La tercera generación III

By charlottebreedlove

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La muerte de un Weasley da comienzo a las profecías que anuncian una nueva guerra en la comunidad mágica. La... More

Prefacio
Capítulo 1: El conocimiento es poder
Capítulo 2: Luchar con todos los huesos rotos
Capítulo 3: La peor parte es decir adiós
Capítulo 4: El tiempo es una pistola cargada
Capítulo 5: La felicidad duele como una bala en la cabeza
Capítulo 6: Un precio que pagar
Capítulo 7: Sensación de impotencia
Capítulo 8: Verdades y mentiras
Capítulo 9: Latidos
Capítulo 10: Lo que está muerto no puede morir
Capítulo 11: El baile
Capítulo 12: Un paso atrás
Capítulo 13: A punto de
Capítulo 14: En el andén
Capítulo 15: Turbulencias
Capítulo 16: Delirium
Capítulo 17: La suerte está echada
Capítulo 18: Grata sorpresa
Capítulo 20: Aliadas
Capítulo 21: Ad astra
Capítulo 22: Per aspera
Capítulo 23: La unión hace la fuerza
Capítulo 24: Non desista
Capítulo 25: Pero nunca rendirse
Capítulo 26: El lobo ataca con el diente
Capítulo 28: Por la valentía se conoce al león
Capítulo 28: Contraluz
Capítulo 29: In Memoriam
Capítulo 30: Criaturas fantásticas y dónde encontrarlas
Capítulo 31: Sin esperanza, sin miedo
Capítulo 32: Intolerancia
Capítulo 33: El águila no caza moscas
Capítulo 34: Nadie puede escapar
Capítulo 35: En igualdad de circunstancias
Capítulo 36: De sangre
Capítulo 37: Alter ego
Epílogo

Capítulo 19: De las palabras a los golpes

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By charlottebreedlove


Odiaba los hospitales. Nunca traían nada bueno. Ni cuando nacía un niño, el hospital era un lugar para recordar. Se negaba rotundamente a aceptar que sí. Que aquel era el sitio donde todos mejoraban. Claro, visto desde ese punto de vista tan optimista, todo el mundo debería ir allí. Sin embargo, cuanto más tiempo estabas en uno, más grave era aquello por lo que habías venido. Además, aquel infinito pasillo de paredes blancas olía a antiséptico, a pastillas y a enfermos. Se escuchaban susurros, no conversaciones. Los rostros de las personas jamás estaban felices. Jamás. Las sonrisas eran de ánimo, no sinceras. No se podía estar feliz en un hospital. Sobre todo, cuando la persona a la que Louis Weasley quería, llevaba allí más de un mes. En coma.

Chris Nott se había despertado del coma. En el accidente del tren, sufrió una conmoción cerebral que le indujo un coma que había durado hasta aquel momento. Su expresión serena descansaba tranquila. Como si nada hubiese pasado. Como si simplemente hubiese dormido más de la cuenta.

Louis había ido a verle. En Navidad le visitaba todos los días. Quería ver sus ojos al despertar. Saber que estaba bien. Le bastaba con eso. Había despertado hacía una semana. Y los padres de Nott le avisaron aquella mañana. Estaba acostumbrado al rechazo continuo de aquella familia desde que Chris les confesó que estaban juntos. Theodore Nott adoraba a Lucy. Y Louis siempre le había parecido un muchacho demasiado endeble. Nunca lo habían dicho en voz alta, pero el joven Weasley sabía interpretar miradas. No le dolió el hecho de que no le avisasen antes. Theodore Nott, al dar por acabada una clase extra de Defensa Contra las Artes Oscuras, se acercó a Louis y le contó la noticia. El joven se tornó serio. Asintió. Comprendió que aquel hombre le acompañaría. Tenía permiso para salir de Hogwarts con él. Preguntó si Lucy iba a ir y Louis no supo qué decir. ¿Le decía que su prima odiaba a su hijo? Decidió comentárselo a la joven. No obtuvo respuesta. Como siempre.

Estaba esperando en frente de la puerta que escondía a Chris. Sus padres seguramente iban a informarle que habían decidido llamar a su amigo- no le denominaban de otra forma que quizás sonase más adecuada. Quedarían como unos padres tolerantes, aunque lo hacían porque su hijo estaría deseando ver a Louis después de haberlo tenido preocupado durante tantos días. El joven conocía a las enfermeras. Se habían dado cuenta de las tensiones entre el novio del paciente y los padres de este.

Theodore Nott salió de la sala seguido de su esposa. Tenían los ojos llorosos, aun cuando le habían asegurado que su amigo estaba estable y sano. Quizás era por la emoción de poder oír la voz de su hijo de nuevo. Louis no sabía cómo era exactamente aquella familia porque nunca había sido invitado a su gran comedor como lo había sido Lucy un día. No sabía si estaba celoso o simplemente irritado.

Él era el menos Weasley de los Weasley. Nadie pensaba en que los valores de la familia de la Madriguera estuviesen impregnados en él, como lo estaban en los demás miembros. Él era diferente. No era acogedor. No era impulsivo. No era demasiado inteligente. No se dejaba llevar por la pasión. No se preocupaba demasiado por los demás. No tenía ese espíritu familiar Weasley. Sí, era pelirrojo. Pero era más castaño que pelirrojo. Era más individualista que seguidor de: "la unión hace la fuerza". Era egoísta. Demonios, si era Gryffindor era porque no encajaba en ningún otra Casa. No era astuto ni ambicioso. Podría ser celoso y avispado, pero no destacaba en ello. Tampoco era ni excéntrico y para nada sobresalía con sus conocimientos, si es que tenía suficientes. Y no era trabajador ni leal -que se lo preguntasen a Lucy. Podía ser valiente. Sí, eso sí. Podía arriesgar su vida por alguien, en un caso muy extremo. Louis Weasley debería haber ido a Beauxbatons. Encajaría mejor. Encajar, al menos, porque en Hogwarts solo tenía a dos amigos. No hacía más. Y no por su forma de ser. Sino porque no se sentía realmente bien con nadie. Incluso ni con sus hermanas tenía una relación de hermanos. Las quería, pero no tenía con ellas la confianza que Dominique tenía con Victoire o viceversa. Intentaba hacer cosas por ellas, para demostrar que él estaba allí- como hacerle una cabaña a Remus- pero siempre parecía invisible .Por eso siempre había estado con Lucy. Porque era de su edad, su prima, habían crecido juntos y trataba de imitarla en muchos aspectos. Todos creían que tenían personalidades muy parecidas. Lucy lo creía. Pero no era así. Ese parecido era Louis intentando encajar. Y, luego, llegó Nott. Siempre había estado enamorado de él, así que ocultarlo se le daba demasiado bien. No como a Lucy, la primera elegida. Era por su aire misterioso, por su sonrisa retorcida, por su complejidad, por espíritu de liderazgo, por su tenacidad. Lo admiraba. Y al ser su amigo, había comenzado a amarlo. Sí, amar, que sentimiento tan pleno.

-Puedes pasar, Weasley.- le dijo la señora Nott, que, aunque supiese su nombre, parecía incapaz de hacer más cercana su relación.

Louis asintió. Se levantó, haciendo mover su capa por donde pasaba. Abrió la puerta y la cerró tras de sí, ya que los padres del paciente habían seguido el pasillo hasta la salida. Se conocía tan bien aquella habitación que supo exactamente dónde mirar para encontrarse a Chris.

Fruncía el entrecejo y le miraba como si fuese un extraño, con la mirada con la que lo conocía. Le había crecido su cabello negro y le rozaba los hombros. Estaba peinado, no como las otras veces que había ido a visitarle. Tenía un pijama puesto, uno azul celeste que le habrían traído sus padres con botones en la parte superior y con una textura fina. No sonreía como Louis esperaba que hubiese hecho.

La Sanadora que se encontraba extrayendo sangre del brazo de Chris acabó su tarea. Se dio cuenta del silencio que había entre ambos y carraspeó. Miró a Louis con aspecto serio. Se llamaba Beatrice Grant, tenía casi cuarenta años y se pasaba horas charlando con el joven Weasley en Navidad.

-Me temo que los señores Nott no te lo han contado...-suspiró.- Christopher Nott sufre amnesia retrograda.- sentenció. Louis tragó saliva esperando que explicase exactamente en qué consistía aquello.- Cuando el cerebro sufre una lesión, en ocasiones sufre amnesia postraumática en la que pierde memoria sobre los eventos que acontecieron antes del accidente. A menudo, es acompañado por amnesia anterógrada, en la que se dificulta la creación de nueva información. En cambio, el señor Nott padece la retrograda, aquella en la que no recuerda momentos del pasado. Hasta lo que hemos podido deducir, no tiene recuerdos desde hace más de siete años. Le pediría, por lo tanto, que no le sature con información sobre usted, sus amigos o sobre Hogwarts, puesto que, en su mente, aun no le ha llegado la carta de Hogwarts. Sabe que existe la magia, puede reconocer a sus padres y no tiene un comportamiento de niño de diez años, lo cual nos sorprende muchísimo. Tampoco tiene conocimiento sobre los asuntos que conciernen al mundo mágico actual, y esperamos que usted pueda ayudarle, siempre y cuando le dé su tiempo para asimilar todo.

Louis sintió una fría bofetada de sentimientos en su rostro. Respiró con dificultad y se llevó su tiempo para asentir. Respiró fuertemente y tuvo que apartar la mirada de los inocentes y claros ojos de Nott. No sabía hasta qué punto iban a llegar las consecuencias.

-¿Recuperará la memoria?

La Sanadora frunció los labios.

-El tiempo lo dirá.- se marchó de la habitación dejando a la pareja sola.

Desprotegida. Vulnerable. Louis se sintió terriblemente solo. Sin apoyo. Cohibido. Le había costado muchísimo tener tanta confianza con Chris. Cuatro años. No podía arreglarlo en minutos. En semanas. No podría besarlo. No podría abrazarlo. O decirle, simplemente, que lo echaba de menos.

-Así que tú eres mi mejor amigo, ¿no?- Louis alzó la mirada hacia su amigo. Le miraba serio. Algo avergonzado, tal vez. Louis tenía un semblante petrificado.- Mis padres me han hablado de ti. Dicen que te has preocupado mucho por mí. Te lo agradezco... Somos muy buenos amigos, ¿no?

-Sí, algo así...- musitó Louis, sin asimilar del todo aquella situación.- Sí, somos muy buenos amigos. Vine aquí en Navidad a verte mucho, no dabas mucha conversación pero al menos sabía que estabas bien- añadió, buscando que sus palabras sonasen a una conversación normal con Chris. No lo era. Probablemente jamás volvería a serlo. Otra cosa en la que Louis no parecía un Weasley: era tremendamente negativo. Pesimista.

Chris esbozó la primera sonrisa sincera. Aquella que daba cuando algún extraño le hacía un cumplido. Extraño. Eran extraños.

-¿Mis amigos sois tú y Lucy, no? Según mis padres.- el joven sonrió.- Me alegro de tenerte como amigo, Weasley.- comentó Chris.

El corazón de Louis se desgarró. Estaba tenso. Nervioso. Era su primera impresión de nuevo. Tenía que dar la talla. Tenía que recuperar a Chris. A su Chris. Le costaba recordar, no porque no pudiese sino porque le dolía, su última conversación con él en el tren. O más bien discusión. Si quería recuperarlo es porque llevaba tiempo temiendo perderle. Discutieron por el difícil y oscuro futuro que Chris veía en su relación. La relación de los sueños de Louis.

Una lágrima estuvo a punto de escaparse de sus ojos.

Tenía que huir de allí. Sin mirar por última vez a Chris salió rápidamente de aquella sala. Dejó al joven Nott solo.

Christopher Nott miró a la ventana de su cuarto. No sabía qué sentir. Ni qué cuestionarse. Le habían dicho que Louis Weasley le sería de mucha ayuda pero, habiendo visto su reacción, dudó de ello. Quizás fuese eso: su primera reacción.

La puerta volvió a abrirse y esperó que fuese una Sanadora que le acompañase a dar una vuelta por los pasillos, ya que tenía las piernas agarrotadas. Tenía muchas ganas de hacer ejercicio o, al menos, de moverse. No sabía si era un deportista o alguien que amase dormir, pero seguramente era lo que debía hacer en ese momento.

Una joven pelirroja entró. Tenía el ceño fruncido. Tenía un rostro dulce, aunque su expresión no mostrase aquello. El pelo liso y retirado de su rostro, enseñando una cara pálida y lisa, con ojos de color avellana que le escudriñaban descaradamente. No tenía ese rostro de preocupación o de lástima que habían tenido todos los demás, era, más bien, como si hubiese sido obligada a ir allí.

-¿Cómo estás?- le preguntó secamente, sin ningún tacto.

Chris dedujo que aquella joven no sabía nada sobre su amnesia, y él no sabía explicarlo tan bien como la Sanadora Grant. Tenía un problema allí.

-Despierto, supongo.- contestó él, nervioso ante aquellos inquisitivos ojos que parecían estar enfadados con él.

-¿Sabes que tu padre me ha obligado a venir? No exactamente obligado, pero sí... Estoy perdiendo clases solo para verte en ese estúpido pijama. No sé ni por qué vengo...- suspiró.

-¿Eres Lucy Weasley?

No necesitaba una respuesta. Realmente planteaba que aquella fuese una afirmación. Examinó mejor a la joven. Si aquella era la prima de su anterior visita, no tenían reacciones similares. Ni actitudes. De hecho, solo se parecían en el castaño rojizo de su pelo. Y solo eso. Los rasgos de la chica eran muchos más redondos que los afilados del joven.

Aquella pregunta descolocó a Lucy. Entornó los ojos. Su cerebro enseguida se puso en alerta. Qué. Estaba. Pasando. ¿SOS? Intuyó que era algo relacionado con su lesión cerebral- Louis se la había contado a pesar de que ella no había pedido el diagnóstico de su ex novio.

-¿Qué te pasa, Chris?- le preguntó, por primera vez desde el accidente, realmente preocupada. Incluso se acercó a él.

-Lo siento.- alcanzó a decir el paciente con una sonrisa de disculpa.- Me temo que no te recuerdo ni a ti ni a Louis Weasley, ni mi supuesta estancia en Hogwarts ni nada desde hace... Mucho tiempo. No sabemos cuánto. -Lucy abrió la boca. Por poco se le cae la mandíbula al suelo.- Por lo menos, sé quién soy y quiénes son mis padres.

-Por las barbas de Merlín...-susurró Lucy.- ¿No recuerdas absolutamente nada? O sea, ¿no sabes quién soy?

-Sé que eres mi amiga.- la joven rio sarcásticamente. Chris se mordió el labio.- ¿O no?

Lucy estuvo a punto de soltar una barbaridad. Pero se contuvo, él no sabía que había sido un capullo con ella y no podía discutir con él cuando él no se acordaba. Qué oportuno. Rompe relaciones. Rompe corazones. Rompe familias. Eso habría sido el karma. Pero un karma bueno porque le hacía inocente de todo lo que había estropeado. Sus crímenes.

-Soy tu ex novia, más bien.- dijo Lucy. Chris abrió los ojos con sorpresa. Contento debía de estar de haber tenido una novia como ella. La joven bufó.- Que te recuperes.- le dijo antes de hacer ademán de abandonarle. No quería estar con él ni un segundo más. No era justo para ella. Con razón Louis había salido de allí como si hubiese visto un fantasma. O a su boggart.

Chris hizo tanto ruido en la camilla al moverse que Lucy se dio la vuelta temiendo que se cayese. No le deseaba nada bueno, pero tampoco nada malo. El joven se estaba levantando. Saliendo de la cama y enseñando su soso pijama de niño de los años 50. Tuvo que contener la risa. El joven la miró a los ojos.

-Acompáñame en mi paseo matutino, si eres tan amable.

Y así era Chris al principio. Tan educado. Parecía que no era capaz de romper un plato, pero allí estaba después de haber roto tantas cosas que no había pegamento en el mundo que lo arreglase. Lucy dudó. Pero temía que se cayese al suelo. No era mala persona. Del todo.

-Claro.- contestó, ayudándole a sostenerse en pie.

Ambos salieron de la habitación hacia un pasillo vacío. Comenzaron a deambular por allí sin un rumbo fijo. Chris se lamió los labios. Ojalá estuviese callado para Lucy.

-¿Por qué ya no estamos juntos?- lo decía con pena, como si le hubiese gustado seguir estando con ella o algo por el estilo, solo porque habría sido la primera persona después de despertar en no haberle tratado como si fuese de cristal.

Tuvo que soltar una risita malvada. No precisamente malvada pero sí traviesa. No se lo iba a decir. Le dejaría a su primo aquel marrón, ya que él lo había hecho.

-Digamos que cambiaste de idea respecto a nuestra relación.- era una forma suave de decir que le ponían los tíos.

-¿En qué sentido? ¿Hice algo?

-No creo que sea hoy el día indicado para contarte cómo me partiste el corazón.- dijo con una sonrisa espléndida. Porque le estaba gustando ese momento más de lo que creía. Era una pequeña venganza justa.

-¿Y nuestro amigo Louis Weasley qué opina? Es decir, éramos tres... Y él tuvo que haber escogido un bando, ¿o estamos bien?

Lucy no pudo evitar reírse de nuevo. Qué perspicaz estaba resultando ser.

-Bueno, yo con él no estoy bien... Pero tú estás estupendamente con él.- contestó bruscamente. Por Merlín, seguro que se había dado cuenta.- Me habéis dejado sola.- añadió para darle más dramatismo (el real) a su situación.

-Ah. Perdón.

Oh. Qué maravilla. Christopher Nott necesitaba tener un accidente, conmoción cerebral, dos meses en coma y amnesia para pedirle perdón por haberse morreado con Louis a sus espaldas antes y después de su relación.

-¿Quieres saber algo más?- preguntó Lucy, esperando cambiar de tema.

Se formó un silencio que duró dos pasillos y medio.

-Sí. Pero no sé cómo contártelo.

-Oh, parece interesante.

-No lo sé.- respondió, pareciendo confuso e inseguro. Era algo que necesitaba contar a alguien que aparentemente confiase en él. Su ex novia no era alguien indicado, pero parecía más receptiva que su amigo.- Tuve una visita poco después de despertarme.

-¿Louis?- preguntó, con sarcasmo e ironía que aún no pillaba Chris.

-No, era una chica.- la mirada asesina de Lucy le sorprendió. O le asustó. Murmuró algo.- Roxanne Weasley, supongo que parte de tu familia, ¿no?

Lucy Weasley se detuvo. Le miró seriamente. Se asustó de pronto. El agarre de la joven en su brazo le hizo daño.

-¿Qué has dicho?- le espetó.

-Roxanne Weasley.

-Explícate.

-Vino a verme... ¿Por qué? ¿Qué pasa con ella?

-¿Vino a verte?- su rostro estaba aterrorizado. - ¿Qué.... Qué te dijo?

-Por eso quería preguntarte... Me dijo que os pusiese a salvo.

Lucy se llevó la mano a la boca.

-¿A quién?

-A todos... ¿A salvo de qué?

-Eso es imposible, Chris... Mi prima Roxanne está muerta.

Le despertó una respiración amortiguada. Le daba miedo abrir los ojos porque sentía un mareo demasiado intenso. Y también náuseas. La sensación que normalmente sentía después de que su padre o su madre le llevasen a algún sitio con un hechizo traslador. Exhaló una respiración larga, que transmitía tanta desesperanza que quiso llorar justo en ese momento. Ojalá sus padres le hubiesen hecho vomitar, ya que eso significaría que estaría a salvo por fin. Estaba a punto de desistir y dejarse llevar por la desnutrición, la deshidratación y la monotonía de un prisionero en una minúscula celda.

Abrió los ojos de golpe.

No estaba en su celda.

No estaba en la podrida celda helada en la que había sido prisionero durante incontables días y en los que había sido torturado, interrogado y en la que había sollozado lo que jamás había hecho antes.

Al principio, la luz tenue de la bombilla le cegó.

¿Le habían rescatado?

Abrió los ojos más fuertemente. Se acostumbró a una luz que le habían robado durante todo aquel tiempo y que solo encendían cuando alguien iba a visitarle. Sus pupilas se encogieron, así que entornó los ojos. No vio nada familiar. ¿Y si estaba en algún sitio del Departamento de Misterios Mágicos? Las paredes vacías y desnudas, de un color gris que volvía a transmitirle aquella soledad que ya parecía no afectarle. En mitad de la habitación, a unos pocos metros de él, se encontraba un mueble oculto por una sábana. Hacía frío y tiritaba, pero ya no se daba cuenta de ello; ya era parte de su día a día.

Se levantó a duras penas. Seguía con aquella camisa con sangre reseca y llena de barro y vómitos. Se acomodó un saco de tela que le servía como capa a sus hombros y se retiró el flequillo de su frente, probablemente ensuciando de nuevo su rostro con el barro que se había incrustado en sus manos. ¿De dónde había salido el barro? Al posar un pie para acercarse a aquel mueble, sintió como un dolor punzaba su pierna.

-¡AAAAARGH!- se desgarró y miró mordiéndose el labio con saña, para quizás evitar gritar de nuevo, la sangre que brotaba de una herida abierta. ¿Qué le habían hecho aquella vez? Se apoyó en la pierna sana y siguió acercándose el espejo, mientras aguantaba con rugidos el intenso dolor.

Cojeó hasta el mueble que se alzaba ante él. La respiración se ocultaba tras el mueble. Era relativamente delgado. No podía ser un armario. Era más bien como un cuadro sobre algún podio. La respiración parecía relajada. Albus Potter ya no tenía por qué asustarse. Fuese lo que fuere que estaba ahí detrás no podría hacerle más daño del que le habían inducido. Además, probablemente fuese un cuadro con alguna figura que le vigilase. Pero, si su objetivo era vigilarle, ¿por qué estaba tapado? Albus frunció el ceño con cierta intriga, después de todo era lo más interesante que le había pasado desde, bueno, la visita de su hermana Lily tras la paliza que le propició el que en ese momento supo que era Frank McOrez. O después de saber que Alice trabajaba para ellos. O tras saber que su antigua vecina Julie Morgan era buscada por el Clan. Y que estaba muerta. ¿Y que tenía que ver con Ivonne Donovan? Sí, había cosas que tenía que asimilar cuando le rescatasen, si es que lo hacían de verdad.

Retiró la sábana que tapaba el posible cuadro. Pero en vez de un cuadro, se topó con un espejo. Y una figura en su interior serena, respirando y con los ojos cerrados.

Albus se asustó y dio un traspié hacia atrás, apoyándose en el pie malo y cayendo ante aquel joven que acababa de abrir los ojos y le miraba de forma asesina.

-No tengas miedo.- susurró.

El joven Potter se volvió a retirar hacia atrás, tirando de su pierna malherida. Tartamudeó algo ininteligible. Su respiración se volvió demasiado rápida. Casi rozando la taquicardia. Su pecho subía y bajaba conforme observaba al joven que estaba dentro del espejo. No era un cuadro, ya que se mostraba la habitación en la que Albus estaba, solo que él no se veía. La única persona que se encontraba tras el espejo era aquel joven de rasgos rectos, ojos verdes y flequillo rizado.

-¿Qui...Quién eres?- cuestionó Albus, intentando que su voz no sonase tan asustadiza como en realidad estaba.

El joven sonrió. Una cálida sonrisa, real, totalmente fuera de lugar en aquel hostil lugar.

-Me llamo Celius O'Smosthery. -Anunció orgulloso.- Usted debe ser uno de esos experimentos que traen, no sé por qué le han metido aquí... Quizás le estén buscando algún lugar.- Albus le miró con recelo.- ¿Cuál es su nombre, joven?

No sabía si sospechar de él o rendirse ante cualquier interrogatorio novedoso. Suspiró y exhaló de nuevo aire. Se había percatado de que aquel joven tenía ropa anticuada y hablaba con acento británico de hacía demasiado tiempo. Tanto tiempo encerrado le había hecho desarrollar una capacidad intuitiva y analítica de la que él mismo se sorprendía.

-Albus Potter.

-Oh, esto se vuelve interesante. Me suena tu apellido y tu nombre, pero no los logro enlazar. ¿Es Albus por Albus Dumbledure?

Alzó los ojos con estupor. ¿Cómo no podía saber quién era, o, al menos, reconocer su famoso apellido? ¿Y sí a Dumbledure? Si estaba muerto. Es decir, aquel joven quizás ni hubiese nacido cuando murió el director.

-Sí.- respondió.- Mi padre es Harry Potter.- Para más sorpresa, Celius O'Smosthery pareció no reconocer a una de las figuras más significativas de Inglaterra. Por Merlín.- El que derrotó a Lord Voldemort.- añadió, esperando que la mayor hazaña de su padre hiciese mella en el desconocimiento de aquel joven encerrado en el espejo.

-Ah, sí, algo de eso oí.- Albus entornó los ojos con escepticismo, ya que su acompañante lo decía como si él hubiese estado vivo y tenido conciencia de la situación en la época, lo cual era físicamente imposible.- Y dime, ¿qué hace usted aquí?- preguntó de forma jovial. El joven Potter frunció el ceño. Era imposible que desconociese todo aquello.- No soy como ellos, creéme. Ya le gustarían... Puede confiar en mí, soy inofensivo.- Albus bufó, incorporándose y adoptando una figura más cómoda para su pierna.- No tiene buena pinta su herida.

-Y a ti qué te importa.- espetó. Quizás se arrepintiese luego, al fin y al cabo, había sido el más educado e indefenso de todos los que le habían interrogado.- ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres de mí?- le preguntó, cansado de un juego al que no sabía jugar.

-Nada, joven Albus. Sé exactamente lo mismo que usted.

-Já, dudo eso.- comentó el joven.- Sabrás mucho más que yo, no tienes por qué engañarme.

-Estoy de acuerdo. -Dijo pausadamente Celius.- Pero desconozco el motivo de por qué está aquí, joven Albus.

Algo pasó en ese instante. Un mecanismo que se activó en el subconsciente de Albus, al ver la mirada tranquila y serena de aquel joven. No era que pensase que por fin había topado con una buena persona en mucho tiempo, sino que realmente sabía que estaba diciendo la verdad. Que no tenía ni idea de quién era Albus. Y quizás él podía ayudarle. Quizás era simplemente un prisionero como él, y los habían juntado, porque, como él había dicho antes, le estuviesen buscando sitio... Porque le habían trasladado.

-¿Dónde estamos?

Celius suspiró algo cansado. Aquello le molestó: Albus estaba cansado, no él. Él era el que llevaba encerrado allí tantos días que había perdido la noción del tiempo, pero que a juzgar por el frío, aun no se había ido el invierno. Le miró enfadado. Y, al ver que no parecía responder, decidió liarse parte de la tela que había estado ocultando al joven del espejo para detener la hemorragia de su pierna a tiempo. Se arrastró por el suelo para atraparla y la acercó hacia él. La tela era demasiado gruesa como para rasgarla de un tajo.

-En el Palacio de Loring.- respondió Celius.

Albus se llevó la tela a los dientes. Sabía a polvo y a suciedad. Probablemente se intoxicaría de aquello pero al menos no moriría desangrado. Antes de rasgar la tela con los dientes miró a Celius. Loring. Le sonaba demasiado aquel nombre. De algo de política. No era de Inglaterra. Entornó los ojos. El Ministro de Francia. El actual Ministro de Francia. Rasgó la tela con los dientes y desgarró un trozo. Necesitaba hacer otro corte para que funcionase.

-¿Por qué el Ministro de Francia me ha secuestrado en su Palacio?- preguntó, preparando la siguiente sección de la tela que tenía que cortar con los dientes.

Sentía la atenta mirada de Celius sobre él.

-Dudo que antes estuviese aquí.- contestó.- Loring es miembro del Clan, supongo que sabrás algo de esta comunidad de asesinos. Si le tiene aquí es porque sus jefes quieren.

Albus puso los ojos en blanco ante aquella obviedad.

-Gracias, Sherlock, yo también he llegado a esa conclusión.- el joven pareció no entender ni la referencia ni la ironía.- Me refiero a la razón por la que estoy aquí.

Celius ladeó la cabeza. Parecía pensativo mirando directamente a los ojos a Albus. Su expresión cambió a intrigado.

-¿Por qué cree usted?

El aludido se encogió de hombros.

-Mi padre.- Utilizó de nuevo sus dientes para rasgar la gruesa tela. -Aunque...- dijo con la respiración entrecortada por el esfuerzo.- Aunque creo que no solo por eso, ¿sabes? Creo que no es solo por mi padre, sino por lo que supone para el mundo mágico. -Separó el trozo de tela del resto y lo examinó mejor.- Si yo no estoy a salvo, nadie lo está, ¿no? El miedo se propaga más rápido que las batallas. Es más efectivo, diría yo. -Acercó el trozo de tela a su herida en la pierna y lo rodeó con sumo cuidado.- Pero sigo sin entender por qué me preguntaron por mi antigua vecina.

-Quizás es importante para el Clan.- añadió al instante Celius, intrigado en lo que aquel endeble muchacho podía significar para el Clan, seguramente.- En ocasiones, nunca se sabe los verdaderos objetivos del Ojo.

Albus ató con fuerza el trozo de tela a su pierna. Retiró la mirada y gimió. En seguida la tela se empañó de sangre. Miró a Celius con la mandíbula apretada. Realmente le dolía.

-Por lo visto la llevan buscando mucho tiempo.- Albus supuso que quizás se le malinterpretaría y creería que era Ivonne.- Se llama Julie Morgan. Tiene que ver algo con Ivonne...

Contempló con atención la reacción de su acompañante. Era como si le sonase algo su nombre pero no llegase a entender por qué. Aquello causó estupor en Albus. ¿No conocía a su vecina o a la gran Ivonne? Comenzaba a detestar a aquella mujer.

-Prométeme que la encontrará usted antes.

-Eso si me sacan de aquí antes...

-¿Qué le dijo sobre ella?

Albus frunció el entrecejo. De pronto, se acobardó. Como si su subconsciente le hubiese dicho que había hecho algo malo y que afectaba a la única persona en mucho tiempo que parecía ser buena persona y, de alguna forma, era amable con él.

-Nada que les sirviera porque está muerta... Les dije dónde vivía... Lo cual no entiendo por qué ellos no lo averiguaron antes...

-¡Por las entrañas de Merlín...!-se lamentó escandalizado Celius.- Le ha acercado a ella... Le ha dado una pista de su escondite...

- Pero si está muerta... No sé cómo eso puede ayudar a encontrar a Ivonne. ¿Qué... Qué pasará cuando encuentren a Ivonne? ¿Y cómo la conoce?- preguntó Albus acusándole.- No sabía quién era mi padre, ¿cómo sabe quién es Ivonne?

Celius le miró con furia. No precisamente hacia él pero quizás sí hacia algo exterior que no estaba muy lejos de donde se encontraban.

-Yo ayudé a Ivonne a huir.

-¿Del Clan?

Albus recibió una mirada de horror.

-Del mundo, de todos nosotros.

-¿Por qué? ¿Qué hizo Ivonne?

-No lo entiende, joven Albus... No es lo que ha hecho, sino lo que hará....Si la encuentran, si la encuentran me temo que será el fin de todo lo que conocemos.

La mirada que le lanzó le asustó. A Albus se le encogió la barriga y se le quitaron todas las ganas de comer que había estado almacenando tanto tiempo. Ese joven parecía decir la verdad. Y solo por eso, sintió el miedo más horrible que jamás sintió.

-¿Y qué hay que hacer para evitarlo?

-Dejar que siga escondida.

-¿Qué hará? ¿Por qué todo el mundo piensa que es tan poderosa?

Celius abrió los ojos ante aquella pregunta.

En seguida, la puerta de la celda se abrió y el hombre que Albus conocía por Theodore, el que era un hombre lobo, entró en y buscó al joven con la mirada. No se inmutó ante la presencia de Celius, como si ya estuviese acostumbrado a él. Miró a Albus con una sonrisa demasiado sarcástica.

-Ya tienes tus aposentos preparados, princesa.

Le cogió del pelo y lo arrastró por el suelo, mientras Albus gritaba, no solo del dolor que le infligía el agarre desde su cabeza, sino porque su pierna chocaba con el suelo con fuerza.

La tortura continuaba, al parecer.

Le arrastró a lo largo de un pasillo que parecía interminable, y del cual pudo observar, no como en el antiguo lugar en el que lo tenían preso que le tapaban los ojos con un saco en la cabeza, como el pasillo era de mármol y sobre él colgaban cuadros de supuestas personas ilustres que Albus nunca antes había visto. Parecían pinturas del Renacimiento, según lo que decían los guías de la National Gallery, pero dibujaban a personajes que parecían de una época mucho anterior, como sacados de una mitología. Uno de ellos le llamó bastante la atención por el gigante martillo que tenía en su mano.

Su torturador, un hombre que parecía simplemente seguir órdenes y que, debía admitir, era nada más que un matón sin cerebro, se detuvo en frente de una puerta exactamente igual que todas las anteriores que habían pasado: blanca y sin nada el especial. Aunque quizás su particularidad fuese que sería su hogar durante mucho tiempo.

Al abrirla se sorprendió al ver una mesa repleta de comida. Ya había olvidado el olor a la carne asada, a las patatas fritas o a salsas que se le hacían la boca hambre. Su estómago en seguida rugió.

-¿Es todo para mí?- sonó demasiado ilusionado y no se arrepintió de ello.

Theodore sonrió, realmente sonrió como si le hiciera gracia la expresión de Albus y aquello le pilló por sorpresa al joven porque pudo ver en aquel hombre alguien sincero, aunque ya lo intuyese.

-Claro que es para ti, te estás quedando en los huesos, princesa.- le contestó, sin dejar de sonreír.

Albus se levantó del suelo a duras penas, bajo la divertida mirada de Theodore. Sus ojos echaban chispas de felicidad. Jamás estuvo tan feliz de ver una mesa llena de comida. Por poco se le escapaban las lágrimas. No volvería a quejarse de las comilonas que ponía la abuela Molly en la Madriguera.

Se acercó a la carne, que ya no le importaba si era de ternera, de pollo o de caballo. Se moría de hambre. Literalmente. Miró a Theodore. A él también se le caía la baba. No sabía a qué había venido aquel banquete de la nada. Pero no iba a ser tonto e iba a aprovecharlo. Quizás era la única comida que disfrutaría en su vida, ¿quién sabía?

-Puedes comer, si quieres.- le ofreció Albus a Theodore. Aquel robusto hombre le miró extrañado. Supuso que le parecería raro que aquel endeble muerto de hambre le diese de comer al que se había encargado de decorar su cara con heridas.- Aunque esté muerto de hambre, dudo que acabe todo.

No pareció dudar ni un instante ante la invitación y arrancó un muslo de pollo y se lo metió con saña en la boca. Cerró los ojos disfrutando del momento. Cuando acabó miró a Albus, que no había probado ni un bocado. Definitivamente aquel hombre era demasiado idiota como para entender que Albus se estaba asegurando de que la comida no estuviese envenenada. Y no lo estaba, gracias a Merlín.

-Come, niño, o acabaré con toda la carne y no te traeré más.

Albus asintió rápidamente. Cogió con las manos un puñado de carne troceada, seguramente de ternera por la blandura, y se la llevó a la boca. Sus papilas gustativas ya habían olvidado el placer de comer algo tan rico. Gimió del gusto de comer algo así. Volvió a coger más carne. Y después patatas, tras mojarlas en una extraña salsa que olía de maravilla. Theodore también seguía comiendo sin parar, como si su dieta tampoco le dejase gozar del sabroso arte culinario.

-¿A qué ha venido esto?- preguntó Albus, intrigado y masticando un trozo de carne.- ¿Por qué me alimentáis ahora?

Theodore se encogió de hombros. Acabó de masticar otro trozo de carne con salsa y se chupó los dedos.

-Has cambiado de residencia, has cambiado de dueño. Y este dueño es más raro que un perro verde.- comentó, riéndose de su propio chiste. Observó la expresión seria de Albus, que realmente exigía una explicación tras haberle ofrecido su comida. Lo estaba comprando y no se daba cuenta.- Loring es un bastardo envidioso que hace todo lo contrario a lo que hacen sus hermanos.- sentenció, cortando un muslo de pollo, mojándolo en salsa y llevándoselo de nuevo a la boca.- Así que si Tristán McOrez no te da de comer, Loring te da un banquete. No le busques otro sentido y come, niño, o me lo acabaré yo todo.

El estómago de Albus protestó ante aquello. Asintió y siguió comiendo, aunque supo que pronto tendría que parar o vomitaría por tal atracón al que su estómago que había disminuido no estaba acostumbrado.

-¿Qué planea hacer conmigo?- cuestionó el muchacho, realmente preocupado por su salud y por su estado deteriorado.

Theodore volvió a encogerse de hombros.

-Supongo que me mandará torturarte un poco.- el joven casi se atraganta con la carne al recordar las torturas violentas de su acompañante. Le miró con cierto recelo.- No te lo tomes como algo personal, es mi trabajo.

-¿Te pagan?- recibió una negativa con la cabeza.

-Disfruto torturando, pequeño.- la sonrisa sádica que le dedicó le quitó las ganas de comer por un momento. Pero su estómago decía que aún no había llegado a su cupo.- Tranquilo, niño, dejaré que te haga la digestión. Me caes bien, chaval.

-¿Por qué perteneces al Clan?

Se encogió de hombros y siguió comiendo. Albus no esperaba un argumento ideológico sólido como el que quizás le daría Octavio Onlamein, o Frank McOrez, o Tristán McOrez...De este no esperaba mucho, y en ese momento, le estaba hasta cayendo bien. Era como una bestia cuyo dueño oscilaba entre el que le daba más de comer.

-Es lo único que conozco. Tampoco me interesan mucho sus ideas y todo el rollo de un mundo mejor. Bla bla bla. Todos dicen lo mismo, ¿no? Yo sé que estoy seguro y tengo lo que quiero con ellos... ¿Para qué pedir más?

-¿Siempre ha sido hombre lobo?- preguntó, quizás metiéndose en asuntos peligrosos. Lo miró con seguridad. Realmente esperando una respuesta que aclarase su origen. Desde que Ted fue mordido, le interesaban aquellas criaturas.

-Sí.- respondió.- Nací hombre lobo.- el joven lo miró con cierta admiración. Observó mejor su apariencia física, tenía la piel peluda, desprendía un olor a sangre, a mugre y a sudor, y su voz era áspera y brusca.- No es nada increíble... Mordí a mi hijo cuando tenía casi veinte años y jamás me lo perdonó. Le dije que era porque siendo hombre lobo desde pequeño le haría más poderoso... Pero no se lo tomó muy bien. - Le dio el que parecía el último bocado a un trozo de ternera.- Se tomó como objetivo convertir a todos los niños que existían en hombres lobo... Idiota, mi familia nunca destacó por la inteligencia, desde luego.

Albus entornó los ojos con cierta curiosidad.

-Conozco esa historia.- captó la atención de Theodore, quien le miró con cautela.- Su hijo, conozco la historia de su hijo. Se unió después a Voldemort y lideró a los Carroñeros en la Batalla Final, ¿verdad? Su hijo fue Fenrir Greyback.

El hombre asintió con serenidad. Después le miró frunciendo el ceño.

-¿Por qué habla de él como si estuviese muerto?

-Bueno, cayó por el precipicio del Viaducto y murió. - recordó Albus.

-Bobadas, el inútil está encerrado en Azkaban.- dijo con desaprobación.- El día que escape matará a su hijo por haberse convertido en auror.

Albus quedó petrificado ante aquel comentario. Intentó no parecerlo para no sonar sospechoso.

-¿Greyback tuvo un hijo?

-Seguramente fruto de una violación...-escupió las palabras, de nuevo con desaprobación.- Le mordió justo al nacer, para que pareciese que era hombre lobo nato. Y lo abandonó, como todos los niños a los que mordió en su época. Pobre criatura...

-¿Lo conoce?-preguntó Albus, demasiado intrigado como para dejar que se escapase aquella conversación. Al final aprendería más cosas dentro de su celda que en Hogwarts.

-Pues claro, lo vigilo como si fuese mi hijo... Una pena que lo cogiesen en Hogwarts y lo reformasen... Mi nieto debería estar en nuestras filas, no protegiendo al castillo. -suspiró. -Puede que sea un depredador pero los lobos somos muy sensibles con nuestra familia... Mi hijo me odió y mi nieto nos ha traicionado a todos... Supongo que no es su culpa, él no sabe nada.

Albus asintió e hizo como si no hubiese descubierto que el mejor amigo de Ted Lupin, Alexander Moonlight, era el hijo de Fenrir Greyback. No pudo evitar poner los ojos como platos.


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