PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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NOTICIA
LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR
SENTENCIA DE AMOR (ALLARD DE BORJA)

XVI

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FREYA

«—¡ARCHIVALD, POR FAVOR! ¡ESPERA! —gritó desesperada al verle a punto de abordar un barco que lo llevaría lejos de ella.

Sin importar ser vista por todos.

Sin interesarle ser el foco de las habladurías.

Lo único que quería era llegar a él.

No pretendía perderle sin haberle tenido.

O si quiera intentarlo por última vez.

Quería agotar sus fuerzas para convencerle de quedarse, y dejara que curase su corazón herido por culpa de un amor no correspondido.

Pese a que estaba en el mismo dilema.

Por suerte, al parecer escuchó sus sutiles alaridos.

Al ver que frenaba su avance posando sus ojos esmeraldas en ella, con un último aliento sacando las fuerzas donde no las tenía, corrió para darle alcance y después de tenerlo en frente se permitió respirar con tranquilidad posando las manos en sus rodillas.

Dándole aire a sus agotados pulmones, que pedían a gritos un poco de vida.

Se iba a morir.

Y después decían que de amor no se moría.

—¿Qué haces aquí? —preguntó entre sorprendido y contrariado.

No se imaginaba que ella supiera sus pasos.

Nadie, en realidad, pero sus habilidades de espía eran lo bastante superiores si quería algo con todas sus fuerzas.

Aunque, él no lo pensó de esa manera, porque la observó como si estuviese de verdad deschavetada.

No aguantando más su obsesión con seguirle a todas partes.

Una que ni ella misma entendía del todo.

Solo quería tenerlo cerca.

Estaba loca, pero era de esas que no se tornaban peligrosas, así que no le veía el motivo para que la admirara de esa manera.

Tomó una bocanada de aire, irguiéndose para darse seguridad, y decirle su plan.

—Vine a pedirte que no te fueras, que no abordaras ese barco —soltó sin cuento previo —. No puedo permitir que te vayas sin por lo menos intentarlo.

—¿No te cansas? —la miró con desprecio tensionándola al instante, pues de la forma en que había escupido ese interrogante fue lo suficiente ofensivo como para ruborizarse de la pena a la par de la ira —¿Cuándo te vas a dar cuenta que por más que lo intentes, nunca lograras que te quiera? —el tono que imprimió en esas palabras la dejó de una pieza.

Era de frustración.

Odio.

Fastidio, y hasta...

Hasta asco.

» No eres ella —nunca lo pretendió —. Así de sencillo, por eso desde un inicio debiste conformarte con la negativa permanente —lo vio pasarse las manos por el cabello rojizo alborotándolo.

Notando ojeras violáceas debajo de sus ojos.

En serio estaba sufriendo, y no podía culparlo por sus palabras, pero no quitaba que dolieran, puesto que se estaba desquitando con ella.

» No puedo darte eso que tanto quieres —ya lo sabía, pero no era porque no pudiera si no, porque no hizo nunca el intento para que ocurriera —. Hazte a la idea que esta vez tu capricho momentáneo no fue cumplido —se estaba pasando —. No soy un juguete, al que puedas usar a tu antojo —¿Qué decía? —, y jamás seré tuyo, porque prefiero unirme con la primera que se me cruce en mi camino, a atar mi vida a una mujer vacía que busca un poco de atención para no sentirse tan sola —le dio en donde más le dolía.

—Tu... —la lengua le pesaba —tu no crees aquello —soltó con algo de esperanza. Ocultando todo el daño que le había hecho.

Ilusa hasta la medula.

—No te lo había dicho antes, porque no quería dañar tu corazón solitario —la miró a los ojos para dar más credibilidad al asunto, esos que se tiñeron de una oscuridad perturbadora, pero no de buena manera.

Quería destruirla y fin de las deducciones.

» Siéndome imposible no tenerte cerca por lastima, y de paso para que me distrajeras de todo lo que me estaba ocurriendo, pero decidiste complicar más las cosas disque enamorándote —hasta dudaba de su sentir.

Que desgraciado.

» Un sentir que no pedí, y que sigo sin querer.

—Por favor, Archi... — ella sabía que todo eso lo decía para alejarle —pese a todo soy tu amiga, y puedo...

Estaba sufriendo demasiado con lo que vociferaba, y él no pensaba aquello.

—Deja de humillarte, recoge la poca dignidad que te queda y regresa a tu casa —señaló el camino, donde sin creerlo le estaba esperando su hermano.

Normal, pueste este lo sabía todo.

» Forma una familia, y deja de implorar amor en el lugar equivocado cuando puedes volver loco al hombre que desees —pero no al que amaba.

Las lágrimas bañaban su rostro, y al pelirrojo se le hizo un nudo en la garganta al verla tan mal.

—Eres una mujer hermosa e inteligente, no te será difícil encontrar sin necesidad de buscarlo a alguien que sepa valorarte —era un idiota —. Yo no soy el indicado —con esa despedida le dio la espalda, y se fue llevándose consigo su corazón.

Ese que no sabía si alguna vez recuperaría para ella, o alguien que si lo supiera estimar»

Un corazón que sufría cada vez que recordaba aquellas palabras.

Esa última conversación, que la marcó de una manera que aún no sabía cómo explicar.

Quizás no rememorándola con tanta fuerza como en el pasado, o si quiera con la frecuencia del inicio. Sin embargo, perpetuar esos instantes le servía para reafirmar, por qué sentir no podía entrar en sus planes de vida.

Nunca salía como esperaba, y terminaba dañando a los seres que más quería o apreciaba, o solo aquellos que tuvieron la desdicha de posar sus ojos en ella.

El caso es que no era buena.

Se había dejado llevar por su impulsividad, después del regreso del único hombre que había hecho mella en su interior.

Quizás deseando con demasiada fuerza que no despertase nada en ella, y por eso le salió el tiro por la culata.

Aunque las veces que la había besado la hicieron sentir mujer.

Tal vez por el hecho de llevaba deseándolo por demasiado tiempo, y hasta ese momento solo pudo ocurrir.

No fue el primero en besar sus labios, eso sí que no era un secreto, por lo menos no para ella y la víctima, pero si lo fue a la hora de hacerle sentir tanto dejándole sin saber cómo actuar con racionalidad, queriendo más.

¿De él?

...

Lo cierto es que fue el primero en hacerle pensar que una familia podía darse en su vida, cuando sus planes desde siempre habían sido tener su libertad plena al ser catalogada como una solterona.

La vida, el paso y todo lo que esta conllevaba orillándola a tomar esa decisión que le parecía acertada, pese a que no le complaciera del todo.

No obstante, podía esforzarse para que la llenase.

Suspiró sonoramente, sin percatarse de que todo ese tiempo había sido observada, quizás por la única persona que en esos momentos la entendía, pese a que no se lo manifestara abiertamente.

—¡Frey! —salió de su letargo, al escuchar la voz de su hermano.

Los días siguientes a la cena en casa de los Somerset, que se convirtió en desastre, no lo había querido ver o en todo caso a nadie.

Ni siquiera salía de casa o realizaba los bocetos pendientes.

Nada podía efectuar a causa de la desazón que sentía en su corazón.

La opresión en el pecho de saberse una mujer desalmada, por romper el corazón de un hombre tan único como lo era Adler Somerset.

Él que le había demostrado que se podía disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, el que hizo que apreciara su sonrisa única como la cura que necesitaba para sus heridas.

El que con sus ojos azules le cortaba la respiración por lo penetrantes que se podían tornar.

El que con sus palabras le alegraba el día, y con su presencia le iluminaba hasta la vida.

Era un hombre tan sencillo, pese a lo perfecto y refinado.

Tenía una mirada tan pura, que a veces opinaba que sus sentimientos eran de su total conocimiento.

Era un hombre tan interesante.

Tan único.

La podía calmar en sus peores momentos, y él había presenciado unos cuantos cediéndole su hombro para que se desahogase a gusto.

¿Y que había hecho ella para regresarle las atenciones?

Lo único que hizo fue de alguna manera ilusionarle, y romper su corazón.

Un corazón que pese a lo fisurando se dio una segunda oportunidad para amar, escogiéndola a ella.

Siendo un verdadero privilegio que le hacía sentir un vacío en el estómago e hincharle el pecho, agitándola en el proceso.

Estaba perdida y lo peor es que tenía una incógnita en la cabeza que ni siquiera la dejaba dormir.

¿Freya Allard, que sientes por Adler Somerset?

...

—Cuando vas a salir de ese hueco al que te arrojaste por voluntad—se acercó al ver que seguía tan ensimismada, que apenas se había percatado de su presencia, pues ignoró su llamado.

—¡Alex! —le abrazó cuando lo tuvo a su lado —. Sigo sin entender, porque no salgo de este poso en donde mi corazón se empeña en querer a un imposible, dejando de lado la verdadera oportunidad de ser feliz —es que enserio quería, y no podía.

No le parecía tan difícil mirándolo desde afuera.

Aunque si ponía de ejemplo a su hermano...

No se salvaría ni el sombrero del ahogado.

—Mi pequeña hermana —besó su cabeza suspirando con pesadez —. Estas buscando consuelo, y respuestas en la persona incorrecta —lo miró con los ojos cristalizados por las lágrimas contenidas que no se permitía derramar —. Creó que esta familia, o por lo menos los hermanos Allard nos caracterizamos por aferrarnos a lo imposible —no estaba hablando del pasado, porque algo le decía que era de un presente con apodo de Lady frivolidad, aunque si lo veía por el lado de la lógica, eso aparentemente venia de tiempo atrás —. Nos atrapa eso que no podemos tener —les gustaba lo imposible.

¿A quién habrán salido?

—Por una vez en la vida desde que le conocí, y le entregué lo único bueno que tenía para ofrecer, deseé de verdad, poder corresponder los sentimientos de alguien, y reconstruir lo que nos rompieron en el proceso.

—Quisiste ser la salvación de Adler —de ninguna manera, no sabía a ciencia cierta lo que quería, pero estaba segura de que lo deseó con él y solo con él.

—Tal vez desee ser esa mujer que el realmente merecía —ser las personas que nos merecíamos, mientras aparecía la dama perfecta para él.

Lo único que quería es que se complementaran por el tiempo que fuese.

Corto o largo.

Pero no podía decírselo de esa manera, no sin delatarse.

—Eres perfecta, hermanita —al parecer demostrarse tal como era ante sus ojos, lo que le hizo fue un mal en vez de un bien.

—Soy prefecta en dañar a las personas que me importan, solo por un capricho de mi terco corazón —para eso sí que era una experta.

La direccionó a la silla que estaba cerca del ventanal, ya que la había encontrado en el salón azul.

Su favorito, disfrutando de la vista al jardín, pese a que era una maldición para sus odiadas alergias.

—No es tu culpa no poder sentir lo mismo que Somerset, no fue tu intención dañarle, y hubiese sido un verdadero incordio que le aceptases cuando no te sentías a gusto con tu decisión, pese a que fue tan solo un acuerdo que le daba el tiempo para conseguir a la persona correcta —pestañeó con eso ultimo agrandando los ojos.

—¿Tus sabias que...? A ti no se te puede ocultar nada —rezongó cruzándose de brazos —. Por lo menos tuviste la decencia de disimular, y hasta hacerte el ofendido —tan considerado su hermanito.

Debió habérsele hecho extraño desde un principio cuando todo inició, después de todo a este no se le escapaba nada. Sin contar con el hecho de que últimamente dejaba de ponerle trabas, pareciendo el más gustoso por el compromiso.

—Eres buena mintiéndole a los imbéciles de la sociedad, pero no a mi —tenía un punto —. Aparte se te hace imposible frenar tu pequeña y hábil lengua. Eres una experta cuando de hablar de más se trata —maldijo para sus adentros al recordar, que decía que no eran nada en frente de muchos sirvientes.

Deba gracias que la servidumbre era discreta, o si no todo Londres ya estaría enterado.

—Estamos rodeados de sirvientes entrometidos —los rumores no salían de sus dominios, pero bien que iban de chismosos con su hermano.

—Son leales a su señor.

—Por si no lo recuerdas Alexandre, desde que madre murió soy la señora de la casa hasta que tú te decidas a desposar a una damita remilgada de la alta sociedad —también se debían a ella.

—Si supieras —¿Qué?

—¿Qué tengo que saber? —el susurro de su hermano lo escuchó a la perfección, tensionándolo —¿No me digas que...?

—Deja de especular sin motivos —lo miró con desconfianza al no responder a su pregunta sin terminar —. Creo que debemos centrarnos en tu desdicha, para que te enfoques en recordar —todos contra Freya.

—¿Y qué tengo que recordar? —bufó sin comprender.

—Que en aproximadamente... —articuló triunfante a darle la vuelta al tema, sacándose el reloj de plata del bolsillo de su chaleco —dos horas, el hombre que dices amar se unirá una mujer que no eres tú, por lo que le queda de vida.

En ese empento su corazón dejó de latir.

No es que lo haya olvidado, solo que la cabeza la había tenido en otro lado.

En otra persona.

Al igual que dejar de pensar en ese asunto se le tornaba la mejor de las ideas, pues no recordar le ayudaba para olvidar el hecho de que al parecer nunca fue para ella.

—Lo sé —la miró con curiosidad.

—Si lo sabes ¿Porque sigues aquí sentada sin hacer nada para impedirlo? —no la estaba instando, pero era extraño no verle desesperada por conseguir lo que deseaba.

Siempre había ido por lo que anhelaba.

Y semanas atrás esa habría sido su reacción.

Humillarse.

Rebajarse para mendigar un poco de amor, a sabiendas de que no sería aceptada, sufriendo de nuevo el rechazo crudo que solo provocaría que enterrara al completo su orgullo.

Sin embargo, algo en ella cambio cuando apareció un hombre que le hizo comprender, que pese a no ser correspondida para alguien si podía tener valía.

Sonrió sin ser consciente, pese a que con esa remembranza vino a su mente la charla con el Duque de Montrose, y fue inevitable rememorar a la perfección aquella conversación que le dio esa oportunidad que según el pelirrojo no podía desperdiciar.

...

«¿Que usted desea que? —preguntó sobándose los oídos, pensando que había quedado sin el sentido auditivo que le servía para escuchar el chismorreo en las veladas.

Se lamentó para sus adentros.

¿Ahora cómo se entretendría en esas veladas tan aburridas?

—Como se lo he hecho saber desde siempre, quiero que usted sea la mujer que pase el resto de sus días con mi hijo —eso lo sabía perfectamente.

—El ya eligió —como también comprendía, que no era decisión del Duque, si no de su heredero.

—Usted no nos dejó otra opción ¿O es que no recuerda que declinó la propuesta de ser la prometida que el exigió? —se tensó —. Dejando a Lady Amelia Somerset como la mejor candidata frente a los ojos de Catalina.

—Eso hace cuestionable la percepción de su Excelencia en cuanto a distinguir entre lo rescatable de la sociedad, y lo que definitivamente es descartable pese a que la perfección física deslumbre —el pelirrojo la vio con desaprobación, pero él sabía en su interior que no estaba diciendo más que la verdad —. Es consciente que nunca he deseado que me acepte por obligación —dejó de darle vueltas a su acusación —. Le impuse mi hermosa presencia, demostrándole mi valía, pero el resto de trabajo tenía que esforzarse por hacerlo el, pues no soy la única que tiene que poner de su parte.

—El aprendería a quererle, como a todos nos ha pasado —lo miró con cariño.

—Hasta que por fin acepta que no es inmune a mis encantos —se tomó el atrevimiento de pegarle en el hombro —. Después de todo los Stewart también son capaces de dejarse absorber por mi locura. Alistar siendo el primero, aunque algo que dice que usted cayó antes que cualquiera —meneó las cejas picara, haciéndolo gruñir —. Pero, mi perfección no obnubila a su primogénito —debía de entenderlo de una buena vez —. El me odia —pese a que la soportaba siempre la despreció.

Hasta se lo gritó en la cara antes de irse a la guerra.

—Tanto el odio como el amor son sentimientos tan dispares, que pueden llegar a ser uno solo —todo un poeta le salió el Duque.

Se lo tenía bien escondido.

» Porque si bien son distintos, traspasan fibras que a veces pueden cambiar las perspectivas de todo lo que una vez se creyó, vislumbrando la verdadera naturaleza de la sensación —tragó grueso —. En donde, lo que predomina es el sentir sea bueno o malo.

—Muy bonito su derroche de sabiduría romántica mi Duque, pero ¿Eso en que cambia que su hijo no me soporte, y que yo no acepte migajas cuando me merezco la hogaza de pan entera? —le sonrió aceptando cada palabra que de su boca salía.

¿O era lo bastante inteligente para aceptar que a una mujer no se le contradice poniéndolo en práctica, o sencillamente en esta ocasión no podía negar que tuviera la boca llena de razón?

—El punto aquí es que quiero desposarla con mi hijo —pero, no cambiaba de idea.

Que tozudo era, y se quejaba de su esposa.

Que doble moral poseía.

—En contra de su voluntad, y de paso de la mía —se cruzó de brazos mirándole acusadoramente.

Era un machista.

Como casi todos los aristócratas que conocía.

—Puede que lo que tengo en mente sea considerado inapropiado al no tomarlos en cuenta, haciendo valer mi deseo por encima de los implicado, pero no es tan grave, si lo mira por el lado amable.

—¿Y ese cual sería? —porque no le veía nada de afable a su orden.

—Aunque no lo crea, a veces el fin justifica los medios, y mi idea solo es para resguardarlos de un probable sufrimiento.

—¿Qué se trae entre manos, Excelencia? —su curiosidad primó, por encima de lo desagradable que le pudiese parecer la imposición.

—Un pequeño rapto, en donde usted sea la que lo lleve a Gretna Green —estaba deschavetado, o su sordera resultaba ser más grave de lo que imaginaba —. Siendo una razón de peso que lo obligue a desposarla —se sobó los oídos, pero las locuras iban en aumento —. Me comprometo que eso pase ayudándole con el escape, pero usted se encarga del resto.

El Duque había perdido la cabeza.

No hallaba otra explicación para la sarta de incoherencias que estaba soltando.

—Disculpe que se lo diga, pero los años no llegan solos —entrecerró los ojos esperando el final de su ataque —. Su vejez prematura le ha quitado la cordura, y me ha dado la cordura suficiente para no plantarle una bofetada por creer que soy la salvadora de su hijo, como si este fuese un chiquillo.

—Se lo pasare esta vez, porque me agrada.

—Lo mismo digo —se agredieron por igual, así que, no debía esperar obtener más de ella porque era algo que no pasaría en un futuro cercano.

Solo dejando el tema de lado, porque había cuestiones más importantes que tratar.

» Pero hablo muy enserio cuando digo que usted ha enloquecido —negó divertido por sus ocurrencias.

—Le estoy dando la posibilidad de ser feliz —enserio, no se media.

—Soy feliz —declaró con seguridad —. Estamos en los tiempos en que se piensa que sin un macho no somos nada, pero soy plena con mi libertad.

—Una libertad que está en riesgo con su compromiso con Somerset —apretó la mandíbula para no maldecir.

—Es relativo, teniendo en cuenta que no me voy a desposar con un cerdo machista que me quiere degradar —lo decía por él.

Sin necesidad de nombrarlo se lo expresó sin cuento previo.

—Pero no resulta suficiente, cuando el hombre que ama está próximo a unirse de por vida con otra que casualmente será su cuñada restregándole lo que pudo ser, pero por su terquedad perdió.

—No es su asunto —respondió a la defensiva.

—Claro que lo es si se trata del futuro de mis hijos —en parte tenía razón, pero no quería entender que no solo era su decisión —¿Lo toma o lo deja? —que osado.

—Lo dejo —soltó sin pensárselo, ganándose una cara de sorpresa de su acompañante —. Si desea que eso ocurra está yendo al lugar equivocado, porque no me seguiré rebajando.

—¿Si mi hijo accede se dejará de resistir? —para eso no tuvo respuesta —. Que tenga un lindo resto de día, Lady Allard —se despidió con una sonrisa triunfal.

—No le puedo desear lo mismo cuando lo único que viene a mi mente es advertirle, que la próxima vez que me intercepte de esta manera le diré a Lady Stewart que me quería hacer su amante —la amenaza lo hizo reír, para acto seguido perderse de su vista, dejándola sola hasta que una Harriet angustiada a la par de contrariada ocupó el sitio vacío para emprender rumbo a su casa.

No teniendo cabeza para reproches cuando en su mente solo podía rondar una idea, a la par de un solo hombre»

...

—Porque decidí replantearme mi actuar —soltó después de salir de sus pensamientos, viendo a Alex que esperaba por su respuesta —. Decidí no ponerme de objeto de humillación, de nuevo —notó como su hermano hinchaba el pecho de orgullo.

—¿Y qué ha hecho eso posible? —al parecer por fin estaba madurando, y de paso dándose cuenta de que ella es lo más importante.

Que nadie podía ir por encima de sus prioridades.

—Querrás decir quien, porque fue una persona que hasta ahora comprendo de lo que me hablaba cuando intentó abrirme cientos de veces los ojos —lamentando no haber tenido aquella guía desde un inicio.

Se hubiese evitado tanto dolor.

—¿Quién fue ese sabio para ir de inmediato a darle las gracias por el milagro que logró en esa cabecita tan tozuda? —le haría su mano derecha, porque para hacer razonar a Freya, debía tratarse de alguien bastante convincente.

Le sobó la cabeza despeinándola, ganándose un manotazo de su parte.

Pero se la pagaría en los próximos segundos.

—En este caso sabía, porque no es otra más que Luisa —la palabra que más detestaba su hermano.

El nombre de la única mujer que se había ganado su odio, aparte de aquella sin sangre.

—¿Qué te dijo esa desalmada? —preguntó alterado, haciéndole rodar los ojos mientras se limpiaba el resto de las lágrimas de sus mejillas que había derramado sin darse cuenta cuando estaba rememorando al rubio que últimamente se resistía a dejarla dormir.

—Su manera de expresarse es bastante compleja, pero después de muchos días con sus palabras rondando mi cabeza por fin las comprendí lo que quería que entendiera para que dejara de sufrir a lo tarado.

—¿Que fue exactamente lo que te dijo? —preguntó tratando de contenerse.

De esa mujer no se podía esperar nada bueno.

—Si mal no recuerdo —estaba haciendo memoria —. Que, para poder ganar, y dar jaque mate al rey debía jugar con inteligencia las fichas para que cayeran rendidas a mis pies —escuchar eso lo tensionó visiblemente —. Y después me dijo que no tenía sentido vencer al rey, si era mejor ganármelo en el proceso, y hacer que el tablero quedara a mi completa merced —no fue exactamente lo que dijo, y pueda que le haya aumentado, pero por ahí iba la cosa.

Alexandre no medió palabras tras el término de su exposición.

Formando un silencio bastante tenso, donde su semblante había cambiado a ser uno realmente oscuro a la par de retraído.

—¿Y qué fue lo que dedujiste de eso para que te tenga aquí sentada conmigo por voluntad, en vez de salir a buscar lo que deseas como en el pasado? —preguntó retraído, como si fuera solo para seguir la conversación, porque algo le decía que su cabeza estaba demasiado lejos del lugar.

—Alexandre, ganarme al rey no es precisamente ir a buscarle, y si es el caso raptarlo para que sea mío —Montrose estaba equivocado —. Ganarme su favor es demostrarle todo lo que tengo para dar, y el tomara la decisión de arriesgarse si es lo que le conviene —no lo podía obligar —. Eso es lo que he hecho por tanto años sin entenderlo hasta que Luisa se atrevió a sacudirme con su calculador pensar —lo que necesitaba para recapacitar —. Me humillé para que de alguna manera me diese un poco de atención, cuando está más que enterado desde hace años que ha sido el único hombre que ha hecho latir mi corazón, y si hasta el momento no lo ha sabido valorar cómo sé que me merezco, y sigue con su plan de desposar a la arpía, eso me tiene que hacer caer en cuenta de una vez por todas que no es el indicado —un día deseó que realmente lo fuera, pero ahora ya no lo veía de esa manera —. Sencillamente si no me puede ver perfecta a mi manera para él, no es mi verdadero rey.

—¿Y si sigue con lo planeado... —preguntó un poco más calmado sin olvidar el asunto que tenía que resolver, después de haber escuchado esas palabras de la boca de su hermana —esta vez sí le darás la oportunidad a Somerset? —Adler.

Suspirar fue inevitable.

Hasta el pecho le dolió.

—Adler Somerset no es una segunda opción —lo miró enojada. Con ella. Con todos. Por si quiera sugerir eso de un ser tan excepcional como lo era él —. Aunque no hayamos sabido apreciarlo, merece ser la primera opción de alguien —se incluía, porque ella también tuvo la osadía de rechazarlo —, y prefiero que se aleje para siempre, aunque me esté matando el no verle, a seguir dañándolo por mi falta de sentir. Por mi reticencia a volverme a enamorar —pese a que sabía que su corazón con el jamás sangraría de dolor. Por el contrario, latiría de plenitud al ser sobrecogido con su inmenso amor.

Se quedaron en silencio un par de minutos mirando por el ventanal a su costado.

Disfrutando del silencio reflexivo, hasta que su hermano volvió a romperlo.

—El tiempo corre, y falta cada vez menos para que el ultimátum que te di llegue a su fin —y tenía que recordarle ese bendito ultimátum.

Al parecer si iba enserio con ese asunto.

Debió notarlo desde un inicio, cuando lo mencionó por primera vez con tanta determinación.

Llenó su copa de paciencia hasta el tope, y estaba cansada de luchar con las consecuencias.

—Tienes el derecho, y mi permiso, aunque no lo necesites para escoger llegado el final de la temporada a la persona que creas conveniente para que me despose —no haría el intento de buscar a otra persona buena que pudiese dañar —. Pero, por favor que por lo menos sea de buen ver —así tuviera sus añitos encima —. Para que se me haga agradable yacer con su persona, que el atractivo distraiga sus verdaderos defectos, que seguramente me harán querer dejarme viuda —Alex rió por sus ocurrencias para proceder a erguirse y salir del salón, no sin antes besar su frente.

El necesitaba una explicación de esa persona que sabía las palabras de su padre a la hora de negociar, o jugar una partida en el club y conocía el lugar donde podía encontrarla y seguramente sin moros en la costa.

Entre tanto Freya, con toda la paciencia del caso miró nuevamente el ventanal esperando que el día terminase, que algo le mostrase el paso a seguir, revelándole su presente próximo. En el proceso pensando en una persona en particular.

Sorprendiéndose de nuevo, al verse no rememorar al supuesto dueño de su corazón.

No siendo la primera vez que le ocurría.

¡Maldita sea!

—Como te echo de menos, Adler.

∙ʚɞ∙ 

ARCHIVALD

Ya todo estaba dicho.

Los acuerdos firmados.

Las amonestaciones habían corrido.

Su palabra reafirmándose con cada visita, paseos por el Hyde Park, y las veladas realizadas en las últimas semanas.

A un paso del altar.

En pocas palabras, ya estaba unido a Lady Amelia Somerset, y lo único que faltaba era la ceremonia que daba como sellado aquel contrato, en donde por más de que en un principio fue el causante de aquella búsqueda, y por consecuente el único responsable de su futuro. No podía evitar augurarlo como poco menos que desdichado, y el único culpable era él.

No estando seguro de seguir, pese a lo tarde que le parecía la decisión.

—¿Puedo pasar? —escuchar la voz de su progenitor en la entrada de sus aposentos, tras el toque en la puerta momentos antes de partir rumbo al lugar donde se oficiaría la ceremonia, le hizo pensar, que como los días anteriores hoy no sería la excepción para seguir insistiendo en la idea de abandonar el barco, y hacer lo que realmente deseaba.

Pero ¿Qué deseaba?

Por su mente paso la noche en que se enteró de la relación inexistente, e inusual que sostenía Adler Somerset con Freya Allard.

...

«—¿Que esta suce...? —frenó su interrogante cuando observó a su amigo en una esquina mirando por el ventanal que daba con la entrada principal tanto, o más desolado que la vez que le conoció —. Lamento que haya terminado de esta manera —se apresuró llegar a su costado para ponerle una mano en el hombro en señal de apoyo, pero como se esperaba, pese a que le sorprendió, la rechazó haciéndose a un lado de forma brusca.

El no necesitaba consuelo, por lo menos no dé el.

—Al parecer escuchaste mi ridícula conversación, en donde le exponía mis sentimientos a la mujer más perfecta del mundo, con la negativa rotunda brotando de sus dulces labios —pronunció en tono acerado, pero la postura en sus hombros denotaba lo derrotando que se sentía.

Un hombre que a todas luces era fuerte, y poco o nada doblegable una pequeña a la par de escurridiza mujer lo había derribado con unas palabras atinadas, aunque no por eso menos hirientes.

—¿Qué ganabas con mentirnos a todos acerca de su compromiso? —interrogó ansioso por saber.

—Para evitar todo esto —soltó recogiendo la poca dignidad que le quedaba, apartando con dolor la vista del camino por donde se perdía el carruaje con el escudo del ducado de Beaumont —. Quería hacer tiempo para encontrar la mujer correcta que llenara las expectativas de mis padres, sin llegarme a enloquecer como lo hizo Abigail —se pasó las manos por el pelo ahogando un grito por lo iluso que fue —. Pero, ella rompió los esquemas, desde que la conocí por accidente en el inicio de la temporada lo hizo —su adictiva locura debió verlo como un indicio —. Por eso me empeñe en tenerle cerca, proponiéndole ese trato al enterarme que odia los compromisos, y su hermano le había dado un ultimátum —el mejor plan de todos —. Un favor al que accedió después de huir, solo para fastidiar a mis hermanas, y porque necesitaba hacer tiempo para zafarse de las imposiciones de Beaumont.

—¿De qué ultimátum hablas?

—Definitivamente no escuchas chismes, o si quieras oyes hablar a tu madre de la gaceta de Lady Chatty —todo Londres estaba enterado de aquello, pese a que fue una conversación a puerta cerrada.

» Si al terminar la temporada no ha encontrado por su propio pie un pretendiente que le agrade, Beaumont personalmente la enlazara con el que crea conveniente —decidió ponerlo al corriente para que lo siguiera, y no tener que repetirlo dos veces.

No se sentía benevolente.

—¿Qué? —era bien sabido que Alexandre Allard amaba a su hermana, y no veía el motivo de obligarle a hacer algo que ella estaba lejos de desear.

—Todavía estas a tiempo de salvarle de un futuro lleno de desdicha —lo miró sabiendo de ante mano a donde iba aquello, mientras analizaba como se dirigía a la estantería donde se encontraba el licor sacando una botella, y sin mucho protocolo se la empinaba —. Ella te ama, o quiere seguir haciéndolo por miedo —¿Cómo? —. Pero, continuas sin notar, que es la mujer más maravillosa que te cruzaras en el camino.

Pese a lo perdido que estaba por la francesa, seguía empeñado en que obtuviera lo que él no podía.

—¿Tanto la amas? —lo miró con incredulidad — ¿Tanto es tu sentir como para entregarla sin luchar?

—La tengo tan arraigada a mi pecho, que haría lo que fuera para que perdurara su sonrisa así sea a costa de mi felicidad —se quedó sin aire —. Todo comenzó como un juego, y terminó como la más cruel de las verdades —se veía cansado —. Debí alejarme cuando pude —se tomó otro sorbo directo de la botella —, pero después de que ese torbellino te alcanza, no puedes más que dejarte arrastrar con todo lo que eso conlleva.

—Entonces lucha por ella —fue lo único que acotó porque sabía que no podía ir por ella, por más que le atrajese y despertarse instintos dormidos en él.

Él no podía hacerle feliz.

Seguía pensando en Ángeles.

A decir verdad, por más de que Freya lo atraía, lo llamaba, lo retaba. Ángeles... con solo sentirle cerca había descolocado su mundo.

Sabía que Freya seguía guardando sentimientos por él, pero no se sentía preparado para corresponderle.

Menos, para salir de su zona de confort, arriesgando su tranquilidad para al final entregarle desdicha a esa pequeña francesa, que solo merecía que la amaran con la misma entrega que ella ofrecía.

Lady Amelia Somerset soportaría una relación basada en la cordialidad, en donde el amor no era lo primordial.

Habiéndoselo planteado desde un inicio, no poniéndole problema. Pues lo veía como lo que era, pese a las ilusiones.

Un matrimonio por conveniencia.

En cambio, una mujer tan pasional como Freya Allard, no se conformaría con algo tan vacío como un matrimonio, en donde la pasión fuera la base de su relación.

Era una distracción para sus sentidos, pero Ángeles resultaba el motivo del palpitar de su corazón.

Si bien era cierto que no había podido olvidar los momentos vividos con la francesa, porque tenía que admitir que era puro fuego, como también era más que obvio que su corazón seguía sangrando por lo que no pudo ser enfrascado en el pasado.

En eso se parecía a la pequeña pelinegra.

Su terquedad a la hora de arraigar sentimientos absurdos en personas equivocas.

Seguiría con sus planes de boda.

Se casaría con Amelia, y así cerraría esa etapa, en donde su primer amor, aunque doloroso había sellado lo posible, frente a un verdadero imposible.

Le daría la estocada final.

Sería el que le pusiera fin a todo.

No iba a negar que se había imaginado intentarlo con ella, pero se veía dañándole cuando solo pudiera pensar en Ángeles. que cabía destacar era su mejor amiga.

Amelia no le impondría nada.

Ni le exigiría nada de regreso.

Por más aburrida que le pareciese, tenía que seguir adelante.

—Eres un malnacido —le empujó por el pecho —. Tomas la salida fácil por miedo a arriesgarte en lo que no te asegura estabilidad.

—No puedo corresponderle —acotó apenado por el estado de su amigo, y por el de la dama que la había visto llorar y se retuvo para no ir tras ella —. A la larga la haría desdichada, y ya ha tenido suficiente con mi desprecio.

Esa vez el que recibió el golpe fue el, tras decir semejante barrabasada.

Directo en la boca partiéndole el labio, poniéndolo a escupir sangre por la fuerza del impacto.

—Eres un hijo de puta conformista, y miedoso —lo sabía, pero escucharlo fue difícil.

Le caló hondo.

» Como desearía que Freya fuera menos cobarde, y se diera cuenta que lo siente por ti dejó de ser amor hace mucho tiempo —¿Qué? —. Lárgate, y no vuelvas a dirigirme ni siquiera el saludo, si no quieres que te mate con mis propias manos por fomentarle el miedo de amar, a la única mujer que se merece que se le baje el cielo, sin necesidad de pedirlo»

...

—Si, padre —soltó después de salir de sus recuerdos, en donde las palabras de Adler seguían demasiado frescas en su cabeza.

—Directo al punto —se cuadró frente a él con gesto ansioso, logrando que lo mirara fastidiado.

—Padre, ya tuvimos esta conversación —exclamó con cansancio, mientras se acomodaba los puños de su saco negro. Lo único que le faltaba para estar perfecto en lo que sería el evento de la temporada.

—Me vas a escuchar por última vez, y después tomaras tu decisión — trató de refutar, pero los ojos azulados y fieros de su padre cerraron su garganta —. En la parte trasera de la iglesia se encuentra un carruaje con todo lo necesario para que cuando recobres la consciencia, puedas hacer lo que realmente deseas, tomes a la mujer indicada y te dirijas a desposarla.

Eso era una locura.

» Lady Somerset con el tiempo lo superará, y sabrá entender como su familia, que pese a todo fue la mejor decisión.

—Ya está todo pactado, y firmado ¿Como pretende que...?

—De eso me encargo yo —es que no escuchaba de razones —. Es solo que accedas a tus deseos, y por una vez dejes de ser correcto, y actúes de una manera más visceral.

—¿Pretende que deje de lado la obligación, y actúe en base a lo que siento y deseo?

—En efecto —sonrió con suficiencia.

—Si actuó en base al deseo, Lady Allard sería mi elección —se sinceraría para que dejara de atosigarlo con sus imposiciones absurdas.

Estaba siendo irracional.

» Porque es una dama que despierta los instintos de cualquier hombre, incluyéndome —trató de objetar, pero no lo dejó —. Sin embargo, he sido lo suficiente desgraciado con ella como para seguirle imponiendo mi presencia, cuando lo más probable es que se esté aferrando a un sentimiento del pasado que ya no existe en ella, solo para no salir de nuevo lastimada —le supo amargo, pese tenía que aceptar que lo que dijo Adler poseía mucha lógica — ¿O es que espera que la lastime solo para que usted obtenga lo que quiere? —silencio.

Tocó un nervio.

» Al igual que si actuó con el corazón como me pide, ese que late al compás y se agita de la emoción puedo asegurarle, que seguiría siendo la misma mujer de hace unos años atrás —la que no había podido olvidar —. Esa diosa mitológica de ojos bicolor, y cabello de fuego —le miró con el semblante ensombrecido —. En este caso siendo yo el que caiga en el mismo circulo vicioso por el cual hui ¿Le parece eso justo solo para complacerlo? —otra vez no hubo respuesta —. No le voy a negar que Lady Allard me atrae, y envuelve —no podía ocultar lo obvio. No más —. Sería mi delirio si estamos hablando de la parte carnal, esa que no implica sentimientos y con el paso del tiempo se pierde el interés, dejándola de lado —y en realidad lo sentía así —. Siento cariño por la dama, porque en el pasado fue mi salvación para no caer en la oscuridad a causa del amor no correspondido, la respetaría y trataría de amarle, fallándole en el proceso, y ella no se merece eso, al igual que tampoco se conformaría con algo tan banal —si fuera así, ya habría roto ese absurdo compromiso —. Ella no merece menos que un hombre que la ame pese a todo, que trate de luchar por su corazón, cosa que yo no he hecho, porque sinceramente no me nace del pecho —la realidad que no podía ocultar, pese a que lo atrajera como la miel al panal.

—¿Creí que habías superado a Ángeles? —el también.

Y como lo intentó.

—¿Como superar algo que esta tan metido en el corazón, que por más tiempo que pase sigue tan latente como en antaño y con solo mirarla me vuelve a desestabilizar el mundo? —es imposible —. He intentado olvidarle, ignorar su presencia, de alguna manera me alegro de que sea feliz y tenga una familia, pero al hablar con ella en casa de los Somerset, todo lo que creí sentir por Lady Allard en estos días se derrumbó —así era —. Paso de ser la mujer que me traía loco, a solo un deseo carnal —por más de que el mundo dijese lo contrario —Así que, le repito ¿En realidad quiere que condene a un matrimonio sin amor cuando lo más probable es que ella ya no me ame, y solo la desdicha le haga ver aquello siendo demasiado tarde para corregirlo? —el hombre mayor suspiró con pesadez poniendo una mano en su hombro. Apretándolo con cariño.

—Lo que deseo es que seas feliz, al igual que esa chiquilla que ha sufrido tanto al no tener unos padres a su lado, ni alguien que la valore cuando el mundo no se toma el trabajo de conocerla, solo viendo su carismático comportamiento —estaba siendo amable.

—¿Y después de lo que le he dicho sigue pensando que soy esa felicidad? —no hubo respuesta inmediata, solo un brillo en los ojos azulosos que le indicó que estaban pensado igual.

Que habían llegado a un acuerdo tácito.

—No —zanjó con rotundidad —. Solo piensa lo de hacer lo que te dicte el corazón, así sea en soledad —pues a veces la soledad resultaba la mejor consejería y compañía para curar las heridas —. El carruaje seguirá esperándote si es tu elección, si no, aquí me tendrás para apoyarte siempre —sobraba la aclaración.

—Gracias, padre —se abrazaron para después ir rumbo a su destino.

Ese tan incierto, con lo único claro que sería un nuevo comienzo. 

Después de esa discusión todo pasó demasiado rápido, y como tenía que ser. Por lo menos basándose en su moral.

Sin más detalles, o algún tipo de inconveniente se ofició el enlace, en el cual sus padres o por lo menos lo que respectaba en su madre se le notaba ansiosa, no exultante de alegría como debería de estarlo y su padre ... ese si no demostraba sus emociones.

Solo asintió de manera imperceptible, no conforme con su decisión, pero si aceptándola en la medida de lo posible.

Con respecto a Alistair, solo esperaba que la francesa no apareciera a armar un escándalo reclamando a un hombre que claramente no la apreciaba por segunda vez.

Que al fin hubiese entendido, que pese al sentir no se puede obligar a que el otro te aprecie de la misma manera, que ya era tiempo de continuar.

Porque el rol del sentir o si quiera una relación es de dos, poniéndole el empeño en igualdad de proporciones, no como su hermano, que, aunque fuera un buen hombre, se notaba que era un cobarde que no estaba interesada en intentarlo.

Negó con un suspiro, esperando que no se arrepintiera de tomar aquella decisión, cruzando miradas con Aine que claramente pensaba lo mismo que él.

...

Momentos después la novia hizo su arribo, encandilando con su belleza y fingida bondad, aunque ese día en especial estaba más sentimental que nunca, o eso fue lo que demostró porque hasta una lagrima rebelde rodó por su mejilla.

No se sabía si en realidad amaba a Archivald, o estaba tan emocional porque de alguna manera lo deseaba para ella desde que era una niña, ganándoselo, pese a las adversarias, que a su lado resultaron insignificantes.

Por eso se había valido de todo para ser escogida.

Por eso había ocultado su verdadera naturaleza, accediendo a todo con tal de arrebatárselo.

Conviniendo vivir lejos de Londres si era necesario, pese a que odiaba la vida en el campo.

Solo con ganarlo estaría feliz, y nada más importaría.

Más ahora que la francesa había salido de sus vidas, al haber roto el compromiso con su hermano.

Un hermano, que a duras penas estaba en el lugar para no dar de que hablar.

Mas por su madre, que por su entereza en el evento en particular.

Nada podía salir mal.

Caminaba por el largo pasillo, enfundada en un vestido de seda rosa palo que daba a su piel pálida un contraste exquisito.

Con un escote estilo corazón, la falda cayendo vaporosamente unos cuantos metros en el suelo, dejando una larga cola a su paso.

Su rostro con rasgos perfectos, y ojos azules tan profundos como únicos estaba cubierto por un velo bordado con diamantes decorativos.

Había seguido las tradiciones al pie de la letra.

Llevaba cosido en la parte oculta de la falda una herradura para que su matrimonio fuese exitoso.

Le hubiera encantado que se realizase en otoño, pero el invierno predominaba en esa época del año, y ya era afortunada con haber conseguido su objetivo.

No llevaba perlas, pese a que le encantaban porque era un mal presagio, y su ramo era compuesto con flores de azahar, que auguraban mucha suerte.

En pocas palabras, era un hada en toda la extensión de la palabra.

Y Archivald al verle se paralizó por unos momentos.

No pudiendo ser de otra manera.

Su belleza era hipnótica.

Superior.

Al llegar a su lado notó como temblaba, así que, se atrevió a apretar su mano en señal de apoyo y aceptación.

La misa se ofició normalmente.

Con la familia del novio esperando un milagro, que acabara con la locura de su pariente más cuerdo.

Y la de la novia celebrando un enlace perfecto para su posición, y en el del caso del Duque que su hija menor pudiera al fin cumplir el capricho que se volvió el escoces hasta el punto de enloquecerlo, obligándolo a aceptar tal unión, cuando no estaba convencido de que fuese lo más conveniente.

Pero, no pudo negarle su mano al Lord escoses, que aparentemente robó su corazón, siendo tan solo una niña caprichosa.

Las esperanzas de un desenlace diferente murieron, cuando hasta el propio Adler, miraba la entrada de la iglesia, creyendo que Freya daría ese paso.

Que fuera por el que creía su amor, destruyéndole, pero alegrándolo por verle por fin feliz. Causándole un rayo de esperanza, que no estaba en el momento de tomar, solo de alguna manera de lejos disfrutar, que después de todo no se hallaba errado, y que las esperanzas solo morían cuando se dejaba todo por la paz.

Sin ánimos de luchar.

¿Él ya se había dado por vencido con la francesa que lo tenía por el camino de la amargura?

Nadie se opuso.

La figura de la única mujer que podía objetar nunca apareció.

Ella hizo su jugada, y el decidió seguir con su estrategia demostrando que no estaban en el mismo juego, ni mucho menos era el rey al que tenía que doblegar, para que entendiera que era ella la única dueña de su corazón.

Freya apostó por ese desenlace, ganando al acertar y tal vez al fin vencer pareciendo la perdedora.

La unión se selló con un beso.

Ese beso, que marco el final del primer amor de Lady Freya Allard, que fue tan imposible, demostrando que su alma decidió sangrar por voluntad a tener miedo de volver a ser destrozada.

Porque cuando se es lastimado, lo único que queda es afrontarlo como buenamente se pueda.

Alzando las barreras para no sentirlo una segunda vez.

Quedando como consuelo, que se luchó hasta el final.

Al igual que la enseñanza, de que él primer amor nunca se olvida.

Ya que, es una cicatriz que dura toda la vida.

Buena o mala, pero está presente enseñándote y reafirmándote:

Que existen tres amores en la vida.

El primero. Ese que te hace experimentar las primeras veces los sentires desconocidos que te embargan como cascada, aquellos que por ser la única vez que se han apreciado parecen ser eternos, hasta que la vida te hace replantearte la idea cuando aquello termina llenándote de dolor, pero mostrándote que no era para siempre, que no importa el tiempo que pase no lo olvidaras, pero avanzas y sin buscarlo te topas con el que denominamos verdadero amor, que puede combinarse con el amor de la vida.

El ultimo.

Ese que te enseña que, aunque más calmado, todo se maximiza. Se vuelve importante.

Te ayuda a comprender, que lo bueno es lo que se espera con ansias sin desearlo, que pese a lo conocido se puede experimentar de manera diferente lo ya recorrido.

Formando recuerdos, expectativas que se plantean a largo plazo, que se anhelan como eternas.

En conclusión, el primer amor, puede ser un error o simplemente un recuerdo, que permite formarte e inducirte para lo que será el amor para siempre.

Quizás pueda ser el primero ese último, lo único que es seguro es que no todo es tan malo en aquellos que catalogamos como amor.

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