Solo de los dos, Christhoper...

By guillermobossia

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Nicolás Arnez se encuentra muy seguro de algo: debe ocultarle a su familia que le gustan los chicos. Es amant... More

PRÓLOGO
Personajes
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Epílogo

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By guillermobossia

El fin de semana se acaba y agosto también se marcha con él. Ha empezado el otoño en Portland y asimismo mi último año de escuela, el cual estuve esperando con muchas ansias porque marca el final de una importante etapa en mi vida. Etapa que me ha dejado algo agotado, porque desde el primer grado siempre me he enfocado en obtener las mejores calificaciones para enorgullecer a papá. Y eso de alguna u otra manera se convirtió en mi mayor presión.

Ahora, me quedan menos de doce meses para seguir conservando esas buenas notas que me van a favorecer cuando llegue el tiempo de aplicar a alguna universidad. Tampoco he olvidado que tengo una plática pendiente con mi padre sobre mi futuro profesional y espero que resulte satisfactoria para ambos. Le estoy rezando a todos los santos habidos y por haber para que comprenda que no quiero estudiar nada que tenga que ver con sus negocios y la empresa.

Mi último año en el Franklin High School inicia con normalidad. Esta primera semana ha sido tranquila, solo nos han dado introducciones y algunos datos para investigar en casa. Por suerte ya es viernes y la primera clase de hoy termina más rápido de lo que creo. Y es que solo al profesor Williams se le ocurre hacernos una práctica sorpresa de Química para cerciorarse de que el aprendizaje que adquirimos el grado anterior, haya sido exitoso. Ahora, solo tenemos que esperar hasta el mediodía para saber los resultados de la práctica y podremos irnos a casa.

—¿Esperamos en la biblioteca? —me pregunta Molly cuando abandonamos el salón de clases.

—Vale, así podemos buscar los datos que pidió el profesor en los libros. —Asiento, aceptando su propuesta.

Molly es una compañera que conozco desde segundo grado del Kindergarten. Hemos tenido la oportunidad de estudiar durante muchos años juntos, hasta que su familia se mudó a otra ciudad y, por ende, se cambió de escuela. Sin embargo, luego de cuatro años, volvieron a Portland porque su padre consiguió un mejor empleo en una constructora que le hace la competencia a la empresa de papá. Quizá ese sea uno de los motivos por el que solo ella y yo mantenemos una relación de compañeros, más no de amigos cercanos e íntimos. Pero, dejando de lado la rivalidad de nuestros padres, en la escuela nos llevamos de maravilla y prácticamente somos esa dupla inseparable que siempre verán juntos en el pasillo, en el mismo grupo de trabajo y en los almuerzos de la cafetería.

Caminamos hasta la biblioteca escolar y mostramos nuestras identificaciones para pedir los libros que deseamos retirar. Nos sentamos en una de las mesas disponibles y comenzamos a buscar la información que el profesor de la clase anterior nos había dejado como tarea.

—¿Te parece si después de recoger los exámenes me acompañas a la cafetería? —pide, tomando nota de algunas citas y páginas de un libro.

—Está bien. —Muestro una sonrisa de boca cerrada mientras hago mis anotaciones.

Poco a poco la biblioteca se empieza a llenar de más estudiantes que llegan a avanzar algunas tareas y trabajos grupales. Se arma todo un bullicio y los asistentes que trabajan aquí, tocan el timbre para recordarnos que debemos guardar silencio. No puedo evitar soltar una risita cuando Molly da un respingo por el estridente ruido del timbre y se sonroja cuando nota que no soy el único que la ha visto, pues un par de chicos de la mesa de enfrente se están riendo.

Los minutos pasan de manera lenta, pero finalmente llega la hora de volver al salón por nuestros exámenes, así que guardamos las cosas en nuestras respectivas mochilas y devolvemos los libros que nos prestaron en la ventanilla.

Cuando regresamos a nuestra aula, el profesor Williams continúa sentado en su escritorio, terminando de corregir los exámenes que faltan y le doy con el codo a Molly para que vea cuando él hace unas muecas raras al colocar las notas. Mi compañera me mira con diversión y se cruza de brazos mientras aguardamos. Luego de unos cinco minutos, se pone de pie, rodea su impecable escritorio y se coloca delante de él.

—Muy bien, chicos, he terminado de revisar todos los exámenes de hoy. Los iré llamando de manera individual para entregarle el suyo y conforme lo haga, se pueden ir retirando a sus casas —explica con ese tono de voz gélido que lo caracteriza. Menos mal no lo veré el próximo año si logro aprobar todos los cursos—. Felicitaciones a los que han sacado buenas calificaciones y los que no, tendrán que quedarse para dar la prueba de recuperación.

Algunos empiezan a murmurar sobre lo último que acaba de decir y otros repiten ansiosos que están confiados en que sacarán buena nota. Guardamos silencio cuando empieza a hablar:

—James. —Nuestro compañero Jimmy James se acerca para recibir su examen y celebra, exclamando un «¡Sí!», cuando ve su calificación—. Yo también me alegro por usted, James. Ahora ya puede retirarse. El siguiente es Osborne —continúa—, Capaldi... Arnez...

Me pongo de pie al escuchar mi apellido. Ser el primero de la clase me da esa seguridad de saber que me fue más que bien en la prueba.

Apenas tengo el examen en mis manos, veo la calificación que se encuentra en la esquina de la hoja y sonrío, victorioso cuando observo un «A+» escrito con bolígrafo de tinta líquida. Satisfecho con los resultados obtenidos, abandono el salón y espero en el pasillo hasta que llame a Molly.

Cuando la veo salir, le pregunto cuánto ha sacado, aunque por su expresión risueña puedo anticipar que serán buenas noticias. Me muestra su A y no dudo en felicitarla con un abrazo porque sé que ha estado repasando en vacaciones y los resultados de su examen son prueba de ello. Le hago un gesto con la cabeza para que nos apresuremos porque quiero dejar algunas cosas en mi casillero.

Minutos después, cruzamos las cristalinas puertas de la cafetería y nos acercamos a una de las ventanillas para realizar nuestros pedidos. Molly ordena una hamburguesa de carne y Coca-Cola para tomar. Por mi parte, solo pido un vaso de Coca-Cola porque sé que Sigrid me debe estar esperando en casa con el almuerzo listo y perderme la deliciosa comida de Sigrid, no está en mis planes.

Agradecemos a la chica del personal cuando nos entrega las bebidas y volvemos por donde vinimos, con la intención de retirarnos del lugar. De pronto, recuerdo que tengo un mensaje de Narel sin responder y necesito confirmarle que iré a su casa después para platicar sobre algo... o mejor dicho, sobre alguien que me ha estado rondando la cabeza durante esta semana y que se ha convertido en mi distracción cada cinco minutos.

Y es que no puedo borrar de mi memoria esa última imagen de Christhoper en mi cama, durmiendo mientras yo apreciaba con detenimiento cada centímetro de su precioso rostro.

Han pasado varios días desde que lo tuve a mi lado y se me hace raro el no verlo llegar a la mansión con mi hermano, pero lo entiendo perfectamente. Recuerdo que el fin de semana cuando estábamos en la piscina nos comentó sobre sus exámenes de la universidad. Además, no sé por qué siento tanta ausencia si hemos intercambiado algunos mensajes ayer. No con la misma frecuencia, claro, sin embargo, pienso que nuestra comunicación es más espontánea cuando se da en persona, porque puedo ver sus reacciones y el brillo en esos tiernos ojos de ratoncillo que tiene.

«¿Ojos de ratoncillo? Carajo, eso fue muy tonto». 

Estoy a punto de sacar mi móvil para responderle a mi mejor amiga, cuando siento que el cuerpo de una chica impacta contra el mío y toda su bebida se termina derramando en su ropa.

—Lo... Lo siento —tartamudeo muy nervioso, buscando una manera de ayudarle, pero por la expresión que ha tomado su cara, puedo anticipar lo que se me viene.

—¿Acaso eres imbécil? —chilla y luego lanza su vaso con frustración—. Pues está claro que sí.

—No le hables así —interviene Molly y la chica le da una mirada de «métete en tus propios asuntos».

—¿Y cómo mierda quieres que le hable? —grita y los demás estudiantes empiezan a reunirse a nuestro alrededor para ver lo que está sucediendo. Mi cara ya debe de estar roja como un tomate por la vergüenza que siento de tener la atención de media cafetería puesta sobre mí.

—Hay mejores maneras de hacerlo —responde—. Ha sido un accidente, nosotros ya nos estábamos yendo.

Enfurecida, ignora por completo a mi compañera y vuelve a clavar sus ojos sobre mí.

—A veces pienso que la escuela no es para gente idiota como tú —contraataca y bajo la cabeza cuando siento que los demás comienzan a murmurar alrededor de nosotros.

—¿Qué pasa? —pregunta uno de los trabajadores, acercándose.

—Que este tipo me acaba de estropear la ropa —habla ella y, si fuera físicamente posible, ya estaría botando fuego por la boca por lo molesta que está. Hasta noto que se ha puesto roja de la ira—. ¿Sabes qué? ¡Ya lárgate! Más ayuda el que no estorba.

—Cálmese, por favor —le pide el señor, colocándose a mi lado.

—De verdad, lo lamento —digo con el hilo de voz que me queda y salgo corriendo del lugar como un cobarde, seguido de Molly.

Le pido que abandonemos la escuela lo más rápido posible porque no quiero que alguien que haya estado en la cafetería me reconozca y se ría de mí. Cuando salimos por la puerta principal, empiezo a caminar con prisa para alejarme de la institución, hasta que me detengo unas cuadras más allá.

Espero a Molly, quien se toma unos segundos para recuperar el aliento luego de seguirme sin parar por casi dos cuadras. Entrelaza su brazo con el mío y me invita a caminar a su lado, intentando brindarme su compañía como soporte. Me pide que intente calmarme a la vez que me dedico a caminar en completo silencio.

Durante el resto del camino, no menciona nada porque sabe que estoy batallando con mis inseguridades para darme cuenta de que solo ha sido un mal momento y que debo superarlo. No obstante, me es imposible reprimirme las ganas de querer desatar ese nudo que se ha formado en mi garganta desde que salimos de la escuela y termino sollozando en la vereda de la calle. Me cubro el rostro con las manos para que no me vea llorar.

—Llora, Nico. Eso te hará desfogar y sentirte bien —me consuela mientras me atrae hacia ella y me abraza de lado—. Esa chica es una tonta y grosera. No sé cómo no la llevaron a detención.

—Me humilló horrible, Molly —respondo con la voz entrecortada, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—Lo sé, pero ya pasó. Además, no debes sentirte culpable porque ambos sabemos que fue de casualidad. —Se encoge de hombros—. Mira, para que te distraigas y no llegues con los ojos llorosos a casa, acompáñame a recoger a mi hermano al Kindergarten.

Tiene razón, no puedo regresar a casa así. Sigrid se daría cuenta de que traigo los ojos muy enrojecidos. Y es ahora donde me autofelicito por haberle pedido a Peter que no venga a recogerme. Acepto acompañarla y seguimos nuestro camino por la avenida principal para luego llegar a un pequeño Kindergarten donde está Kevin, su hermano menor.

Luego de despedirme de Molly y Kevin, me dirijo hacia la parada del autobús. Ya he dejado de llorar. El cálido viento de otoño ha hecho que las lágrimas en mi rostro se sequen lo suficiente como para pasar desapercibido en la mansión. Ahora solo me falta levantar los ánimos para fingir que he tenido un buen día en la escuela y sobrellevar la presencia de Sigrid y de Estefano durante el almuerzo.

Cuando me ubico en mi respectivo asiento —al lado de un chico universitario que está repasando unas separatas—, me coloco los audífonos y desbloqueo la pantalla de mi móvil para ingresar a YouTube y buscar los videos más graciosos de Internet. 

Siempre he sido de la idea de que cuando estás triste o con el humor hasta los suelos, la mejor medicina es respirar profundo y reír. Y eso es justo lo que voy a hacer ahora: buscar una solución para este humor de mierda que me cargo. 

No obstante, mis acciones se ven interrumpidas cuando un nuevo mensaje de Instagram es notificado en la barra superior de la pantalla.


Christhoperwood: Perdón por no responder antes. Hoy tuve dos exámenes y estoy regresando a casa con las expectativas altas porque sé que lo hice bien. ¿Y tú qué tal, Nico? ¿Cómo va tu día?


Una sonrisa inocente se dibuja sobre mis labios cuando veo el nombre del emisor y las ganas de responderle no se hacen esperar.


Nicolasarnez: ¿En serio? Me alegro mucho, Chris. Yo también estoy regresando a casa. Y mi día... pues, no estoy teniendo un día muy bueno, a decir verdad.


No estoy seguro de que, si he hecho bien en intuirle que me pasa algo, sin embargo, no me siento satisfecho con lo poco que he podido platicar con Molly. Ella no es una amiga cercana y, por ende, no he sido capaz de sincerar mis sentimientos por completo. Dejé que me consolara porque me sentía muy vulnerable, tanto como para llorar delante de ella, pero no lo pude evitar. Es por ello que, vuelvo a afirmar que no es igual que me consuele mi mejor amiga o alguien que de verdad me genere confianza, a que lo haga solo una compañera de clases que posiblemente no llegue a entender la situación y hasta piense que estoy exagerando.

Mi relación con ella solo se centra en temas académicos. No hablamos de otras cosas que no sean tareas de la escuela.

El sonido que anuncia la llegada de una notificación, me rescata de mis pensamientos.


Christhoperwood: ¿Y eso?


No tengo nada que perder si le cuento lo sucedido. Estoy seguro de que no irá a contarle a papá sobre el incidente que tuve hace una hora y, si lo hace, pues me habrá demostrado que estuve equivocado con respecto a la confianza que él me inspiraba. Es mejor conocer a la persona ahora y no después, porque uno se llega a encariñar y es más decepcionante.


Nicolasarnez: Una chica me humilló en la escuela.


Christhoperwood: ¿Por qué? ¿Te parece si te llamo? Así me cuentas mejor.


No respondo. Aún estoy sensible y evocar ese mal momento mientras se lo cuento, me hará perder el acopio de estabilidad que tengo hasta ahora. Además, no quiero preocupar a las personas que se encuentran en el autobús si en caso empiezo a llorar.

Joder, no quiero llorar más. Llorar es de cobardes y de niñas. Los hombres no lloran. Los hombres nos mantenemos fuertes en todo momento. Aunque todo a nuestro alrededor se esté derrumbando o perdamos lo más valioso que tenemos, no se llora.

«Memoriza eso, Nicolás. Ya no eres un niño que empieza a chillar cuando se cae».

Pero es difícil. Más aún cuando todo el tiempo me mantengo firme, seguro y consciente de que debo hacer frente contra todos mis problemas sin necesitar la ayuda de los demás.

Por más fuertes que seamos, siempre llegará un punto en el que nos quebraremos. Como las nubes, que la mayor parte de las veces están blancas y puras, pero cuando se tiñen de color gris, son presagio de que se aproxima una tormenta y van a descargar todo lo condensado a través de la lluvia. Lo mismo sucede con las personas: tenemos días blancos en el que todo parece ir de maravilla y también nos esperan días grises que a veces suelen desmotivarnos por completo.

Bajo del autobús y emprendo el camino que aún me falta para llegar a casa, el cual se hace breve porque me vuelvo a perder en mis pensamientos. Y es que Christhoper se ha vuelto a hacer presente en mi cabeza y la culpa de no haber respondido a su mensaje, me carcome la conciencia. Y no es para menos. El chico ha tenido el amable gesto de preocuparse, querer saber cómo estoy y yo solo me he dedicado a ignorarlo por razones tan cobardes.

Por suerte, cuando llego a casa, Sigrid aún no ha terminado el almuerzo, así que tengo una excusa suficiente para subir a mi habitación y encerrarme. Tiro la mochila sobre mi escritorio y me lanzo a la cama, hundiendo mi cara en la almohada mientras descargo a través de gruñidos el sentimiento de frustración que he contenido desde que bajé del bus.

Cierro los ojos y dejo salir un largo suspiro que a veces uso como estrategia de meditación cuando quiero encontrar la calma. Puedo sentir el sepulcral silencio de esta casa, en especial el de mi habitación, cuando el tic tac del reloj es solo el sonido que me acompaña en esta búsqueda de al menos cinco minutos de paz luego de una mañana caótica. O eso es lo que creo poder encontrar, hasta que unos ruidos en el tejado hacen que me incorpore como alma que lleva el diablo.

«¿Será una paloma?».

Me pongo de pie y camino hasta la ventana con temor. Antes de averiguar de qué se trata, decido cerrarla y las cortinas también para no tener que lidiar con un ave. La última vez que se metió una paloma a mi cuarto, tuve que pedirle ayuda a Sigrid para que la sacara, porque mi ornitofobia me llevó a esconderme en el baño.

Mi móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón y me dispongo a revisar la notificación que ha llegado. Es un nuevo mensaje.


Christhoperwood: Abre la ventana de tu habitación.


Frunzo el ceño y sin darme el tiempo de caer en la confusión, vuelvo hacia la ventana y entreabro las cortinas. La imagen de Christhoper aparece del otro lado del cristal y me es imposible evitar el respingo que me provoca ver su repentina presencia. 

A diferencia de mí, esboza una sonrisa inocente y da dos toques como si llamara a la puerta. Niego con la cabeza a la vez que abro para que entre y no arriesgue su vida en el tejado.

—Hola —saluda con un tono de voz satisfactorio.

—¿Hola? —contesto, observando cómo se adentra en mi habitación y cierra la ventana como si cerrara el portal por donde se acaba de teletransportar—. Sabes que tenemos puertas en esta casa, ¿no?

Él se vuelve hacia mí y se encoge de hombros.

—Sí —responde con obviedad.

—¿Y por qué no las usas? —Me cruzo de brazos y Christhoper rueda los ojos.

—No he venido a hablar sobre las puertas que hay en tu casa —ironiza—. ¿Cómo estás? Te dejé un mensaje, pero no lo has leído.

No puedo reprimir una sonrisa cuando reconozco que su voz ha tomado un tono serio.

Joder, esto es demasiado bueno como para ser verdad.

«¿Ha venido por mí? ¿Se ha preocupado?», me pregunto mientras intento neutralizar mis expresiones para no ganarme un sonrojo como la primera vez que lo vi.

—Ya estoy más tranquilo, gracias. Y no, no respondí porque estaba en el autobús y me quedé dormido —miento.

No tan convencido, entrecierra los ojos y se sienta en la silla de mi escritorio.

—¿Ahora sí deseas contarme sobre lo que pasó? —Su voz toma un tono de preocupación y eso me hace sentir en confianza. Estoy decidido a contarle todo. 

Le doy una mirada rápida y me arrepiento al instante. Mierda. Hasta sentado ahí, en esa insignificante silla, se ve guapísimo. No me había dado cuenta de que hoy sí está vestido totalmente de negro. Sus jeans, su polera, sus zapatillas, todo se acopla bien para dar esa apariencia de chico malo que, en mi humilde opinión, no va con él. Incluyendo el piercing que trae en la nariz.

Y es que Christhoper tiene un rostro demasiado dulce como para querer aparentar ser un bad boy. No obstante, debo admitir que el color negro le queda de maravilla.

Un carraspeo de su parte me hace abandonar mis pensamientos y caigo en la cuenta de que está esperando una respuesta.

Suspiro y me siento en el borde de la cama.

—En la cafetería de la escuela choqué accidentalmente con una chica y le derramé bebida en su ropa que, por desgracia, era blanca. Y su reacción me tomó por sorpresa, empezó a insultarme con adjetivos como «idiota» e «imbécil». Hizo todo un escándalo para que la gente se acercara y me atacara al igual que ella, pero, por suerte, una compañera me defendió, porque yo no era capaz de decir ni una sola palabra. Me encontraba muy nervioso y aturdido, solo alcancé a pedirle disculpas antes de salir de allí, corriendo como un cobarde.

Christhoper se pone de pie y se acerca para sentarse a mi lado. Centro mi mirada en él y me es imposible no recrear en mi cabeza el momento más significativo de la semana pasada: cuando ambos estuvimos acostados en esta misma cama y yo lo observaba mientras él dormía como un bebé.

Deja salir un largo suspiro.

—Mira, en la vida, te vas a encontrar siempre con personas como esa chica. No será la primera vez, ni la última. Y por lo que veo, no tiendes a reaccionar con insultos o de manera agresiva. Si hubiese estado en tu lugar, le habría puesto un alto delante de todos, porque ella no tiene derecho a insultar a nadie. ¿Sabes...? Me hubiese gustado estar allí para defenderte.

«Y a mí me habría encantado verte allí, defendiéndome».

Claro que no necesito que alguien me defienda en ningún momento porque ya soy grande y puedo hacerlo solo, pero, ¡oh por Dios! Eso fue demasiado lindo de su parte.

—Si hubieses estado en mi lugar, no sabrías cómo reaccionar durante esa situación. No es fácil ser humillado delante de varias personas que te recordarán y luego dirán: «Mira ese es el torpe chico que le derramó gaseosa a alguien en la cafetería y salió corriendo como una gallina».

Christhoper suelta una carcajada y niega con la cabeza.

—Creo que estás exagerando, Nico. Estoy seguro de que, si regresas ahora mismo a la escuela, nadie te reconocerá. Es más, seguro ni recuerdan lo que ha pasado hoy. —Se encoge de hombros—. Y es que no es nada relevante. Un accidente lo comete cualquiera, hasta la persona más atenta del mundo.

—Para ti es fácil decirlo porque no pasaste tremenda vergüenza.

—No la pasé, pero trato de ponerme en tus zapatos. Yo sé que fue difícil, sin embargo, debes seguir para adelante. ¿O acaso quieres pasar tu último año de escuela pendiente de que si alguien te vio o no en la cafetería? —Niego con la cabeza y él continúa—: En serio, Nicolás, si quieres tómate lo que resta del día para que reflexiones y puedas procesar todo. Pero prométeme que el lunes regresarás a la escuela y tendrás más cuidado al momento de ir a la cafetería.

Enarca una ceja y espera con expectativa una afirmación a lo que me ha pedido.

—Tendré más cuidado en la cafetería —miento con una sonrisa de boca cerrada.

Ni loco volveré a pisar esa cafetería en lo que queda del año escolar porque estoy seguro de que esa chica debe estar planeando una venganza contra mí. Lo más probable es que me busque en los pasillos o en la misma cafetería para humillarme otra vez o, en el peor de los casos, acosarme con su grupo de amigos a la hora de salida.

—Entonces, ¿podemos decir que ya estás más tranquilo? —pregunta con un tono de voz suave.

—Eso parece. —Esta vez no hay necesidad de mentir. Me siento un poco mejor—. Gracias por venir, Chris. Me ayuda mucho cuando le cuento a alguien lo que me pasa.

—No tienes que agradecer, Nico. Aquí estaré para ti cuando me necesites. —Da unas palmaditas en mi hombro antes de ponerse de pie—. Solo vine de pasada porque como no respondiste a mi mensaje, quería saber cómo estabas. Ahora debo irme, tengo que terminar unos trabajos para la noche.

—Vale, te acompaño hasta la puerta. —ofrezco de manera amable y me muestra una sonrisa tímida como primera respuesta.

—En realidad... pensaba salir por la ventana.

—¿Qué? Es broma, ¿no?

Entreabre los labios un par de segundos y luego dice:

—No.

—¿Acaso quieres tentar a la muerte? —Me cruzo de brazos. Está claro que, no lo dejaré salir por la ventana.

—Es que tengo prisa y no quiero cruzarme con Estefano. Además, he dejado mi camioneta estacionada a la vuelta de la calle.

Intenta dar un paso, pero lo detengo, tomándole el brazo. Sus ojos recaen sobre nuestro contacto y por un momento, juro que parece ponerse nervioso por mi acción.

—No es necesario que uses la ventana. Estefano ha salido —insisto después de soltarlo—. Me pone de los nervios el hecho de saber que puedes dar un paso en falso y resbalar... Mira, por qué mejor no sales por la puerta del jardín lateral. Siempre la dejan abierta.

Christhoper rueda los ojos con diversión y me hace un gesto con la cabeza para que nos demos prisa.

—Okey, te sigo.

Abandonamos mi habitación y tomamos un desvío por el pasillo para llegar a las escaleras que conducen a una puerta del jardín lateral. No es una vía muy recurrida, por lo que me detengo varias veces para encender los interruptores y así iluminar nuestro paso.

Cuando abro la pequeña puerta que da para la calle, reconozco la camioneta de mi acompañante, estacionada junto a la vereda.

—Si ocurre algo, no dudes en escribirme —expresa Chris, extendiéndome la mano para despedirse—. Ya sabes que estamos para apoyarnos, Nico.

—Lo haré. Muchas gracias.

Después del estrechón de manos, me quedo de pie, esperando a que ocupe su lugar en el asiento del conductor y, por consiguiente, que la camioneta desaparezca al final de la calle.

Me he estado reprimiendo las enormes ganas de soltar un chillido desde que caí en la cuenta de que Christhoper ha dejado de hacer lo que sea que haya estado haciendo para venir a verme. O bueno, eso es lo que parece. O lo que yo me estoy inventando en la cabeza.

«Joder».

No puedo confirmar nada. Primero, necesito la opinión de alguien más que no sea mi subconsciente. 


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