Souvenir (Amor y tiempo 1) | ✔

By adawolken

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TERMINADA✔ Carolina Devay: directa, extrovertida y decidida. Al menos lo era, antes de que su carácter fuera... More

Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Epílogo

Capítulo Veintisiete

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By adawolken

Que le den

Había tardado un par de horas más en salir del trabajo. La cabeza le martilleaba, si llegaba a casa sin haber aumentado su densidad, sería un milagro.

Todo el tiempo había acabado pensando en lo mismo: las palabras de su hermana daban vueltas y vueltas en su mente. Seguro que se daban golpes con las paredes de su cabeza, eso explicaría el dolor.

¿Por qué tenía que tener ese mecanismo? Cuando le hacían daño, se cerraba, Ni explicaciones ni disculpas, no quería nada de la otra persona. Hasta que días después de reflexión, necesitaba una explicación. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué dijo aquello? ¿Qué pensó cuando pasó lo otro? Miles de preguntas sobre si el comportamiento, las palabras y los besos de Carolina habían sido reales, o si no habían sido del todo sinceros, avasallaban su increíblemente fuerte resistencia al llanto. También pensaba en qué habría pensado cuando descubrió lo suyo, qué tantas cosas deplorables habría llegado a pensar de él.

Aún no había llorado, era sorprendente, en realidad, que para una persona así, como era él, sensiblero, romántico y tan en las nubes, le costara tanto deshidratarse por los ojos. No era algo que le gustara hacer, no lo aliviaba, no le proporcionaba nada bueno a su cuerpo. Sin embargo, recordaba que cuando abrazó a Carolina en el aeropuerto, después de haber pasado una semana lejos de ella, un par de lágrimas estuvieron a punto de conseguir salir. Se reprimió a tiempo.

Entonces, el problema era que quería esas explicaciones, y necesitaba darle otras a cambio. Ya se había decidido a pedírselas, estaba dispuesto a sentarse con ella —y tragarse las ganas de volver días al pasado para poder besarla—. Quizás no se las creería, pero al menos las escuchaba, y se quedaría tranquilo si ella lo escuchaba de vuelta. Escuchar a alguien en esa situación podía darte dos cosas: explicaciones, o excusas. Depende de cuál te den, ya sabes cómo te han querido. Depende de cómo tú hayas querido también ves esas palabras como una, o como otras.

Afirmaba que Carolina lo había querido basándose en absolutamente nada. Había decidido dejar de apoyarse en lo vivido juntos porque no se fiaba de nada que hubiera salido de su boca. No hasta que escuchara esas explicaciones, y decidiera si eran válidas. Ya ni siquiera estaba seguro de sus propios sentimientos. La quería, la quería mucho, estaba enamorado, eso no podía ni quería negarlo; era de quién estaba enamorado de lo que dudaba. ¿Quién había sido la persona que él había conocido? ¿La Carolina real, o la otra?

Escuchó dos voces decir: "¿Es que acaso existe "la otra"? No seas ridículo". Se parecían mucho a las voces de Christian y Teresa.

Le hicieron dudar de nuevo. ¿Existía una sola Carolina?

Blake estaba convencido de que no existía una sola versión de nadie en el mundo: todo el mundo tenía, al menos, dos caras. Una para lo bueno, y otra para lo malo. O una para el bien, y otra para el mal, que viene a ser lo mismo. La única diferencia es que el primer ejemplo es cuando se recibe, y el segundo, cuando se hace. Y como no solo existe el bien y el mal en el mundo, ni son las únicas emociones o acciones que afectan a las personas —a todo animal, en realidad—, la conclusión era que todo el mundo tenía más de dos caras. Cuál enseñaban era otra cosa.

Por eso Blake estaba tan concienciado y empecinado en vivir ciertas situaciones con una persona antes de declararse enamorado, antes si quiera de aceptar que la quería, porque así podría ver una variedad aceptable de sus otras caras, y haría un balance de lo enamorado que se sintiera de cada una de ellas.

Ese era uno de los problemas de toda esa situación: Blake veía el amor, además de como un sentimiento curativo e inevitable, como algo sistematizado y con capacidad de elección. Carolina lo veía como un espectro poderoso, profundo y mágico —era una de las pocas cosas en las que creía—, que no hacía caso a ninguna orden. Blake había elegido enamorarse de las personas de las que se había enamorado antes, lo había hecho tras un estudio de sus personalidades. Pero con Carolina... Simplemente pasó, se le olvidaron las caras, los balances, las posibilidades de que todo fuera mentira. Y terminó cayendo, mucho más rápido, fuerte y realista que cualquier vez anterior.

Eso era algo que ella había cambiado en él: sí, las personas tienen mil caras, a veces más, a veces menos, algunas más bonitas, otras a las que mejor que nunca les de la luz... Pero no tienes que hacer nada al respecto, solo tienes que cuidarlas, tratarlas con respeto y sin temer. Las malas caras son como los animales: huelen el miedo.

Él no sabía cómo, ni por qué, pero cómo la registraban sus ojos, cómo la recordaba su mente, cómo la ansiaba su tacto, y cómo la disfrutaba su gusto, no podía ser otra cosa que no fuera amor.

Al menos eso pensaba él. Eso quería pensar.

Que él le hubiera hecho daño a ella no lo olvidaba, pero es que ella también la había cagado con él. Era todo mutuo, se habían defraudado mutuamente, se habían faltado a la confianza, y él tenía clarísimo que le pediría diez mil veces perdón, si hacía falta. Y cada vez tenía más claro que le daba igual que hubiera jugado con él, que todo hubiera sido una farsa, quería estar con ella. Trataba de intentar borrarse esa idea que cada vez se volvía más nítida, regresaba de las tinieblas, porque ya había existido antes en su mente, pero le era inevitable.

Cuando llegó a casa cogió su teléfono y se obligó a no releer conversaciones anteriores, simplemente le escribió.

Blake: Hola, te puedo llamar?

Carolina: sí

No tardó mucho en contestar, solo un par de minutos, que le dieron tiempo para mentalizarse. Agarró el móvil con fuerza y, cerrando los ojos, caminó de un lado a otro, transpirando.

—No estés nervioso, no pasa nada —se decía a sí mismo—. Intenta que no te tiemble la voz, tranquilo. Es solo una mujer, no es un demonio.

Pero es la mujer a la que quieres. Se acalló.

Llamó, sin pensarlo dos veces.

—Hola.

Le dio un vuelco el corazón. Su voz sonaba insegura. Y cómo no, si había ensayado su saludo las veces que le dio tiempo desde que le había mandado el mensaje, hasta que la había llamado.

Carolina estaba con Albert y Sally, bebiendo chocolate caliente en el sofá de su casa, tapados con una fina manta de croché, hablando de las cosas raras que hacían en la intimidad. Se habían esforzado por hacerla reír, por amenizarle esos días en los que sabían que se sentía miserable. Lo estaban consiguiendo, por la mañana no había notado la ausencia de Blake porque se metió de lleno en el trabajo, y por la tarde había estado tan entregada a las historias divertidas de su hermana y mejor amigo, que tampoco lo pensó tanto.

Pero cuando se le iluminó el teléfono con una nueva notificación, aunque pensó en ignorarlo, le pudo la curiosidad.

—Es Blake —había dicho.

Sus dos acompañantes pararon la charleta para mirarla atónitos.

—¿Cómo?

—¿Qué te ha dicho?

—Que si me puede llamar.

No había sabido cómo sentirse al respecto.

—¿Y? ¿Le vas a decir que sí?

—Supongo —respondió a Sally.

No ganaba con decirle que no, porque lo echaba de menos, y quería tanto recibir, como dar explicaciones. Más recibir, pero como es normal.

Y entonces acabaron los dos agazapados al brazo de Carolina, el de la mano que sujetaba el teléfono frente a su oreja. Le habían rogado que lo pusiera en altavoz, pero no le parecía adecuado.

—Hola —quiso cerrar los ojos al oírlo—. Mmmm... —titubeó— ¿Puedes quedar mañana? Por la tarde tengo un hueco —Ella no supo qué responder, no se esperaba esa propuesta—. Quiero hablar —Le aclaró—, podemos tomar un café y hablar. Tengo cosas que decirte, y creo que tú también.

—¿Que quiere hablar? —Sally se alejó del teléfono para que su susurro no se escuchara.

—Claro, ahora sí quiere, será... —Albert, que se había alejado y susurrado también.

Carolina les hizo un ademán con la mano y puso uno de sus dedos frente a sus morros, para que se callaran.

—Vale, sí, claro —Seguro que notaba su nerviosismo—. Dime tú la hora, yo te digo el sitio, ¿te parece?

—Sobre las cinco y media, ¿te parece bien?

Miró a Albert y Sally: ella asentía, con las cejas alzadas y mucho entusiasmo; él negaba, con el ceño fruncido.

—Sí, vale. Te mando la dirección por mensaje.

—Bien —La línea se quedó en silencio. Ambos esperaban a que el otro dijera algo, algo que frenara sus ganas de decir algo de lo que se arrepentirían—. Bueno, hasta mañana.

—Hasta mañana.

Carolina colgó, y cogió aire como si acabara de salir del océano después de haber tocado el fondo y subido.

—No me parece.

—¡Oh, por favor! ¡Cállate! ¿No ves que se quieren?

—La ha tratado fatal, ha asumido cosas horribles sobre ella, y encima ni siquiera ha estado dispuesto a escucharla —enumeró Albert—. El caramelo es mucho caramelo, pero se puede ir a la mierda.

—Pero ahora sí quiere hablar.

—Claro, ahora, después de haberla ignorado cuando fue ella misma hacia él, y después de que se haya descubierto su pastel.

—Bueno, necesitaría tiempo para pensar, le estaría dando un tiempo de cortesía a ella.

—¿Te estás poniendo de su parte?

—¡No! —Sally miró a su hermana, que los veía discutir con una expresión indescifrable— No lo estoy defendiendo, ¿vale? Solo digo que, igual que cuando pasó todo lo nuestro, tú necesitaste tu tiempo para procesarlo —Le recordó—, a él le ha pasado lo mismo, y tal vez te haya querido dar lo mismo.

—No es lo mismo...

—Sí es lo mismo, Albert —interrumpió Carolina—. Sally tiene razón: quizás ha cambiado de opinión porque lo ha podido pensar —hizo una pausa—. Yo tampoco le di mucho tiempo, y agradezco que él sí me lo haya dado, he podido pensar...

Era cierto, había pensado mucho. Había pensado que, igual que él mismo le enseñó, la gente tiene sus motivos. Él habría tenido que tener algo que lo hiciera esconder aquello de ella, tenía que tener alguna justificación. Quería creer que lo conocía, y que él no le ocultaría algo así durante tanto tiempo, no lo haría. También pensó en que, si hubiera sido ella la que encontró esa libreta escrita por él, se habría vuelto loca, igual que él. Se imaginó que sería duro encontrar que la persona a la que quieres, aunque fuera al principio, solo te quiso para una cosa, quiso tu cuerpo, y tú querías entregarle también tu interior. Lo entendió, pero una parte de ella seguía furiosa por la mentira que le había colado. Era distinto a lo de ella: ella no le había mentido, no había actuado, pero él sí que tuvo que hacerlo, estaba segura de que en algún momento tuvo que morderse el interior de la boca.

Pero, hasta cierto punto, lo tenía olvidado, como si ya lo hubieran hablado y hubiera aceptado sus explicaciones, y eso era porque lo quería demasiado y estaba deseosa de olvidar todo lo que había pasado y pasar el día con él, tirados en la cama sin más tarea que abrazarse. No era para tanto, pensaba una parte de ella, la que decía que, si se estaba divorciando, técnicamente no había engañado a nadie, y que presuntamente no quería a la otra, sino a ella, a Carolina. Otra mínima parte de ella pensaba que era un bastardo mentiroso que se pintaba la fachada de niño bueno pero en realidad era un cabrón, aunque ese pensamiento no lo sacaba a relucir mucho, porque sabía que no era cierto. Y otra parte aún más pequeña que la anterior, le decía que nunca se terminaba de conocer a una persona, que quizás sí que era cierto. A esa la metió en una habitación insonorizada, no le hacía falta escucharla.

Carolina quería solucionar las cosas, más que nada en el mundo. Por suerte no se sentía tan perdida como cuando se peleó con sus hermanas y su amigo; entonces tenía a Blake, ahora los tenía a ellos.

—Cariño —Albert se acercó a ella y se acurrucó a su lado—, solo quiero que sepas que nos tienes aquí —miró a Sally, buscando su apoyo. Ella abrazó a su hermana por el otro lado—. Vales mucho. Vales mucho más que cualquier disgusto que pueda darte todo esto.

—Y si Blake no sabe verlo —continuó Sally. Carolina la miró con los ojos llenos de expectación—, que le den.

—Que le den —repitió ella.

Probó a cómo le sabían esas palabras pensando en él. Las usaría si la situación lo requería.

...

Llevaba esperando alrededor de diez minutos. A ella no le importaba mucho, pero no quería pedir hasta que él no llegara, y el camarero estaba empezando a mirarla sospechosamente. Carolina no solía ser impaciente, pero estaba nerviosa.

Menos de dos minutos más tarde, Blake apareció por su espalda y se sentó frente a ella.

—Hola —Le dijo, muy correcto.

—Hola —respondió ella.

—¿Has pedido ya?

—No, te estaba esperando.

Blake llamó al camarero levantando la mano cuando vio que los miraba.

—Yo quiero un café americano, por favor.

Ambos hombres la miraron, esperándola.

—Yo un café con hielo, gracias.

Cuando el hombre se fue con su comanda, por fin se miraron de verdad: Blake la detalló descaradamente. Le importaba poco lo que pensara, ese día se había puesto la camiseta con la que la conoció, con una chaqueta vaquera negra encima. ¿Lo habría hecho a propósito? No podría ser tan descarada...

Ella, sin embargo, se fijó en que ya no tenía tan mala cara, que parecía haber descansado bien. Y era así, al igual que ella, ambos habían recuperado el hábito del sueño, pudieron hacerlo cuando ya tenían una cita planeada y tenían por seguro que no se iban a quedar sin hablar.

—Bueno —empezó él—, ¿quién va?

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