Capítulo Veintisiete

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Que le den

Había tardado un par de horas más en salir del trabajo. La cabeza le martilleaba, si llegaba a casa sin haber aumentado su densidad, sería un milagro.

Todo el tiempo había acabado pensando en lo mismo: las palabras de su hermana daban vueltas y vueltas en su mente. Seguro que se daban golpes con las paredes de su cabeza, eso explicaría el dolor.

¿Por qué tenía que tener ese mecanismo? Cuando le hacían daño, se cerraba, Ni explicaciones ni disculpas, no quería nada de la otra persona. Hasta que días después de reflexión, necesitaba una explicación. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué dijo aquello? ¿Qué pensó cuando pasó lo otro? Miles de preguntas sobre si el comportamiento, las palabras y los besos de Carolina habían sido reales, o si no habían sido del todo sinceros, avasallaban su increíblemente fuerte resistencia al llanto. También pensaba en qué habría pensado cuando descubrió lo suyo, qué tantas cosas deplorables habría llegado a pensar de él.

Aún no había llorado, era sorprendente, en realidad, que para una persona así, como era él, sensiblero, romántico y tan en las nubes, le costara tanto deshidratarse por los ojos. No era algo que le gustara hacer, no lo aliviaba, no le proporcionaba nada bueno a su cuerpo. Sin embargo, recordaba que cuando abrazó a Carolina en el aeropuerto, después de haber pasado una semana lejos de ella, un par de lágrimas estuvieron a punto de conseguir salir. Se reprimió a tiempo.

Entonces, el problema era que quería esas explicaciones, y necesitaba darle otras a cambio. Ya se había decidido a pedírselas, estaba dispuesto a sentarse con ella —y tragarse las ganas de volver días al pasado para poder besarla—. Quizás no se las creería, pero al menos las escuchaba, y se quedaría tranquilo si ella lo escuchaba de vuelta. Escuchar a alguien en esa situación podía darte dos cosas: explicaciones, o excusas. Depende de cuál te den, ya sabes cómo te han querido. Depende de cómo tú hayas querido también ves esas palabras como una, o como otras.

Afirmaba que Carolina lo había querido basándose en absolutamente nada. Había decidido dejar de apoyarse en lo vivido juntos porque no se fiaba de nada que hubiera salido de su boca. No hasta que escuchara esas explicaciones, y decidiera si eran válidas. Ya ni siquiera estaba seguro de sus propios sentimientos. La quería, la quería mucho, estaba enamorado, eso no podía ni quería negarlo; era de quién estaba enamorado de lo que dudaba. ¿Quién había sido la persona que él había conocido? ¿La Carolina real, o la otra?

Escuchó dos voces decir: "¿Es que acaso existe "la otra"? No seas ridículo". Se parecían mucho a las voces de Christian y Teresa.

Le hicieron dudar de nuevo. ¿Existía una sola Carolina?

Blake estaba convencido de que no existía una sola versión de nadie en el mundo: todo el mundo tenía, al menos, dos caras. Una para lo bueno, y otra para lo malo. O una para el bien, y otra para el mal, que viene a ser lo mismo. La única diferencia es que el primer ejemplo es cuando se recibe, y el segundo, cuando se hace. Y como no solo existe el bien y el mal en el mundo, ni son las únicas emociones o acciones que afectan a las personas —a todo animal, en realidad—, la conclusión era que todo el mundo tenía más de dos caras. Cuál enseñaban era otra cosa.

Por eso Blake estaba tan concienciado y empecinado en vivir ciertas situaciones con una persona antes de declararse enamorado, antes si quiera de aceptar que la quería, porque así podría ver una variedad aceptable de sus otras caras, y haría un balance de lo enamorado que se sintiera de cada una de ellas.

Souvenir (Amor y tiempo 1) | ✔حيث تعيش القصص. اكتشف الآن