PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR

XXII

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FREYA

Era muy poco lo que podía disfrutar de las simplezas de la vida.

Desde muy pequeña había notado que ciertos aromas en el ambiente le hacían daño a su cuerpo, dejándole en un estado de constipación al punto de producirle una que otra fiebre sin importancia, cuando se empeñaba en no cuidarse como era debido.

Su madre le recalcaba lo importante que era su salud las veces que cayó en cama por culpa de su testarudez, pese a que no tenía el corazón para prohibirle correr por los jardines, y que recogiese todo tipo de flores que eran agradables a su vista, pero no para su sistema.

Después de reprenderle accedía a sus deseos, pese que al final tuviese que desvelarse para que su pequeño permiso no pasara a mayores.

Con el paso del tiempo se acostumbró a que el aroma en general de la naturaleza le hacía daño a su salud, pese a que solo le prestaba atención cuando ya no aguantaba la molestia en su nariz, o la tos que le venía con esta se hacía imposible.

Envidiaba un poco como las damas podían impregnar en su cuerpo toda clase de esencias, se aromatizaban con jabones y demás gracias a la extracción de la fragancia de las plantas, que en su caso podía tornarse algo letal si de su mente dramática se hablase, y lo había comprobado cuando su cuerpo se enrojeció e hinchó a causa de estos descartando la idea de oler a campo.

Con el tiempo deseo ser agradable para el olfato humano, pero la renuencia de su hermano era evidente.

No quería perjudicarle, y ella, aunque no lo aceptaba porque quería llamar la atención como siempre, en su interior lo entendida y accedía así fuera a regañadientes.

Cuando por primera vez le interesó el género masculino, su coquetería nata salió a relucir deseando dejar marca también con su olor particular.

¿Pero cómo hacerlo, si su piel se tornaba roja cuando de alguna manera le administraba una esencia proveniente de las flores?

Por más de que lo analizó al principio no le halló respuesta.

Hasta que un día, la idea que la haría más única llegó a su cabeza, después de que su hermano le trajese de uno de sus viajes a España una caja de bombones de chocolate, que se convirtieron en sus favoritos no solo por su sabor, si no por su olor.

El cacao en su máximo esplendor.

Era tan adictivo, y arrebatador que supo que se distinguía perfectamente con su persona.

Al principio no entendió cómo lograr que se convirtiera en su nuevo perfume, pero después de muchas averiguaciones encontró un lugar que accedió a su loca idea de hacer de un dulce algo de uso exclusivo, y diario.

Nadie tenía esa esencia tan inusual, imponiéndolo así, como su sello particular.

Pero, algo dentro de ella no dejaba de ansiar poder por una vez disfrutar sin restricciones de la naturaleza, pese a que no le gustaban las flores, ni su olor porque se le asemejaba a la muerte.

Poniéndola melancólica por el deceso de sus padres. Que ni con los años dejaba de doler.

Al igual que con el tiempo se le hicieron una creación insulsa y corriente, que a todo el mundo le gustaba.

Aunque tenía que admitir, que ver cada vez que visitaba a su amiga Ángeles, como Duncan la colmaba de atenciones y una de estas eran las rosas de todo tipo de colores, y especies la hacían estornudar, aunque no le quitaban el fugaz anhelo de poder tener tolerancia a esa creación del infierno, para ser igual de halagada por su prometido.

Era avariciosa.

Este no dejaba de procurarle.

¿Quién creería que la Lady más escurridiza de Europa, cada segundo se acostumbraba a la idea de que dentro de poco iniciaría una familia?

Su propia familia.

—Un chelín por tus pensamientos, dulzura —saberse acompañada de manera sorpresiva, hizo que brincara y gritase sin poder contenerse.

—¿Quieres quedar viudo sin siquiera haber dado el anuncio oficial? —riñó con la mano en el pecho, sin recomponerse por el susto que este le sacó —. En todo caso debiste informarme que llegaste, y no haberme dado aquel sobresalto —lo miró mal, mientras regulaba sus pulsaciones.

—Te veías tan hermosa con ese aire soñador y pensativo, que no tuve corazón para anunciarme —rodó los ojos porque sabía que esas palabras eran una mentira, pese a que aquello le aceleró de nuevo el corazón.

Él quería asustarle.

Y lo había conseguido.

Pero, ni por eso pudo evitar sonreír.

Desde que se había iniciado el cortejo decidió llenarle de atenciones, y regalos, la mayoría no los había aceptado porque no le gustaban las cosas materiales, pero de que era especial no quedaba duda.

Lo que más apreciaba eran los momentos vividos, y las palabras dichas.

No promesas.

Era más el poder conocer ese lado de las personas, que poco sacaban a relucir, pero que él se lo facilitaba como si fuese una puerta a su disposición, dejando entrar un poco de luz, para que pudiese entender aceptando todos, y cada uno de sus temores.

—Estás loco, Adler —negó tratando de parecer enojada, aunque por dentro se divertía a la par que se derretía con aquella sonrisa, que poco a poco se convertía en su debilidad.

—Me temo, que has logrado de alguna manera influir en mí actuar y decidí darte una sorpresa —¿Qué dijo?

—Amo las sorpresas —exclamó con una sonrisa de niña en el rostro aplaudiendo, ya recompuesta mientras miraba sus brillantes ojos y como se mordía el labio sonriendo sin decir nada —¿Y mi sorpresa? —apremió con un puchero que provocó que negara divertido —. Si me estas mintiendo te lo hare pagar —le amenazó entornando los ojos, mientras el reía por sus ocurrencias.

A ella no le parecía gracioso.

—La paciencia es un don con el que pocos nacemos —ella visiblemente no lo portaba.

—Yo nací con todo menos paciencia —se cruzó de brazos enojada, recordándole uno de sus perfectos defectos.

—Dulzura, deberías dejar de fruncir tu ceño —acercó uno de sus dedos para acariciar las arrugas de su frente —. Te hace ver adorable y más hermosa, pero observarte sonreír es una de las cosas más maravillosas que he presenciado en mi vida —por un momento sus palabras la dejaron en blanco.

Le observó sin decir nada, ahogando un jadeo al tener la garganta cerrada.

Sintió como su rostro se calentaba.

Estaba acostumbrada a los halagos, pero viniendo de parte de Adler era algo más confuso y profundo.

Tenían una razón de ser que la dejaba expuesta, sin saber cómo reaccionar con precisión.

Le avergonzaba sentirse tan vulnerable, y más después de que este le observaba tan fijamente.

Sus ojos escrutaban todo su rostro, como si quisiese grabarse a fuego sus facciones.

Por si algún día las olvidaba, no le costase demasiado trabajo volverles a rememorar.

—¡Adler! —carraspeó tratando de salir de su trance —¿Mi sorpresa? —preguntó desviando la mirada y el tosió en respuesta asintiendo, mientras de su espalda sacaba una gran caja con un moño decorativo color rojo.

Su favorito.

—No preguntes como lo supe —le extendió la caja —. Y de una vez te advierto, que tu hermano no tuvo nada que ver en esto —le miró con una ceja arqueada para después admirar la caja, y dirigirse a una silla cercana, ya que estaban en los jardines del palacio.

Después de estar cómodos, y ante la mirada atenta de este, se dispuso con parsimonia acariciando el moño para acto seguido desatarlo de a poco llegando al presente que la tenía ansiosa, pero a la vez con ganas de dejarle para después porque su rostro caliente y gesto debía ser lo bastante vergonzoso para querer tapárselo con las mantas de su cama.

Suspiró con anhelo, y algo de felicidad al toparse con lo que menos se esperaba cuando terminó de deshacerse del obstáculo.

—¿Cómo... como lo supiste? —tartamudeó mirándole sorprendida no pudo cumplirle lo pedido con anterioridad —¿Cómo lo lograste? —necesitaba saberlo —. Nadie conoce aparte de Alex, que son mi debilidad —lo miró con curiosidad y los ojos brillantes, demostrando que ese gesto tan importante de su parte estaba calentando su pecho.

Dentro de la caja había un ramo de rosas.

Pero no cualquier tipo de rosas.

Unas de chocolate que se asemejaban a la perfección a unas de verdad.

Con la diferencia que su color era de un café intenso.

» Son... son hermosas —soltó en un jadeo mirando la docena de estas con fascinación.

—Observar como de alguna manera no puedes disfrutar de lo que a la mayoría de las mujeres le hace ilusión, me hizo replantearme la idea de darte algo especial —lo advirtió con una ceja arqueada, aunque por dentro temblaba de fascinación —. No te estoy comparando con ninguna —se apresuró a decir, antes de que lo amenazara como solía hacerlo cuando se le cotejaba con alguien más —. Mi punto es que, de alguna manera quería darte algo especial y único, que te hiciera sentir plena, a gusto. Que te representara como la mujer que eres. Si no lo notaste, son rosas con espinas —miró con detenimiento, y asintió dándole la razón —. Pese a que estas no son rojas, su forma demuestra la pasión con la que defiendes tus ideales, y a las personas que amas —no tenía palabras —. Sin contar con que eres fuego, Freya —sus ojos se oscurecieron un tono —. Desbordas pasión y sensualidad, logrando que cualquier hombre caiga rendido a tus pies —tragó grueso relamiéndose los labios, mirando el movimiento de los labios del rubio —. Y las espinas, son lo que te hace única. Esas barreras que no cualquiera puede traspasar. La letalidad con la que envuelves que es casi imposible no caer sometido en todo lo que desprendes, eres tan adictiva como el chocolate, ese olor que invade tu piel tan inusual como único. Que tienta, nubla los sentidos, envuelve, enloquece y te hace pensar en lo prohibido.

De pronto sintió como el calor recorría su cuerpo.

No podía negar, que desde que habían dado el paso a esa relación verdadera, la atracción física se hizo más palpable, logrando que hasta soñara con ser poseída por este.

Rememorando los libros leídos del tema, que en vez de azorarla le sacaban una sonrisa pícara que haría temblar al más correcto.

Adler Somerset se había vuelto un sueño algo prohibido, por la larga espera, pero se lo atribuía al hecho que desde que se besaron esa vez para sellar su compromiso, se había portado de una forma tan correcta que lo único que hacía era acariciar sus nudillos.

Y de eso hacía ya un mes.

Un largo mes, en donde controló milagrosamente su impulso para no saltarle encima y abordar su boca.

Un mes donde había soportado miradas de desdén por parte de su casi familia política, al ser anunciada nuevamente como la futura esposa del heredero del ducado de Beaufort.

Un infinito mes, en donde tenía que controlar los impulsos de sacar su fiereza a relucir cuando Lady Smith se acercaba con aire coqueto en las veladas al lado de sus padres a saludar a su prometido, mientras se le escapaban suspiros de amor, y él le sonreía como si fuese la mujer más especial de todas.

Donde tuvo que soportar los constantes acercamientos de Lady Keppel, que le coqueteaba sin ningún miramiento y en sus narices, mientras el de manera decente le aceptaba la mano, y depositaba un beso en los nudillos de esta como si su historia hubiese sido la más insignificante.

Y lo peor del caso, es que curiosamente el marido de está no daba señales de vida.

¡Después no diga que no se lo advertí!

Cuando su paciencia se fuera muy lejos, no respondería de sus actos.

No le importaría el lugar en donde pudiera revelarse, con tal de calmar su sed de venganza.

Ella misma se extrañaba de no haber reaccionado.

Pero, no podía demostrar lo mucho que le afectaba, porque sería el motivo suficiente para que continuasen con sus negras intenciones.

En esas semanas reafirmó que le gustaba.

Le encantaba, para ser más claros, pero llamarlo amor...

Era fácil de decir y complicado de sentir, teniendo en cuenta que con el rubio cerca o solo pensándolo no sabía cómo apreciarse al respecto.

—Estimo en sobremanera este esfuerzo por halagarme —suspiró encantada, mirando intercaladamente entre él y las rosas —. Solo le veo un inconveniente —enarcó una ceja curioso ante el pero —. Ni de broma me las comeré —relajó visiblemente su cuerpo y el ceño al escucharle decir eso —. Como sabes, amo los chocolates y sería una vileza darle una probada a las primeras rosas que he recibido en mi vida.

—¿Las primeras? —preguntó sorprendido, al verla asentir con una sonrisa en el rostro —. No puedo creer que ningún hombre haya querido halagarte de alguna manera, siendo esta la más usual —era imperdonable.

Su rostro se lo demostró.

—Eres al único que he dejado acercarse —la miró como si tuviese dos cabezas —. Ni lord Stewart, porque como bien sabes yo no era de sus personas favoritas —no lo dijo con nostalgia.

Si no como un simple recuerdo.

Pese a todo guardaba algunos momentos buenos con ese escocés frio, y testarudo.

—¿Lo sigues queriendo? —le preguntó al verla perdida en los recuerdos.

—No lo sé—aceptó después de pensarlo un poco, y enfocarle para que quedara tranquilo porque en su mirada había algo de tristeza. Su falta de claridad le lastimaba —. Lo que te puedo asegurar que en este tiempo que lo he avistado en las veladas, ya no acelera mi corazón —pensándolo bien solo pasó un par de veces después de verle... de resto, ni siquiera se acordaba —. De alguna manera logré aceptar que nuestras vidas nunca estuvieron entrelazadas —siguió sin decir nada —. Pero, retomemos el tema más importante de mi vida —sus ojos volvieron a tomar el tono brilloso que tanto le hizo falta en esos segundos, al entender que se refería a lo que ocurría en esos momentos —¿Cómo resolveremos lo de mi degustación de chocolates? —prioridades, y esa era una de ellas.

Antes de que pudiese responder, apareció un lacayo extendiéndole una caja un tanto más pequeña que la anterior para después despedirse sin más.

—Me caracterizo por ser un hombre precavido —abrió con parsimonia la caja que tenía entre sus manos, mostrándole el verdadero paraíso —. Esto, y lo que desees lo puedes degustar a tu antojo —no respondió a las palabras sugerentes del rubio, pero bien que le guiñó el ojo no dejándola del todo de lado.

Les sacaría provecho después.

Hizo la caja de las rosas a un costado con cuidado, y se dispuso a tomar un bombón de chocolate, y sin esperar lo acercó a su boca para probar ese pecaminoso manjar.

Cerró los ojos con fascinación.

Gimió complacida.

Saboreó el cacao como si fuera el último que probaría en su vida.

Relamiendo sus labios para no desperdiciar ni una gota de este, sin percatarse de lo que estaba provocando en su acompañante.

Abrió los ojos, y lo enfocó para instarlo a que tomase uno de estos, pero declinó.

Tomó la caja en sus manos, y la dejó también de lado para mirarlo fijamente recordando su idea.

El deseo de besar nuevamente sus labios.

Probar la sensación delirante que experimentó cuando estuvo en sus brazos.

Deseaba sentirlo un poco más cerca.

Más íntimos

¿Si se lo dijese?

No iba a pensar ahora cuando en su vida primero actuaba, y después reflexionaba de lo sucedido.

—Mi queridísimo prometido —la miró con curiosidad sin decir nada al apreciar su rostro lleno de determinación —-. Puede que te parezca extraño, y hasta un poco inapropiado, pero necesito que me dejes hacer algo —al final se hizo la tímida, informando antes de obtener un rechazo.

—Nada ni nadie te ha detenido nunca para hacer lo que te place, así que no veo el motivo para que pidas mi opinión al respecto a estas alturas —pestañeó con coquetería, logrando que se pusiera a la defensiva.

¿Ahora que se le estaba cruzando por esa cabecita?

—Es que en estos momentos quiero que me prestes tu cuerpo —la observó con los ojos bien abiertos —. Mala elección de palabras —pero no estaba arrepentida —. Aunque si quieres no —la observó con fingido reproche.

—Halagadora tu propuesta, pero no me ayudas con el hecho de contenerme para respetarte —¿Por qué no entendía que se estaba pasando de correcto?

A ella no le importaba que bajase o subiese la mano de vez en cuando.

» No te me pierdas dulzura —chasqueó los dedos frente a su rostro para regresarla al presente, riéndose por su sobresalto —. Mejor dime que es lo que quieres hacer.

—Mejor déjame que te muestre —se mordió el labio ansiosa ante el próximo atrevimiento que se tomaría.

—De todas formas, lo vas a hacer entonces ¿Que estas esperando? —se cruzó de brazos expectante.

—Necesito tu aprobación —le temía demasiado a su rechazo.

—Esto es nuevo —la curiosidad embargó su rostro, y tal vez se hallaba algo preocupado por su actuar —¿Qué pasa Freya? —le acunó el rostro con las manos observándole con fijeza—. Esta no es mi prometida, la mujer indecisa e insegura que en estos momentos estoy percibiendo no es la dama que roba suspiros a su paso en los salones de baile —rodó los ojos por sus palabras tan exageradas —. O si lo eres, porque lo he presenciado unas cuantas veces desde que te conozco —con él a su alrededor se había vuelto un tanto tímida —. Pero, no es la manera habitual que te comportas en mi presencia, así que, te pido que me... —antes de que terminase acortó la distancia que los separaba, ganando valor e hizo lo que deseaba desde que le asustó.

Le besó.

Al principio fue un simple roce, en donde percibió la sorpresa en el cuerpo de este.

Esperó algún indicio para continuar. Sin embargo, al no verle responder o siquiera moverse por el pasmo, supo que no había sido buena idea.

Quería ridículamente seguirla respetando en exceso. Que lo apreciaba, pero, él era una tentación imposible de ignorar.

Con la dignidad que le quedaba, y las mejillas encendidas por la vergüenza trató de retirarse, pero la mano de Adler en su nuca la detuvo.

Después de mirarse a los ojos este mordió sus labios, y ahogando un jadeo de sorpresa abordó su boca profundizando el beso.

Al principio era tierno, pero fue subiendo la intensidad entrando en su cavidad y acariciando con la lengua explorando su interior, mientras ella hacía lo propio dejándose llevar.

No supo cómo, pero sus dedos ya estaban enredados en la cabellera de este mientras que una de las manos del susodicho se posó en su cintura, y la otra seguía en su cuello para que no se le fuese a escapar.

Lo siguiente que apreció es como le pegaba a su cuerpo, y la mano de su cintura ahora recorría su silueta hasta llegar a la parte baja de sus pechos. Deteniéndose, pero sin dejar de besarle.

Su atrevimiento en ese momento llegó a tal punto, de que con una de sus manos lo direccionó a que subiera.

A que siguiera.

A que no parase.

Algo dentro de ella se encendió.

Pero, no era como un fuego intermitente, si no como algo que se percibía permanente e insaciable.

Aceptado su invitación le tocó con presteza, accediendo sin siquiera pedírselo a lo que quisiera profesarle.

El aire en sus pulmones desapareció tras un tiempo de exploración, y con este la realidad regresó.

El beso se terminó con un sonoro último choque de labios, que los hizo mirarse agitados con sus pechos subiendo y bajando por la excitación.

Estaba afectado igual que su persona, dándole una imagen febril de sus labios hinchados y cabello revuelto, que le dio un vuelco a sus entrañas.

—Gracias —fue lo único que Freya atinó a decir con la cara roja, y el semblante parecido al del rubio, agregándole el vestido un tanto arrugado por el momento.

—¿Es lo único que dirás? —preguntó cruzándose de brazos con los ojos brillantes después de que la alteración de su cuerpo, poniendo una distancia prudencial.

—Es que no hallé otra manera de provocar que me besaras sin verme ridícula —aceptó aun agitada —. Por eso te agradezco ante tu correspondencia.

—¿Te pareció buena idea tomarme por sorpresa? —preguntó con fingida seriedad, y ella lo sabía perfectamente porque sonrió encogiéndose de hombros.

—No te vi quejándote, o apartándome —se cruzó de brazos, instalándose en una guerra de miradas.

—¿No hubiese sido mejor que me lo expresases abiertamente?

—Me dijiste que esa no era mi forma de actuar, así que, solo hice lo que me pediste —se apropió de la Freya descarada que vivía en su interior, a la par de por fuera.

Toda ella era frescura.

» Aparte, traté de hacerlo de forma cauta, pero llegué a la conclusión que es importante el factor sorpresa, sin contar que me alentaste —ahora que no se pusiera de recatado.

Con esa respuesta se rió, dejándola un poco más atontada de lo que había quedado con aquel intercambio.

—En cualquier momento, cuando menos te lo esperes te pienso imitar —sentenció mirándola de forma sombría, estremeciéndola de manera positiva.

—Pagaría cualquier precio porque valió la pena —si lo repetía al instante no se quejaría —. Eres un magnífico besador —vio como un rubor leve tiñó las mejillas de este, logrando que la ternura le embargara y le dieran ganas de hurtarle los labios nuevamente, pero con un carraspeo se recompuso.

Ahora tendría que ser el, quien dé el primer paso.

Solo esperaba que no se demorará, porque se volvería loca.

—En ese caso, como bien sabes nuestro compromiso debe anunciarse dentro de poco, pese a que ya es de dominio público —exacto. Todos se dieron por enterados cuando la misma noche en que se comprometieron hicieron acto de presencia juntos —. Al igual que, debemos revelar la fecha del enlace —esta vez lo miró con horror.

No le temía a unirse a él como ocurrió un tiempo atrás.

El miedo radicaba a enfrentarse nuevamente con su familia. Una que haba estado fuera de su vista pese a en poco tiempo emparentar.

No porque temiera a las arpías y su madre, solo que, no quería ponerlo en un dilema.

En medio de un problema, del cual seguramente lo perdería porque no permitiría que la pusiese primero, cuando ella en su caso por más de que lo desease su hermano encabezaba la escala de prioridades.

—Voy a matar a tus hermanas —este rió al escuchar su queja lastimera —. Esto ya lo hemos vivido, y no quiero que terminemos peor que cuando fue de mentiras —no lo soportaría.

—Para la suerte de ellas, no será una cena o algo que se le parezca —lo miró ceñuda.

¿Entonces que tenía en mente?

» Lo haremos de manera casual —él y sus intempestivos anuncios —. He pensado que lo mejor sería en el evento que oficiará el Conde de Portland en un par de días —el que da el cierre de la temporada, siendo entendible —. Serán unos días a las afueras de la ciudad, y me parece más que acertado, estarán nuestras amistades y no cabrán los reproches de mis hermanas y podrás conocer un poco más a mi madre —eso ultimo lo dijo con cautela, aunque de igual manera la crispó su comentario.

No por falta de disposición se llegaría a ese puerto, más bien, por la Duquesa.

Parecía que fuese una plaga, porque cada que la tenía cerca la miraba con repulsa.

No podía decirle que no pasaría, debería enterarse por su cuenta, y con el evento oficiado por el Conde de Portland a las afueras de la cuidad, donde diferentes actividades y bailes se llevaban a cabo. Los cuales no solo eran para satisfacer a sus amigos y familiares. Siendo la razón principal agasajar a la Condesa viuda, se formaba como el momento perfecto para ponerla hasta a ella a prueba.

Por lo menos la dama festejada era matrona muy querida, y respetada por la sociedad.

Las actividades desde el tiro con arco hasta la casa estaban establecidas, porque ella los disfrutaba.

Los grandes banquetes.

El baile inicial y el final.

Eran tres días de goce.

Freya ya había tenido el placer de asistir, y debía decir que era por mucho de lo mejor que había tenido el honor de disfrutar, pese a que casi todo el tiempo estuvo recluida en la casa, a causa de no poder recibir un poco del aire de la naturaleza.

Una verdadera lástima, pero ante su falencia aquella mujer supo contrarrestarla haciendo sus días al completo placenteros con sus atenciones desmedidas.

—¿Te importa demasiado la aceptación de tu madre? —sabia la respuesta, pero tenía que preguntar, porque algo le decía que esas jornadas no saldrían cómo él las quería.

Aunque no dejaría de poner de su parte, esperando no tener que vivir lo mismo de aquella cena.

—Sé que no te tolera, pese a que has tratado de ser lo más educada posible —por lo menos no se mentía —, pero quiero que las dos mujeres más importantes de mi vida por lo menos puedan estar en un salón sin agredirse mutuamente —suspiró con pesadez.

En su defensa, ella comenzaba.

Por su parte, trataba por todos los medios de soportar a la Duquesa, pero sencillamente despotricaba de su persona sin conocerle.

Seguramente gracias a sus hijas, lo único que tenía para ella fuesen insultos.

Pero, no quitaba el hecho de que era un ser pensante y podía hacerse juicios por su propio pie.

Y en otras circunstancias, y por otra persona se hubiese negado rotundamente, pero, por Adler...

—Lo hare por ti —solo por él —. Trataré de conocer a Lady Somerset, y que ella pueda verme como realmente soy —besó sus manos con una sonrisa resplandeciente que la encandiló —. Ahora como recompensa devuélveme mi beso —necesitaba un aliciente —. Te sobrevaloras demasiado, si tenemos en cuenta que me ha tocado saltarme unas cuantas normas, y acecharte para poder que si quiera rozaras mis labios —tragó saliva poniéndose más seria de lo que ya estaba.

Quería a toda costa a cada segundo degustar esos labios.

¿Era mucho pedir?

La de pureza intachable era ella.

—Solo estoy cumpliendo lo estipulado en la propuesta —¿A qué se refería? —. Me pediste ir despacio y eso es lo que hago —soltó obvio.

Se abstuvo de pegarse en la frente, al escuchar tal disparate.

Ir despacio, no era precisamente dejar de lado sus coqueteos usuales que alegraban sus días.

O que no la besase, cuando ella sabía que no le era indiferente.

Despacio era sin presiones, no a paso de tortuga.

Conocerse, pero sin dejar de lado las experiencias.

—No me cansaré de decírtelo —exclamó con una sonrisa sincera, sin nada de arrogancia —. Eres perfecto —de regreso le sonrió con amor, pero sin llegar a comprender lo que quería decirle en realidad —. Ir despacio en el idioma de Freya Allard, que bien sabes es muy distinto al de las damitas insulsas que suelen regalarte sonrisas bobaliconas, con algo de baba en sus labios por ser tan inalcanzable —era más que seguro que le estaba reprochando, pero él no tenía por qué saberlo, solo deducirlo. No estar seguro —. No puedes privarme de tus muestras de afecto, esas sonrisas coquetas, miradas arrogantes, pero cargadas de cariño y picardía —lo que le daba luz a sus días —. No te reprimas, pues, tiene mi permiso para dar rienda suelta a tus deseos. Tú y yo somos demasiado similares, así que... —se encogió de hombros, para acto seguido soltarle algo que rondaba su cabeza —sí yo quiero seguir explorando lo que me puedes ofrecer, porque eres tú el que parece una damita debutante confusa y virginal, lo voy a hacer hasta que dejes de cohibirte —abrió un poco la boca sorprendido con algo de indignación, por decirle de alguna manera débil e indeciso.

—Pensé que... —trató de articular, pero ella lo cortó antes de que dijese algo obvio.

—Te repito lo que sabes desde que me conociste —aseveró mirándole con determinación —. Conmigo arriésgate, que sabré responderte como bien me sienta en esos momentos —la sonrisa ladina propia de este salió a relucir de sus irresistibles labios.

Es que la pintaría si supiera hacerlo.

—¿Así que, puedo hacer lo que desee en estos momentos contigo? —peligrosamente tentador.

Pestañeó coquetamente en respuesta.

Ese era su Adler.

» Mira que, desde que te vi enfundada en ese vestido el día del anuncio de nuestro compromiso falso, he tenido unos pensamientos nada propios, que incluyen una cama, y tu sin tantas capas de ropa —estaba haciendo calor.

Se abanicó con la mano.

Tragó grueso, y su pulso se disparó, pero disimuló como mejor pudo sus nervios.

Ese hombre era demasiado atractivo.

Hasta las piernas le puso a temblar.

Daba gracias a que había retrocedido para sentarse, con este imitándole, porque eso le ayudaba a no revelarle que le afectaba más de lo que quería admitir por el momento, pues estaba segura de que las piernas no le mantendrían erguida.

—Eso sería un escándalo —soltó con fingida inocencia, pasando una de sus manos por el brazo de este en forma coqueta —. Lo único que ocasionaría es un adelanto de planes con una licencia especial, unas palabras con mi hermano, y que tu madre a la par de hermanas, pusiesen el grito en el cielo —se mordió el labio de manera sugerente, mientras ahora le pasaba la mano por el pecho.

—No sabes lo que haces —le colocó nuevamente la mano sobre el cuello para acariciarlo, y recorrer su rostro.

—Puede que tengas razón, pero me encantaría descubrir las consecuencias de mis actos —se acercó un poco más a este, mirando fijamente sus labios —. No me importaría que no se oficiara una boda por todo lo alto, amo ser el centro de atención, pero puedo hacer un sacrificio si me haces el centro de toda tu atención —la tomó de la cintura levantándole hasta sentarla en su regazo haciéndola apreciar lo que su inconsciente coqueteo había ocasionado en la zona baja de su anatomía, siendo aplastada por su trasero, mientras que, con la mano que le quedaba libre agarraba su rostro para dar rienda suelta a su deseo.

Acercándose, hasta que sus narices se encontraron y sus labios se rozaron.

Tentándose, con más calma. Porque, ahora no era por sorpresa más bien con las ansias de degustarse.

Saborearse como se debía, hasta poder saber lo que hace tan hilarantes sus labios.

—¡Somerset! —¡No! ¿Por qué? —. Te recomiendo que pongas las manos donde pueda verlas, y a mi hermana en la silla amplia que están ocupando, si no quieres que, en vez de oficiarse un enlace, se realice un duelo —sonrió divertida, pese a la frustración que sentía, girándose a la par que era colocada en el sitio frio que ocupaba anteriormente, observando el rostro serio e intimidante de su hermano. Más, cuando Adler, pese a que acató su pedido no se amedrentó si no que sonrió en respuesta —. Sería demasiado penoso que mi hermana quedase viuda antes de poder adquirir un esposo —se estaba comportando cómo un bruto.

Aunque, viéndolo con la cabeza fría que no tengo, esta actuando medianamente cuerdo ante la imagen que captó hace un momento.

—No tienes permitido enojarte, cuando te he visto en situaciones más comprometedoras —esa no era excusa, pero estaba frustrada —. Esa mala costumbre de aparecer sin avisar —se estaba ganando una reprimenda que desde que era una chiquilla no le daban.

—Dulzura, tu hermano tiene razón —lo sabía, pero no lo aceptaría pese a que los ojos de Alex llameaban a punto de formar una guerra.

De nuevo sobrepasó un límite.

» Y me excuso por eso —soltó, aunque en su tono no se denotaba arrepentido —. Yo solo vine a traerte el presente que te tenía preparado, así que, me retiro —se irguió Adler, haciendo que lo imitara cuando se ofreció a ayudarla a enderezarse, ignorando mutuamente sus estados.

El cabello lo tenía revuelto, la ropa arrugada y ni hablar de la boca.

Seguramente ella estaba peor.

» Si no te incomoda —esta vez se dirigió a Alexandre —. Mañana vendré por tu hermana para dar un paseo —besó su mano calentándole las entrañas ante la mirada atenta del francés, que enarcó una ceja esperando para que se marchase, no respondiendo ante su petición —¡Beaumont! —se puso el sombrero que le alcanzó el mayordomo, que casualmente pasó en esos momentos cerca del lugar.

Enseñándole amablemente la salida, dedicándole una mirada de soslayo en conjunto con un guiño que la hizo sonreír antes de perderse del camino.

El silencio que se había formado fue roto cuando el rubio desapareció de su campo de visión, y ella regresó a su silla.

—No me molesta que estuviesen en un momento íntimo, porque en poco tiempo será tu esposo y te deberás a él, pero me encantaría que recordases los límites, y las consecuencias. Porque no habrá vuelta atrás—agradecía, que pese a su ira y carácter sobreprotector le tuviese la confianza suficiente para entender, que lo que estaba pasando ella lo quería —. Pero, si te soy sincero, no dejas de preocuparme, pese a que tienes claras las ideas —suspiró cansinamente, enfocándole mientras tomaba asiento a su lado —. Puedes salir lastimada en el proceso, contando que probablemente todavía no has superado el pasado, tu viejo amor —se debían esa charla, pues no habían tenido tiempo para abordar el tema al verse tan inmersos en sus vidas.

Entendiéndolo, cuando notoriamente estaba sobrellevando unos días densos.

—Estas semanas al lado de Adler han sido... maravillosas —aceptó con una sonrisa en los labios —. Ha despertado sensaciones en mi tan nuevas, que puedo decirte que todo lo que hago, es porque surge sin ningún esfuerzo. Con el puedo ser yo, sin temer a ser rechazada y más cuando me abre de a poco su corazón —tan naturalmente maravilloso como respirar.

—¿Has podido contarle lo que ocurrió? —se tensó.

Ese tema no.

» Y sabes que no estoy hablando de Stewart —tragó saliva estremeciéndose.

—No estoy preparada, Alex —sus orbes se cristalizaron, no queriendo hablar de ese tema —. En sus ojos percibo amor, y devoción —adoraba verse reflejada de esa manera en ellos —. Odiaría que me distinguiese con lastima —sería un golpe del que no se recuperaría tan fácil.

—Nadie podría sentir lastima por ti —acarició su rostro, al ver una lagrima rebelde surcar su mejilla —. Deberías reconsiderarlo, contando con que eventualmente se dará cuenta —besó su frente al escuchar un sollozo brotar de su garganta —. Él lo entenderá, se nota en la forma en que te mira, que nunca podrá sentir algo desagradable hacia ti.

—Lo tendré presente —soltó sonrieron con tristeza, mientras este le abrazaba creyéndole lo que decía, pero con las dudas a flor de piel.

No sabía cómo decirle aquello.

Tenía miedo de ver en sus ojos la desilusión plasmada.

Que le visualizase con todos sus miedos reflejados en sus orbes vivaces.

No quería ser frágil frente a él de esa manera tan destructiva.

Todos sus temores estaban justificados, pero...

¿Cómo decirle el motivo de estos?

¿Cómo decirle el porqué de su pavor a montar y a las alturas?

Eso era algo que no estaba en sus planes.

Pero, eventualmente se enteraría como lo dijo Alex.

Cuando viera la cicatriz que surcaba su abdomen, tendría que dar muchas explicaciones.

Se llevó la mano al vientre específicamente en la parte afectada.

—Sabes que eso no fue tu culpa —susurró su hermano al ver aquella acción.

—Dile eso a mí yo de la niñez —negó tratando de contenerse, mientras este le miraba con ternura.

—Mi duende daña vidas —rió por el mote para después pararse con una sonrisa bailando en sus labios, descolocándolo un poco por su cambio de actitud repentina.

Aunque no debía de extrañarse, ella era sencillamente una de las mujeres más complejas que había conocido en su vida.

—¿Ahora que idea descabellada está surcando tu cabecita? —soltó interrogante, mientras la visualizaba tomando los presente que le había hecho Adler, y habían quedado abandonados en la banca continua.

—Es que recordé que tengo un invitado.

—¿Invitado? —rió nerviosa.

—En realidad es una invitada —entrecerró los ojos —. Espero no te moleste que haya invitado a Luisa a cenar —el rostro de su hermano se descompuso al completo —. Debe estar próxima a hacer arribo —soltó una risa cantarina mientras lo escuchaba maldecir.

Eso era por confiarse.

Que no haya puesto trabas por su compromiso con Adler, no significaba que dejaría pasar el hecho de no tomarle en cuenta antes de aceptarle.

No lo había hecho con intención.

Solo que esta solicitó verle.

No podía negarse.

Después de todo era su amiga, la apreciaba genuinamente, y lo que menos deseaba era rechazarle. Más, cuando últimamente le había notado demasiado alterada.

Y ella no era así.

∙ʚɞ∙ 

FLEUR

—No permitiré que nuestro hijo despose a una mujer como ella —soltó Lady Fleur Somerset, Duquesa de Beaufort al borde de perder el control cuando había visitado a su esposo, después de enterarse que pronto se anunciaría la fecha de la unión sin tener un plan de contención—. Esa mujer no se merece estar en esta familia —escupió con desprecio, aborreciendo hasta las facciones que portaba.

Todo en ella le fastidiaba.

Lady Fleur Somerset era por mucho una mujer hermosa, pese a su edad.

Rubia, de ojos azules profundos, que destilan afabilidad y ternura por doquier.

Una mujer justa y que no juzgaba a los demás, prefiriendo hacerse sus propias ideas sin importar lo que se dijese.

Había criado a sus hijos conforme sus costumbres, y por eso es por lo que no permitía un comportamiento descarado.

Y Lady Freya Allard, no acarreaba si no problemas, y cotilleos diarios.

Declarándose poco digna para portar su apellido, y en especial a su hijo.

—No sé lo que te esta pasado querida, pero tú no eres de las que juzga sin una razón de ser —soltó Henry sin inmutarse, mientras bebía de su copa de coñac —. Esa chiquilla no se merecía ese trato la última vez que pisó esta casa, y tampoco tus palabras mezquinas solo porque nuestras hijas comentaron los inconvenientes que han tenido hasta el momento. Pues tu más que nadie sabe lo que ocasiona juzgar sin conocer —se tensó, pero continuaba firme en su enfoque.

—No puedo creer que la defiendas por encima de tu propia sangre —eso la ofendía en sobremanera.

Porque no podía haber nadie más importante que su familia.

—Conozco a nuestras hijas, y ella solo se defendió de lo que pudiesen decir de su persona —definitivamente la estaba poniendo por encima.

No daba crédito a lo que escuchaba.

» Amo a esas niñas, pero no son lo que aparentan y tú más que nadie lo sabe —sus ojos azules titilaron de ira.

—Ellas no mentirían en algo como esto —fiel a sus creencias.

—He escuchado los rumores, y son solo eso... rumores —no supo que decir ante aquello, cuando ella era de las que defendía las injusticias.

La que no daba todo por sentado, porque creía que siempre existían dos versiones, y la verdad.

» Así como Adler no necesita nuestra autorización para desposarse con Lady Allard —eso era lo que más le fastidiaba.

—Pero puedes impedirlo —ya parecía un capricho, pese a que en su interior sabía perfectamente que no lo era.

—Al parecer quieres verlo destrozado, pero esta vez por tu culpa —enmudeció agachando la mirada —. No olvido en la tristeza en la que estaba sumido cuando rebajaste a Lady Allard, a tal punto que rompió el compromiso. Ni siquiera cuando Lady Keppel se fugó con Albemarle, lo percibí tan ensimismado —y eso sí que fue duro para él.

No lo vio por años, pero su congoja se apreció mayor que en eso días que estuvo con ellos antes de volver a partir a la guerra.

» Ella es especial para él, y no permitiré que lo dañes con tus nuevas manías de juzgar antes de evaluar las opciones, y conocer todas las versiones —no lo tenía de su lado.

Predecible.

—Golpeó a tu hija el día de su compromiso con Lord Stewart — aseveró, y este suspiró con pesadez al ver un punto a su favor.

—Por lo que supe de su hermano al intentar comprender la situación, Amelia sobrepaso un límite —el también defendería su punto a muerte —. No lo apruebo, pero malcriarle lo único que logró fue convertirla en una mujer frívola y sin corazón —se mordió la lengua ante ese último comentario, porque sabía que tenía razón.

De sus hijas era la peor.

—¿Entonces no me ayudaras a hacer entrar en razón a nuestro hijo?

—No te ayudare a destruirlo —zanjó rotundo —. Y si me entero de que has hecho algo por arruinarlo, te doy mi palabra, que no me quedare cruzado de brazos —su hijo era más importante que cualquier cosa.

Se irguió, dejando la estancia con desazón en su corazón.

Sabía que estaba haciendo mal en no darle una oportunidad a la dama, pero no podía olvidar tan fácilmente las palabras de Amelia secundada por Evelyn. En especial sus propias impresiones.

Esa mujer no era una dama respetable, pues, más bien le hacía honor a su sobrenombre.

Era una sinvergüenza en potencia, y no la aprobaría.

Haría lo que fuese necesario, sin importar las amenazas de su marido para que su hijo entrase en razón, y esos días en la residencia de campo de los Condes de Portland eran perfectos para hallar la manera de sacarlo del embrujo que esa mujer había lanzado sobre su hijo, y sabía quién era el indicado para ayudarla a conseguirlo.

A veces haciéndose de aliados más despreciables que los mismos de los que quería deshacerse, pero el fin justificaba los medios.

O eso pensó en un inicio.

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