Guardián de Ilusiones | Vocal...

Від TrashieMind

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La vida puede llegar a ser muy cruel, pero nunca lo suficiente como para erradicar la fortaleza en una sonris... Більше

Mi regalito, ¡yo te vi primero!
Quebrado
De aquí al infinito...
Gratitud

Guardián de Ilusiones

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Від TrashieMind

Bruno era un chico común. Vivía en un departamento compartido con unos amigos, trabajando como instructor en clases de guitarra particulares para poder cooperar en en los gastos generales en tanto que conseguía un empleo "digno", como le llamarían sus padres, residentes de España.

Era un clima un tanto cálido y el día soleado, una ocasión bastante particular pero muy agradable de disfrutar en esa época del año. Había que admitirlo, cualquier cambio del temporal nublado en la ciudad de Inglaterra se sentía magnífico.

A pesar de haber acabado ya su "turno", como acostumbraba a llamarle sus compañeros de piso, no caminaba en dirección hacia su hogar precisamente. Pareciendo apenas unos minutos transcurridos, aunque ya era un poco más de la hora, y tras una parada breve en una tienda especial, llegó por fin a una casa hogar. Con mucha familiaridad, atravesó el vestíbulo de la casa y saludó a la novicia que atendía.

—Acabaste temprano, ¿Verdad Bruno? —Dijo la muchacha con una sonrisa, permitiéndole el paso hacia el patio de juegos de los chicos.

—Si, Len es un chico bastante listo. Me temo que en un par de semanas ya no seré necesario.—Respondió el joven sonriendo, caminando hacia el mismo, aunque no dejaba de mirar a la chica.

—Qué pena... Bueno, apresúrate, que ya te está esperando— Concluyó la joven de manera dulce, despidiéndose con la mano mientras cerraba la reja y volvía a su posición en el escritorio. Bruno también agitó su mano sonriendo y se alejó, desplazandose por aquél enorme jardín donde su presencia parecía ser común, ya que todos los niños, o al menos la mayoría, le saludaban con sonrisas.

Con un ademán agradable, saludó a la monja que cuidaba a los niños mientras que ella correspondió el gesto de manera similar, aunque señalando un árbol enorme que se encontraba casi al centro del sitio.

El castaño sólo juntó las manos y se inclinó hacia adelante, como si fuera un silencioso "gracias" ante la seña de la mujer. Con un caminar cuidadoso, rodeó un par de juegos y juguetes hasta llegar a la tranquila sombra arbórea, encontrándose con un chico de melena rubia sentado en una silla de ruedas, el cuál le daba la espalda. Sonriendo, trató lo más que pudo de guardar silencio mientras se acercaba, y apenas llegó a encontrarse lo suficientemente cerca, le tomó de los hombros con suavidad para evitar que moviera los brazos.

Sonrió aún más amplio y trató de modificar su voz, consiguiéndolo un timbre bastante peculiar.—¿Quién- —

—Bruno... — Respondió el chico de la silla de ruedas con seguridad. Al castaño no le quedó más que comenzar a reír y abrazarlo por la espalda suavemente, sintiendo como las manos curiosas del menor tocaban sus brazos y subían por los mismos hasta llegar a los hombros del joven, en búsqueda de su rostro. Con una breve sonrisa, aunque un poco dolorosa, tomó la mano izquierda del menor y la colocó en su mejilla, causando una leve risita en el rubio.

—Aquí, Oliver...—Murmuró suavemente, girando un poco el rostro para poder besar los inquietos deditos que lo inspeccionaban, aunque el chico parecía seguir concentrado en rozar con sus yemas su mentón.

—Parece que a alguien se le acabaron los rastrillos~ —Canturreó el chico con confianza.

—En realidad, sentí que era tiempo de un cambio —Respondió Bruno, aún abrazando al pequeño.

—Algún día me gustaría verlo... —Concluyó el rubio con inocencia. Bruno sólo sintió como su estómago se estrujaba por el comentario del chico, sabía que no lo había dicho con esa intención, pero palabras como esas en ese orden podían llegar a doler. Soltó unos segundos al menor para poder sacarse la guitarra de encima y colocarla a un lado del tronco. Tras avanzar lo suficiente para poder estar frente al chico, se arrodilló para poder quedar a su altura e inclinó hacia adelante, recargándose en las piernas del chaval. Guardó silencio mientras Oliver tocaba su rostro y cabello, riendo con dulzura cada que enrollaba un rizo en sus dedos. Parecía estar contento. Pero por otra parte, Bruno lucía un poco triste. Sonreía por supuesto, pero su mirada se notaba llena de melancolía. Había fijado su vista en un vendaje que cubría los ojos del más pequeño, de tal manera que la dulce semblanza de su rostro era cortada por un trozo de tela que estaba un tanto percudido. Se podía ver que ya no incomodaba al muchachillo, pero no por eso dejaba de dolerle internamente a Bruno por todo el significado que había tras la venda.

—¿Estás bien? —Preguntó el chico acariciando las mejillas del mayor. Podía ser que no viera, pero el sexto sentido que se había desarrollado en el era bastante agudo, tanto como para poder distinguir que aquel silencio no era normal.

—Sólo pensaba, Oliver... —sonrió el joven, estirando su mano para acariciar la melena dorada que caía graciosamente sobre los hombros del muchachito.— ¿Cómo supiste que era yo? —

— Logré distinguir tu colonia — respondió con una sonrisa, parecía estar bastante habituado a mantener expresiones alegres todo el tiempo.

—Tienes una excelente nariz entonces — Comentó el castaño tomando la nariz del pequeño entre sus dedos y jugando un poco de ella, desencadenando unas risotadas por ambos. Cuando ambos se callaron, el mayor emitió un suspiro y se puso en pie. —Noté que hay nuevos juegos... ¿Ya fuiste a ellos?

Oliver negó inmediatamente, bajando sus manos hasta las del mayor, las cuales se encontraban apoyadas en los soportes para brazos de las silla—Las monjitas están muy ocupadas para vigilarme si estoy fuera de la silla. Cada vez llegan más hermanitos y no pueden andar desperdiciando tiempo en cuidarme... Además, estar con los demás niños se siente extraño... Nunca quieren jugar conmigo por miedo a lastimarme, así que prefiero quedarme aquí. —

Bruno frunció el entrecejo apenas escuchó los comentarios del rubio, aunque inmediatamente modificó su expresión para poder abrazarlo. —Mi principito es muy valioso, los demás niños no merecen estar cerca de él.— Oliver sólo rió y respondió al abrazo de manera efusiva, sujetándose de su cuello.

—Hacía ya tiempo que no me llamabas así...—

—No te molesta que lo haga, ¿verdad?—

—¡Me encanta que lo hagas!—Sonrió dulce, dándole un beso en la mejilla. — Me haces sentir especial.—

— Tu ya eres muy especial para mi...— Murmuró Bruno con voz suave, acariciando aquella melena espesa de mechones dorados.

—Y tu para mi... — suspiró el menor, acomodando su mentón en el hombro del castaño.

Un tiempo permanecieron así. perdidos uno en los brazos del otro hasta que el pequeño dio un suave brinco, volviéndose hacia atrás para recargarse en el respaldo. —Tengo un regalo para ti...—

—¿En serio?— Preguntó Bruno, sonriente.

—Si, pero tienes que cerrar los ojos... Quiero que lo sientas, no que lo veas... —Dijo el rubio con una dulzura indescriptible, tocando inmediatamente el corazón de Bruno, que sonriendo y tal como un orden, cerró los ojos.

— Ya lo hice... —

—¿Cómo se que lo hiciste?—

—Lo juro por mi guitarra—Respondió el mayor, lleno de seguridad.

—Vale, ya te creo y mucho —Rió suave el rubio. Con su mano izquierda empezó a tocar al mayor, dándose una idea mental de su posición y complexión. Con su mano derecha elevó hasta la altura de los hombros una cadena de metal, desatando el broche para rodear en cuello del mayor, atándolo de nueva cuenta en la nuca y dejándolo caer suavemente en las clavículas de Bruno. Siguiendo con sus yemas la textura de la cadena, llegó al dije que se había depositado en el pecho del muchacho y tras tocarlo con las yemas, sonrió amplio, más que nunca. Buscó la mano derecha del mayor y la llevó hasta el mismo, tomando los dedos del joven y guiándolo para descifrar la serie de carácteres que se leían en braile. Tras ello, inclinó su rostro hacia adelante y dejó un beso en la mejilla del castaño.

—¿Qué dice? —Preguntó el pequeño, ansioso de la contestación del muchacho. Bruno sonreía, pues ya había estudiado aquél idioma para poder entender el mundo del chico, y ahora, eso que podía leer, le había hecho tremendamente feliz. Abrió los ojos y miró al pequeño, notando la ansiedad inocente típica de Oliver.

—Dice calcetín...—Dijo el moreno.

—¿Q-qué?—La expresión inquieta del rubio fue reemplazada inmediatamente por una de desilusión y un poco de angustia. Bruno empezó a reír y lo abrazó rápidamente, acariciando su espalda.

—Sólo jugaba, corazón, sólo jugaba... —

Oliver, enojado, hizo un puchero y golpeó suavecito el hombro del moreno. —¡Malvado! —

El muchacho siguió riendo y se dedicó a besar las mejillas del pequeño, acariciando en todo tiempo sus hombros.

—Yo también te amo, Oliver... —Susurró al oído del chico, causando su sonrojo y un abrazo de su parte, aunque aún mantenía un puchero en su rostro.

—Vaya coincidencia ha ocurrido el día de hoy... —Dijo para atraer la atención del menor. —Yo también te tengo un regalo... Voy a bajarte para dártelo, ¿Vale? —

El rubio asintió, aún bastante sorprendido, y con las ansias de conocer su regalo, soltó su abrazo para que el muchacho pudiera separarse y ponerse de pie, colocando sus brazos en alto a en busca de los hombros del muchacho. Bruno deslizó su extremidad por detrás de la espalda del rubio, guiando las manos del pequeño para que rodeara su cuello y se sujetara con firmeza. Pasó entonces su segundo brazo por debajo de las frágiles piernas del chico, logrando así cargarlo con seguridad. Meciéndolo un poco para diversión del chico, que reía alegre y movía suavemente sus piernas tanto como sus fuerzas y debilidad propia  causada por el daño en su columna se lo permitía.  Tras un par de momentos así, se acercó hasta los pies de aquél enorme árbol, dejando al chico en el pasto no sin antes asegurarse de darle comodidad. Se sentó a su lado y sacó la guitarra de su funda, preparándose para comenzar a tocar y quizás cantar.

—Espero te guste...— Murmuró el joven, acariciando el precioso rostro del chico momentos antes de empezar a tocar.

La armoniosa melodía reparada por las cuerdas de la guitarra era algo único, Oliver nunca antes había escuchado una tonada similar a esa. Emitiendo una sonrisa mecía con dulzura la cabeza al ritmo marcado, un compás alegre aunque mantenía un tono un tanto serio en algunos acordes.  Aclaró un poco su voz y mirando con atención al chico  comenzó a cantar. La letra era preciosa, realmente linda y todo acorde a las memorias que Bruno atesoraba con recelo.

Era dedicado al jovencito que escuchaba atento, halagado y feliz por un regalo tan especial como era una canción. Sentía tanta felicidad en su interior, casi desbordante, casi podía llevarle al límite de lo que podía soportar. Sólo sabía que quería gritar... Y también llenar de besos el rostro de Bruno, se lo merecía.

Un par de rimas más y la música cesó. Bruno colocó a un lado la guitarra y se acercó más al pequeño.

—¿Qué te parece? Aunque, Bueno, aún no está terminada... —

Una sonrisa iluminó el rostro del chico, que se abrazó de inmediato a la extremidad derecha del joven frotando su rostro en la camisa del mismo.

—¿Puedo tomar eso como un "me gustó"? — Preguntó de nueva cuenta el moreno al borde de la risa al no recibir ninguna respuesta sonora. Pero no se esperó a que el chico tomara una decisión repentina y le plantara un beso en las comisuras de los labios, ocasionando un suave sonrojo en ambos.

— Tómalo como quieras — sonrió el pequeño con coquetería, acomodándose como pudo en el regazo del mayor.

Bruno alzó la mirada y buscó con la misma a alguna novicia indiscreta que pudiera haber en las cercanías, y afortunadamente, todas estaban cuidando grupos de niños. Aliviado, tomó la barbilla del rubio, y acariciando su rostro le robó un cariñoso beso de los labios. Oliver sólo se sonrojó al ser tomado por sorpresa, aunque abrazó al mayor inmediatamente, ocultando su rostro colorado en el hombro del mayor apenas hubo concluido el contacto.

Bruno rió un tanto, le parecía bastante tierno que Oliver fuera tan inocente como para sonrojarse cada que lo besaba. Acarició después el vendaje en el rostro del chico, despejando el fleco y mostrando la frente del menor.

—¿Hace cuánto que estás usando esto?—

—Tu lo sabes mejor que yo...— Suspiró el chico.

—Me refiero a hace cuanto que no te cambias la tela...

—Ah, pues... —Bajó el rostro y rascó su barbilla, pensando.

—... ¿Puedo quitarla?— Preguntó dudoso el muchacho al no obtener una respuesta. Llevó sus manos a la nuca del joven y tocó el nudo, teniendo ganas de desatarlo en ese instante. Oliver asintió suavemente.

—Si eres tu, está bien... —

Tiró de las cintas y la soltó, retirando con cuidado el vendaje hasta exponer totalmente el rostro del joven. Rozó la piel suave y tierna, emitiendo un suave suspiro cuando sus yemas rozaron los párpados sellados del chico.

—¿Aún puedes abrir los ojos ? —

—Me cuesta un poquito... Pero trataré...—

Oliver abrió un poco los ojos, revelando su vista casi totalmente nublada. Aquella mirada que Bruno tenía la esperanza de volver a ver era cada vez más distante. Venían a su mente los recuerdos de cuando ambos eran más chicos, Oliver siendo un bebé de hecho, donde todo su cuerpo era sano. Sus piernas eran aún pequeñas pero lucían fuertes, y aquella mirada mostraba unos hermosos y vivaces ojitos en color miel adornados con lindas pestañas, largas y rizadas de manera natural. Un bebé realmente precioso, de eso no cabía duda. Y aunque eran demasiado jóvenes, parecía haber cierta comunión entre de ellos que iba más allá de lo impensable. Un sentimiento que escapaba más allá del cariño confundido con el inmediato fraternal. Un sentimiento que más tarde se revelaría como amor. Verdadero amor...

Y Bruno sufría. Sufría de culpabilidad. Había tanto que se recriminaba en su mente. Tanto que creía haber podido hacer, tanto que no hizo y todo lo que quería hacer pero que cada vez parecía más y más lejano y difícil de cumplir.

¿Por qué Dios parecía disfrutar haciendo sufrir de tal manera al rubio? Desde que lo conocía, Oliver había sido un buen niño. Nunca fue grosero, no era motivo de escándalo, siempre fue amable y obediente. Entonces,  si nació sano, ¿Por qué le arrebató la vista? ¿Cómo permitió que una novicia descuidada y estúpida lo cargara para luego caer por su propia ineptitud y así quitarle el don de caminar al inocente Oliver? 

Nunca conoció quien fue la madre del chico. Pero los niños no tienen culpa de los pecados de los padres, de eso estaba seguro. Entonces ¿por qué? ¡¿Por qué?!  No entendía.

No comprendía como un chico tan especial y único como su Oliver tenía que soportar esas cargas. Viviendo en la oscuridad y parcialmente limitado, condenado a la oscuridad con pocas probabilidades de salir adelante, más cortas aún si de dinero se carece.

Cada que pensaba en eso, le daban ganas de golpear lo que sea. Le daba coraje. Le inundaba la furia. Porque,  gracias a su empleo, conocía a muchas, muchas personas. A las de economía acomodada y a los que no.  A los que se les podría llamar buenos y a los que no tanto.  Pero nunca, nunca conoció a alguien de corazón tan puro como Oliver. Había veces en que lo comparaba con Len, uno de sus estudiantes.  Ese muchacho, había nacido en cuna de oro.  Era un decir, pero si alguna vez alguien se lo afirmara, definitivamente no lo dudaría. Aquel muchacho, de edad similar a su amado niño, aunque definitivamente mayor, era mucho más que malcriado. Casi un demonio. Nunca lo fue así con el, ya que supo imponer y dejar en claro su autoridad como profesor, sin embargo, lo veía con las mucamas, el mayordomo y los propios padres del chico. Y lo peor, su hermana gemela era igual tanto físicamente como psicológicamente. Esos chicos nunca supieron lo que era el hambre, la miseria, el abandono. Y por su posición social, nunca, nunca lo sabrían, eso era seguro. En cambio, Oliver, su querido ángel, estaba ahí, condenado a una silla de ruedas y a la oscuridad. Eso le dolía. Por eso, detestaba dar clases de guitarra a Len. Porque, además, el muchacho había nacido talentoso. Y eso, lógicamente, alimentaba su ego.

Pero tenía que seguir ahí. Pagaban bien y tenía la oportunidad de acercarse a uno de los cirujanos oftalmólogos más famosos del país, quien era el padre de la tan superficial casta. Quizás, si lograba ayudar lo suficiente al mocoso, podría acercarse al señor.  Y rogar, rezar, implorar, ofrecerle incluso su alma con tal de que aceptara operar a Oliver. Para él, eso sería lo más grande que pudiera hacer hasta el momento.  Ya se las arreglaría después para estar a alguien que pudiera apoyar a Oliver en cuanto a sus piernas se refería, pero por ahora, deseaba tanto otorgarle la vista. Era su mayor sueño. Y cada vez, más complicado al ir contra reloj. Oliver crecía, y crecía rápido. Temía que llegara el momento en que su desarrollo se completara y ya no hubiera oportunidad de hacer nada. 

Con dolor, derramó involuntariamente. algunas lágrimas, guardando silencio mientras acariciaba la mejilla del pequeño. —"Daría lo que sea por que estuvieras sano..."—

—Bruno... No llores... —Escuchó la voz suave del rubio, y una manita apartó sus lágrimas.

Sorprendido por el gesto tan  inesperado, miró  al chico, a los ojos como si de un milagro se tratara. —Oliver... ¿Cómo supiste qué yo- —

—Tu respiración  se altera cuando lloras... —Emitió un  suspiro, le plantó  un beso en la mejilla y se abrazó con fuerza al moreno, continuando mientras acariciaba su espalda.—  Los príncipes azules no lloran, Bruno ... Y sé que tu eres el príncipe azul que me sacará de este lugar y tendremos un bonito final feliz... Eso dijeron las monjitas...—Concluyó con inocencia, despertando la ternura en Bruno.

—¿En verdad eso te dijeron las monjas? —Preguntó sonriendo de nuevo, acariciando la mejilla del pequeño tras acomodarlo en buena manera en su pecho.

—Bueno, no exactamente... Pero dicen que te gusta usar el color azul en las camisas, que tus ojos son de ese color y una vez la monjita Alys mencionó que eras tan guapo y apuesto como un príncipe...—Bruno rió un poco nervioso ante lo último... Definitivamente ya no se acercaría tanto a esa novicia francesa, no sea que cayera en pecado...—Y como eres mi novio, eres mi príncipe azul, valiente y fuerte que me sacará en brazos de aquí, liberándome de los malvados dragones que me levantan a las 7:00 am y no me dejan dormir a gusto!— Sonrió el jovencito lleno de emoción, causando una risa sonora por parte del joven.

—Eh, vale, vale caramelito, deja consigo un caballo y emprendemos la huida. —Y el rubio también rió con alegría. Unos segundos después, aún con el chico en brazos, Bruno arriesgó a preguntar.—Oliver... ¿Eres feliz?—

—¿Por qué esa pregunta?—

—Tengo curiosidad —Dijo con dulzura,  acariciando su cabello.

—Pues... Sí, sí lo soy...—

—¿En serio?—

—Sí Bruno, sí  lo soy. Y si lo dices por mis ojos, no tienes que preocuparte por mi.— Bruno miró a Oliver. ¿Acaso la vista había sido reemplazada por un sexto sentido de la telepatía? —Bruno... No te sientas mal. Yo soy feliz así, incluso si no puedo llegar a saber qué es el color amarillo de mis cabellos, el café de tu piel o el azul de tus ojos... Por que, aunque no puedo ver, puedo sentir tu verdadero yo.—

Bruno sonrió levemente y besó la mano  del chico. —Eres un ángel, Oliver... Un verdadero y maravilloso ángel con un corazón de oro.—

—Y tu un príncipe azul realmente encantador. —Respondió  alegremente  el jovencito, besando su mejilla efusivamente. —Te amo...—

—Y yo a tí, Oliver...—

Oliver sonrió y cerró los ojos, empezando a dormitar en el pecho  del muchacho mientras que Bruno empezó a meditar, en silencio, acariciando el cabello del  chico lentamente. Entre broma y broma, algo de razón tenía Oliver. Ante su tierna e inocente mente, él era su todo. Su amor, su príncipe, su salvador. Y por más que parecía ir mal en el camino, le tocaba demostrar que era fuerte, así como el chico lo era. Oliver merecía a alguien que fuera capaz de transmitirle seguridad, paz, amor, tranquilidad, y definitivamente, el deseaba ser ese alguien. Por eso, no era justo que se dejará caer tan fácilmente. Una motivación se estableció rápidamente en su mente. Él cumpliría su papel. Él, ahora y más que nunca,  cuidaría en todo sentido del bienestar de Oliver. Él sería, ahora, por y para siempre, el Guardián de sus Ilusiones.

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