Murmullos de Skrain

By Angie_Eli_Carmona

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La guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se u... More

Introducción
Capítulo 1. «Palacio de los horrores»
Capítulo 2. «Reunión no anticipada»
Capítulo 3. «Llegada al infierno»
Capítulo 4. «Las fiestas del despilfarro»
Capítulo 5. «Amor en llamas»
Capítulo 6. «Presentaciones, reencuentros, y pláticas»
Capítulo 8. «Recuerdos de la infancia»
Capítulo 9. «Deseos profundos»
Capítulo 10. «Comunicación fallida»
Capítulo 11. «La lectura del llamado»
Capítulo 12. «Las bestias desconocidas»
Capítulo 13. «Ojos hambrientos»
Capítulo 14. «Los gigantes y su historia»
Capítulo 15. «Los espejos del alma»
Capítulo 16. «Roces inconvenientes»
Capítulo 17. «Siempre fue él»
Capítulo 18. «Poder, codicia, deseo»
Capítulo 19. «Astras, gigante de la guerra»
Capítulo 20. «Resurrección maldita»
Capítulo 21. «Nacimiento desastroso»
Capítulo 22. «La influencia del tiempo»
Capítulo 23. «Ejerce la influencia divina»
Capítulo 24. «Camuflaje histórico»
Capítulo 25. «Cinco grandes consejos»
Capítulo 26. «La madre de todo»
Capítulo 27. «Las pistas en lo más mundano»
Capítulo 28. «Influencias divinas»
Capítulo 29. «El poder del conocimiento»
Capítulo 30. «Disputa familiar»

Capítulo 7. «Prueba de poder y resistencia»

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By Angie_Eli_Carmona

Para Adaliah amanecer era tan delicioso como asfixiante. Por unos segundos se mantenía tranquila, viva, y veía la luz con cierta relajación, más al siguiente ya se sentía abrumada por lo que se avecinaba, porque, desde mucho tiempo atrás, la vida para ella se le había vuelto difícil de descifrar, con tantas cosas esperando a suceder, problemas inexplicables, problemas que se tenían que resolver tomando decisiones, cada una más difícil que la otra.

Aquel día el silencio y la satisfacción que le sobrevivieron después de despertar fueron bastante duraderos. Por un momento se mantuvo observando los grabados que había en el techo, pinturas que hacían referencia a los mundos mortales, espirituales, y eternos, la tierra, sus manifestaciones, el inframundo, todo se veía en aquella brillante decoración, más, al siguiente, comenzó a detenerse a escuchar los sonidos de aves, animales, del mundo que la rodeaba. Las luces y contornos decían mucho, pero los sonidos más.

—Levántate, floja, que ya es de día —fue Akhor el que la hizo salir de su trance. Adaliah frunció el ceño, y contestó:

—Estoy levantada.

—Parece que en el mundo mortal e inmortal existen distintas definiciones para lo que es levantarse —contestó él, entre risas—. Levantarse no es despertar, levantarse es moverse y hacer algo aparte de estar acostado como inútil.

—Aun no sirven el desayuno —fue lo siguiente que dijo Adaliah—. Dioses, eres demasiado molesto.

—Lo soy —Akhor buscó en el armario, y sacó de él un precioso vestido amarillo, llamativo y un tanto excéntrico—. Ponte esto.

Lo lanzó frente a ella, que con el ceño fruncido lo alzó, y se quejó, diciendo:

—No es el tipo de vestido que yo suelo usar.

—Precisamente por eso es que quiero que lo uses, princesita —contestó—. De todas maneras no lo traerás puesto por mucho tiempo.

Adaliah frunció el ceño aún más, si es que era posible.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó Adaliah, arqueando una de las cejas y concentrando una mirada inquisitiva en él. Akhor alzó las manos, y respondió:

—No pienses mal de mí, ridícula, lo digo porque probablemente tengas pruebas que requieran que te cambies. Aún así, como no lo sabes, tienes que vestirte bien. 

Akhor salió entonces de la habitación, entrando después de él las dos damas que la habían ayudado a vestirse previamente al baile. Eran calladas, no se habían presentado, y su forma de andar era parecida a la de un cervatillo recién nacido, entre torpe, rápido, y al mismo tiempo elegante. Era una combinación extraña, pero Adaliah estaba comenzando a acostumbrarse a ver cosas extrañas suceder demasiado a menudo.

Salió de su habitación justo a tiempo para llegar al desayuno. En el camino se topó con Skrain, al cual le preguntó:

—De tí es del único del que no sé dónde quedan sus habitaciones. ¿Te dieron todo un piso como a Akhor?

Skrain sonrió. Se veía bien con el cabello largo, pero teniéndolo corto las cosas cambiaban. Sus rasgos se veían más angulados, y la barba que se había dejado crecer también había sido degrafilada para darle un efecto aún más elegante. Su media sonrisa hizo que Adaliah sintiera su corazón latir con rapidez, algo que intentó contener tan pronto como sucedió.

—Tengo mi propio piso en la zona más alta del palacio. Al parecer, hace muchos ayeres fueron las habitaciones del original Skrain. ¿Y tú? ¿Akhor mantiene sus atenciones incluso en el lecho en el que duermen?

—No seas idiota —contestó ella, con el ánimo quebrantado por escuchar que así es como se veía para los demás, como alguna especie de juguete o posesión más—. No. ¿Cuántas veces tendré que decirlo para que lo creas?

—Lo siento, no sabía que te molestaría tanto. La verdad es que no soy muy bueno para hacer bromas.

Adaliah sonrió. Hasta para disculparse Skrain era torpe.

—Escucha... —para cambiar el tema, Adaliah tuvo una idea y la dejó salir de sus labios—. Tú nombre real es Wilbur, ¿Verdad?

—Sí, pero nadie me dice así.

—Pues yo te diré así —insistió Adaliah—. Quiero que seamos amigos, que sepas que yo te veo más allá que como el dios Skrain de los cielos, el aire, y la muerte.

Skrain pareció suavizar la mirada. Estaba apunto de contestar cuando, justo cuando bajaban por el último piso, casi por llegar al comedor, Varia apareció.

—Hola, cariño —le dijo a Skrain. Se colgó enseguida de su brazo, y con aquellos ojos llenos de brillantina dorada lo miró fijo, esperando que él mismo la saludara.

—Buenos días —contestó. Ella le apretó el brazo, y siguió coqueteando, Adaliah ya había pasado tiempo suficiente cerca de Varia para saber que no tenía ni un poco de pudor.

—Anoche me puse a pensar en tí —dijo—. En tus músculos. ¿Sabes lo grande y fuerte que eres, tienes conciencia de lo que nos haces a nosotras?

—No soy el tipo de persona que se preocupa por lo que los demás piensen —contestó Skrain, honesto—. Soy más el tipo de persona que siempre piensa mal de sí, esos que solo tuvieron deseos de amar cuando eran jóvenes, esa persona que se llena de sueños, y que los perdió porque no creyó merecerlos.

—Pero yo no hablo de sueños, ni de amor, sino de deseos carnales, Skrain. Eres maduro, ¿Nunca has tenido algo sin compromiso, una noche donde pierdas la inhibición?

—No.

—Que aburrido. Ahora entiendo porque te juntas con la princesita. Realmente  son tal para cual. Y tú, princesa, ¿Nunca has sentido deseos por alguien conocido? ¿No es difícil mantener esa pureza de la que tanto hacen alarde en tú familia?

Adaliah se quedó muda por dos o tres segundos. Su mente estaba colapsando, no sabía bien lo que tenía que decir. Admitir sus deseos reprimidos sería un grave error, especialmente tomando en cuenta que los únicos dos hombres que le habían generado ese tipo de deseos eran Skrain y Akhor. Con el mejor tono que pudo formular, respondió:

—Claro que los he tenido, pero nunca los he dejado crecer o tomar camino. No es cuestión de reprimirse, sino más bien de saber cuándo es o no el momento de actuar. Nunca se ha dado ese momento para mí.

—Debes de tener estándares muy altos para no dejarte vencer por nadie —habló Varia, divertida—. O tal vez es porque, con ese carácter que tenías antes, los grandes pretendientes huían de tí.

—Ten cuidado con lo que dices —musitó Skrain, con ojos entrecerrados. Varia rió, una risa más o menos deshinibida, más no molesta, sino cálida. Cálida como el verano. Adaliah dejó de mirar a Varia para notar la forma en que Skrain la observaba, como tratando de entenderla, semejante a cuando ves a una persona por primera vez y no sabes que esperar. Justo entonces llegaron al comedor, y las puertas abiertas de par en par los recibieron y les dejaron ver al brillante desayuno de aquel día. Las voces y murmullos terminaron con su conversación, y Adaliah agradeció que aquel momento tan incómodo había terminado.

El desayuno transcurrió sin problemas. Adaliah ya estaba acostumbrada a la compañía de la mayoría de los que estaban ahí, y, después de tanto tiempo lidiando con la sociedad de su propio reino, supo contestar y hablar cuando fue necesario. No hubo nada trascendente, más bien dejó que la conversación fuera hacia los mismos temas, poder, gobiernos, bromas, o relaciones sentimentales, para no decir sexo. Parecía que en la Sociedad de la Luna habían menos tabúes cuando de hablar de aquellos asuntos se trataba.

Al terminar, Raniya se levantó y le mandó a los sirvientes que se llevaran todo lo que había quedado de comida. Antes de marcharse miró a Adaliah fijamente, y dijo:

—Mañana. Mañana quiero que ya me prepares mi comida y a los demás.

Adaliah asintió. Raniya sonrió, luego le indicó a los demás:

—Acompañénme.

Los llevó entonces al lago. Aquel día tenían bastante público, casi todos los de esa pequeña ciudad estaban en los bordes, observando, así como también varias sirenas se mantenían observando el panorama. Adaliah no las había visto rondando por ahí antes de ese día, y que todos ellos se juntaran para su primera prueba demostraba que realmente era algo importante.

—¡Bienvenidos, a todos, a esta a esta primera prueba! No se dejen engañar, parecerá que esta, la primera, es la más sencilla, pero no lo será. Ahora, mi subordinada, Dafaé, les explicará cómo seguirá esta dinámica.

Dafaé, aunque no estuvo sorprendida cuando le dieron la oportunidad de hablar, si se vió un poco seria y cohibida. Alzó las manos entonces, y una brillante esfera de energía apareció sobre ellas. Era brillante, blanquecina, y giraba sobre su mismo lugar.

—Esto —comenzó a explicar— Es energía. Energía pura, energía a la que estamos ligados. La magia, por así decir. Ustedes saben manejarla, pero a su manera. Lo que hacen es, por así decir, canalizarla hacia aquel punto de su alma que más le es fácil de manejar. Erróneo, fácil, flojo. La magia es mucho más complicada de lo que creen, pero sí, puede manejarse.

Mientras más hablaba, Dafaé iba adquiriendo más y más confianza. Incluso se le agregó cierto tono altanero, serio, y mandón.

—Su prueba, entonces —siguió—. Será que nos enseñen el manejo nato que pueden tener en esta magia, y que ya deberían de tener después de tanto tiempo manejándola. Ustedes se pararán ahí —señaló una ancha equis que se encontraba en la parte sur del lago, dónde el terreno ascendía haciendo una especie de colina—. Y yo les lanzaré la energía. Tienen que soportarla, y quién la soporte más tiempo, quién realmente tenga un mejor manejo de ella, y demuestre que puede responder bien a la presión, ganará. La única jueza irremediable será Raniya.

Raniya, precisamente, aprovechó aquel momento para tomar la palabra.

—Siendo así, y explicado todo —dijo—, pasaremos a mencionar al primero que pasará por esta prueba. Suzzet, siendo una princesa del Reino de los Elfos, tienes, entonces, el poder y conocimiento suficiente para demostrarle a los demás como es que esto se hace.

Suzzet avanzó entonces, con paso seguro, hacia la equis que Dafaé había señalado. Aquel día vestía igual de bien que el anterior. Llevaba un vestido sencillo, ceñido a la cintura y con una cola alta. Era de color azul oscuro, casi negro, pero tenía los bordes pintados de un amarillo oscuro, casi café. No llevaba maquillaje más que en los labios, rojos, y traía su cabello agarrado en un moño alto bastante elegante.

Al llegar a lo alto de la colina estiró los brazos y extendió las manos, como preparándose para atrapar la energía. Parecía concentrada, tenía el ceño fruncido y los ojos fijos en su objetivo. Sus tupidas cejas siempre le habían dado cierto efecto natural a su rostro perfecto, pero, fruncidas, hacían que se viera un tanto ruda a su manera.

—¿Lista? —preguntó Dafaé, ella asintió—. ¡Pues aquí va!

Dafaé solo tuvo que alzar un poco sus brazos para que la energía fuera propulsada directamente hacia Suzzet. Parecía tener un punto fijo al que llegar, más, justo cuando estuvo apunto de llegar a ella, dió un par de giros para hacerla perder la concentración. Fue inteligente de parte de Suzzet extender bien las manos, porque con su propio poder atrajo la esfera de magia hacia ellas en un solo movimiento rápido.

Suzzet pareció relajarse enseguida. Ya tenía la magia en su poder, y eso podría parecer un gran avance. Aún así, Dafaé no lo dejó ser y mandó una, dos, tres bolas de magia más hacia ella. Suzzet supo cacharlas todas, al mismo tiempo manteniendo su concentración. Entonces, Dafaé gritó:

—Una mano. Guíalas con una sola mano.

Suzzet pareció tragar hondo. Tal como un malabarista, pasó la magia de una mano a la otra para satisfacer los deseos de Dafaé.

—Ahora suéltala, y guíala con la mente —fue lo siguiente que dijo.

Suzzet no reaccionó al siguiente mandato como lo hizo con el anterior. Parecía que ya nada la sorprendería. Aún cuando estaba sudando, se le veía tambaleante e incluso cansada, aún con eso soltó la magia, extendió sus brazos hacia abajo y concentró su mirada en la magia, que a pesar de que seguir frente a ella, se movía y tambaleaba, frágil.

—Ahora —insitió Dafaé, sus ojos brillaban, la diversión y el desenfreno en ellos— Trata de hacer esa magia más fuerte. Puedes ponerle un poco de tú energía, con eso servirá.

Las emociones de Suzzet eran fáciles de leer. Con un simple gesto de sus labios demostró lo furiosa que estaba, y como ya no quería que la retaran más. Sus ojos, por otra parte, seguían decididos, lo que le hizo saber a Adaliah que, aún cuando estuviera furiosa, Suzzet seguiría luchando.

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