Tenías que ser tú. 「NoMin」

By scaretwoo_

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Eres lindo cuando despiertas, cuando bebes café por las mañanas y haces muecas disgustadas porque el agua sig... More

Inicio.
1.- Pieza perdida.
2.- Con uñas y dientes.
4.- Buen padre.
5.- El mago.
6.- La cita (de juegos).
7.- Sentimientos equivocados.
8.- El chico misterioso.
9.- Sucesos inesperados.

3.- Algo más.

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By scaretwoo_

Después de tres años de abruptos cambios, Jeno sintió que el ritmo de su vida poco a poco volvía a la normalidad. 

   No es que se aburriera en casa, Chenle era sinónimo de felicidad, diversión y risa todos los días. Más bien había algo en entrar a una oficina, saludar a sus compañeros en los cubículos, hacer contratos, batallar con la impresora y tomar el café con un sobre de galletas de la máquina expendedora lo que le brindaba un sentimiento diferente, tal vez de utilidad, tal vez de que se esforzaba por sacar adelante a su hijo y brindarle un mejor futuro.

   A su regreso Jaehyun fue el primero en recibirlo, con una sonrisa que marcaba dos tiernos hoyuelos en sus mejillas. Le palmeó la espalda y le preguntó cómo se sentía en su primer día.

   —Es bueno estar de vuelta —Jeno le contestó—. Me alegra haber recuperado mi vieja oficina aunque aún no sé con quién debo disculparme.

   —Nadie la estaba usando realmente —Jaehyun le dijo, sin dejar de sonreír. Lucia despreocupado y radiante a pesar de que eran las ocho de la mañana—. En todo caso no pienses en eso, ahora estás de vuelta y es lo único que importa.

   —Supongo que tienes razón. Gracias por la bienvenida.

   —Te extrañaba, Jen —Jaehyun reconoció con sinceridad. Después de tres años de ausencia, era bueno tener a su amigo de vuelta—. Por cierto, ¿Cómo está Chenle? ¿Lo llevaste a la escuela?

   —Sí, justo esta mañana. A las tres tengo que pasar por él.

   —Ojalá se ambiente rápido, es un niño muy dulce.

   —También lo espero. ¿Y Hansol? ¿Cómo está? ¿A qué grado pasó?

   —Este es su último año —Jaehyun reconoció con un deje de nostalgia. Su hijo Hansol era dos años mayor que Chenle. Cuando Jeno enviudó Jaehyun (que ya era papá) fue el que más ayuda le brindó, de no ser por sus consejos simples pero precisos Jeno hubiera ejercido una paternidad desastrosa (si es que a veces no lo era ya)—. El siguiente irá a la primaria. Irene está muy emocionada. Más que Hansol sinceramente.

   —Le hace ilusión saber que su hijo está creciendo —Jeno recordó a la dulce mujer que era la esposa de Jaehyun—. Dale un saludo de mi parte, por cierto.

   —Lo haré. Hace mucho que no salimos.

   —En cuanto tengamos tiempo nos ponemos de acuerdo.

   — ¿Vas a seguir trabajando desde casa?

   —Todavía no hablo con el señor Kim —Jeno dijo con pena—. Pero espero que sí. Ya sabes que con un niño el dinero nunca sobra.

  —Tienes toda la razón.

   Jaehyun volvió a palmearle la espalda, deseando reconfortarlo.

   —Bueno pues entonces te dejo Jen, cualquier cosa que necesites ya sabes dónde encontrarme.

   —Gracias Jae, espero recordar cómo funciona la fotocopiadora.

   Jaehyun soltó una carcajada y se despidieron para posteriormente dirigirse a sus respectivas oficinas. Jeno cargó la caja de cartón que había traído de su casa, a su escritorio, que estaba pulcramente recogido al igual que el resto de la oficina. A lo mejor era cierto que nadie la había usado durante su ausencia. Aunque lo dudaba. Probablemente la emplearon como almacén de documentos o algo así.

   Después de diez minutos ya tenía la caja vacía. La verdad sea dicha, no tenía muchas cosas que acomodar porque solo había traído lo indispensable para sentirse como en casa; una foto de Chenle que le había tomado a los dos años y una de Yeri donde estaba embarazada, feliz y sonriente.

   Cerró momentáneamente los ojos y le dio un beso al retrato de su esposa antes de dejarlo sobre el escritorio. Esperaba que ese fuera un mejor año y que las cosas en su trabajo marcharan para bien. Yeri siempre le decía que después de las tormentas, sale el arcoíris. Jeno se aferraba sus palabras.

   Apiló los libros de contaduría que pertenecían a la empresa y otros tantos, en los que consultaba los precios de los servicios en la única estantería que había. Dejó la caja cerca de la puerta y comenzó a trabajar resolviendo los contratos pendientes que tenía esa semana. Tuvo problemas un par de veces con la fotocopiadora pero por suerte salió victorioso y después de dos horas de papeleo, su jefe lo llamó para verlo en su oficina.

   Jeno mentiría si dijera que no estaba nervioso. No tenía ni idea de para qué lo había citado el señor Kim. Era su primer día y la sola posibilidad de haber hecho algo mal, lo hacia temblar.

   Pero la sonrisa que lo recibió cuando tomó el picaporte y abrió la puerta, lo dejó fuera del contexto. El señor Kim estaba al teléfono y le hizo una señal con los dedos para que le diera un segundo. Jeno asintió y se alació las puntas del saco con los dedos, sin saber muy bien qué hacer con las manos. Intentó distraerse mirando el gran ventanal que daba hacia la ciudad y dos minutos después de zozobra, su jefe se aclaró la garganta.

   —Jeno, que bueno verte, toma asiento por favor.

   Acatando su orden Jeno se acercó a la silla disponible frente al escritorio y miró al señor Kim. Se aclaró la garganta para que la voz no se le escuchara tan temblorosa como creía.

   —Lo mismo digo, señor Kim. Es bueno estar de vuelta.

   —Es bueno tenerte de vuelta —respondió el hombre, dejándose caer contra la acolchada silla. Su cabello poblado de canas estaba peinado hacia atrás y las arrugas del contorno de los ojos se le acentuaban cada que curvaba los labios hacia arriba—. ¿Cómo están las cosas en casa? ¿Y tu hijo?

   Jeno tuvo que informarle de su situación al señor Kim para que le diera la oportunidad de seguir trabajando desde casa. Eso no quería decir que él estuviera al tanto de su vida, pero sabía lo fundamental de ella y repentinamente eso lo hizo sentir decaído.

   —Bien señor Kim, hoy fue su primer día en el kínder.

   —Ahhh, el kínder, una etapa tan bonita, ¿Cómo olvidarla? —el señor Kim sonrió, impregnando de añoranza sus palabras—. Parece que fue ayer cuando lleve a mis hijos, que rápido se pasa el tiempo.

   Jeno le dio la razón. El apenas llevaba tres años siendo padre pero ya sentía que su hijo había crecido demasiado.

   —Pero bueno Jeno no te cité aquí para hablarte de mis recuerdos —su jefe hizo un mueca—. En realidad es por una propuesta.

   — ¿Una propuesta? —Jeno no pudo evitar sonar sorprendido.

   —Hace dos semanas el señor Moon se jubiló —su expresión se tornó triste—. Como sabes era uno de nuestros mejores empleados.

   Lo sabía bien, porque el señor Moon era algo más que el gerente de ventas de la empresa, era la mano derecha del señor Kim y eso era algo que claramente su jefe iba a echar mucho de menos.

   —Lamento que se haya ido, era un gran empleado.

   —Lo sé —el señor Kim suspiró—. Pero no hay tiempo para lamentarse. Si te llamé es para ofrecerte el puesto. Lo he estado pensando mucho y objetivamente no hay nadie que tenga la misma experiencia y eficiencia que tú. Aun cuando estabas trabajando desde casa hacías más contratos que cualquiera trabajando aquí y eso es digno de reconocerse.

   Jeno se quedó en blanco. Sin saber que decir o cómo reaccionar. Un ascenso, su jefe le estaba ofreciendo un ascenso. Las metas grandes no eran algo desconocido para su vida pero escuchar que le estaban ofreciendo un puesto como gerente de ventas era demasiado. Una locura.

   —Claro que, puedes tomarte tu tiempo para pens...

   —Acepto —Jeno dijo sin dudar, lamentándose demasiado tarde de su propia desesperación—. Es decir, gracias señor Kim, pero no tengo nada que pensar. Acepto el puesto.

   El señor Kim sonrió y en el proceso le mostró sus perfectos dientes que seguramente eran parte de su dentadura postiza. Estaba satisfecho con su respuesta y eso era obvio.

   —Me encanta esa actitud Jeno. El puesto es tuyo, no me defraudes. Te daré el día de hoy para que organices tus cosas. Tu nueva oficina es la que está a lado de ésta —el señor Kim apunto con su mano hacia la derecha—. Trae todas las cosas que necesites. Mañana comienzas, hoy tomate un descanso porque hay mucho por hacer.

   El señor Kim se puso de pie y entonces supo que acababa de dar por finalizada la conversación. Jeno todavía estaba en shock, pero se las arregló para ponerse de pie y estrechar la huesuda y delgada mano de su jefe. Tanto que por un momento temió dejársela morada.

   Es que no podía creerlo.

   Ni siquiera cuando le otorgaron las llaves de la oficina del señor Moon terminaba de hacerlo. Acababa de recibir un ascenso y no cualquier acenso, como mínimo iba a ganar el doble que antes y entonces no tendría que preocuparse por todos esos recibos pendientes que pagar. Ni por los gastos de la escuela o la gasolina del auto. Tendría el dinero suficiente para darle a su hijo la vida que merecía y eso era lo que en realidad lo ponía tan feliz.

   En su nuevo escritorio Jeno abrazó el marco de Yeri con fuerza. Lo estoy logrando, le dijo, y lo voy a hacer bien por nuestro hijo.
 

Le tomó la palabra a su jefe y después de cambiar sus cosas a su nueva oficina se marchó, llegando con bastante anticipación al kínder. Durante toda la mañana no dejó de pensar si le estaba yendo bien a su hijo. Esperaba que hubiera hablado con alguien, aunque fuera con los profesores. Jeno estaba seguro que Chenle necesitaría algo de tiempo para acostumbrarse, no iba a presionarlo para que hiciera amigos, lo mejor era que anduviera a paso lento pero seguro.

   Aparcó en el estacionamiento y le puso la alarma a su auto. Se echó a andar hacia la entrada del kínder y metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo porque los guantes se le olvidaron en el asiento trasero, y al hacerlo, su mano topó con el guantelete que al chico se le había caído en la mañana.

   Era pequeño, no, pequeño no, más bien delgado. Jeno por curiosidad se lo midió y notó que a pesar de la apariencia le quedaba bien. Se imaginó a si mismo teniendo una moto y el recuerdo casi le provocó escalofríos.

   Nunca había tenido una. Se le hacían incomodas, estorbosas y peligrosas, él no tenía el mejor equilibrio y temía desestabilizarse en cuanto encendiera el motor y colocara los pies sobre los pedales. En el pasado, Taeyong, un amigo de la universidad, había intentado hacerlo aprender, porque a él le gustaban mucho las motos y de vez en cuando necesitaba un compañero para sus alocados viajes, pero nunca terminó de agradarle la idea. Para Jeno era mucho mejor andar en un auto, que estuviera cubierto por completo y que no necesitara maniobrar para manejar.

   Curiosamente, el chico que venía con el mini correcaminos no parecía tenerle miedo a su moto, considerando que hasta era capaz de traerse al niño con él. Jeno recordó su expresión cansada y se preguntó si acaso tendría padres divorciados o si estaría viviendo una situación difícil que lo orillara a traer a su hermano a la escuela. Porque eso era lo que Jeno intuía, que aquel pequeño de cabello castaño y ojos chiquititos era su hermano.

   El simple pensamiento le hizo sentir compasión, no muchos tienen la paciencia necesaria para tratar con niños, en especial los jóvenes. Le reconocía el esfuerzo que hacía por proteger al mini correcaminos al pedirle que se pusiera el abrigo. Aunque estuviera a punto de perder los nervios al final.

   Metió el guante de regreso a su bolsillo y caminó hasta la entrada, esperando tener suerte de encontrar a su dueño. La agradable mujer que recibió a Chenle por la mañana comenzaba apenas a abrir la puerta. 

   —Señor Lee —la señorita Wendy lo saludó en cuanto lo tuvo cerca—. Llega temprano, ¿Lo extrañó mucho?

   Jeno sonrió y no trató de negar lo que probablemente era más que evidente.

   —Sí, pero no quiero decírselo, va a pensar que me pongo triste por dejarlo ir y se supone que yo lo tengo que reconfortar, no él a mí.

   —Nunca es bueno mentirle a los niños, ellos siempre saben la verdad.

   Jeno rio pero terminó asintiendo. La señorita Wendy lo miró por algunos segundos y después desvió la mirada. Mirándose brevemente las manos antes de girar hacia la puerta.

   —Iré por Chenle, deme un segundo.

   —Gracias.

   Esperó fuera del portón y cinco minutos después su hijo venía con su abrigo de panda, su vistosa mochila amarilla a la espalda y el cabello musito.

   Chenle por su parte, sonrió al verlo y corrió hacia su dirección, estirando sus bracitos hacia arriba para que Jeno lo cargara.

   — ¿Cómo te fue nubecita? ¿Extrañaste a papá?

   — ¡Sí, papi!

   Jeno se alegró por su pronta respuesta y besó la cabeza de su hijo repetidas veces, afianzando el agarre sobre sus piernas para cargarlo más cómodamente. Lo había extrañado demasiado. Era hasta increíble que no lo hubiera visto desde la mañana, se sentía como una eternidad.

   — ¿Estás feliz hijo? ¿Te divertiste? —Chenle asintió, sin borrar su infantil sonrisa—. Muy bien campeón, vamos por tu hamburguesa, te la has ganado.

   — ¿Vamos a las hambudguesas y luego a los juegos?

   Jeno asumía que se refería a los juegos que había en McDonald's. A Chenle le encantaba sumergirse en la alberca de pelotas.

   —Claro que si campeón. ¿Ya te despediste de la señorita Wendy?

   Su hijo negó con la cabeza y Jeno lo dejó en el suelo para que pudiera despedirse.

   —Adiós, señodita Wendy.

   —Adiós, mi vida, te veo mañana. No olvides traer tus juguetes.

   Ella le acarició la mejilla y Chenle asintió enérgicamente. A Jeno le gustaba la manera en como ella lo trataba, porque si bien es cierto que los educadores de prescolar deben ser lindos y amigables, a ella le salía natural. Se notaba que le nacía ser amable y amorosa con los niños.

   Se despidieron de la señorita Wendy y estuvieron a punto de irse hacia el auto hasta que Jeno recordó el encargo pendiente que tenía dentro del abrigo. Detuvo sus pasos y Chenle lo imitó, para posteriormente mirar hacia arriba.

   —Campeón, dame un segundo, necesito encontrar a alguien.

   — ¿A alguien?

   —En la mañana a un chico se le cayó esto —Jeno sacó el guantelete y se lo mostró a su hijo, quien inmediatamente estiró sus manitas para sostenerlo—. No, espera, cariño, no es de nosotros, tenemos que dárselo a su dueño.

   Chenle hizo un puchero pero desistió de querer alcanzarlo después de dos intentos fallidos más. Jeno miró a todas direcciones. Los padres poco a poco comenzaban a llegar por sus hijos, pero no veía a quien buscaba.

   —Papi, quiero hambudguesa.

   —Lo sé nubecita, pero dale cinco minutos a papá para que pueda buscar al chico.

   Chenle soltó un bufido pero de todas formas se quedó quieto. Jeno continuó buscando entre el tumulto de gente . Al cabo de unos minutos la paciencia de su hijo se evaporó y se impacientó por irse. 

   —Supongo que se lo daré mañana —pasados los prometidos cinco minutos Jeno comentó con resignación. 

   En cuanto subieron al auto Jeno le puso a su hijo el cinturón de seguridad sobre su silla especial y comenzó con el pequeño interrogatorio para saber cómo le había ido. Todavía no le contaba nada acerca de la escuela y no sabía si eso lo tenía preocupado o simplemente curioso.

   — ¿Cómo te fue en tu primer día nubecita? ¿Te gustó la escuela?

   Chenle se apresuró a asentir, aunque no contestó.

   — ¿Qué fue lo que hicieron?

   —Cantamos una canción —Chenle dijo con emoción—, una canción de una adaña.

  — ¿De verdad? ¿Y ya te la sabes?

   Chenle negó con la cabeza sin dejar de sonreír.

   —Pronto lo harás. ¿Y que más hicieron?

   —Comimos espagueti con vetables.

   — ¿Vegetales?

   —Sí.

   —Que rico campeón. ¿Y qué pasó con los demás niños? ¿Le prestaste a alguien alguno de tus juguetes?

   Su hijo inmediatamente negó con la cabeza e hizo un puchero.

   —Una niña quiso quitadme mi muñeca.

   — ¿Una niña?

   —Una niña mala y doja.

   — ¿Tenía su cabello color rojo?

   Chenle asintió con un puchero.

   — ¿Y tus cochecitos?

   —Hice cadedas con el amarillo.

   — ¿Tú solito?

   —Si papi, yo solito.

   Jeno suspiró, pero no borró su sonrisa. No quería asustar a su hijo. Iba a su paso y eso estaba bien. Sólo necesitaba más tiempo, en cuestión de días ya estaría haciendo nuevos amigos.

   —Muy bien campeón, fuiste muy valiente, choca esos cinco —elevó la palma frente al rostro de su hijo y este se apresuró a estrellar su pequeña manita sobre la suya—. Vamos por tu hamburguesa, te la ganaste.

   Chenle soltó un gritito entusiasmado y Jeno encendió el auto y también el estéreo para tararear por el camino una de las canciones en inglés que le gustaba a su hijo. Las había escuchado tantas veces que ya hasta se las sabía de memoria. Cada que ingresaba a Youtube le salían recomendaciones infantiles. Esos canes lo acosaban sin cesar.

   Llegaron al McDonald's más cercano de la zona y ambos se acomodaron cerca de los juegos infantiles en donde toboganes coloridos desembocaban en una enorme alberca de pelotas. Jeno le quitó el abrigo y los zapatos a su hijo para que estuviera más cómodo antes de dejarlo ir. Siempre le permitía jugar primero porque de lo contrario el estómago se le revolvería por todo el esfuerzo que le supone correr de un lado a otro sin cesar.

   Sorprendentemente para ser lunes no había muchas personas a esa hora y Chenle disfrutó por un rato que los juegos estuvieran a su entera disposición. Veinte minutos después Jeno hizo la orden en la caja en donde un chico de cabello oscuro y hombros estrechos parloteaba con el mesero que simplemente se limitaba a asentir, como si no le agradará que hablara tanto. A Jeno le causó gracia la escena, y pidió una cajita feliz y una ensalada con tiras de pollo porque no tenía estómago para comerse una hamburguesa. Nunca le había gustado demasiado la comida chatarra pero con Chenle se había tenido que hacer a la idea. A su hijo le encantaba.

   Botó el ticket en el cubo de basura y regresó a la zona de juegos, permitiendo que Chenle se divirtiera por quince minutos más. Una vez que regresó sonrojado, con el cabello revuelto y una gran sonrisa en el rostro, Jeno supo que a pesar de la comida chatarra, estaba contento de haberlo traído. Le gustaba que se hijo se divirtiera.

   —Papi, hay muchas pelotas —Chenle le apuntaba con el dedo la alberca, brincando ansiosamente sobre el asiento acolchado. 

   — ¿Sí? Son muy lindas. ¿Te gustaría tener algo así en casa?

   A su hijo le brillaron los ojos.

   — ¡Sí!

   —Papá acaba de recibir un aumento y eso significa que va a comprarte muchas cosas—Jeno le explicó, amando la sorpresa que pasaba por la expresión de su hijo.

  — ¿Muchas cosas?

    —Sí, pero para eso tienes que ser obediente y comerte toda la ensalada de tu hamburguesa, ¿de acuerdo?

   Chenle siempre dejaba botadas las rodajas de tomate y pepinillos. Con ese nuevo trato esperaba que no.

   —Sí, papi.

   Chenle no lucia muy conforme pero en cuanto Jeno le mostró que la cajita feliz tenía adentro un carrito negro con flamas rojas de decoración Chenle se olvidó de la disputa y se comió alegremente todo. Bajo la angustiada mirada de su padre que se preguntaba cuántos conservadores le estaba dando a su hijo.

   Le dejó jugar por otros veinte minutos más (era muy débil en cuanto a los pucheros de Chenle se trataba) y finalmente salieron del establecimiento, con Jeno tomándolo de la mano, dejando que saltara con sus botitas de plástico los diminutos charcos que se habían formado del día anterior por la lluvia. Se subieron al auto y llegaron a casa antes de que las nubes se descargaran sobre sus cabezas. Al parecer no iba a hacer buen clima esa semana.

   Le quitó el abrigo a su hijo, lo colocó sobre el perchero y después le pidió que dejara las botas. Chenle obedecido y Jeno dejó su maletín sobre la mesa.

   —Papi.

   — ¿Sí, nubecita?

   — ¿Podemos jugad con mis caditos?

   — ¿No quieres tomar una siesta? ¿No estás cansado?

   —No, papi —el pequeño negó con la cabeza y tiró de la manga de su camisa—. Quiedo jugad contigo.

   Jeno no se negó, ¿Cómo podría hacerlo? Para los niños todo era jugar y no era justo que no pasara tiempo con él. Ahora que tenía un mejor horario no dudaría en pasar las tardes con su bebé.

   —Entonces vamos a lavarte las manos y luego a tus carritos, campeón.

   Fueron a la cocina y Jeno miró distraídamente las cortinas que su madre le había regalado cuando se mudó a la pequeña casa que él y Yeri habían comprado con sus ahorros, y que ciertamente ya necesitaban ser lavadas.

   A pesar de las circunstancias difíciles, Jeno no estaba solo. Ciertamente, tenía familia. Sus padres vivían en la misma ciudad, ambos eran adultos mayores y su madre había estado muy enferma los últimos meses. Cuando Chenle nació solía llevarlos mucho con ellos, pero después de un tiempo Jeno notó que su madre hacia un esfuerzo demasiado grande por cuidar de él. Además, su padre no tenía mucha paciencia con los niños y no era de gran ayuda cuando su madre se agotaba y Chenle exigía atención.

   La familia de Yeri... era otra historia. Cuando ella falleció intentaron quedarse con la custodia de Chenle. Jeno era consciente de que nunca les había agradado a sus padres, pero terminó de comprobarlo abruptamente cuando ellos le dijeron a la cara que él no era capaz de cuidar a su nieto. Nunca le perdonaron que Yeri falleciera y constantemente lo acusaban de su muerte. Su esposa era hija de buena familia que rompió las tradiciones al salir con un simplón (como le gustaba llamarlo a su suegra) como lo era Jeno. Después de un tiempo y con un buen abogado, logró librarse de todas sus quejas.

   Jeno no les guardaba rencor. A todos la muerte de Yeri los tomó por sorpresa. Tampoco era tan despiadado para impedir que Chenle viera a sus abuelos, pero de preferencia lo hacía en fechas significativas o sus cumpleaños. Entre menos se involucraran en su vida Jeno se sentía mejor. Más tranquilo.

   Jugaron un rato con los cochecitos de Chenle, y después de dos horas Jeno lo hizo tomar una ducha. Vestido con su pijama de dinosauros, le prendió la televisión y también la lámpara de lava que tenía a lado de la cama porque la noche comenzaba a caer y a su hijo no le gustaba la oscuridad. Chenle se quedó un cuarto de hora mirando las caricaturas y después Jeno lo llamó a cenar. Le preparó una taza de arroz con algunos vegetales que le habían sobrado de la noche anterior y le sirvió un vaso de agua. Chenle se comió todo con entusiasmo y Jeno se alegró de ver que solo dejó el brócoli. No era un secreto que ese no le gustaba.

   A las nueve en punto Jeno lo llevó a la cama, y agradeció que no protestara. Esa noche no durmieron juntos y de inmediato echó de menos su ardiente calor y su respiración acompasada. Probablemente estaba listo para dejarlo ir a la escuela, pero no para permitir que durmiera solo.

   Al siguiente día le costó levantarlo. Chenle no quería abandonar la cama. Jeno tuvo que prometerle que ambos jugarían durante toda la tarde para que aceptara. Su hijo no le creía del todo y eso le dolió un poco, pero finalmente se levantó y Jeno se apresuró a alistarlo.

   Le recordó que tenía que llevar sus juguetes y el pequeño tomó los carritos del día anterior más el que le había salido en la cajita feliz. No obstante, dejó la muñeca y eso hizo a su padre esbozar una mueca.

   — ¿No te vas a llevar la muñeca, Lele?

   —No.

   — ¿Por qué?

   —No quiedo.

   Jeno sonrió y le tendió la muñeca.

   —Deberías prestársela a la niña roja y pedirle que juegue contigo. Hay que ser compartidos nene, solo así se hacen los amigos.

   Chenle miro la muñeca con algo de duda.

   — ¿Compadtidos?

   —Claro, si le gusta deberías prestársela.

   Jeno la echo a su pequeña mochila y lo tomó de la mano antes de que protestara. Entendía que a su pequeño no le hacía gracia la idea de compartir sus juguetes, pero era esencial que comenzara a desarrollar el sentido de la bondad y la convivencia para tener valores sólidos en el futuro.

   Llegaron más temprano que el día anterior, por suerte la señorita Wendy ya estaba en la entrada, esperando a los primeros alumnos con su característica sonrisa.

   —Buenos días —ella los saludó y después se puso en cuclillas para ver a Chenle—. Hola cariño ¿Cómo estás? ¿Listo para otro día de aventuras?

   Jeno percibía que a su hijo la señorita Wendy le agradaba mucho. Así que dejó que lo tomara de la mano y le hablara cálidamente, para que fuera menos difícil dejarlo ir. Chenle no parecía terminar de agradarle el que su padre se fuera, pero después de recordarle que iba a jugar con él durante toda la tarde accedió y la señorita Wendy lo llevó con ella.

   Jeno soltó un largo y profundo suspiro. Al parecer iba a necesitar un poquito más de tiempo para adaptarse. Y lo peor es que hablaba de él, no de su hijo.

   A paso lento caminó hacia la entrada y estaba a punto de irse, hasta que a poca distancia, distinguió una cabellera azul. La misma del chico del día anterior.

   Sin perder el tiempo, Jeno se acercó hacia él, pues estaba a punto de cruzar la calle. No sabía cómo llamar su atención, lo intentó con un par de "Hey", pero el chico no escuchó o quizá pensaba que no le hablaba a él. Así que tuvo que tomarlo por la muñeca para que no se le escapara, con tanta ligereza como le había sido posible. Inmediatamente el chico dio un saltito en su lugar y se giró a mirarlo con sorpresa.

   Se topó frente a frente con el rostro que anteriormente percibió cansado y desesperado. Ese día por desgracia no era diferente, pero de cerca Jeno descubrió otros detalles igual de particulares. La punta enrojecida de su nariz y sus delgados labios resecos fueron el inicio. Aunque lo que más le llamó la atención fueron sus ojos castaños que a pesar de la melancólica expresión resaltaban como dos brillantes faroles en su cara. Embellecidos por unas largas y tupidas pestañas que se le antojaban infinitas.

   —Lo siento, no quería asustarte —Jeno sonrío y retiró lentamente los dedos de su agarre. La piel del chico estaba fría, casi helada. Probablemente porque no llevaba una chaqueta y el fresco de la mañana siempre era cruel—. Ayer se te cayó algo y no te vi en la salida para dártelo.

   El joven, todavía con la incertidumbre bañando su mirada, parpadeó y lo miró fijamente.

   — ¿A mí?

   Jeno sonrió para después asentir.

   —Sí a ti. Es un guante o bueno, eso parece.

   Se rebuscó inmediatamente en el abrigo y sacó el pequeño pedazo negro de cuero. El joven al verlo una sonrisa iluminó su rostro y Jeno decidió que le gustaba más así. Cuando la tristeza abandonaba su expresión y ese inusual cansancio desaparecía.

   —Pensé que lo había perdido —dijo mirando con anhelo el guantelete—. Muchas gracias por haberlo guardado.

   El chico levantó la mano y rozó los dedos contra los suyos. Jeno se estremeció ante el toque, pero intentó disimularlo. Su piel además de fría también era suave.

   —No hay de qué. Como ya te comenté quería dártelo ayer mismo pero no te vi a la hora de la salida.

   El joven retorció el guante entre sus manos y jugueteó con la punta de su lengua el piercing que tenía en el labio inferior. Jeno había querido hacerse uno igual cuando iba en la universidad, pero su madre le dijo que en donde lo viera llegar con una cosa de esas se lo arrancaba con unas pinzas. Sobra decir que no se lo pensó mucho. No era una oferta muy tentadora.

   Aun así, a pesar de lo rudo que uno puede llegar a lucir con ese tipo de perforaciones, la cara del chico era fina y tierna. Como una versión elevada del mini correcaminos.

     —Ayer... no pude llegar temprano —murmuró con algo que sonaba a la culpa y después se rascó el cuello. Jeno se sintió mal por inconscientemente haberlo hecho sentir incómodo.

   —No siempre es posible ser puntual. La señorita Wendy me dijo que tienen un número especial para avisar cuando eso pasa. ¿Lo tienes?

    —Sí, ella también me lo dio en la mañana.

   Jeno asintió y una ráfaga de aire congelado meció los árboles que había a su alrededor. El grueso abrigo de lana evitó que temblara, pero el chico frente a él si se estremeció y él se sintió mal por verlo así. Era demasiado joven para andar solo por la calle, con el rostro tan triste a cargo de un niño pequeño.

   —Está haciendo un montón de frío estos días —Jeno bufó e intentó parecer natural, abrazándose a sí mismo, y fingiendo con eso, que sentía un terrible frío—. Se me antoja beber un café, ¿a ti no?

   Rezo internamente para no verse tan patético como creía que se veía. Jeno era tímido por naturaleza y la comunicación no era su fuerte. Esperó que el chico aceptara su oferta y le dejara invitarle algo caliente.

   — ¿Un café? —él preguntó con extrañeza, todavía jugueteando con su piercing. Jeno no quería mirarle la boca, porque eso era mal educado, pero el movimiento que hacía era algo así como hipnótico. Atrapaba su atención por completo.

   —Sí. En el puesto de allá venden, ¿lo ves?—desvió la mirada y señaló con la mano el puesto donde había comprado su café—. Ayer lo probé y es bueno. ¿No te apetece uno?

   El chico lo miró con cuidado, como si analizara todas y cada una de sus palabras. Jeno le dio una sonrisa, una que le supo incomoda y ansiosa. Es normal, ¿cómo un extraño de la nada te va a invitar a tomar algo? Jeno se sermoneo.

   —Tengo que ir a trabajar.

   —Sólo será un café —Jeno insistió y al darse cuenta de lo que hacía negó con la cabeza rápidamente—. Pero está bien, lo siento. No quiero quitarte tu tiempo.

   El chico se relamió los labios y volvió a toquetearse el piercing. Jeno esperó la respuesta negativa que lo haría girar sobre sus talones e irse a su auto con fracaso, entonces el chico súbitamente asintió, mirándolo debajo de las pestañas.

   —D-de acuerdo.

   No sonaba muy convencido y Jeno intuía que era porque había aceptado por obligación. Iba a protestar diciéndole que no tenía que hacerlo sino quería, pero el chico ya había comenzado a andar hacia donde estaba el puesto y a él no le quedó de otra más que seguirlo.

   De espaldas se veía aún más pequeño y menudo que de frente. Se preguntó si acaso estaba comiendo bien. Era mucha la preocupación que sentía por él, pero Jeno lo atribuía a su instintito paternal que se había intensificado desde que Chenle nació y él se quedó a cargo de él.

   El chico se cruzó de brazos y mientras tanto, Jeno le pidió al señor del modesto puestecito que le sirviera dos cafés. Metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo y fingió observar como preparaba el café, viendo por el rabillo del ojo a su acompañante que ciertamente no parecía asustado pero si un poco incómodo.

   El hombre le tendió los cafés y Jeno no pasó desapercibida la mirada anhelante que el chico le dio a la caja de donas de azúcar que estaba cerca de los vasos térmicos. Jeno le dijo al hombre que quería dos y después de tenderle a Jaemin el vaso, le dio la golosina.

   —El café con pan es mejor —es lo único que dio a manera de explicación, sonriendo hasta que sus ojos se hicieron dos medias lunas.

   —No debió molestarse, gracias.

   —Soy Jeno —dijo con torpeza—, Lee Jeno, y puedes tutearme, no hay problema.

   Jaemin asintió y después de darle un pequeño sorbo al café, le dedicó una tímida sonrisa.

   —Mi nombre es Jaemin.

   —Jaemin —Jeno lo repitió, saboreándolo entre los labios—. Bueno Jaemin pues déjame decirte que haces una excelente tarea trayendo y recogiendo a tu hermano. Eres un chico muy responsable.

   Jaemin se apartó el café de los labios antes de darle una mirada de refilón.

   — ¿Hermano?

   —Mmm si, el pequeño correcaminos —Jeno hizo una mueca cuando se quemó la punta de la lengua con el oscuro líquido.

   —Jisung es mi hijo.

   Jeno se quedó sin aire.

   Miró al joven de piercings en el labio y en las cejas, con sus largas pestañas y su cara aniñada antes de procesar un poco mejor sus palabras.

   Es mi hijo.

   —Ay no, yo... lo siento, no sabía que tú...

   Se atropelló entre palabras sin saber que decir para salvarse.

   Pero contrario a lo que creía Jaemin pareció divertido ante su confusión y negó con la cabeza, aparentando estar relajado y poco ofendido.

  —No pasa nada, siempre piensan que es mi hermano, ya me acostumbré.

   A Jeno le faltó poco para sonrojarse.

   —Es un niño muy lindo.

   —Gracias, aunque quisiera que fuera menos lindo y más obediente.

   Jeno sonrió, un poco más tranquilo, y se maravilló al ver como Jaemin hacia un puchero. Era como ver a un niño cuidando de otro.

   Jaemin dejó la charla por un segundo y se encargó de darle un gran mordisco a su rosquilla. Jeno se guardó la suya, acababa de desayunar y no tenía estomago para nada más. Pero lo acompañó con el café y se alegró de que a él le hubiera gustado. Lo tranquilizaba presenciar que comía algo.

   Porque ahora que sabía que Jaemin era un padre joven, sentía aún más curiosidad. El chico frente a él debía rondar en los veinte. Los ataques de ternura y preocupación que padecía entonces, eran casi espontáneos.

   —Seguro te obedece —Jeno retomó la conversación—, solo tienes que ser un poquitooo más persistente.

   — ¿También tienes hijos?

   —Sí, tengo uno, se llama Chenle, acaba de ingresar ayer.

  Jaemin asintió y cuando estuvo a punto de darle otra mordida a su dona, la miró mejor y después, simplemente la envolvió en la servilleta, ¿Ya no le gustaba?

   —El mío se llama Jisung, también entró ayer. Quizá se hagan amigos —dijo con sinceridad, y a Jeno le sorprendió ver ese genuina madurez a pesar de ser alguien tan joven—. Me encantaría que mi hijo hiciera amigos. No le gusta mucho jugar solo.

   —Al mío tampoco. Supongo que a nadie le gusta estar solo realmente.

   Jeno rió pero el chico no lo hizo; asintió y retiró la mirada, regresando a su rostro esa expresión decaída.

   — ¿La dona no te gustó?

  — ¿Cómo?

  —Es que la dejaste a la mitad.

   Jaemin miró hacia abajo y Jeno alcanzó a percibir un poco de pena en su mirar.

   —A Jisung le gustan mucho las donas y yo... —dijo con dificultad y después tragó saliva con fuerza. El pánico apareció, como si hubiera dicho algo que no debía—. Lo siento, tengo que irme, se me hace tarde.

   Súbitamente el chico giró sobre sus talones y Jeno sintió que debía detenerlo. No le gustó esa respuesta, no le gustó la manera en como la tristeza llenaba su mirar.

   Jeno sabía lo que era ser padre soltero. Tener una vida difícil; la incertidumbre de lo que va a pasar al día siguiente. Que ahora tuviera un ascenso y un mejor salario no quería decir que olvidaba todo lo que había tenido que vivir en el pasado; la angustia de no saber si iba a tener el dinero suficiente para comer, preguntarse si sería capaz de sacar a su hijo adelante...

   Que ese chico, de ojos dulces y mejillas sonrosadas quisiera avergonzarse por ser un buen padre al pensar en su hijo antes que él, guardándole la dona, era inválido para Jeno.

   —Espera —lo tomó por la muñeca y lo miró a los ojos—. Yo... no quise, lo siento.

   —Está bien —Jaemin suspiro y luego desvió la mirada—. Pero en serio tengo que irme.

   Jeno se sentía culpable, no sabía que más hacer.

   —Espera... solo un minuto, por favor.

   Giró sobre sus talones y le dijo al hombre que le pusiera la dona que no había tocado más otras dos, para llevar. El hombre se las puso en una bolsita blanca de papel y Jeno, temeroso de que el chico encontrara ofensivo su ofrecimiento, se la tendió, esperando no ser inoportuno.

   —Un postre para el mini correcaminos.

   Jaemin miró la bolsa y después a él. Jeno esperó que lo rechazara o que le dijera que no buscaba su compasión, pero el chico era una total caja de sorpresa, pues tomó la bolsa y musitando un tímido "gracias" giró sobre sus talones y camino en dirección opuesta, para cruzar la calle.

   Jeno lo miró desde lejos, todavía con la sensación agria bailándole en el centro del estómago.

   Cuanto le habría gustado hacer algo más por él.  

🌧️Perdonen todos mis errores aksjsdj siempre se me pasan muchos.

Lamento si todo ahora es muy aburrido y monótono, después la cosa se pondrá interesante aksjsjsjsjs (eso espero)

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