Deseo deseo ©

euge_books tarafından

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¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... Daha Fazla

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Sentencia de muerte
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué demonios está pasando?
¿Qué has hecho, Bárbara?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
Revelaciones
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo
Epílogo

De urgencias en el baño

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euge_books tarafından

Bárbara


Volver al colegio jamás fue tan difícil como en realidad es. Ausentarme dos días por enfermedad no es grave, pero por períodos más largos es todo un reto. He admitir que, sin los apuntes de mis amigos y de Mittchell (sí, toda una sorpresa), no habría entendido un comino. Agradezco también mi memoria, lo que me ayuda a grabarme todo lo que creo necesario, y más, para mi desgracia.

Ahora mismo estoy en mi clase de Arte. Me gusta pintar, he mejorado mucho con el pasar de los años. La consigna es dibujar lo que has sentido en los últimos días. He dibujado un cielo anaranjado, sombreado ligeramente por pintura blanca que se asemeja a nubes. Luego, con un pincel más finito, redondeo la cabeza, perfilo un puntito que hace de nariz. Extiendo sus manos, que agarran a un bebé. En la lejanía, perdiéndose en el horizonte, un barrilete. En la esquina de abajo izquierda le pongo el nombre: "Paz anaranjada".

―Es precioso, Bárbara. Bien hecho. ―dice la profesora cuando pasa a mi lado. Palmea mi hombro con cariño y me recuerda que debo hacer mi firma.

Tomo el trazo más fino de todos y pongo una b larga y una s entrelazadas. Por último, le hago un arco debajo que termina en una estrella.

Las puntitas parecen gritarme: Mittchell, deseo, ayuda.

Es casi como un presentimiento, pero mi cabeza se gira hacia la ventana en el momento exacto en el que un adolescente desesperado aparece por ella. Sostiene su mochila cerca de sus partes bajas y me señala el baño. Diablos.

―Señorita, tengo que ir al baño. ―me disculpo y, antes de que pueda objetar, salgo con mi bolso completamente abierto.

Agarro a Mittchell del brazo y lo arrastro al primer baño de hombres que hay en el piso. Cierro con pestillo y dejo que se apoye en el lavabo. Está pálido y ojeras moradas aparecen debajo de sus ojos. Se ve enfermo y preocupado.

―¿Te encuentras bien? ―pregunto. Sus ojos color tormenta me fulminan y mis manos comienzan a temblar. Las gotas de agua se aferran a sus pómulos y pestañas, pero su aspecto no mejora. ―Ok, será mejor que te sientes.

Lo hace, bajando la tapa de un excusado. Se apoya contra la pared y la golpea con el puño, frustrado.

―Relájate. No funcionará si te alteras.

―Dímelo tú. Eres la experta, ¿o no?

―Aprendo sobre la marcha, ya te lo dije. ―murmuro―. ¿Traes las compresas que te di?

―Me las dejé en casa. No sabía que ocurriría hoy. ―respondió.

―Nota mental: siempre ten unas de repuesto, por las dudas, y lleva la cuenta de los días. Así podrás saber o aproximarte al próximo ciclo.

Busco en las escasas provisiones que tiene el lugar. Está limpio, pero obviamente no tiene lo que necesitamos. Suelto una maldición. Ni todas las rodajas de papel higiénico del mundo pueden ayudarlo.

Se me ocurre una idea.

―¿Confías en mí? ―le digo, recargándome contra la puerta. Él sonríe de manera torcida.

―No tengo opción.

Cierro con fuerza y él pone la traba del otro lado. Le pido que me pase su mochila y la vacío en el suelo celeste. Caen pocos libros, que puede guardar en su casillero más tarde, un par de bolígrafos y condones.

―¿En serio, Mittchell? ―susurro para mí misma―. Bien, ahora necesito que te quites los pantalones y los pongas aquí. Iré a tu casillero, te conseguiré lo que sea necesario y te lo traeré. Dame tu combinación.

Me la dicta pausadamente mientras hace lo que le ordeno. La anoto en mi palma y salgo corriendo. Él estará bien, nadie lo molestará si se queda allí. Espero que no haya nadie cuando regrese.

Corro por los pasillos hasta encontrar el número 638. Queda cerca del aula de matemática y tengo que agacharme para que no puedan reconocerme. Coloco la contraseña y lo abro, extraigo unos calzones de Peter Pan y los shorts de fútbol. Menos mal que están aquí y no en los vestidores de hombres.

Cuando termino, recojo todo y vuelvo. Un grito me estremece y un tipo espantado sale del baño. Me observa, se detiene, me agarra del brazo y me dice, completamente aterrado:

―Alguien cometió un asesinato allí dentro. Voy a llamar a seguridad.

Ay, no.

Niego y lo sostengo lo más pasivamente que puedo.

―Lo que tienes que hacer es respirar. Parece que te ahogarás.

Su boca se abre y trata de no hacerlo. Está aterrorizado, en serio piensa que alguien murió. Trato de buscar en mi memoria algo que pueda servir de la clase de biología, así podría hacer lo necesario.

―Lo que has visto es un amigo mío con una insuficiencia renal crítica. Fui a buscarle un cambio de ropa para que pueda llevarlo al médico. Tiene una cirugía programada que puede adelantarse más de lo previsto, y tengo que moverme rápido o se desangrará, y ahí sí que morirá.

En realidad, eso parece asustarlo más. Para tranquilizarlo, le doy una sonrisa.

―Podrías custodiar la entrada hasta que salgamos. Si alguien viene, golpea la puerta cinco veces. Me darás tiempo hasta que pueda limpiar todo. ¿Te parece bien?

Ingreso en el baño y busco a Mittchell con la mirada. Está con las piernas abiertas y el líquido corre hasta sus muslos. Parece una verdadera escena de crimen.

―¿Insuficiencia renal? ¿En serio?

―Perdón. No actúo bien bajo presión.

―Al menos me avisas.

Me encojo de hombros y le paso la ropa limpia. Saco una toalla de mi bolso, la que uso para los entrenamientos, y la humedezco. Se la paso para que se seque y se envuelva. El agua caliente le ayudará a paliar el dolor, pero debo llevarlo al hospital antes de que su condición empeore.

Sale una vez vestido. Gracias al short negro no se notaba el agua que chorreaba un poco de la tela.

―¿Nos vamos?

―¿Creíste que te dejaría desangrándote en la escuela? Por favor.

―Bien, vamos a mi auto. ―señala y yo lo sostengo por los hombros.

El chico sigue en la puerta, observando el panorama para que no aparezca nadie. Chequeo mi teléfono. Faltan menos de veinte minutos para que las clases acaben y empiece el receso más largo. Hay que apurarnos.

―¿Mittchell? ¿Tienes insuficiencia renal? ―pronuncia, incrédulo. Él revolea los ojos y se apoya en él para caminar. Le cuesta, porque con cada punzada de dolor se dobla en dos y se le sacuden las piernas como gelatina.

Llegamos a la puerta en el momento exacto en el que la campana suena. Afortunadamente, ya nos falta muy poco para llegar al estacionamiento.

―¿Dónde están tus llaves? ―pregunto.

―En el bolsillo del pantalón.

Qué genial. Ahora tenía que tocar su sangre. Ni yo lo hacía con la mía.

―Guacala. No, hazlo tú. Es tu auto. ―me rindo. Le lanzo la mochila y él busca donde le he dicho. Me las entrega, sin ningún tipo de líquido raro. Gracias al cielo.

Con el adolescente desconocido lo subimos en la parte trasera, a lo largo y de costado. Le doy las gracias y le digo que no tiene por qué perderse el rato libre. Mittchell maldice una y otra vez mientras se agarra allí abajo.

―¿Qué mierda tenías en la cabeza cuando pediste ese deseo? Carajo, pensé que era cosa de una vez.

―Mucho porcentaje de alcohol. ―contesto. Meto primera y salgo marcha atrás. En el proceso, golpeo sin querer un descapotable rosado―. Mierda.

―Creo que ya diste tu golpe final, Cerecita.

―Qué gracioso. Es tu auto, te castigará a ti, no a mí. ―me carcajeo. Más ira Vulcanita, qué bonito, incluso rima.

Oh sí, ahora tendrá un motivo real para enfadarse.

Me preocuparé por eso luego. Tengo que llevar a Mittchell al hospital y rogar porque los doctores crean la historia que tengo planeada.


¡Hola, estrellitas! Este es el segundo cap sorpresa. No voy a dejarlos con la intriga por mucho tiempo. Pronto lo subiré :)

¡Espero que les haya gustado!

Los quiero,

Euge.


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