa familiar, en donde papá le ha confiado el puesto de gerente general.

Los pasos no tardan en hacerse oír por el pasillo y cierro los ojos, rogando que no lo manden a hablar conmigo. Sin embargo, a los pocos segundos, todas mis esperanzas se esfuman cuando dan cinco toques en mi puerta. Decido no responder a su llamado y espero que él sepa tomar mi silencio como un «no».

Pero como Estefano siempre es Estefano, y al no obtener ningún tipo de respuesta de mi parte, abre la puerta de golpe y asoma la cabeza por el umbral.

—¿Puedo pasar? —pregunta, tímido y no respondo—. Tomaré eso como un sí.

Cierra la puerta a su paso y se acerca para sentarse a un lado de la cama. Inspecciona, curioso, mi habitación como si hubiese entrado a la cueva de un oso que lleva invernando meses. Las cortinas están cerradas y la lamparita tampoco está encendida. En efecto, estoy en tinieblas.

Me cubro con las sábanas hasta la cabeza para no tener que lidiar con su mirada.

—No me pasa nada si es lo que te han mandado a preguntar —espeto desde aquí abajo.

—No me han mandado —contesta, tratando de sonar sincero, pero estoy seguro de que ha venido con esa intención—. ¿Por qué estás así?

—Solo no estoy de humor hoy —gruño.

—¿Seguro?

—¡Vete, por favor!

Me duele tanto tratarlo así, pero es como me siento hoy. No estoy de ánimo y espero que le haya quedado claro y no piense hacerme más preguntas porque no voy a decir ni una sola palabra hasta que se marche.

Por suerte, se pone de pie y escucho que camina hasta la puerta. Me descubro despacio para ver si se está yendo, sin embargo, sigue ahí, de pie, mirándome con pesar.

Su mano toma la cerradura y antes de abrir la puerta añade:

—Si necesitas algo, solo dímelo y te ayudaré.

Me vuelvo a tapar con la sábana. No quiero responderle, aunque signifique dejar a un lado mis valores y mi amable personalidad que siempre he mantenido.

No necesito ayuda de nadie. Y no creo que nadie me pueda ayudar a traer a Christhoper de vuelta con los mismos sentimientos que tenía por mí. Desearía poder tener una máquina del tiempo para poder volver al pasado y no cometer los errores que me han llevado a terminar así.

Por otro lado, el pensamiento del «¿qué hubiera pasado?» me empieza a abordar cada que pasan las horas y me siento terrible. Si tan solo lo hubiese escuchado antes de irme a la clínica, las cosas ahora serían diferentes. No hubiésemos discutido. No habríamos cortado la comunicación. Me estaría ahorrando pasar por esta situación.

Durante los próximos días me empiezo a sentir de la misma manera, pero soy consciente de que no puedo descuidar mis estudios porque estoy a pocos meses de graduarme.

Asisto con normalidad a la escuela, cumplo con mis tareas, pero el resto del día me lo paso debajo de las sábanas, acostado en la cama.

Por suerte, mi familia respeta mi privacidad y no se acerca a mi habitación, ni siquiera a darme los buenos días. Sin embargo, hoy es diferente porque después de varios días de aislamiento, me encuentro llorando sobre el pecho de mi mejor amiga, mientras ella me abraza y me acaricia el cabello con delicadeza.

—Me preocupa el estilo de vida que estás adquiriendo y sé que es duro para ti el enterarte de que Chris tiene leucemia, pero no puedes abandonarte a ti por alguien más. Eres su pareja, tienes que ser fuerte para que estés a su lado y lo acompañes en este proceso.

Niego con la cabeza, a la vez que intento calmar mis sollozos.

—No estaré con él. Me terminó.

—¿Qué? —pregunta ella en un susurro.

—Tuvimos una fuerte discusión esa tarde porque yo tenía mucha prisa por ir a la clínica a ver a Nieve y no me di cuenta de que quería contarme lo de la enfermedad. Al final, me dijo que ya no quería seguir con lo nuestro y como yo estaba muy enfadado, acepté. Lo eché de mi habitación y le grité que se olvidara de mí.

Mi mejor amiga me muestra una expresión de pesar.

—No sabía de eso... lo siento mucho.

—No eres la única que lo siente —confieso.

—Deberían hablar para solucionarlo, pues se comprende que ambos no estaban pasando por un buen momento. ¿Has intentado disculparte?

—Me eliminó de todas sus redes.

—¿En serio? Eso ha sido muy radical.

—Lo sé, no me quiero arriesgar a mandarle la solicitud de seguimiento en Instagram y que me la rechace.

—¿Y si lo llamas?

—No me atrevo, sinceramente.

—¿Y si vas a su casa?

—¿Y si me echa como lo hice con él?

Narel hace un mohín.

—Es que, Nico, te estás imaginando cosas de forma anticipada. La está pasando mal, sí, pero estoy segura de que él es muy amable y se abrirá al diálogo contigo si lo buscas. Te quiere mucho.

—Sí, claro, me quiere mucho que decidió terminarme —contesto con ironía.

—A veces hacemos cosas por impulso. Y si llegan a tener comunicación de nuevo, tienes que ser paciente con él porque no volverá a ser el mismo mientras tenga esa enfermedad. No todas las personas reaccionan igual a este tipo de noticias.

—Estar enfermo no es justificación para tratar mal a las personas.

—Pero sí para no estar de ánimos y tener mal humor. —Se encoge de hombros—. Te sugiero que dejes pasar unos días y le des su espacio. Christhoper aún está procesando todo lo que le está pasando y puede que su prioridad ahora sea enfocarse en el tratamiento que iniciará contra la leucemia.

—No estoy seguro de volver a buscarlo. No me siento preparado para una decepción más si me rechaza.

—Si de verdad lo quieres, dejarás tu orgullo a un lado y buscarás esa reconciliación. —Suspira y su mano desciende hasta mi mejilla para darle un suave apretón—. Estás próximo a ser un adulto, Nicolás. No veas esto como un karma o algo trágico, sino como una oportunidad para que puedas madurar y comprender muchas cosas.

Las palabras de Narel me transportan a unos días atrás, al momento exacto en el que Christhoper espetó lo mismo:

Madura de una puta vez.

Decido salir de mis pensamientos para no volver a llamar al llanto. No quiero seguir agudizando mi sensibilidad.

—¿Qué cosas? —quiero saber.

—Encontrarte a ti mismo y elegir el rumbo que quieres darle a tu vida. No siempre vas a ser un adolescente, cuando llegues a mi edad te darás cuenta de lo importante que es conocerte a ti mismo, aprender a manejar tus emociones y tener un propósito en la vida. Tendrás que tomar decisiones, llegarán nuevas personas y te alejarás de otras que no aportan nada.

—No quiero alejarme de Christhoper. Lo quiero.

—Sé que lo quieres y me gustaría seguir viéndote feliz a su lado. Pero la vida es un ciclo que está en constante evolución. Si las cosas no funcionan con él, te volverás a enamorar de alguien más y hasta llegarás a amar a esa persona. Todo tiene un proceso. Sin embargo, tienes que estar preparado para eso.

—¿Preparado para amar?

Ella asiente.

—No puedes amar a una persona sin antes amarte a ti mismo.

—Me amo a mí mismo —afirmo.

—¿En serio? Si te amaras a ti mismo no estarías echándote al abandono en esta habitación. Mírate, te estás deprimiendo porque no tienes a Christhoper a tu lado.

—Es fácil decirlo, Narel, pero...

—¡Pero nada! Nicolás Andrés Arnez, ahora mismo te levantas de esta cama y vas en busca de tu antigua versión para que trabajes en ella.

—No tengo ganas de salir —insisto.

—Mira, cámbiate porque voy a ayudarte a deshacerte de esta pena que llevas dentro. Y no pienso recibir otro «no» por respuesta. —Se pone de pie, haciéndome un gesto para que me levante. Niego con la cabeza y ella pone las manos en su cintura, acompañada de esa mirada intimidante que siempre usa para convencerme.

Termino aceptando.

De mala gana y a rastras me levanto de mi cama para ir a cambiarme de ropa e ir con Narel. Ingreso al baño para antes darme una ducha rápida mientras ella me espera en mi habitación.



Me quedo mirando, perplejo, el lujoso bar que se levanta frente a nosotros. No sé por qué, pero de alguna u otra manera me esperaba algo así y estoy pensando la manera de escapar para regresar a mi habitación y encerrarme por una semana más.

—Ya que no pude emborrachar a Christhoper la otra vez... lo haré contigo.

—Narel, no creo que sea una buena idea —menciono, mirando con temor la puerta de entrada. Sin darme tiempo de volver a negarme, toma mi brazo y jala de este para obligarme a caminar.

Al entrar vemos que hay varias mesas de cristal con muchos adultos reunidos en ellas. El lugar no era como yo lo imaginaba desde afuera, al contrario, es todo muy elegante y tranquilo, como los bares a los que vamos con papá a cenar en ocasiones especiales.

Llegamos hasta la barra y tomamos asiento frente al chico que sirve los licores. Él nos da una mirada confusa y luego de unos segundos en los que nos analiza con detenimiento, se incorpora y me pregunta de manera directa:

—¿Eres mayor de edad? Permíteme tu identificación, por favor.

Asiento y busco mi billetera para mostrarle mi carnet de conducir. Me pregunto si también le pedirá el suyo a Narel, pero no lo hace. Está claro que, a simple vista, ella parece una chica que ya ha pasado los veinte años.

Le da una revisada rápida y me lo devuelve enseguida, acompañado de una sonrisa amigable y una sincera disculpa.

—¿Qué van a pedir? —Dirige su mirada hacia mi amiga.

Narel toma una posición cómoda en su asiento.

—Tráenos dos copas de vodka, por favor. —Ella me guiña un ojo y le sonrío, nervioso. El chico asiente y se da la vuelta para preparar nuestros pedidos mientras Narel se acerca a mi oído e informa—: Yo invito, eh.

Me sonrojo de tan solo pensar en qué condiciones saldremos de aquí.

Cuando nos alcanza el trago, hacemos un brindis con un suave choque de copas y me es imposible no hacer un gesto raro al tomar la bebida, la cual quema mi garganta a su paso.

Narel me pregunta si quiero otra copa y afirmo con un asentimiento de cabeza.

—¡Obvio que sí! —le digo y chocamos de nuevo las copas vacías.

Al paso de una hora, entre pláticas y más copas de otros cócteles, siento que el alcohol ya se ha apoderado de mi cuerpo. Ya no me arrepiento de haber tomado esta decisión. Hemos venido por una buena causa: dejar mis penas a un lado.

Y vaya que lo estoy haciendo.

Ni siquiera me preocupa cómo voy a llegar a mi casa.

Un Nicolás vestido de angelito, cruzado de brazos y negando con la cabeza, me mira desde mi subconsciente. Antes de pasar a ignorarlo, le saco la lengua para mofarme de él.

Narel baja la copa de sus labios y me observa, extrañada. Le devuelvo la misma mirada y, después de rebobinar en mi cabeza, caigo en la cuenta de que no solo saqué la lengua en mi mente, sino que también lo hice frente a ella y al chico de la barra, quien ahora alterna la vista entre los dos, muy preocupado.

—¿Cuántas copas vamos? —pregunto, mirando que mi amiga se sonroja cuando un tipo elegante pasa por su lado y le guiña el ojo de manera sensual.

—No sé, creo que diez o menos. —Ríe graciosa y yo imito su risa.

De pronto, mi móvil vibra en el bolsillo del pantalón y lo busco, ansioso, con la esperanza de que sea Christhoper, pero me llevo una gran desilusión cuando veo que es una llamada entrante de mi padre.

Decepcionado, le hago un gesto a Narel para que me espere mientras salgo a la calle para responder porque la música está a todo volumen.

—Hola, padre —contesto con un toque de gracia.

—Nicolás, qué bueno que respondes. Por favor, te necesito listo a las ocho. Saldremos todos a cenar con el tío Gabriel por su cumpleaños.

—Okey. —Río, nervioso, al recordar que voy a llegar con el cuerpo hasta el suelo, arrastrándome como un gusano.

—Por cierto, ¿dónde estás? Escucho música.

Pestañeo un par de veces antes de levantar la mirada y leer el cartel del bar. Estoy a punto de decirle el nombre, pero me muerdo la lengua a propósito.

«Piensa en algo rápido, Nicolás».

—Por el centro de la ciudad, padre. —Me humedezco los labios mientras espero su respuesta.

—Okey, apresúrate, por favor. —Cuelga.

Ruedo los ojos y guardo mi móvil en el bolsillo del pantalón. Ingreso de vuelta al bar y veo que Narel está riendo con el chico de la barra que ahora, bajo los efectos del alcohol, se me hace guapísimo.

—Narel, debemos irnos —aviso antes de aferrarme a ella con un abrazo—. Mi padre quiere que lo acompañe a una cena y no puedo faltar. Ya sabes cómo es él.

Siento que suelta un bufido.

—Está bien —refunfuña entre dientes, correspondiendo mi muestra de afecto—. Ya hemos tomado lo suficiente por hoy.

Aún sigo demasiado sensible y es una justificación perfecta para empezar a sollozar sobre su hombro. Ella suspira y no tarda en acariciar mi espalda a modo de consuelo, pues sabe que en tan solo una tarde no voy a superar todo esto que estoy pasando.

«¡Llámalo! ¡Llama a Christhoper!», sugiere la desesperada voz de mi subconsciente.

Pero no, no lo haré.

Fue él quien me terminó, ¿por qué tendría que llamarlo yo?

—Tranquilo, ¿sí? —me consuela Narel cerca del oído—. Ya no llores, a partir de ahora tienes prohibido llorar conmigo. Solo quiero verte sonreír.

Asiento, limpiando mis lágrimas con el puño de mi chompa.

—Te quiero mucho, amiga —declaro con mis sentimientos a flor de piel mientras la abrazo de nuevo.

—Yo también te quiero, mi peque. Pero vamos rápido, si no tu padre te va a matar.

Salimos tambaleándonos hasta la calle y tengo una sensación de mareo cuando el viento hace contacto con la piel de mi rostro. Me siento débil, sin equilibrio y veo que Narel también no está muy sobria que digamos.

Pasa un taxi y extiendo el brazo para detenerlo. Me acerco a la ventana y le digo al chofer la dirección de la casa de mi amiga para que la lleve. Me despido de ella, recordándole que me escriba apenas ingrese a su casa, aunque siendo sincero, dudo que se acuerde. Sin embargo, como amigo es mi deber preocuparme de que llegue sana y salva.

Emprendo mi camino hacia la parada del autobús y llego después de varios minutos de escenas desenfocadas y sensaciones de vómito mientras caminaba por la vereda.

Por un momento, veo que vienen dos autobuses al mismo tiempo y pestañeo varias veces para que desaparezca esa ilusión producida por el alcohol.

Ingreso y tomo asiento junto a una chica universitaria que lleva una mochila sobre su regazo. El bus sigue su trayecto y, para mi mala suerte, empiezo a marearme apenas se pone en marcha. Siento la necesidad de vomitar, pero no tengo dónde hacerlo. La desesperación que comienza a invadirme, me incita a mirar de reojo a mi acompañante en busca de ayuda.

Entonces, mis ojos bajan hasta su mochila y pasa por mi cabeza la idea de quitársela para vomitar dentro de ella.

«No, ni se te ocurra, Nicolás», me reprende mi subconsciente.

Batallo en mi interior para no hacerlo y cierro los ojos para intentar calmar el mareo. Ahora que lo pienso, prefiero tragarme mi propio vómito y no arriesgarme a que llamen a seguridad, me lleven a la estación de policías y luego papá me castigue hasta la próxima venida de Cristo.

El bus continúa, tengo los ojos cerrados para que se me pase el mareo y todo parece marchar bien, hasta que el conductor decide tomar una ruta alterna.

Me pongo en alerta, pues creo que he subido al bus equivocado. Decido mirar por la ventana para ubicarme y estar a la espera de que retome la ruta habitual en cualquier momento.

Transitamos por un parque que recuerdo haber visitado en una ocasión y siento que puedo volver a respirar porque el vehículo no se está alejando. Hay muchas personas caminando por él, pero una en especial llama mi atención: un chico vestido con ropa deportiva negra y audífonos blancos sobre su cabeza.

Mi cuerpo adopta una posición erguida y sigo con la mirada aquella figura que trota por el borde del parque, al mismo tiempo que el bus avanza. El corazón se me acelera y me acerco más al cristal para no perderlo de vista. Una chispa de esperanza se enciende en mi interior y el impulso de bajar del bus para ir a su encuentro, se acrecienta.

No obstante, cuando el chico voltea con la intención de cruzar la calle, resulta ser alguien desconocido. Eso me alivia de alguna u otra manera, pero trae consigo una racha de sensaciones tristes porque una parte de mí esperaba que sea el chico de los piercings.

Quería verlo, aunque sea a través de un cristal.

Porque lo extraño.

Sí, lo extraño.

No quería pensar en él para no deprimirme, pero ya no puedo extrañarlo más. No me gusta que estemos así. Distanciados. Sin saber el uno del otro.

Lo necesito.

«Llámalo y dile que lo sientes».

Sí, eso haré ahora mismo.

Saco mi móvil y con los dedos temblorosos busco su nombre en mi lista de contactos.

Por unos segundos, me quedo mirando la pantalla, dudoso de que quizá no sea la decisión más acertada que voy a realizar hoy. Sin embargo, le doy a marcar y me llevo el dispositivo al oído.

De pronto, me invade un temor horrible que me hace dudar de nuevo.

¿Y si no me responde? ¿Y si me manda a la mismísima mierda?

No, no... recuerda que tu orgullo es primero, Nicolás.

Corto la llamada antes de que empiece a timbrar.

Dejo salir un largo y profundo suspiro mientras pienso que soy un cobarde por no poder tomar las riendas de esta situación y enfrentarla. Pero no es fácil. No es sencillo llamar y decirle que lo extraño y que lo siento, y más si he sido yo quien le pidió que no me buscara más.

Además, el hecho de que me haya eliminado de sus redes es un indicativo de que no quiere saber de mí.

Con una sonrisa de pesar, guardo mi móvil, deseando desde lo más profundo de mi corazón que el mensaje de llamada perdida le llegue y me devuelva la llamada.

Mierda.

Soy un tonto.

Soy eso y también un maldito miedoso que no quiere afrontar las cosas.

Horas después, cuando regreso de la cena a la que me invitó papá, me arrepiento de haber colgado la llamada. Quizá debí esperar a que el móvil empezara a timbrar. Fue mi oportunidad para poder cambiar las cosas y no ser presa de una terrible ansiedad durante toda la velada.

Al parecer nunca le llegó el mensaje de llamada perdida o, tal vez, decidió ignorarlo.

Christhoper no llamó de vuelta. 


***

Continue Reading

You'll Also Like

6.9K 1.5K 16
Aradihel, comandante del ejército de los alferis, despierta en una tierra inhóspita. Lo último que recuerda es que murió en batalla, y siendo él un h...
Bloom By Madivil

Teen Fiction

348K 35.7K 57
Secuela de la novela "The Teacher" Después de haber sido expulsado del internado universitario más prestigioso del país y verse vuelto en un escánda...
2.2K 91 19
Libro UNO de la trilogía Cambiantes Alexandr Lewis es un joven que en compañía de su madre se mudó al pueblo de Greenfield donde, sin saberlo, su vid...
108K 3.2K 10
Los amores de nuestro querido Ethan no serán más que un solo deseo de una calentura juvenil, pero tal vez y en ese deseo podrá encontrar su verdadero...