Figura & Color {Frank Iero...

By lostinjupiter

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"Gerard entendía. Siempre lo supo. El ganaba más de esas relaciones que los otros, porque, aunque diera hasta... More

I. Por interés académico. O algo así
III. Porque quería saber cómo se sentía

II. Porque aproveché mi oportunidad

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By lostinjupiter

El sábado se había convertido en el día preferido de Gerard. Era un acuerdo tácito encontrarse con Frank, Bert y Anthony en la biblioteca y, mientras los dos primeros aprovechaban la explanada y rampas para andar en skate, él y Anthony entraban a leer. O a dibujar, en su caso.

Anthony ya se había acostumbrado a su presencia y no se quejaba en demasía, siempre y cuando Gerard no hiciera mucho ruido. De hecho, ni siquiera le prestaba demasiada atención. A veces Gerard dejaba caer el lápiz a propósito, o suspiraba fuerte, solo para que Anthony le dedicara una mirada de hartazgo color avellana, recordándole la gama de tonalidades de las hojas de los árboles en otoño.

Todavía le costaba que los dibujos salieran bien. No era el trazo lo que le costaba, las líneas le salían de memoria, y ya había conseguido la presión justa del granito sobre el papel rugoso para las tenues sombras bajo sus ojos. Lo difícil era cuando llegaba a su casa más tarde e intentaba pintarlo. No había forma en que plasmara los colores —que tenía grabados en sus pupilas— de Anthony en sus pinturas. Quizá podría hacerlo si lo tuviera en frente en ese momento, quizá le faltaba el modelo en vivo y en directo para conseguir el color exacto.

Frank había dicho una vez que él posaría para Gerard, siempre y cuando pudiera pintarlo dormido. Que era demasiado inquieto como para sentarse por horas en el mismo lugar, que no era como Anthony. Gerard le había confesado entonces que no serviría de nada, porque Frank era rojo, naranja y púrpura, y Anthony era verde, azul y celeste, y que, además, no eran tan parecidos.

Parecía mentira que los hubiese confundido como la misma persona alguna vez. Conociéndolos mejor, ahora, Gerard podría señalar de memoria las diferencias: el contorno de la sonrisa, la leve curvatura de la nariz, la firmeza de sus cejas, el brillo en sus miradas. Ni hablar de los tatuajes, las posturas, el largo de sus pasos. Lo único en lo que eran idénticos, para sorpresa de Gerard, era en su estatura. Todavía le era difícil creerlo, porque había algo que hacía que Frank pareciera diminuto a su lado.

Gerard se rompía la cabeza intentando descifrar la ilusión óptica.

Fue una de esas largas tardes en la explanada, mientras él y Frank fumaban, y veían a Bert hacer piruetas, en la que decidieron que Gerard tenía que terminar sus dibujos, y que debían cambiar el lugar de encuentro. La biblioteca se había convertido en un obstáculo más que en una ayuda en esa relación con Anthony. Los primeros pasos ya estaban dados, se conocían y Anthony lo toleraba, pero eso no era suficiente, no podían conocerse mejor allí. Cada vez que Gerard intentaba hacer conversación, Anthony le susurraba: —Esto es una biblioteca —Y eso bastaba para explicarle que no tenía intención de escucharlo hablar.

De eso conversaban mientras Bert intentaba deslizarse sobre el barandal y fallaba estrepitosamente.

—Bueno, pero Anthony es así... es decir, creo que le agradas. Se sigue sentando contigo, ¿no? —Le preguntó Frank antes de darle una honda calada al cigarro. El humo se escurría de sus labios, bailaba torpemente hacia arriba y Gerard se entretuvo observándolo.

Asintió con la cabeza, pero no entró en detalles. Siendo justos, no es que Anthony tuviera mucha opción. Él también le dio una calada al cigarrillo y sintió el negro rasgarle la garganta. Le gustaba.

—¿Y cómo van los dibujos? ¿Los has terminado? —preguntó Frank. Luego escupió el humo y miró la rampa. Bert se acomodaba los pantalones mientras se miraba la rodilla, y el raspón rosado sobre su piel—. ¿Qué dice? De que lo pintes...

Gerard se encogió de hombros.

—Dijo que son buenos —sonrió orgulloso—. Que debería ilustrar libros.

—Libros, libros —protestó Frank—. Todo es libros para él...

Los dos volvieron al silencio gris del cigarrillo, a mirar al rubio que no se daba por vencido e intentaba otra vez hacer la pirueta.

—¡Apestas, McCracken! —Le gritó Frank, y los dos estallaron en carcajadas cuando el chico respondió con un obsceno "jódete"—. Bueno, si no logras esto con mi hermano, al menos habrá servido para que nosotros aprendamos unas piruetas —bromeó—. Las únicas rampas así en Belleville están en el hospital, o las escuelas, y no somos muy bienvenidos...

—Y siempre puedes volver a mi cama, Gee, se te extraña —dijo Bert que volvía a acercarse a ellos, harto ya de golpearse tantas veces.

—Tú, aléjate de mi cuñado —respondió Frank tomando a Gerard por los hombros y abrazándolo fuertemente.

Gerard sonrió desde el cálido abrazo y encontró miradas con Bert. Un chispazo se despertó en sus ojos. Anthony debía realmente significar algo para él, para mantenerlo en la vida célibe por tanto tiempo, para convencerlo de rehusarse a la compañía de Bert, cuyos dedos eran mágicos y cuya voz ronca susurrada en el oído lo había guiado al orgasmo aquella vez.

Se giró a mirar a Frank, rogando que el rubio no hubiese visto el deseo en su mirada.

—Si tan solo pudiera pintarlo mientras lee —dijo intentando cambiar de tema. Frank sonrió con ternura y palmeó sus hombros a modo de aliento.

—Veré que puedo hacer.

*

Unos días después, ya había ideado un plan.

Con la excusa de que Sara organizaba otra fiesta y se necesitaban varias manos para ayudar a preparar todo —y aunque Gerard apenas si había hablado con ella la última vez—, el domingo siguiente, antes del mediodía, Gerard se subía al autobús camino a Jersey.

Anthony lo esperaba en la parada, mimetizado con el gris verdoso de las paredes, mientras escuchaba música.

—Frank no pudo venir —Le explicó mientras se quitaba el auricular. Gerard fingió sorpresa.

Caminaron hasta la casa de Sara las veinte esquinas de distancia. Gerard hacía preguntas, y Anthony las respondía. Para el observador inexperto, la escena hubiese sido fría, quizá, incluso, un poco loca. Anthony nunca preguntaba, mostraba interés, pero Gerard estaba contento, veía el verde y el azul mezclándose, las sonrisas cada vez más seguida, y su voz, todavía firme pero acaramelada.

Estuvo a punto de preguntarle si podía besarlo (así de justo se sentía el momento), pero habían llegado a casa de Sara. Frank los recibió con una ridícula bandana de colores en la cabeza y el torso desnudo manchado con pintura.

Adam y Sara colgaban unas sábanas en el pórtico, a modo de cortina, con el nombre de la fiesta. "CUIDADO, PINTURA FRESCA" decía el cartel.

Bert, sentado en el césped, fumando, acotaba que realmente deberían poner un cartel que dijera que se recomendaba traer ropa vieja.

El concepto era sencillo y prometía ser una fiesta genial. Las paredes estaban embadurnadas con pintura, capaz gruesas y húmedas. También las sillas, y las mesas, y los barandales de la escalera. Gerard no sabía si adorar a Sara por su mente perfecta o querer asesinarla porque la pintura es cara, dios santo, ¿de dónde sacaba tanto dinero?

Hablando con ella mientras pintaban el salón del fondo, descubrió que era de familia rica, estudiante de música, y una talentosa cantante. Eso último gracias a que Frank encendió los parlantes en el salón principal, y la música que hasta allá atrás llegaba como un eco, se encendió en la garganta de Sara mientras ella cantaba.

Qué falsete, pensó Gerard.

Se encontró con Frank en el pasillo, él también tenía el cabello y la mejilla con pintura —de celeste, en su caso— pero parecía contento al respecto.

—¿Y Anthony? —Le preguntó. Gerard se encogió de hombros. Bert apareció desde la cocina, comiendo una porción de pizza y con el cabello desordenado.

—Se aburrió de pintar y subió a leer —Explicó el rubio. Frank puso los ojos en blanco antes de subir la escalera llamando a su hermano—. ¡Recuerda poner el cartel de "no pasar" en la biblioteca y en la alcoba de Sara! —Le gritó Bert.

Un minuto después, Frank bajaba a su hermano por la escalera, arrastrándolo del brazo. Anthony sonreía mientras mantenía el libro alejado del tacto de su gemelo.

Gerard notó algo del naranja de Frank metiéndose bajo las uñas de Anthony, hasta escapársele por la sonrisa. Por algún motivo, eso le recordó a esos primeros sábados en los que había visto a Anthony sonriendo al atender el teléfono antes de alejarse a pasos largos.

—Lleva a Gerard a casa y préstale una camiseta vieja que pueda ensuciar —Le pidió Frank a su hermano mientras pasaba los dedos con pintura en el cuello de Anthony, haciéndole cosquillas. Hasta Gerard las sintió, suavecitas en su piel—. Y toma una ducha, tienes pintura.

Antes de despedirse de ellos, Frank le susurró al oído que quizá podría convencerlo de bañarse juntos, y Gerard emprendió camino con las mejillas rojas y una sonrisa en la boca, tan naranja como la que Frank había dejado en Anthony.

La casa de los gemelos no estaba muy lejos, apenas unas seis o siete cuadras más allá. Una mujer muy bonita los recibió, y les ofreció té apenas llegaron, mientras Lois y Sweet Pea, como Anthony los había llamado, le olfateaban los pantalones.

Cuando terminaron el té, Anthony le explicó a su mamá que tenía que bañarse antes de ir a la fiesta.

—Ven, Gerard —Le dijo mientras se ponía de pie para subir.

La habitación estaba bastante ordenada. Dentro de lo posible. Las dos camas estaban tendidas y la pila de desorden estaba amontonada en un rincón a sus pies. Anthony arrastró con el pie una camiseta usada hacia la pila de desorden y entonces la habitación sí estuvo completamente despejada.

Dejó el libro en el escritorio y prendió la luz del velador.

—El interruptor no sirve —Le explicó a Gerard cuando lo vio intentando prender la luz general—. Frank usó el foco para un proyector.

Las paredes de la habitación eran de ese color blanco, viejo, de ese que ya parece amarillo. Unas feas cortinas marrones a cuadrille colgaban desprolijas en la ventana, donde un agujero en el vidrio estaba cubierto por cartón.

—¿Pelotazo? —preguntó Gerard acercándose solo para ver si se filtraba algo de aire por la ventana.

—Frank —explicó Anthony otra vez. Gerard se preguntó por qué sonreía, por qué de golpe y recién ahora empezaba a rascarse la pintura celeste del cuello, ya seca, intentando desprenderla—. Toma una camiseta del cajón —Le dijo abriéndolo—. Yo iré a bañarme.

Anthony salió, dejando a Gerard allí con nada más que la pastosa luz del velador y un cajón lleno de camisetas.

Gerard podía discernir de quién era cada cual por lo desgastado de los bordes, por el modo en que estaban guardadas. Era como si Frank sacara las suyas, las mirara una por una antes de decidirse, y volviera a meterlas pobremente dobladas.

Se decidió por una blanca, con manchas viejas de helado, un poco suelta. Aun así le quedaba corta de torso cuando se la midió. Enrolló la camiseta que llevaba puesta y volvió al comedor, a pedir una bolsa para guardarla en su mochila. Linda estaba en la cocina, lavando los platos, demasiado distraída como para darse cuenta de que el silencio de la sala solo podía significar travesuras.

—¿Seguro que no quieres bañarte también? —Le preguntó mientras se secaba las manos. Gerard le explicó que volvería a llenarse de pintura en la fiesta de todas formas, y además que estaba acostumbrado al tirón seco en su piel.

—Estudio arte.

Qué bueno que lo dijo antes de ir al comedor con Linda, porque ahora por lo menos tenía una excusa para el revuelo de bocetos de Anthony desparramados por la mesa. Aparentemente los cachorros habían olido algo en su mochila y habían sacado todo lo que habían encontrado, incluyendo los dibujos.

Linda no sabía cómo disculparse. A Gerard realmente no le molestaba, eran borradores de todas formas, ninguno estaba terminado.

—No son tan buenos —confesó.

—¿Qué quieres decir? Son geniales —dijo Linda arqueando las cejas sorprendida.

Era genial oír eso, pero en realidad, la única opinión que le importaba era la del chico que no estaba interesado en decir nada.

¿Qué tan triste era eso?

*

Camino a la fiesta, Gerard se ofreció a llevar en su mochila el libro que Anthony se negaba a soltar, pero él le había dicho que no porque lo mancharía con las pinturas.

—¿Por qué nunca pintas mis dibujos? —preguntó después de un rato, genuinamente curioso. A Gerard le llevó un momento responder porque no estaba acostumbrado a recibir las preguntas. Siempre era él quien las hacía.

—No puedo usar las pinturas en la biblioteca —Le explicó. Era verdad. Quizá no era el verdadero motivo (que no lograba conseguir los tonos exactos, del verde y el azul, tan brillantes y vibrantes, pero opacos a veces), pero era una respuesta suficiente, para Anthony al menos.

—Deberías pintar a Frank. No te dirán nada si pintas en el pasto —dijo encogiéndose de hombros.

—No quiero pintar a Frank —confesó. La garganta le picó como una advertencia de que debía guardar silencio, pero no le hizo caso—. Quiero pintarte a ti.

Anthony frunció el ceño, pero no dijo nada. El naranja que siempre le temblaba en la sonrisa al hablar de su hermano, le temblaba en los ojos ahora, en un gesto terco, obstinado. No hablaba, pero Gerard podía escucharlo.

—¿Cómo no vas a querer pintar a Frank? Es... Frank.

Gerard estaba demasiado ocupado teniendo el corazón roto como para detenerse a pensar en la situación, en si estaba bien, si estaba mal. Solo sabía que, así como a Gerard lo atravesaba un escalofrío verde cuando Anthony lo miraba, él se incendiaba en naranja al hablar de Frank.

Se sentía un poco tonto. Sentía que debería haberlo adivinado antes. ¿Por qué Anthony iría a otra ciudad todos los sábados? ¿Por qué leería en la biblioteca libros que llevaba de su casa? ¿Por qué iría a fiestas para quedarse sentado y lejos del ruido?

—Anthony... —Gerard abrió los labios para decir algo, pero al mirarlo notó que sus ojos estaban distraídos, que la llamarada de fuego que era Frank, lo atraía como una hoguera en una noche helada. Siguió los pasos de Anthony, largos, firmes, sin decir nada.

*

Era temprano, pero la fiesta había empezado. Todos desconocidos que habían escuchado la música y habían pasado. Los invitados oficiales, los que habían oído de la fiesta por las redes sociales, llegarían en unas horas. Adam y Sara habían ido a comprar cerveza porque sabían ya, aunque ni siquiera se había puesto el sol, que faltaría. Bert terminaba de acomodar los cables en la casa, para que la música llegara a todos lados y, al ver a Gerard, lo recibió con un chiste que se debatía entre afectuoso y burlón.

—¿Por qué no tienes tú el cabello mojado? —dijo, sugiriendo que debería haberse metido en la ducha con Anthony.

—¿Qué puedo decir? Aparentemente, tendré que volver a tu cama—confesó resignado. Frank lo tomó por la cintura, alejándolo del rubio. La voz de Bert se escuchaba entre risas ("cuando quieras"), pero más cerca las palabras de Frank, vibrando aún más que los bajos de la música.

—No te rindas todavía.

Gerard no sabía si debía decirle o no. Solo sabía que quería un trago y que tenía ganas de gritar, así que mientras Frank buscaba a su hermano (había desaparecido ante su primera distracción), se acercó al primer grupo de extraños y se invitó con un trago áspero sabor a limón.

No eran ni las nueve cuando la fiesta se había vuelto imposible. Multitudes de gente, chicas corriendo por los pasillos, riendo y dejando huellas de pintura y olor a marihuana a su paso. Gerard se había encontrado con gente del instituto, su ex entre ellos, y bailaban en ronda mientras pasaban un porro.

La música le temblaba violeta en el pecho, encendiendo la brasa que dejaban el humo y el alcohol en su garganta, y poco a poco, el recuerdo de Anthony se desvanecía.

Sintió la palma húmeda de su ex en su espalda, el comentario desafiante en su oído:

—Esta camiseta no es de tu talla.

—Quítamela entonces —Lo retó, y un minuto después estaban besándose contra la pared, la pintura embadurnándoles la espalda, los brazos y los codos. El muslo de su ex rozaba su entrepierna a través de la ajustada tela de jean y su aliento hervía sobre su boca.

Todo iba bien, se sentía bien, pero Gerard miró sobre los hombros del chico y vio a Frank bailando con un chico, sensualmente, con movimientos líquidos y pesados, como miel. Las caderas de Frank eran como péndulos de un reloj, de quiebres firmes y constantes, distanciados por un ir y venir húmedo y lento. Sus ojos estaban atascados en el marrón del chico, desafiándolo mientras sonreía. Desde tan lejos, Gerard podía verle los labios mojados y rosados...

De golpe pensó en Anthony y en su corazón tan roto como el suyo propio.

Se desprendió del abrazo de su ex y subió las escaleras con el tirón caliente de la erección molestándole. Anthony estaba sentado junto a la puerta del estudio, cerrada con llave, leyendo. Al ver a Gerard, sonrió amistosamente.

—Tengo tu mochila —Le dijo. Recién entonces Gerard se dio cuenta de que la había perdido.

—Bien... —dijo—. Bien... Quiero pintarte.

Se sentó en el suelo, a unos metros de él. Extendió una hoja, garabateó las líneas rápidas con carbonilla, los dedos regordetes y las uñas sosteniendo las hojas del libro. Prestó especial atención al modo en que sus labios se despegaban, cediendo al peso del inferior, y a sus pestañas tan húmedas como la pintura en los barandales. Dibujó el vaso vacío de cuba libre, rodando en el suelo, la puerta detrás ancha y cubierta de enredaderas, las hojas pequeñitas en sus cabellos, y las delgadas ramitas que colgaban entre sus cejas.

Cuando lo pintó, el verde y el azul se mimetizaban con el fondo, pero el naranja en sus ojos y la comisura de sus labios tenía vida propia.

Una chica subió las escaleras un rato después, con la sonrisa fácil y una botella de gin por la mitad. Se sentó al lado de Gerard a mirarlo pintar, y en seguida otras chicas la siguieron.

Anthony puso los ojos en blanco ante la pequeña multitud, pero cuando estaba a punto de hartarse e irse, Bert y Frank subieron las escaleras.

—Deja de leer por una vez en tu vida—Le recriminó su hermano y le quitó el libro de las manos. Anthony protestó, pero sonreía, y Gerard sonrió también.

La música retumbaba en el suelo y, aunque había una habitación habilitada para la fiesta arriba, después de que alguien se chocara los cableados, quitando así las luces de colores y la música de esa habitación, no había mucha gente en esa planta. Se había vuelto algo así como el descanso para fumar. Es que todo había empezado tan temprano que los que estaban desde el primer momento sufrían breves jaquecas y necesitaban distraerse. Arriba los recibía la ronda, les convidaban marihuana y gin con cereza, y cuando se iban les tiraban pintura.

Frank tenía las manos azules de tanto meterlas en el balde.

—Deberíamos jugar a la botella —dijo después de darle una honda calada al porro que su hermano sostenía para él. El humo pesado bajaba de su boca como la niebla por las mañanas, pero no había nada de matutino en la escena, nada fresco, luminoso. Estaban los siete (Gerard, Bert, los gemelos y tres chicas) desparramados contra las paredes y los barandales de la escalera, pegajosos de sudor, el humo y la pintura.

—¿Estamos en la primaria acaso? —dijo una de ellas. Gerard se rió, aunque no era en verdad tan gracioso.

—Juguemos a los siete minutos en el paraíso —sugirió entonces Bert y le quitó la botella de los labios a una morena para terminar las pocas gotas que quedaban—. La botella decide.

Bert tenía las llaves de las habitaciones de arriba, ya que había sido el encargado de sacarlas de circulación después de que Frank olvidara hacerlo, así que abrió la puerta del dormitorio de Sara. Les prohibió a todos subirse a la cama —para no ensuciar con pintura las sábanas— y cerró la puerta con llave antes de que alguien más los viera.

Se acomodaron en ronda en el suelo. Anthony había sido el único que había considerado la idea de irse, pero Frank lo había obligado a quedarse bajo la amenaza de romperle el libro en cincuenta y seis pedacitos.

Bert empezó porque aparentemente estaba ansioso.

—Si me toca Gerard no puedes oponerte, Frankie —bromeó mientras giraba, pero el destino tenía otras intenciones. La botella apuntó a una rubia muy bonita que tenía la nariz colorada y la piel tan blanca como la de Bert.

Se encerraron en el armario, mientras Frank cantaba canciones románticas y hacía comentarios como: —El coito no está prohibido según las reglas de la Federación Internacional de Siete Minutos en el Paraíso, pero usen protección si van a hacerlo.

Cuando llegaron los siete minutos, anunciados por el viejo reloj de pulsera de Gerard, y sin previo aviso, Frank abrió la puerta. Los rubios estaban enredados en un beso, y aunque los pantalones seguían puestos, las cuatro manos estaba escondidas debajo de la tela de las camisetas.

Al salir, Bert tenía el cuello y las mejillas con lápiz labial.

Continuaron la ronda y la botella, y los besos detrás de la puerta del armario mientras los minutos pasaban en la muñeca de Gerard. Una de las chicas bajó a buscar una nueva botella, para seguir bebiendo, y volvió con un par de chicos con ganas de jugar.

Cuando era Frank el que estaba en el ropero, la habitación se apagaba de golpe. Alguna de las chicas intentaba animar al resto, haciendo chistes subidos de tono y demás, pero no era lo mismo.

En una de sus tantas idas y vueltas al armario —es que siempre le tocaba a él, como si atrajera magnéticamente la botella—, mientras el vidrio giraba en el suelo manchado de pintura azul, la botella finalmente apuntó a Anthony.

Frank lo miró entre risas.

—¡Acción entre gemelos! ¡Sí! —festejó una de las chicas. Anthony se sonrojó y agachó la mirada. Gerard solo observaba la escena en silencio.

—Esto es aburrido, debería tirar de vuelta —dijo Frank, intentando acomodarse el pelo, pero manchándolo con pintura en el intento.

—No, no —Le retrucó otra de las chicas—. Si quieres acción que sea con tu hermano. Así es el juego.

—El juego dice que tenemos que pasar siete minutos encerrados, lo que pase ahí adentro depende de que tan pervertidas sean nuestras mentes —explicó—, y créeme, la mía no está tan pervertida.

Las chicas pusieron los ojos en blanco, dándose por vencidas. Frank estaba a punto de girar la botella, cuando la mano de Bert lo detuvo, no dijo nada, pero sus miradas se dijeron todo.

—A menos... —dijo Frank. Sus ojos se encendieron satisfecho de haber descubierto un nuevo "vacío legal"—. Las reglas no aclaran que deban ser solo dos personas, ¿verdad? —preguntó.

Bert asintió.

—Gerard —llamó Frank, volviéndose a él. Su mirada lo tomó por sorpresa, obligándolo a dar un salto—, ven.

Era imposible de creer que Frank pudiera ser tan estúpido como para no notar que así de dispuesto como estaba Gerard, lo estaba Anthony, quien no se había negado en ningún momento. Tendría que ser ciego para no ver cómo la piel se le ponía de todos colores a su hermano cuando lo tocaba, que sus ojos solo buscaban los suyos en la oscuridad del armario.

Los siete minutos parecieron segundos, tan vivaces y encendidos que en esa oscuridad encandilaban a Gerard, lo obligaban a cerrar los ojos. Veía suficiente con su piel, veía los dedos pegajosos de Frank en su espalda, el naranja convirtiendo poco a poco la pintura azul; veía el corazón de Anthony latiendo desesperado, veía su boca picante como ají rojo, prendiéndole fuego el aliento de alcohol, veía las manos de los hermanos encontradas en el suelo, y el beso de Frank en su cuello yendo y viniendo de allí a la boca de su hermano. Veía, sobre todo, la electricidad en los dedos, la sequedad de sus voces, la firmeza de sus cuerpos.

Gerard estaba tan duro que lo lastimaba la cremallera y fue como si Frank lo supiera, porque su mano le dio la vuelta a su cintura hasta el vientre y bajó hasta el botón. Gerard casi le arranca el labio a Anthony con los dientes debido al contacto, casi combustionando ahí mismo.

La puerta se abrió de golpe, repentina. El aire helado de la habitación le dio a Gerard tan de lleno que casi se acalambra. Se dio cuenta, entonces, de que sus manos estaban en la cintura de Anthony, de que sus bocas estaban apenas separadas por milímetros que podía contar en instantes. Una de las chicas reía desde la puerta de la habitación, con la chaqueta puesta y un cigarrillo en los labios. Además de ella, solo estaba la que abrió la puerta.

—Si hubiese sabido que estaban tan entretenidos, los hubiese dejado —bromeó. Mientras los tres salían del armario temblando de calentura, las chicas explicaban que todos se habían ido, primero Bert con la rubia, después todos los demás. Gerard quería hablar, pero tenía la lengua pegajosa.

—Allí está la llave —señaló la chica de la puerta apuntando la mesita de luz.

—Diviértanse —dijo la otra guiñando un ojo y los dejaron solos.

—Oh dios mío, que locura —dijo Frank entre risas, caminando hacia la mesita de luz mientras se acomodaba el pantalón—. Qué es lo que tienen las chicas con el incesto, honestamente —bromeó.

Gerard suspiró intentando recuperar la calma, tratando de convencerse de que no iba a pasar, que debía relajarse. Pero Anthony estaba a su lado, tan tenso y tan duro como él, con las palabras temblándole en la boca.

—Ni que fuéramos a tener un trío —susurró Frank todavía colorado por la calentura y los nervios.

—¿Por qué no? —dijeron Gerard y Anthony a coro.

Gerard sabía por qué lo decía Anthony, pero no estaba seguro de por qué lo decía él. Solo sabía que daba un paso al frente, ignorando el chiste de Frank, para encontrar sus labios por primera vez en la noche, corroborando que todavía sabían a lo mismo que esa primera vez que se habían visto.

Lo sentó sobre la cama y se giró hacia Anthony, extendiendo la mano, invitándolo. Debía ser el alcohol, o la marihuana, o la calentura. Algo los dejaba hacer eso sin mayor problema que el eventual "esto está muy mal" que salía de los labios de Frank mientras se desvestían.

Gerard se arrodilló en el suelo, las rodillas desnudas contra la madera hicieron un sonoro toc. Frank lo miraba fijamente mientras se mordía el labio y, aunque Anthony lo miraba también, Gerard sabía que su atención estaba en las manos de su hermano que accidentalmente tocaban las suyas.

Gerard realmente quería tocarse, quería darle a su entrepierna algo del contacto que pedía, pero mientras se la chupaba a Anthony, acariciaba a Frank y viceversa.

Hasta en esas cosas eran distintos. Anthony recibía su boca sin hacer más que cerrar los ojos, echar la cabeza atrás y enredar los dedos sucios en las sábanas. Frank, en cambio, lo miraba fijo, se mordía los labios, y con la mano llenándole de pintura el cabello, lo acercaba un poco más, casi ahogándolo a ratos.

—Puta madre, Gerard —jadeó—, eres bueno... tan... caliente, tan... —balbuceó y se empujó casi hasta el fondo de su garganta. Gerard lo miraba todavía, con los ojos llorosos y su pene casi latiendo sobre su lengua—. Puta madre, puta madre —repitió insistentemente y, tomándolo por el cabello, lo alejó de golpe.

Gerard sonreía mientras recobraba el aliento.

—Hazlo así de bien para él —Le pidió con la voz ronca y casi rendida.

Gerard volvió al pene de Anthony, caliente y húmedo todavía. Frank tomó la mano de su hermano y la llevó hasta su cabeza.

—¿Te la chuparon alguna vez, Anthony? —Le preguntó. A Gerard tampoco le sorprendió verlo negar.

Las manos de Frank presionaron suavemente las de Anthony sobre su cabeza, empujando su sexo cada vez más al fondo.

—Tienes suerte de que este sea tu primero... es muy bueno —Le dijo relamiéndose los labios—. No, no, abre los ojos —pidió al verlo suspirar y echar la cabeza hacia atrás. Los dos pares de orbes avellanas se encontraron un instante antes de que Anthony finalmente obedeciera a su hermano—: Míralo...Dios...

Gerard aprovechaba las manos libres para tocarse, su pene prácticamente ardía de ansiedad y deseo.

—¿Puedo follarte, Gerard? Mientras se la chupas —preguntó Frank.

Gerard apenas si pudo asentir con la boca tan llena de Anthony.

Frank se bajó de la cama y buscó lubricante en el cajón de Sara. Las manos de Anthony eran gentiles, así que Gerard se esforzaba por tomar entre sus labios lo que más podía. Cuando sintió los dedos fríos de Frank, uno solo al principio, dos un segundo después, tuvo que sacárselo entero de la boca y hundir los dientes en su muslo.

—¿Te gusta? —tentó Frank, introduciendo y sacando sus dedos con maestría. Gerard sentía los espasmos, uno detrás del otro, y dejó de tocarse porque si no lo hacía, acabaría en ese mismo momento.

Volvió a Anthony, a meterse su sexo en la boca, chupando primero el tronco, preparándolo, llamando su atención como podía, pero era casi imposible porque todo lo que hacía el chico era mirar a su hermano.

Gerard podía adivinar que los gemelos sonreían, divirtiéndose por lo que estaban haciendo con él.

—No, mierda —dijo Frank—. No puedo... —confesó—, terminaré en seguida y quiero que tú...

Los dedos se movían a un ritmo constante dentro suyo, húmedos de lubricante y sudor. Gerard sentía tanto placer que pensaba que podría morir de lo que le quemaba el pecho, y la cabeza, y de lo bien que sabía Anthony en su boca.

—Quiero que lo folles a él. Tú también quieres, ¿verdad? —preguntó. Anthony tembló por un momento cuando su mirada se encontró con la de su hermano—. Gerard será gentil... y yo estaré aquí.

Anthony asintió y Frank sacó los dedos tan de golpe que Gerard casi tiene un orgasmo ahí mismo. Le llevó un momento recobrarse y ponerse de pie, le dolían las rodillas de apoyarlas en el suelo.

Frank se masturbaba suavemente sentado en un rincón de la cama, cambiando la mirada de Anthony, al pene de Gerard, a sus dedos lubricados jugando en la entrada, a su pecho lleno de pintura respirando agitado.

Gerard quería que Anthony lo mirara a él también, pero lo entendía. Sentía que le estaba haciendo un favor, de todas formas, que estaba haciendo lo que Frank jamás haría y acercándolo lo más cerca que jamás estaría. Se sentía usado, pero estaba contento al respecto.

Además, Anthony se veía tan bien cuando la piel se le ponía rosada, y su cuerpo se tensaba como acordeón, y gemía tan rasposo, tan ofrecido. Metió un segundo dedo, sin quitar la vista de sus gestos, para adivinar si estaba haciéndolo bien.

Anthony cerraba los ojos, se mordía el labio, y Frank lo miraba satisfecho, todavía acariciándose lentamente, pero sonriendo. Gerard aceleró el ritmo de los dos dedos, metió luego un tercero, y el cuerpo de Anthony se adaptó prontamente. Frank se acariciaba tan rápido como iba Gerard, como respondían los gestos de su hermano. Cuando estuvo a punto de llegar al orgasmo se detuvo de golpe, respirando agitado.

—Ya fóllalo, por favor —Le pidió con la voz ronca—. Estás listo, ¿no? —Le preguntó a su hermano y le acomodó el cabello pegajoso en su frente.

Gerard tomó el preservativo que le daba Frank, lo desenrolló suavemente aprovechando la caricia de sus dedos para darse placer. Algo de la escena lo ponía a mil, algo del modo en el que Frank y Anthony se miraban.

Se puso lubricante y un poco más en Anthony. Sonrió al ver su cuerpo responder con un espasmo suave, un ronroneo ronco.

Buscó la mirada de Frank. Él sonreía también.

Gerard entró suavemente, poco a poco, dándole tiempo a Anthony para adaptarse. Estaba apretado, pero no tiraba, se sentía bien y, por la expresión de Anthony, él se sentía bien también.

—¿Duele? —preguntó Gerard. Los ojos de Anthony finalmente se encontraron con los suyos—. ¿Quieres que me detenga?

—No... —respondió, con las mejillas rojas de vergüenza—. Solo... con cuidado.

Gerard asintió y se acercó a besar sus labios. Con sus manos buscó sus piernas, flexionándolas en aire para entrar mejor. Empujó todo adentro y Anthony se mordió tan fuerte el labio que lo hizo sangrar.

—Dios... esto está tan mal —susurraba Frank mientras se masturbaba, mirando primero a su hermano, luego a Gerard.

Gerard empezó a moverse suave, pero constantemente, besando de vez en vez el hombro de Anthony, o sus labios. Más suspiraba él y más rápido iba Gerard, y con más apuro las manos de Frank subían y bajaban por su pene.

—Voy a... —dijo Frank, las manos cada vez más rápidas, y también así los movimientos de Gerard—. Voy a acabar...

—Hazlo en él —pidió Gerard con la voz quebrada. Frank solo negó, mientras seguía con el movimiento—. Vamos, Anthony, díselo... Dile que lo quieres...

—Lo quiero... —confesó y Gerard se empujó tan de golpe dentro suyo que la cabeza de Anthony se golpeó contra el muslo de Frank.

Acabó temblando dentro suyo, los músculos de los brazos y las piernas rendidos al cansancio.

El líquido viscoso de Frank se encontró un instante después con el de su hermano sobre su vientre.

*

Anthony dormía, transpirado, entre ellos. Sus dedos regordetes, manchados con el azul de los dedos de Frank, descansaban sobre su pecho. Gerard se abrazó a su cintura, acercando el pecho contra su espalda, y besó su hombro antes de buscar la mirada cómplice de Frank.

Los dos parecían contentos de ver a Anthony tan cansado y satisfecho por primera vez en su vida. Estaban orgullosos de él, de ellos, por finalmente lograrlo.

Frank sonreía anchamente mientras acariciaba el antebrazo de su hermano con la yema de sus dedos.

—Frank —Lo llamó Gerard recuperando la atención de su mirada—. ¿Por qué me besaste? —preguntó.

Frank frunció el ceño, un poco confundido y avergonzado.

—Bueno, estábamos teniendo sexo, se sintió apropiado... —dijo. Gerard soltó una carcajada tan sonora que por un momento molestó a Anthony. Se mordió los labios para contener la risa y esperó a que su gemelo volviera a sumirse en el sueño profundo.

—Quiero decir —continuó después de un rato, susurrando—, la otra vez, cuando nos conocimos.

Frank parpadeó un par de veces, sorprendiéndose con la pregunta.

—¿No me preguntaste esto ya?

—Pero me mentiste —dijo Gerard—. No fue por curiosidad, lo sabes...

Frank sonrió de vuelta. Su mirada bajó hasta su hermano y le corrió unos mechones de cabello que caían sobre su frente antes de volver a acariciar su brazo.

—Bueno, demándame. Eres atractivo, aproveché mi oportunidad —respondió y Gerard supo que eso también era mentira, pero estaba demasiado cansado para discutir.

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