Escapando del infierno (+21)

By girl_blue_666

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Adrien nunca había viajado a Estados Unidos, pero cuando tienes una ex psicópata, cualquiera lo hace ¿No? Pu... More

PERSONAJES
Praesagium
⚠️ ADVERTENCIA ⚠️
CAPÍTULO 1 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 2 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 3 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 4 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 5 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 6 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 7 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 8 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 9 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 10 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 11 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 12 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 13 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 14 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 15 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 16 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 17 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 18 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 19 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 20 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 21 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 22 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 23 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 24 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 25 (CORREGIDO)
Capítulo 27 (CORREGIDO)
CAPÍTULO 28 (CORREGIDO)
Capítulo 29 (CORREGIDO)
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36; Parte 1
Capítulo 36; Parte 2
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40 //FINAL//
Epilogo
Praesagium
⚠️ NOTICIA IMPORTANTE ⚠️
EXTRA
EXTRA 2
EXTRA 3
EXTRA 4
EXTRA 5
CONTINUACIÓN
EXTRA 6

CAPÍTULO 26 (CORREGIDO)

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By girl_blue_666


Hanna Morgan

— No tienes nada.

— ¿Tampoco estoy embarazada?

— Siempre usas condón por lo que me has dicho y el dolor en el pecho no es un síntoma del embarazo.

— ¿Y si...?

— Estas bien, Hanna.

— ¿Seguro? — Me inclino hacía las hojas en sus manos esperando poder leer algo.

Aunque lo hiciera probablemente no entendería ni una mierda.

— Totalmente, los exámenes de sangre están en orden, los de orina también, la radiografía no muestra nada en el esófago y bueno, tus pulmones... Si no quieres tener problemas en unos años más deberías dejar de fumar.

— Ya, eso no pasara. Estoy aquí porque tengo punzadas en el pecho, es un dolor intenso, es... Una presión como si algo se quedara atorado en la garganta.

— Mm...

El doctor Simón se gira hacía su computadora y ruedo los ojos cuando volvemos a quedar en silencio.

— Probablemente el asma volvió, ¿Has sufrido de ansiedad últimamente?

— Esa mierda no se relaciona.

— ¡Solo trato de ayudarte, Hanna! — Suspira profundamente ya cansado de mí y saca una hoja anotando algo. — No es nada físico, si tu asma no volvió, pues no encuentro sentido a tus dolores. Aunque también puede ser algo psicológico, ¿Por qué pasas por la consulta uno de estos días?

— Ni lo sueñes. — Río viendo cómo me extiende la nota y niega guardándola junto a los demás papeles en mi carpeta.

— Vamos Hanna, soy tu doctor, — Me extiende la carpeta y sus ojos mieles me observan fijamente. — Es sorprendente como tú adicción no dejo consecuencias físicas aparte del asma, pero estoy seguro de que si dejo consecuencias psicológicas. Solo ve una vez, si quieres abandonala a los diez minutos, pero ve. Si es tan inútil como tú dices, ¿Que pierdes?

— Tiempo.

— Serán sólo diez minutos. — Tomo la carpeta de sus manos dejando escapar un suspiro.

— Cinco minutos y luego pasas por mí para ir a coger.

— Trato.

Sonrío y salgo de la oficina avanzando al estacionamiento. Odio los psicólogos, te hablan como si fueras idiota y te dicen lo que ya sabes, pero con palabras rebuscadas para que no digan que su título es regalado. ¿Para qué gastar tiempo en sesiones de una hora cuando en ese tiempo puedo estar cogiendo o comiendo fresas?

O ambas al mismo tiempo...

Me quedo sentada en mi descapotable unos minutos viendo el nombre que escribió Simón, no se distingue ni una mierda, son solo rayas sin sentido alguno de color azul. Aun así, ya sabía lo que decía.

Cynthia Poulsen.

Psicóloga especializada y bla bla bla, varias veces Simón me la ha recomendado, según él me hace falta y según yo solo quiere joderme.

Acelero saliendo del centro médico y en el GPS pongo la estúpida dirección de la estúpida consulta. No pasa más de un minuto cuando mi móvil comienza a vibrar con otra llamada. Suspiró profundamente y contesto acelerando cuando la luz cambia a rojo.

— ¿Sí?

Cambiaste la ruta, los guardias tenían resguardada la zona hacía el Penthouse.

— Si lo siento, surgió algo.

¿Disculpa? Tengo a treinta de mis mejores hombres cuidándote y los haces quedar como idiotas resguardando un camino por donde no pasarás, ¿Se puede saber que surgió?

— Una cogida con mi doctor, ya sabes lo normal. — Derryl se mantiene en silencio unos segundos y probablemente está sosteniéndose el puente de la nariz pensando en cómo esa niña rubia a la que solía darle golosinas terminó convirtiéndose en la zorra mayor.

Ya te encontraron, y si vuelve a surgir algo, me gustaría saberlo, es por tu seguridad. Sobre todos estos días, Artemio ha estado oculto y no sabemos si quiere actuar antes de tu cumpleaños.

— Lo tendré presente. — Corto la llamada y entro en el estacionamiento pequeño.

Una vez entro a la consulta, un fuerte color amarillo en las paredes me pone de los nervios, no había cuadros ni nada, solo paredes amarillas, amarillo feo.

— Hola buenas tardes, ¿Tiene una cita agendada o desea agendar alguna?

— Busco a la psicóloga Cynthia Poulsen. — Me acerco al mostrador y detallo las gafas verde vómito de la mujer anciana.

— ¿Tiene una cita agendada o desea agendar una? — Repite y ladeo ligeramente el rostro mirándola a los ojos.

— Su esposo me mando.

Si, suelo acostarme con hombres casados, aunque nunca veo a sus esposas, así que la culpa no es algo que suela sentir. Después de todo si ellos no respetan su relación no es mi culpa, ellos deberían ser fieles a sus esposas, no yo.

La mujer asiente y se levanta lentamente. Lo hace con tanta lentitud que me molesta, abre la puerta y comienza a hablar con alguien en susurros. Al rato vuelve a sentarse y sale una mujer con una sonrisa.

— Hola, bienvenida. — Abre la puerta por completo y entró con ella a la habitación. Las paredes no son amarillas, son blancas y todo está decorado con cosas verdes y azules.

Me siento donde ella me indica y cruzo mis piernas al hacerlo. Dejo mi bolso a mi lado y saco mi móvil viendo la hora.

Cinco minutos y me largo.

»— Me llamo...

— Sé cómo te llamas, por algo estoy aquí sin agendar una cita. — La miró fijamente y ella me sonríe ligeramente acomodándose en su lugar.

— Bien, ¿Cómo te llamas? Mi esposo siempre me habla de una chica que podría venir a verme, pero nunca dijo nada más. — Alzó una ceja cruzándome de brazos.

— ¿Es en serio?

— Obviamente, él trabaja muy en serio con la confidencialidad médico paciente y...

— Hablo de que no sabes quién soy.

— Oh... — Vuelve a sonreír con los labios juntos y toma una libreta de su lado anotando algo que no alcanzo a ver. — ¿Debería saber quién eres?

— Es difícil que alguien no sepa quién soy hoy en día. — Asiente otra vez moviendo el lápiz sobre su libreta y eso me inquieta.

"— ¿Qué anotas mami?

— Nada, sigue hablando."

»— Soy Hanna Morgan.

— ¿Puedes decirme tu nombre completo? — Vuelve a sonreír y no me gusta. Es una sonrisa falsa que de seguro le da a todos sus pacientes, una sonrisa para que se sientan en calma y así suelten toda su vida.

Oh cariño conmigo no funcionara, cinco minutos y luego iré a coger.

— Hanna Lauralei Morgan.

🚬🚬🚬🚬

— ¿Y cómo te sentiste cuando Aarón te rechazo por lo que le dijo tu madre?

— ¡Un asco! ¿Cómo te sentirías tú? Se supone que estaríamos juntos a pesar de todo, que podríamos contra cualquier cosa y cuando se entera de eso... me miró como si fuera basura maloliente.

— ¿Y respecto a tu madre? ¿Cómo te sentiste con ella?

— Las ganas de matarla aumentaron. — Cynthia asiente anotando en su libreta y yo miro la hora en mi móvil.

Carajo, ya llevo tres horas aquí.

Bien, lo hizo, logró que hablara y aunque no vaya a admitirlo, se sintió liberador hablar con alguien sobre todo.

— Bien... Creo que podemos seguir otro día si gustas. — Cierra la libreta y me sonríe. — Agradezco que vinieras Hanna, guardarte todas esas cosas tiene que haber sido muy duro para ti, sobre todo por qué la persona que te hizo tanto daño era tu madre, la mujer que debía protegerte de todo.

»— Sabes... — Se levanta yendo a su escritorio y vuelve con una hoja bastante formal. — Puedes demandarla, lo que ella hizo fue muy cruel, fue inhumano, sobre todo por qué solo eras una niña.

"— ¿Dónde vamos, mami?

— Cierra la boca.

— Son muchos pisos, ¿Vamos a la luna?

— ¡HANNA CÁLLATE DE UNA PUTA VEZ!"

»— Si quieres, puedo ayudarte en el proceso de la demanda, ella pagaría ante la ley por lo que hizo.

Me extiende un lápiz y niego entregándole la hoja.

— Ella pagará, pero frente al diablo en persona, ella sufrirá y luego morirá. No va a quedarse en una cárcel donde tendrá todos los lujos si es que no soborna al jurado para dejarla salir.

Me levanto tomando mi bolso, Cynthia me sigue con su mirada.

— ¿Volverás a venir? Puede que las primeras sesiones te sientas incómoda hablando de esto, pero te prometo que en un futuro te sentirás mucho mejor.

— Me lo pensaré, ¿Cómo te pago lo de ahora?

— Oh no, ve sin cuidado, si vienes otra vez ahí hablaremos de dinero. — Sonríe y abre la puerta. — Un gusto conocerte, Hanna Morgan.

Asiento viendo de reojo a la anciana dormir en el mostrador y vuelvo a ver a la mujer.

— ¿En serio no me conocías?

— ¿Alguien lo hace? — Me sonríe ligeramente. — He escuchado sobre ti, pero no me dejo llevar por lo que dice la gente.

Asiento.

— Nos vemos, Cynthia.

— ¿Eso significa que volverás?

— Quizás vuelva solo para terminar de contarte, ¿No te da curiosidad saber cómo termine en San Francisco? — Sonrío divertida.

Mientras camino en el estacionamiento logró divisar el Mercedes de los guardias y dejo de sonreír entrando a mi auto. No me gusta tener guardias, es molesto, por eso casi siempre les pido que se queden encubiertos y lejos de mí, pero con mis veinticinco a la vuelta de la esquina, todos están muy tensos.

Enciendo la radio y apretó el botón viendo el techo del Lexus Lc 500 cubrir mi cabeza lentamente. Acelero el auto en el lugar y el ronroneo que produce el auto me hace sonreír.

Estoy por hacerlo otra vez, pero veo mi móvil encenderse en el asiento del copiloto. Salgo del estacionamiento con la idea de ir hacía el Penthouse y contesto la llamada mientras el móvil se conecta a las bocinas del auto.

— ¿Quién es?

Adrien.

Ah mierda.

Freno viendo la luz roja y siento otra vez la presión por la que fui al doctor. Si me muero y él no supo qué tenía, en mi testamento voy a pedir que le quiten su licencia médica.

»— ¿Dónde estás? Quiero hablar algo contigo.

— Estoy a punto de ir a coger, ¿Qué quieres hablar?

Quiero que hablemos sobre lo mucho que te amo.

— ¿Eso significa que ya quieres coger? — Siento mis labios estirarse y giro con cuidado cuando la luz verde se enciende.

Si, ya puedes cubrirme de fresas.

— Voy a aceptar antes de que te arrepientas, ¿Dónde estás?

En el Penthouse, tus guardias dijeron que estabas cogiendo con tu doctor y que probablemente no llegarías.

— Si bueno, es lo que suelo hacer. Baja, espérame en el estacionamiento.

¿Por qué? Vas a subir de todas maneras.

— Solo baja. — Corto la llamada apagando el móvil y acelero en la última avenida viendo cinco cuadras antes mi edificio.

Una vez entro al estacionamiento bajo la velocidad viendo al chico junto al ascensor, saco la mano por la ventana pidiéndole que se acerque y él lo hace mirando detenidamente mi auto. Sube a mi lado y le bajo a la radio.

— Mentiste.

Específica sobre qué.

Me giro hacía él mientras vuelvo a salir del estacionamiento.

»— Dijiste que ibas a coger y recién cogiste con tu doctor.

— ¿Y? Lo de qué cojo con tres hombres diferentes en una noche no es una exageración.

— ¿Y dejaste una cogida por qué te llame? — Abre la carpeta que trae en sus manos y reconozco los papeles, aunque no alcance a leerlos.

— Deje una cogida por qué me dijiste que tenía permiso para cubrirte de fresas.

— Si respecto a eso, era mentira. — Veo cómo una de sus comisuras se alza y no puedo evitar imitarlo mordiéndome el labio. — ¿Dónde vamos?

— Tengo un bebe nuevo, quiero enseñarle a correr. — Lo veo fruncir el ceño y mira a detalle el tablero del auto.

— He estado unos cuantos meses aquí y te he visto con tres autos diferentes y una moto. ¿Cuántos autos tienes en total?

— No voy a responder eso, voy a quedar como una derrochadora. — Aceleró en la calle casi vacía. — Pero te diré qué mi colección de autos es una de las más grandes.

— ¿Cuál fue el primero? El que comenzó esta loca obsesión por los autos.

— No tengo una obsesión por los autos, solo me gustan y ya.

— Un adicto nunca reconoce que es adic... — Se calla de golpe y rio a carcajadas mirándolo de reojo.

— Si Adrien, tenemos la confianza para hacer chistes sobre mi etapa de drogadicta suicida. Y no, no soy adicta a los coches, reconozco mi adicción al sexo, a las fresas y a los habanos, pero los coches y las motos solo me gustan.

— Haré cómo que te creo, ¿Cuál fue el primero?

Miro la calle frente a nosotros y bajo la velocidad entrando al recinto.

»— ¿Por qué venimos al aeropuerto?

— Voy a correr a mi bebe, ¿Lo olvidas tan rápido? Cielos Adrien. — Ruedo los ojos divertida y estaciono frente a la barrera de seguridad alcanzando mi bolso en la parte de atrás.

— No puedes correr aquí. — Mira de hito en hito al guardia del lugar y a mí. Rio sacando unos cuantos billetes de cien y se los entregó al guardia viéndolo abrir la barrera de seguridad.

— Soy Hanna Morgan, puedo hacer todo lo que quiero.

Acelero a tope en la pista vacía y Adrien maldice a mi lado aferrándose al asiento.

»— Un Camaro amarillo, me compré al jodido Bumblebee a los diecinueve, vi la película y me fascino el auto, ¿Sabes? Me imaginaba conduciéndolo y soñé con él durante una semana. Y Thomas me dijo; "¿Y por qué no te lo compras?" Pues yo le dije que no sabía conducir.

— ¿No sabias? — Ríe a mi lado y bajo la velocidad hasta detenerme mirando cómo el sol comenzaba a acercarse al horizonte.

— No, en Las Vegas teníamos choferes y cuando me escapa era más fácil hacerlo a pie. Asique me lo compre y le pedí a Ryan que me enseñara a manejar. — Abro la puerta y rodeo el auto abriendo la puerta de Adrien con una sonrisa.

Sus ojos azules me miran como si estuviera desquiciada.

»— Baja, lo conducirás tú.

— ¿En serio? — Me mira sonriente y asiento tomando la carpeta una vez baja. Subo al asiento del copiloto y dejo la carpeta atrás.

— Vamos, muéstrame qué no eres aburrido. — Lo veo ponerse el cinturón de seguridad y ruedo los ojos imitándolo cuando me mira esperando que yo también lo haga. — Que divertido correr un auto usando cinturón.

— Cierra la boca. — Sonríe y acelera gradualmente mirando asombrado los controles del auto. Enciendo la radio. — Si pones música voy a desconcentrarse.

— ¿En serio quieres estar concentrado? Vamos, se salvaje por una vez en tu vida. — Abro Spotify en la pantalla táctil del auto y busco la canción viendo de reojo al hombre a mi lado.

Estar encerrada aquí con él me hace ser consciente de lo bien que huele. Es un aroma dulce pero tan masculino, es... Carajo, no sé cómo explicarlo, solo sé que me vuelve loca su olor.

— ¿Cual buscas?

— Animals, — Sonrío dándole click y subo todo el volumen acomodándome en mi asiento. — Baby I'm preying on you tonight, Hunt you down eat you alive.

Canto en alto y él ríe acelerando. Canta lo que sigue, pero su voz se mezcla con la música y solo lo veo mover la boca mientras sus manos se aferran al cuero del manubrio.

Sus labios son bastante generosos, y de un tono rosa pálido qué los hace lucir apetitosos. Sus pestañas acarician la piel bajo sus ojos cada vez que pestañea y el azul intenso de sus ojos se ve increíble con la luz del atardecer dándole de frente.

¿Cómo es que no hay una foto de este hombre en un museo?

Da unas cuantas vueltas en la pista vacía, unos cuantos derrapes y unas cuantas frenadas cuando casi choca con los conos. Cada una de sus maniobras me sorprende, no solo por la habilidad que tiene, sino que es como si estuviera siendo él mismo por primera vez en su vida.

Libre, despreocupado y divertido.

No sé preocupaba por nada más que no hacernos morir, aunque claro, las cosas con las que podíamos chocar no nos dañarían de gravedad. Luce menos tenso que cuando lo vi junto al ascensor.

En cierto momento, después de unas cuantas canciones, estaciona en el lugar más apartado del aeropuerto. En ese lugar podíamos ver claramente el atardecer.

Era una vista libre de nubes, el color melocotón predominaba en el horizonte y sobre el había un celeste suave que, si alzabas más la vista, se convertía en un azul marino.

Otra canción comienza y le bajo el volumen sin quitar la vista del frente.

— No cogía, fui con una psicóloga. — No sé por qué lo solté, solo quise hacerlo.

Adrien asintió a mi lado y de reojo pude darme cuenta de que él igual estaba con la vista fija en el bello atardecer.

— ¿Se sintió bien hablar?

— Si... En realidad, nunca quise ir con ninguno ya que pensé que todos seria como Sasha. Ella es psicóloga y psiquiatra, por cierto. — Murmuro y Adrien asiente a mi lado.

»— Dice que debería volver a ir.

— ¿Quieres volver a ir? — Balanceo mi cabeza y luego me giro hacía él sin saber que responder. — ¿Ya contaste lo más doloroso? — Sus ojos me miran fijamente y me giro hacia el atardecer incapaz de verle a los ojos, asintiendo lentamente siendo consciente de que sus ojos no se apartan de mi rostro.

»— ¿Entonces por qué no volver? Ya hiciste lo más difícil, contarle a alguien tus problemas. Si sientes miedo...

— No siento miedo, no seas idiota.

Escucho una fuerte respiración sabiendo que acaba de formarse una sonrisa en sus labios.

— Esa psicóloga no te va a juzgar, no te señalará ni mucho menos te hará sentir culpable, todo lo contrario, va a guiarte para que te sientas mejor. Yo creo que deberías ir, ella no será como Sasha.

El naranjo del atardecer comienza a desvanecerse y la noche oscura comienza a tomar lugar,

— La odio tanto, Adrien.

— Nadie te pide que no lo hagas.

Nos quedamos en silencio y mi mirada no pierde el evento frente a mis ojos. Vuelvo a subirle el volumen a la música y el que el hombre a mi lado no haga mención alguna mas al asunto me calma, hace que un agradable fuego recorra mi pecho y se quede allí.

Lo observo de reojo sin evitarlo al ya no sentir su mirada posada en mi y el encontrar sus ojos sobre el espectacular anochecer me hace sentir segura.

¿Segura de que? No tengo ni puta idea, pero es un sentimiento conocido, uno que lamentablemente no sentía hace bastante tiempo.

Decido dejar eso de lado y concentrarme en el anochecer.

Las noches son mi horario favorito del día, sin embargo no puedo dejar de admirar a los atardeceres.

Es un momento especial, suele durar solo un par de minutos pero lo suficiente para robarse la atención de todos.

Algunos deciden tomar fotografías y conservarlos, ese no es mi tipo de gente. Soy de que encuentra a los atardeceres bellos por la misma razón por la que no necesitan fotografías.

Son efímeros.

Cada uno es especial a su manera y ahí es donde se encuentra la verdadera belleza. Ni un solo atardecer es igual al anterior, su belleza es efimera y se renueva con cada anochecer.

Cada vez que tengo la suerte de ver uno, detengo lo que estoy haciendo y me quedo observándolos, apreciando la belleza del cielo que ocurre cada día, en solo un par de minutos.

En Las Vegas, luego de volver de la escuela, solía subir al techo de la mansión y me quedaba hasta que la oscuridad lo envolvía todo.

— Es hermoso, ¿Verdad? Cuando lo ves piensas; "Este es el atardecer más perfecto de todos, nunca habrá uno mejor" Y pum, al día siguiente piensas lo mismo. — Comento al hombre a mi lado.

— No importan cuanto los veas, siempre son más atractivos.

— Y luce como si eso no fuera posible. — Sonrío y cuando siento su mirada sobre mí, me giro.

— Exactamente.

Sus ojos miran fijamente los míos y cuando su mano toma mi mejilla creo que podría sonrojarme con lo íntimo qué se siente su toque.

Sin embargo, Hanna Morgan no se sonroja así de fácil.

— Hablamos de los atardeceres, ¿Verdad? — Niega.

— Hablo de tus ojos, el atardecer me hace pensar en ellos. No logro entender lo hipnóticos que son... su forma, tus pestañas, el color, el tamaño de tu iris, como el azul y el celeste se mezclan y se mantienen... Lo intensa que puede ser tu mirada... — Frunce ligeramente el ceño acariciando mi mejilla. — ¿Porque es en lo último que pienso al dormir?

Su pregunta suena más a una que se pregunta a sí mismo más que a mí.

Aparto su mano carraspeando y me acomodo en mi lugar viendo la tercera parte del sol esconderse.

— Porque soy jodidamente ardiente y te pongo duro con una mirada. ¿Qué querías hablar en el Penthouse?

— Quiero besarte, Hanna.

Sonrío divertida y ladeo mi rostro viendo sus ojos.

— ¿Eso querías hablar? Vaya... ¿Qué pensaría Tania? — Mis palabras lo hacen fruncir el ceño y estira su brazo hacía los asientos traseros tomando la carpeta.

— Fui al Penthouse por qué firmé los documentos, aceptó el empleo. Me quedo cinco años. — Asiento tomando la carpeta y voy pasando las hojas comprobando que firmó todo.

— Oficialmente eres mi sumiso.

— ¿Qué?

— Se lo llevare a mis abogados y cualquier cosa te aviso. — Sonrío y guardo la carpeta en la guantera. — ¿Qué hay de lamerle las bolas a tu padre?

— Me convenciste para que dejara de hacerlo. Quizás después de los cinco años vuelva, pero no lo sé, no quiero pensar en eso ahora mismo.

— ¿En qué quieres pensar ahora mismo? — Apoyo mi cabeza en el asiento y él hace lo mismo mirándome fijamente.

— No quiero hacerlo, siempre estoy pensando y no lo sé... Una cosa lleva a la otra y termino deprimido por qué tengo veintiséis años y no he hecho ni una mierda.

— Ya veo, el estrés te tiene en ese momento. — Rio un poco y él frunce el ceño.

»— ¿Qué importa que no hayas hecho nada? Yo creo que has hecho mucho, tuviste novias, fuiste a la universidad, casi te casas, viviste en la casa de tus sueños junto a la mujer qué soñaste.

»— Viajaste al otro lado del mundo, trabajaste en un bar y en la cima de todas las cosas qué has hecho, está el qué tienes un cuerpo sabroso de gimnasio. ¿Sabes cuantos de hombres los veintiséis están tan sexys?

— ¿Cientos?

— Millones, pero eres parte de esos millones. — Rio bajo y él me imita negando. Sonrío y le doy una suave palmadita en la mejilla. — No pienses en lo que has hecho y en lo que no, para eso tendrás tiempo cuando viejo. Ahora piensa en lo que harás ahora y lo que harás mañana. No vivas como liebre ni tampoco cómo tortuga.

Asiente lentamente y toma mi mano presionándola contra su rostro.

— ¿Cómo vives tú?

— Vivo siendo consciente de que ya pasé lo peor. Vivo siendo consciente de que no habrá otra vida después de está. Vivo sin miedo porque el miedo solo te limita... te contaré un secreto. — Me acerco a él y gira su rostro para que le hable al oído.

»— Me iré al infierno, pero pienso irme satisfecha por qué hice todo lo que quise.

— ¿Por qué estás tan segura de qué irás al infierno? — Gira su rostro y la punta de su nariz roza la mía.

»— Todo pecador que se arrepienta puede ir al cielo, o algo así tengo entendido. Yo soy una pecadora y el arrepentimiento es patético.

— ¿No te arrepientes de nada?

— Nunca me arrepentiré de algo. — Murmuro y miro sus labios. — ¿Te arrepientes de algo?

— Me arrepiento de muchas cosas, algunas relacionadas contigo.

— Dime una, yo juzgaré si vas al cielo o no. — Miro el azul de sus ojos.

— Oh San Hanna, estoy tan arrepentido. — Murmura y el brillo de diversión de su mirada me hace reír. — No debí dejar que hablaras cuando entramos al baño del cuarto negro.

— ¿No? ¿Qué debiste hacer? — Me lamo los labios y bajo mi mano a su cuello acariciando su piel.

— Debí besarte, quería hacerlo.

— ¿Y para qué? Tampoco es que hubiésemos hecho mucho después de otra sesión de besos.

— La cosa es que en ese momento no estaba pensando, y quizás si hubiésemos hecho algo.

— ¿Me estás diciendo que pudimos haber cogido en el baño, pero la jodí hablando? — Alzó una ceja divertida y él asiente riendo. Sonrío y tiro de su cuello rozando sus labios. Miro sus ojos una vez más.

»— Prometo quedarme callada esta vez.

Él es el qué junta nuestros labios y nos fundimos en un beso necesitado donde nuestras lenguas reclaman el toque de la otra, ese toque familiar comenzaba a hacerse adictivo aun cuando no lo admitiera.

La música seguía reproduciéndose y le daba un toque ardiente a la situación. Por qué obvio, si hubiese estado sonando Adele con Hello, dudo mucho que nos besáramos de una forma tan caliente.

Sus manos se mantenían fuera del juego y de reojo podía ver cómo apretaba los puños conteniéndose. ¿Por qué?

Tiro de su cabello una vez más apartándome de sus labios y le miro a los ojos con la respiración agitada. La suya está igual y su mirada azulada está oscurecida con las ganas que me tiene.

Salgo de mi lugar sin dejar de mirarle y me siento a horcajadas sobre él haciendo que mi falda se suba.

— Hanna...

— Si yo no hablo, tú tampoco. — Vuelvo a besarle lamiendo su labio inferior y sus manos suben a mi cintura apretándome contra él.

Alzó su mentón consiguiendo recorrer sus labios de una forma más directa y bajo mi mano por su torso hasta su cinturón. Toma mi mano y suspiró contra sus labios.

— Alguien puede vernos.

— ¿Nunca lo has hecho en un auto? — Alzó una ceja divertida y él niega.

— Nunca en un lugar público si te soy sincero.

Oh santo mierda, quiero obligarlo a follarme en todos los lugares públicos.

Estiro mis comisuras con malicia y quito el broche de su cinturón mirándolo a los ojos.

— No lo pienses, no pienses en absoluto. ¿Bien? — Asiente y vuelvo a besarle metiendo mi lengua a su boca.

Si besa bien, no puede defraudarme a la hora de follar, ¿O sí?

Bajo con cuidado el cierre y la respiración del castaño se torna pesada cuando lo toco sobre el bóxer.

»— Te dije que no pensaras. — Lo regaño y él vuelve a besarme apartando mis manos. Sus manos se aferran a mis muslos y me acercan más a él.

— No estoy pensando. — Murmura antes de bajar sus besos por mi cuello y succionar mi piel deslizando sus manos a mi culo. Sube la falda hasta mi cintura y estruja mis nalgas devorándome la boca.

La manera en la que me besaba y tocaba no era única, no era el primero en tocarme así, asique sabía que realmente íbamos a hacerlo. La forma en la que sus manos recorrían mis caderas y mis muslos, los besos que dejaba en mi mandíbula, cuello y clavículas; Eran la clara señal de que estaba ansioso por que lo hiciéramos.

Todo eso y la erección que crecía contra mi coño.

La noche envolvía el coche y sus manos envolvían mis pechos mientras succionaba como un bebé hambriento mis pezones. El bulto en su pantalón se hacía más y más grande junto a las ganas de tenerlo dentro de mí. Mis caderas se movían contra él y la textura de su vaquero contra mis bragas se sentía deliciosa.

Adrien se aparta de mis senos y me mira lamiéndose los labios. Su palma abierta se desliza por mi vientre y pasa sobre mi falda arrugada sin apartar sus ojos azules de los míos.

— ¿Qué tan mojada estás, Hanna? — Su voz enronquecida combinada con sus dedos presionando contra mis bragas me hacen morder el labio con fuerza para no soltar un gemido.

— Descúbrelo.

Una sonrisa ladeada le decora el rostro y sin dejar de mirarme mete sus dedos en mis bragas y abriéndose paso entre mis labios.

— Bastante mojada... — Murmura contra mis labios y vuelve a besarme moviendo sus dedos sobre mí. Cierro mis ojos y tiró de la palanca haciendo que se recueste en el asiento con mi cuerpo sobre el suyo.

— ¿Y sabes por qué?

— ¿Por qué?

— Porque quiero que me cojas. — Deslizo mis labios por su mejilla y muerdo el lóbulo de su oreja con la respiración agitada por el ritmo de sus dedos sobre mi entrepierna. — Quiero que me hagas tuya, Adrien D. Volkov.

Me siento sobre él teniendo cuidado de no chocar con el techo y bajo su bragueta junto a su bóxer lamiéndome los labios. Bajo la tela y su miembro endurecido me seca la boca.

Es el pene perfecto.

Tiene el grosor, el largo, la forma e incluso las venas. ¿Dios, este pene es real? Le doy veinte centímetros.

Oh si, este imbécil es un egoísta, todos estos meses guardándose semejante paquete para él solo.

— ¿Vas a mirarlo toda la noche o lo meterás?

Lo vuelvo a mirar a los ojos y envuelvo su falo masturbándolo con lentitud. Su mirada no me abandona y tira de mi brazo libre juntando nuestras bocas con brusquedad, sus dientes chocan con los míos y luego muerden con fuerza mi labio inferior haciéndome soltar un gemido.

Me gusta este Adrien.

Que se joda el príncipe azul, yo quiero al ruso cachondo.

— ¿Dónde quieres que lo meta? — Murmuró contra su boca y lo suelto. Acomodo mi entrepierna sobre la suya y apartando mis bragas, comienzo a frotarme contra él. — Vamos Adrien, te daré el gusto de qué folles lo que gustes esta noche.

Sus ojos se cierran mientras maldice en ruso sintiendo mis labios envolver su carne caliente.

— Cuando estas así sobre mí, la elección no es tan difícil. — Murmura y sonrío acomodándome sobre sus caderas. Tomo su miembro desnudo y lo guío hacía mi entrada ansiosa.

Antes de follar a un hombre ya sé que es lo que le gusta; Suave o brusco, duro o delicado, lento o rápido. Sin embargo, estos meses conociendo a Adrien, físicamente se ve de los que cogen duro y rápido, pero cuando abre la boca, te das cuenta que es de los empalagosos qué no cogen, sino que te hace el amor.

Ahora teniéndolo así bajo mi cuerpo, con su falo duro y húmedo, y esa mirada desesperada; Sé que es un hombre qué te hace el amor cogiéndote duro.

Con la intención de torturarlo, voy bajando mis caderas lentamente, Adrien me mira urgido, toma mis caderas y me llena de golpe con sus veinte centímetros sino más.

Me aferro a sus brazos gimiendo por su brusquedad y él se inclina hacia mí besándome con devoción. Sus labios succionan y sus dientes muerden haciéndome probar el sabor metálico de mi propia sangre.

No pasa mucho hasta que me adapto a su gran tamaño y comienzo a alzar y bajar mis caderas gimiendo y jadeando contra sus labios. Su boca suelta insultos en su idioma natal y solo logra calentarme más. Sus manos aprietan mi culo guiando mis movimientos a un ritmo más rápido y apoyo mi espalda en el volante viendo el escenario completo.

Las ventanas están empañadas y recién comenzamos, la oscuridad nos envuelve, pero nosotros planeamos encender el maldito auto con nuestros movimientos.

Adrien se sienta y tira de mi cintura apegándome a su cuerpo, gotas de sudor corren por su frente y sus ojos me miran como si fuera la fresa más sabrosa del puto universo.

— Joder, eres tan estrecha... — Gruñe y besa mi cuello lamiéndolo y mordiéndolo en el progreso. — Podría follarte toda una vida, Hanna.

— ¿Y qué mierda hacemos hablando? — Bajo mis manos al doblez de su camiseta y la alzó quitándosela con rapidez. Se pierde en la oscuridad del auto y volvemos a besarnos mientras muevo mis caderas en círculos sobre él.

Me aferro a sus hombros y él alza sus caderas embistiéndome con fuerza cada vez que mis caderas bajan. Sus besos se deslizan a mis pechos y tira con sus dientes de mis pezones al mismo tiempo que entierro mis uñas sobre sus omóplatos.

Vuelve a recostarse sobre el asiento, acomodo lo mejor que puedo mis piernas a los lados y él con una mano en mi espalda baja, embiste contra lo más profundo de mi interior. Dejo caer mi cabeza sobre su hombro y me dejo llevar por la deliciosa sensación de su miembro entrando y saliendo de mí.

Su gran tamaño me llenaba por completo y lo sentía hasta la médula cada vez que se hundía en mi vagina.

Sus gruñidos y jadeos chocan con mi oreja al mismo tiempo que sus palabras sucias en ruso. La música no paraba de sonar y por primera vez le prestó atención.

— Down on the West Coast they got a sayin'

»— "If you're not drinkin' then you're not playin'"

»— But you've got the music, you've got the music

»— In you, don't you?

Su melodía me excitaba y el auto se incendió en llamas. Sus manos sobre mi cuerpo, su respiración agitada, sus gemidos y sus besos, se sentían tan jodidamente calientes que el solo pensar en eso, ya me tenía cerca del orgasmo.

La cabeza de su miembro tocaba en un ritmo constante esa parte dentro de mí y por el agarre violento de sus manos sobre mi piel, sabía que ambos estábamos a solo unos segundos.

— Mírame. — Alzo mi cabeza afirmándome del asiento junto a su cabeza y se lame los labios. — Quiero verte a los ojos cuando te corras.

Oh mierda, ¿Podría hablarme así desde ahora en adelante toda la vida?

— ¿Y si no quiero? — Miro hacía la ventana y junto mis labios cuando empuja con más fuerza contra mí.

No soy sumisa, yo soy la que da las reglas.

— No pregunte si querías, ahora mírame joder. — Su mano azota mi culo con fuerza y arqueo la espalda soltando el gemido más alto de la noche. — Hanna, mírame a los ojos mientras te vienes sobre mi pene.

Vuelve a maltratar mi trasero y le miro a los ojos sintiendo mis jugos correr por mis muslos. Solo un poco más y ya...

— Adrien... — Sus ojos azules nunca se habían visto tan oscuros como ahora mismo, y me prende lo que veo.

— ¿Si? — Su mandíbula se tensa y me mantiene la mirada.

— Córrete conmigo. — Mis palabras lo ponen al límite y sus movimientos aumentan junto al sonido obsceno de nuestro húmedo encuentro.

Lo siento ponerse más rígido en mi interior y viendo sus ojos, los fuegos artificiales explotan dentro de mi vientre. Energía corre por mi cuerpo explotando en mi coño y entierro mis uñas en sus hombros.

Grito como una perra en celo y me dejo caer sobre su pecho sintiendo su miembro bañarme el interior con su eyaculación.

Mierda.

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