PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR

XXIII

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FREYA

(Gerrard's Cross - Buckinghamshire)

Bulstrode Park.

Junio de 1805...

Bulstrode Park, la casa de campo de los Condes de Portland ubicada al suroeste de Inglaterra, no muy lejos de la ciudad, era por mucho ostentosa y rebosante de elegancia, pero se respiraba el aire de calidez que en ninguna otra se percibía.

El lugar se denotaba porque era conocido por sus frondosos jardines.

En estos había todo tipo de especies, y plantas de diferentes colores y con un significado que eran contados tanto por los lacayos, como por su dueña. Haciéndoles ver como leyendas que le llegaban al alma hasta del ser más inhumano.

Por su parte los Condes eran personas de carácter afable, y que colmaban de atenciones a sus invitados sin importar la categoría de su título, o que cantidad de dinero poseyeran en sus arcas.

Se desvivían para que ninguno tuviese algún inconveniente, comenzando por las habitaciones asignadas, hasta las cosas que podían comer o no.

En pocas palabras, hacían sentir como en casa a todos los individuos que tenían el placer de ser invitados a un evento como aquel.

Siendo uno de los afortunados Freya, que se hallaba en frente de la Condesa viuda Lady Dorothea Green.

Una señora de carácter un poco difícil, altura promedio y cuerpo rollizo.

Al principio te podía mirar de una manera déspota, y algo tirante, pero con el paso de los minutos, si caías en su gracia te convertías en su persona favorita, y no hacía más que colmarte de atenciones a tal punto de llegar a ser un tanto asfixiante.

—Bienvenida, Lady Allard —saludó exultante de alegría, con los brazos abiertos recibiendo de vuelta el mismo caluroso abrazo, dejándose rodear tomando el afecto desmedido que le ofrecía la regordeta dama.

Esa que también se había ganado su voluntad.

—Es un placer volver a verle, Lady Green —concedió mientras se dejaba examinar de la nombrada, que pasó después a los brazos de su hermano, que con las mejillas encendidas se dejaba colmar en halagos mientras recibía el popular besamanos.

—El placer es de nosotros, al ver que han podido asistir a vuestro pequeño evento —se abstuvo de rodar los ojos.

Esa mujer no conocía la palabra simpleza, o definitivamente los significados estaban confusos en su memoria.

—Antes de que nos indiquen donde se encuentran nuestros dormitorios, me tomé el atrevimiento de traer conmigo en representación de los Duques de Rothesay a Lady Luisa de Borja —la nombrada quedó frente a la mujer mayor que la escrutaba con la mirada achicase —. Prima de Lady MacGregor —observó como nuevamente su hermano apretaba la mandíbula.

Inclusive el aire parecía denso.

Demasiado para no notarlo, pero no lo suficiente como para destacarlo.

Es todo caso se sentía conforme, porque tras su insistencia el día que cenaron en su casa, la nombrada accedió a hacerle compañía.

Su amiga necesitaba distracción.

Algo que la sacase del estado de nervios caóticos que amenazaba con hacerle sucumbir, si no inventaba algo para que la situación que le tenía tan mal se solucionará.

Pese a que no le reveló lo que le ocurría, solo inquietándole el saber que no estaba en óptimas condiciones.

No obstante, desde que el viaje inició, pese a que los dos sabían de la presencia del otro no hubo más en el trayecto que malas caras, y palabras fuera de tono para la susodicha, mientras la agredida le contestaba de una manera que lo sacaba más de sus casillas.

O más bien no decía nada, porque lo ignoraba.

La española de cabello castaño, y altura envidiable para un caballero, se atrevió a hacer lo que nadie en su sano juicio.

No tomar en cuenta a uno de los hombres más resentidos de Francia, y parte de Londres. Dejándolo con la palabra en la boca, y el orgullo por los suelos.

Sabía que eso no se quedaría así.

Pero, interferir en ese asunto seria empeorar las cosas para Luisa, que definitivamente estaba siendo presionada de cierta manera seguramente por su padre, aunque no le había querido revelar el motivo.

Se saludaron, y antes de poder si quiera decir algo más una presencia a sus espaldas que le hizo recorrer un escalofrió en la espina dorsal refrenó las efusivas palabras que le iba dedicar por la razón del evento.

Su cumpleaños.

No tuvo que voltear para saber de quien se trataba.

La misma persona, que desde que había hecho arribo al país le espiaba desde las sombras.

No conocía el motivo, pero tampoco le apetecía averiguarlo.

—¡Sebastien, muchacho de los infiernos! —soltó en saludo la Condesa, que se abrió paso sin despelucarse con el objetivo de estrecharlo entre sus brazos, dejándole un poco descolocada al verla oficiando tamaña escena.

En respuesta el hombre le sonreía a la anfitriona como si fuese alguien de su gracia.

Lo enfocó sin importar ser una maleducada por quedársele viendo, y más cuando llevaba colgando de su brazo a su muy "Agradable y para nada coqueta" mujer.

» ¡Lady Keppel! —el tono tan seco que utilizó para la dama la asombró, cuando no se esforzó por ocultarlo.

Tenía una nueva integrante del grupo, que había formado mentalmente denominado anti-arpías.

Con un lema más que sonante y verdadero.

«No las dejes atacar, agárralas del cabello y ponlas en su lugar»

El aire estaba pesado, y más porque el Lord más que comprometido, no dejaba de observarle.

—No sabía que la dama que anda en boca de toda Inglaterra por su compromiso, y próximo enlace estuviese en este acontecimiento —soltó en tono burlón sombrío, haciendo que achicara los ojos.

Obviamente mentía, pues al ser la comidilla de Londres por algo que no fuese su comportamiento la hacía odiada, pero solicita.

No se amedrentó con su cara de pocos amigos. Por el contrario, sonrió de medio lado dejando en entrevisto sus intenciones para esos días. Prendiendo sus alarmas que indicaban que se tenía que andar con cuidado.

Odiaba a Adler, y al parecer estaba dispuesto a hacer lo que fuese por destruirlo.

Demostrándolo cuando sus advertencias las dejó de lado, dándole libertad a su mujercita en las veladas anteriores en vez de tensarle la cuerda, con la actitud de querer seguir los pasos de esta con su persona.

¿Que se creía?

—¡Lord Keppel, que sorpresa! —no se dejaría amedrentar.

Ella lo podía sortear sin problemas.

Estiró su mano enguantada a regañadientes, sin dejar de observarle.

Ese hombre se traía algo entre manos.

Algo muy oscuro.

Estaba convencida.

Había escuchado, que pese a ser amigos con su prometido desde muy temprana edad Sebastien Keppel envidiaba en sobremanera al hijo de uno de los Duques más acaudalados de Londres, no solo por el título que ostentaría en el futuro, sino por la suerte que tenía en cuanto a las féminas.

Para más pruebas la dama que ahora colgaba de su brazo.

Él le había robado el amor a Adler Somerset.

Torció la cabeza examinándolo con más detenimiento.

Definitivamente era extremadamente guapo.

No era ciega.

Su altura, musculatura, ojos peculiares y porte le hacían ver intimidante y el aire más que espeluznante, le daba ese toque atrayente que quizás casi ninguna mujer se le resistiría.

Ella entraba en el grupo, después del casi.

Aceptaba que era una buena entretención para la visión, pero jamás podría compararse con Adler.

Un ángel de cabellos rubios caído del cielo. Mandado por Dios, para que cuidase de su alma pecaminosa.

—Su belleza hará que estos días sean más que sobrecogedores —se soltó con brusquedad del agarre, ya que había capturado con determinación su man.

—Me encantaría decir lo mismo con respecto a su presencia, Milord —lo escupió con todo el desprecio que encontró en su cuerpo, porque no se merecía menos —. Pues ya tengo un motivo más que valedero para que mis días sean maravillosos —aseveró precisamente cuando hacia su arribo la persona que últimamente no sacaba de su cabeza, y que había echado de menos al no haberle visto el día anterior, dejándola con una sonrisa bobalicona en los labios, y con la mirada perdida en el punto donde aquel estaba, y los ojos grises brillándole de una manera intensa y especial.

Hasta se veía refrenando un suspiro anhelante, del que no se percató.

Ya se estaba demorando.

¿Es que no se daba cuenta que su presencia se le estaba volviendo indispensable?

El Conde volteó para observar que era lo que había cesado la verborrea de su acompañante, presenciando el instante en que su esposa se apuraba al encuentro de este, dando una escena más que contundente aun en el recibidor de la mansión, cambiándole el semblante de manera automática a la francesa, de la que de sus cuencas llameaba ira pura.

Para fortuna de la anfitriona eran los primeros en arribar, o si no serían el chismorreo principal.

—Al parecer ese motivo tiene en su mira a alguien en particular, que no es usted —exclamó con sorna el indeseable al ver como empuñaba las manos, esperando a ser notada por su prometido, pero al parecer se le olvidó que existía.

Dándole pie a la muy escurridiza de Lady Keppel para que exigiera su atención, cuando su solicitud al parecer se le antojó primordial.

Se tuvo que refrenar.

Tenía que pensar en que Adler le había dicho que no era nada, pero parecía un todo.

Observó para todos lados para calmar su brío, no prestándole atención a la parejita y su reencuentro.

Buscando el ancla de su amiga y hermano, topándose con la nada porque convenientemente desaparecieron de la escena juntos.

Ni siquiera pudo distraerse con sus choques de personalidades constantes.

Suspiró con pesadez apartándose del pelinegro, que observaba encantado la escena sin detenerla.

Volvió a mirar al frente sin poder contenerse, topándose esta vez con la mirada cargada de altivez de la Duquesa, que al parecer acababa de poner un pie en el acontecimiento.

No se dejó amedrentar, le aguantó el escrutinio sin llegar a ser desafiante. Aunque tampoco apacible.

No quería tener más inconvenientes con la dama, aunque sabía que estaba en pie de guerra. Solo se tomaría las prevenciones necesarias para que los ataques no llegaran de forma sorpresiva.

Por otra parte, estaba el Duque, que llegó tras su mujer, y sin esperar alguna señal o el desenlace de la escena que no tenía final, se acercó sin importarle la mala cara de su esposa para hacerla destacar con el saludo que no duró más de lo debido, teniendo como ingrediente extra una inclinación de cabeza con gesto afable, para seguir con el saludo correspondiente a la anfitriona.

Agradecía que estuviesen unos cuantos metros lejos para que Adler no se percatara de su presencia, y se abstuviera de darle rienda suelta a sus deseos.

Ni siquiera notó que su padre se dirigía a ella.

Solo miraba a Lady Keppel, le está sonriendo y hasta la saludó como todo un caballero.

Un momento.

¿Eso que acaba de ver fue una de sus sonrisas especiales que solo le pertenecían a ella?

Le estaba tocando el antebrazo más de la cuenta.

Pero ¿Como era posible que no la frenase?

Era una atrevidita, sínica de lo peor.

¿Cómo se atreve a tocar el pecho de mi prometido de esa manera?

¿Y yo soy la sinvergüenza?

Si de ahogados al rio.

Le voy a arrancar esas garras, si en los próximos segundos no las aparta de lo que será mío.

De lo que ya es mío.

—Adler suele apreciar la belleza en lo corriente —fue salvada por una intromisión no requerida —. Sin notar la verdadera obra de arte que tiene a pocos metros y le pertenecerá —enfocó nuevamente al Conde, que nuevamente se ubicó a su lado, pero respetando su espacio con los brazos entrelazados en la espalda, y la vista fija en la escena.

—En eso estamos de acuerdo, Lord Keppel —este le miró con una ceja levantada curioso por lo que tenía para decir. Pero, aguardo a que terminase de dar su punto de vista, porque saltaba a la vista que todavía tenía mucho por expresar —. Es difícil de apreciar lo verdaderamente atractivo, cuando se pone en el campo de visión lo simple ¿O me equivoco Milord? —una acusación directa —. Que no le importe su esposa, no significa que al hartarse de ella la tenga que devolver al hombre que se la hurtó. Existen mejores tácticas, así que, le vuelvo a dar el consejo que la desaparezca de mi campo de visión. No me conoce, y no le gustará que se la devuelva sin siquiera sacarle provecho para lo único que será buena —con eso ultimo pareció más sombría de lo que pretendía, pero mucho mejor.

Ya no estaba en sus cinco sentidos.

—Esto debería recomendárselo al hombre que tiene su atención, el cual, al parecer no es otro que su prometido —golpe bajo, pero no lo demostró.

Trató de picarle, pero la sonrisa inquebrantable que manifestó lo dejó con curiosidad por su próximo movimiento.

—Es muy observador, Lord Albemarle —elogió de forma irónica —. Pero la gran diferencia entre Adler y usted, que cabe destacar, se nota que es abismal —eso lo hizo contraer la mandíbula, dándole un pequeño triunfo —. Pues él, pese a ser acaparado, distingue entre el montón lo que verdaderamente necesita de su atención, porque no es que tarde en notarlo. Solo se quita de encima lo insignificante para dar todo su tiempo a lo verdaderamente significativo —con la mirada le señaló a quien venía a su encuentro, aliviada porque por fin le había notado pese a que su ira continuaba intacta —. Y no tengo el deber de explicarle lo siguiente, pero me placera recalcárselo —volvió a enfocarle de reojo, teniendo el tiempo suficiente para culminarlo —. Mientras su amada y devota esposa corre a sus brazos, el viene hacia mi sin siquiera ser requerido —como la luz atrae a la polilla.

Como la miel a las abejas.

—¿Me quiere decir que no le es indispensable su atención? —preguntó volviendo a ser el de segundos atrás.

No quedando rastro de la tensión que delataba el resentimiento hacia el rubio.

—No lo es cuando obtengo el doble de la que creo merecer —no decía más que la verdad.

—Aparentemente cataloga a su prometido como un crédulo falto de afecto —se rió como si de un buen chiste se tratase, en el momento en el que tuvo de frente a Adler.

Si con eso creyó que la dejó sin palabras, él no era precisamente el que se las quitaría, porque solo el rubio tenía ese poder.

∙ʚɞ∙

ADLER

Después de un agotador viaje pese a ser bastante corto, por las peleas de su madre para que desistiera de su idea de desposar a Freya, y de cómo su padre la refrenaba sin éxito. Por fin habían llegado a la casa de campo de los Condes de Portland.

Sin más que esperar, o no respondería por lo que saldría de su boca saltó del carruaje.

No quería seguir escuchando las réplicas de su progenitora.

Que cabía destacar eran demasiadas, en comparación con su pasado.

Cuando ocurrió lo de Abigail, ella lo único que hizo fue apoyarle.

No hubo quejas, palabras malsonantes o algún reproche por haber permitido tal escándalo.

Solo fue considerada, cariñosa, afable; pero sobre todo comprensiva.

Sin embargo, ahora era distinto.

Como si Freya le hubiese ofendido, a tal punto de que todo lo que hiciese se tornara de mal gusto.

Atacando con más vehemencia, sin importarle su sentir o los esfuerzos que hacia la francesa por no molestarle, tanto que hasta habían cesado las habladurías de su persona por su comportamiento.

Ni siquiera era impulsiva cuanto se la topaba.

Cualquier gesto de la dama le ofendía sin razón de ser.

Pretendía que fuese otra persona, pero él nunca le pediría aquello.

Su esencia.

Todo lo que era, lo había prendado.

Le fascinaba porque era única.

Tan ella, que las otras se le tornaban insulsas.

Sin eso que la caracterizaba le quitaría lo irremediablemente indicada que era para su alma.

De ninguna manera permitiría que cambiase por alguien que no era el, porque sencillamente no necesitaba hacerlo.

...

Ni bien se adentró a la propiedad, en un parpadeo, sin siquiera terminar de cruzar el umbral, se halló abordado por una dama de ojos amarillos, que en el pasado le hubiese acelerado el corazón, y hecho esbozar una sonrisa inquebrantable.

Pero lo único que le provocó fue hastío.

¿No se cansaba de recibir negativas, cuando en el pasado era ella quien las ofrecía?

No quería darle una importancia que no tenía a su presencia.

Había sido una sorpresa nada agradable verle nuevamente después de tanto tiempo, pero Freya, y su impulsividad acapararon el momento hasta desaparecer la desazón, volviéndolo insulso.

Su frescura a la hora de hacerse valer como mujer fue lo primordial.

La manera en cómo se expresaba.

Su coquetería nata, que, aunque le molestó que la utilizara con alguien más, fue revitalizante cuando la implementó en conjunto con su lengua sin filtros.

—¡Adler! —no debía ser grosero, o le demostraría una importancia que no tenía —. No sabes cuantas ganas tenia de verte —una suerte que no lo trasnochase ese pensamiento.

La voz seductora de Abigail le afirmó que no descansaría hasta volverlo a ver a sus pies, sin contar con que su estupidez por ella se desvaneció lo suficiente como para que su presencia se le tornara insignificante.

Le obsequió una mirada vacía que la hizo respingar, y a su persona encogerse de hombros.

—¿No veo cual sería el motivo, Milady? —inquirió con seriedad sin rayar en la hostilidad —. Entre usted y yo no existe una relación, o algún tema a tratar que nos haga indispensable para el otro.

—Por favor, escúchame —de nuevo —. Dame un minuto de tu tiempo, y te aseguro que cambiaras de idea —se percibía desesperada, pero en sus ojos se dejaba entre ver que había un truco.

Era el método que siempre utilizaba para conseguir lo que deseaba.

No había cambiado nada.

Porque si tuviera que recalcar lo que caracterizaba a Abigail Keppel, seria precisamente en su manera de manipular a las personas a su antojo.

En el pasado él no lo pensaría dos veces en cuanto a acceder a sus deseos.

Le hubiese dicho que si, sin importar que.

Fue su debilidad.

La primera mujer que lo hizo soñar con una familia.

A la que de alguna manera idealizó, sin permitirse ver lo que ocultaba.

En verdad estaba cegado, puesto que, con Freya no le ocurría.

Con ella no se cegaba, y de igual manera le encantaba.

—No creo que sea conveniente, teniendo cuenta que probablemente su esposo se encuentra en el lugar, y mi prometida pronto hará aparición —

—Pero... —no le interesaba lo que tenía para decirle.

—¡Adler! —por lo menos alguien que sabía que aquello en cualquier momento se volvería más que incomodó decidió intervenir —. Te estábamos esperando, muchacho —la voz cantarina de la anfitriona le arrancó una sonrisa sincera.

Era algo parecido a una tía para su persona.

En su infancia pasó mucho tiempo con el hijo de esta, y se habían hecho muy unidos.

Lo consideraba unos de sus mejores amigos, pese a que en el presente no tuviesen una relación tan estrecha.

Por él había hecho migas con el grupo de lores que este frecuentaba.

Entre ellos Bristol, el primo del nombrado, Londonderry y Lincoln.

—Tía, un gusto volver a verle —apartó a la dama que le estaba asediando para darle un muy sentido abrazo —. Que hermosa se mira.

—Siempre tan galante, querido —se abanicó acalorada por su sutil coqueteo.

—Con usted se me hace imposible no caer ante sus encantos —se ruborizó aún más, cosa que era difícil de lograr —, pero ¿Dónde está Cayden? Según me informó, era esperado —preguntó al ver que no le acompañaba.

—Sigue sin dar señales de vida —el rostro de la Condesa se contrajo por el enojo —. Aunque por su bien, hará aparición en cualquier momento. Sabe que no me puede dejar sola en esto, o se arrepentirá —sonrió con diversión, mientras sus padres se acercaron para hacer lo propio, aunque viniendo de diferentes direcciones.

Henry salía de la casa.

Entrecerró los ojos con duda.

¿Si Cayden no estaba, porque pluralizó a la hora de referirse la espera?

No tuvo tiempo de formular lo que cavilaba, puesto que la atención se la llevó su madre y el sorpresivo intercambio.

—Lady Keppel, siempre es un gusto verte —saludó afable su madre a la mujer que seguía a su costado completamente ignorada.

—Lady Somerset —se dieron dos besos y un abrazo —. El verdadero placer es mío —¿Desde cuándo?

—Estas invitada al tomar él te después de que este evento termine en mi casa —¿Qué? ¿Su madre siendo cordial con Abigail?

—Le tomaré la palabra —observó el intercambio de las damas con escepticismo.

En la mirada de su madre se veía el esfuerzo que hacía para dirigirle la palabra.

Al igual que su sonrisa falsa.

¿Sino era de su agrado porque quería entablar alguna amistad con esta?

Nunca le agradó.

Ni antes o después de su engaño ¿Qué cambio?

Si lo hacía para incomodar a Freya, no se lo permitiría.

Fue lo único que pudo deducir, puesto que no escatimaba en esfuerzos a la hora de querer ver anulado su compromiso.

Por otro lado, su padre fue más parco en palabras.

Solo una inclinación, para después mirar a un punto en particular codeándolo de forma disimulada.

Siguió el recorrido de su mirada, y con lo que se topó le entrecortó la respiración.

Ahí. Enfundada en un traje de viaje color azul, que le marcaban todas y cada una de sus curvas se hallaba la mujer que no abandonaba sus pensamientos.

Su belleza única hizo golpetear su corazón, y más cuando por unos momentos sus ojos se encontraron, para después seguir con lo que tenía acaparando su atención.

Una atención que solo debía ser suya.

En ese instante una ira arrasadora creció desbordante en su interior.

Veía todo rojo, más cuando esta le prodigaba esas sonrisas cargadas de coquetería que deberían ser exclusivamente para él.

—¡Oh! —exclamó la Dorothea, al observar que estaba enfocado en algo en específico, menos en la pregunta que le estaba formulando —. A eso me refería cuando mencioné que te estábamos esperando —asintió perdido en la escena —. Mi adorada Lady Allard, su prometida —lo dijo con marcada insistencia —. Hace unos momentos arribó, y no he tenido un respiro para poner a su disposición a un lacayo que la guie. Aunque al parecer su hermano, y la dama que la acompañaba fueron a resolver ese inconveniente —tampoco sintió la doble intención de sus palabras con eso ultimo.

Sencillamente no le interesaba.

Deseaba arrancarle del lado de ese imbécil, y lo haría en ese preciso momento.

Era un caballero con los valores arraigados, pero no un idiota.

—¡Hijo! —su madre no comprendía la situación —¿Dónde crees que vas? —no lo detendría para llegar a su objetivo.

—Déjalo, mujer —alcanzó a escuchar a su padre, que la reprendería.

Cosa que también le resultó insignificante.

Le dejaría bien claro a ese imbécil, que esta vez no le arrebataría a la mujer que le importaba.

Si se interponía en su camino lo aplastaría.

Como se llamaba Adler Somerset, que lo haría.

Antes de llegar a su altura, escuchó ese comentario que lo dejó de una pieza, pero que deseaba saber la respuesta de la pelinegra al respecto.

No dudando de aquella, pese a que portaba el corazón desbocado a causa de la expectación.

Quería conocer de qué forma lo catalogaba la mujer que hacia latir su corazón, pero no husmeando. Si no, que se lo dijese en su cara.

Sería algo que dejaría huella en su interior.

—Se puede apreciar que estas pasando un momento ameno, dulzura —soltó con algo de rudeza, viendo como Freya no dejaba de burlarse enfocándolo con un brillo que no supo descifrar.

—He de admitir que Lord Keppel, es un hombre con un sentido del humor exquisito —el tono irónico que utilizó, no le pasó desapercibido —. Como sé que debes tener curiosidad del porque lo mencionó te lo diré —lo esperaba por el bien de sus nervios —. Pero, antes deberías saludarle, ya que, conmigo te saltaste ese fino detalle de coquetería —ya no podía remediarlo, pese a que se arrepentía por actuar de esa manera, sin esperar a que se lo aclarase como pretendía.

—¡Adler! —le ofreció la mano el pelinegro con una sonrisa de suficiencia, y la apretó con rabia contenida en respuesta.

No caería en su juego.

—Pero, que no se te olvide saludar a tu prometida y futura madre de tus chiquillos, porque no te lo pienso pasar —sorteó nuevamente ella, esta vez con aire divertido genuino.

Le sonrió en respuesta cuadrando los hombros para destensarse, mientras besaba sus nudillos, demorándose más de la cuenta. Ganándose un guiño, y sonrisa coqueta de su parte que guardaba promesas.

A veces por sus celos olvidaba quien era su Freya, y que ella no sería capaz de engañarlo.

» Ahora con las normas de la sociedad cumplidas —apresó su brazo con el de ella —. Te comunico que me comentaba, que por mi seguridad con respecto a tu actuar cree que te catalogo como crédulo en busca de afecto —apretó la mandíbula —. Y estaba a punto de responderle cuando llegaste —estrujó más fuerte su brazo, mientras enfrentaba a Keppel mirándolo fijamente a los ojos —. Así que, continuaré con mi contestación, recalcando que esa frase tan vil no describiría a un hombre como el que tengo al lado —comenzó a recitar con frialdad, volviéndolo a enfocar quitándole la respiración —. Por el contrario, se me hace fascinante cuando atrae la atención de todos mis sentidos teniendo esa reciprocidad constante —al parecer no era el único que seguía sus pasos —. Me envuelve en su aura serena que contrasta con su profunda coquetería, cuando sabe apreciar la vida una manera que te hace replantearte la verdadera felicidad, al igual que las pequeñas cosas que nos otorga esta existencia —todo eso lo dijo mirándole a los ojos, con un brillo especial. Dejándole mudo, no solo a él, si no a la persona que esperaba la respuesta para hacer su próximo movimiento —. Es un hombre que no tiene comparación —el suspiro anhelante de la francesa no lo pasó por alto —. Porque es tan único, que tenerlo a mi lado más que un honor, es un verdadero privilegio —volvió a enfocar a su examigo —. Y respondiendo a otra de sus preguntas, o siendo más concisa, porque creo que me malinterpretó —¿De que hablaba? —Adler, es una verdadera obra de arte que gana al completo mi atención, porque si el no viniese hacia mí, tomaría la iniciativa y apartaría a quien se interpusiera en mi camino para poder alcanzarle, puesto que me importa tenerlo a mi alrededor, pues no me siento completa si no lo tengo cerca — se soltó de su brazo, dando dos pasos cerca de Sebastien. Cosa que trató de frenar, sin embargo, ella lo detuvo con un sutil movimiento de mano —. Pero, no creo que usted sepa aquello, cuando en vez de ser el asediado, persigue —eso debió doler —. Pues, se torna igual de insulso que su perfecta esposa —observó como Sebastien apretaba la mandíbula, poniendo las manos en puño —. Así que, al darme el privilegio de aclararle este punto aprovecharé para decirle esto por última vez —volvió a la carga cuando pensó que había terminado —. Dígale a su amada esposa que se aleje de mi prometido, o conocerá de lo que soy capaz por defender a quien quiero —lo dijo con tanta convicción que lo alertó.

—¿Me está amenazando, Lady Allard? —preguntó con ira contenida intentando acercarse a la nombrada.

—No te atrevas a ponerle una mano encima, o te aseguro que la que se arrepentirá no será precisamente tu esposa, porque por ella si te hare ver tu suerte —habló Adler interfiriendo.

Haciéndola a un lado para ponerse en medio.

Sin percatarse que para ese momento tenían público.

Se habían acercado la esposa de Lord Keppel, los padres de Adler, la condesa viuda y Portland, que había hecho arribo con sus amigos incluido Austin MacGregor. No dándose por enterado a causa del acalorado intercambio.

—El que debería cuidarse de otro escándalo serias tú, buen amigo —sonrió con suficiencia escupiendo ese apelativo filoso a la par de falso —. No vaya a ocurrir que te veas abandonado por otra prometida, siendo el causante, el mismo hombre que te arrebató la primera.

—¡Hijo de puta! —lo agarró de las solapas del saco, al no tener ningún obstáculo. Pues Freya continuaba en sus espaldas.

No permitiría que se burlara en su cara.

Por Freya sería capaz de acabar con su rostro engreído.

Él no le arrebataría a la mujer que logró sacarlo del hoyo, donde fue arrojado hace más de cinco años atrás por todo lo ocurrido.

—¡Señores! —su atención fue llamada —. Esto es una falta de respeto —la voz de la Duquesa de Beaufort se hizo notar, pero ellos seguían en la misma posición —. Esto es por su culpa, chiquilla desvergonzada —esa manía de atacarla.

—¡Fleur, por favor! —otra vez su padre, tratando de calmarle.

—¡Niños! —unos aplausos intentaron refrenar el momento denso —. Sepárense en este momento —la Condesa viuda fue la que habló, pero seguían sin prestarle atención —¡Cayden! —este no respondió —¡Señores, hagan algo! —negaron rotundamente.

Era una disputa de caballeros, y ellos en particular tenían demasiados asuntos pendientes.

Intervenir era una mala idea.

—¡Sebastien! —nada —¡Adler! ¡Por favor! — esta vez la que chilló fue la única que faltaba. La esposa, y ex prometida de los caballeros enfrentados —. No vale la pena que se peleen por esta mujer —la risa cantarina, y sin gracia de Freya inundó la estancia.

El problema se acrecentó.

—Esta mujer como me nombras, es más dama que tu víbora escurridiza —graznó molesta, pero con un tono moderado, haciendo gruñir al rubio porque no podría hacer lo que tenía en mente, ya que debía refrenar ese volcán en erupción —. Adler, suelta a este señor de una vez por todas —repuso en tono duro, y rotundo logrando que la enfocase —. No lo repetiré de nuevo —lentamente aflojó el agarre, no sin antes empujarle al liberarle por completo —. Y Lord Keppel, recuerde muy bien estas palabras —aseveró mientras lo tomaba de forma posesiva de nuevo —.
Como dijo anteriormente. Soy una verdadera obra de arte, no una imitación como lo es su mujer, así que no me compare, porque yo no me rebajo para codearme con gente tan ruin y simple con usted —esa estocada final de su parte nadie se la esperaba.

Ni él.

En ese momento se escucharon los jadeos de las damas, y el silencio de los hombres. incluido el de su cuñado, que llegaba al lugar con un aspecto lamentable, al igual que Lady Borja.

Solo la ropa arrugada era muestra fehaciente de su estado.

» Ahora si me permiten necesito espacio personal, al igual que mi prometido Lady Keppel —enfocó a la rubia —. No se arriesgue a que demuestre mi furia, porque está a esto... —hizo una seña con sus dedos —de detonar.

Pasó por el lado de todos soltándolo para hacer la marcha en soledad, sin importar las miradas llenas de sorpresa de los presentes.

Para ese momento, ni Alexandre podía decirle algo a su hermana.

Estando más que seguro, que descargaría toda la rabia que albergaba en su contra.

Adler trató de seguirle, pero ella con una mirada fiera se opuso.

Aunque él no se la dejaría tan fácil.

Necesitaba hablarle.

Comprenderla.

—Te escoltare hasta tus aposentos, y no espero tu aprobación —la tomó del brazo sin hacerle daño.

—No esperaba menos de ti —fue lo único que contestó.

No era una ganancia.

Peligraba su integridad cuando se encontraran a solas.

Podía ser capaz de todo, más si tenía un candelabro cerca.

Pero, ni eso lo detendría.

Con respecto a ella nada lo haría.

—Su habitación es la misma de la vez pasada, querida —habló Dorothea —. Conoces el camino, y pronto la misma doncella que te procuró estará a tu disposición.

—Siempre tan atenta, se lo agradezco —por lo menos con la anfitriona podía ser agradable.

No todo estaba perdido.

—Te dejé un presente —sonrió un tanto animada, haciéndolo sentir fatal.

—No debió molestarse —se estaba calmando, o por lo menos no se desquitaba con los que no eran culpables —. No piense que he olvidado que usted es la homenajeada —la dama mayor le restó importancia —, solo que mi obsequio exclusivo para usted está en el baúl que traje conmigo.

—Ardo de deseos por verlo —se sonrieron mutuamente —. Pero, ve muchacha —le apuró dejándolo para después —. Enserio necesitas un baño, que te mandaré a preparar enseguida —al parecer también eran cercanas.

Como le alegraba.

—Se ha ganado no solo mi aprecio desmedido, sino el cielo —se acercó a la Condesa para darle un abrazo, y un beso sonoro mientras Adler la observaba enternecido dándole ese espacio que sabia, necesitaba —. No la entretengo más —le mostró con la mirada sus invitados, a quien se le había sumado Lady Harris y su madre, La Condesa viuda de Warrington —. Siento no poderme disculpar por mi comportamiento.

—No tienes por qué excusarte, es algo que surgió de momento —asintió en respuesta, y volteó para dirigirse a los escalones, pero el volvió a interceptarle.

No se libraría tan fácil de su presencia.

—Te mereces mis más merecidos respetos —esta vez el que los detuvo es Austin, con una sonrisa burlesca, haciéndolos frenar en el primer escalón que conectaba con el segundo piso, ya adentrados en la propiedad.

—Vete al demonio, Bristol —escupió manoteando la mano que este le ofrecía para ser escoltada por partida doble, y sin más dilación subieron con las risas del susodicho como música de fondo.

Sin siquiera obtener una mirada de su parte.

Era malo.

No la había visto la enojada.

∙ʚ♡ɞ∙

FLEUR

—Pensé que sería más inteligente su actuar, Milord —exclamó exaltada la mujer, cuando se vio con un momento de privacidad para poder abordar al hombre, y poner unos cuantos puntos en claro.

—Ella no es Abigail, Lady Beaufort —soltó en tono calmo con obviedad —. No es de las que se deslumbran con palabras bonitas.

—Es una mujer astuta que lo único que quiere es desgraciar a mi hijo —sentenció con ira contenida y lágrimas en los ojos —este rió en respuesta.

—Le repito, no es Abigail —no se asemejaban en nada.

—Es mucho peor —se pasó las manos por la cara, intentando calmarse sin éxito —. Lord Keppel, usted me aseguró que me ayudaría a apartar a esa mujer de mi hijo —y no veía que estuviese haciendo algo por aquello.

—Y no me he retractado —la enfocó, dejando de observar un punto muerto en la estancia —. Más bien dígame ¿Porque no la considera la indicada? —sus ojos azules se llenaron de temor —. Usted es una mujer justa, y tiene que ser algo muy grave para que no le dé siquiera el beneficio de la duda a una muchacha enamorada.

—Esa mujer no es capaz de sentir amor —ni nada semejante.

—¿Qué es eso que la hace hablar tan segura? —miró para todos lados —. Estamos solos, y nadie se enterará —señaló el estudio del antiguo Conde, que fue convertido en el área de costura de su esposa cuando este murió.

—Temo que, si le revelo eso que tanto me hace repudiarla, usted decline mi propuesta —dijo tras un rato de silencio, viéndose conflictuada.

—Me conoce desde que era un crio, y puede estar segura de que esa mujer la quiero para mí —esbozó con seguridad haciéndole respirar de nuevo —. Sin importar que. Dejaría hasta la insípida de Abigail, es algo novedoso y entretenido que me mantendría ocupado no solo con su cuerpo —le observó con repulsión ante sus palabras.

En un tiempo lo consideró como parte de su familia, pero después de lo que le hizo a su hijo solo le parecía un hombre despreciable.

Pero tenía que seguir con sus planes.

Él era el único que lograría que su hijo desistiera de esa idea.

—No la quiero con mi hijo, porque esa mujer descarada aparenta ser virginal cuando es una floja de casco que no tiene su pureza intacta —y con eso declaró lo que tanto le estaba agobiando, dejando al hombre intimidante que tenía en frente con los labios sellados hasta que se perdió de su vista, al tener que regresar antes de que se dieran cuenta de su desaparición.

—La doble moral es lo más fascinante que se ve en esta sociedad —una voz sensual inundó los tímpanos del pelinegro, que sin inmutarse permitió que saliese de las sombras posándose frente a él, ocupando el puesto que momento antes fue de la Duquesa.

—Lo dice la belleza que sonríe sin demostrar lo rota que se puede hallar —no pareció incomoda con su ataque, pues sus ojos boreales brillaron divertidos por su aseveración.

—No hay nada mas dotado de hermosura, que la perfección que se forma a base de remiendos —el orgullo esbozado en cada letra.

—Indudablemente —aceptó relamiéndose los labios, mientras paseaba la vista por cada curva de su cuerpo, que estaba enfundado en un vestido de paseo celeste.

—Suerte con su intento, amo —se giró para seguir los pasos de la mujer mayor, pero no se lo permitió, puesto que fue más rápido y la tomó del brazo haciendo que se quejase pese a que no le infringió fuerza al agarre.

Los ojos verdosos brillaron con fiereza, mientras esta se zafaba con brusquedad.

—Volvió a hacerlo —lo iba a matar.

—No debería preocuparse, cuando nunca le interesó de verdad —eso sonó filoso, lleno de reproche y hasta de rencor.

—¡Belleza! —advirtió acercándose a ella, pero no se dejó acorralar.

—Estoy a sus órdenes, pero cada uno a lo que le concierne, y si el ángel caído no me ha aniquilado hasta el momento, estando sin usted, ya no lo va a hacer —antes de poder responder también lo abandonó, consiguiendo que tirase lo primero que encontró hacia la pared para calmar su frustración.

Si solo lo dejara intervenir, en realidad, no necesitando su consentimiento, pero lo malo es que, en su momento al no ponerla de primero, eso marcó el siguiente paso que los haría actuar por separado.

Tenía prioridades, y ella no... no lo era.

Jadeó lleno de frustración.

¿En verdad no lo era?

El a lo suyo, como se lo recalcó.

Su venganza, y a conseguir lo que le interesaba.

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