βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
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β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈
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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses

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By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Prometo que no os arrepentiréis.

✹.✹.✹

──── CAPÍTULO LVIII──

YO YA NO TENGO DIOSES

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EL SOL RADIANTE DEL MEDIODÍA bañaba los tejados de las viviendas de Kattegat, que poco a poco iba volviendo a la normalidad. Las aguas estaban regresando lentamente a su cauce, pero el escándalo protagonizado por el rey Harald Cabello Hermoso, junto con la traición de Trygve y la desaparición de Astrid, había caldeado el ambiente y mellado el ánimo de los aldeanos, quienes habían dejado de sentirse seguros tras aquellas murallas.

Esos dos últimos días estaban siendo especialmente duros para Lagertha y sus escuderas, ya no solo por la inestabilidad —a nivel político y social— que había generado aquel inesperado contratiempo, sino también por el hecho de haber perdido a una compañera, a una figura importante dentro de la hermandad.

Aún no sabían el papel que desempeñaba Astrid en los planes de Harald, pero si de una cosa estaban seguras era que el gobernante de Vestfold no se quedaría de brazos cruzados. Era cuestión de tiempo que este decidiera tomarse la justicia por su mano, vengándose del trato tan indigno que había recibido mientras había sido su prisionero.

No había vuelto a hablar con Lagertha desde el desencuentro que habían protagonizado en el Gran Salón, desde que la rubia había descubierto todo lo que había estado ocultándole a raíz de que comenzara a sospechar de Trygve, pero La Imbatible sabía que los últimos acontecimientos le habían afectado más de lo que quería admitir, empezando por la ausencia de Astrid.

Su aparente secuestro —porque no había otra explicación, al menos para ella— había sido un duro golpe para todos, sobre todo para Lagertha. Y aunque al principio la soberana había desconfiado de la que hasta ahora había sido su pupila y amante, llegando a tantear la posibilidad de que hubiese tenido algo que ver en la desaparición de Harald, Kaia era consciente de que estaba sufriendo por ella. No sabían las condiciones en las que se encontraba o si a esas alturas seguiría viva, tan solo podían esperar a ver cómo se desarrollaban las cosas.

Su única opción era resignarse.

El sentimiento de culpa que había acompañado a La Imbatible desde que todo se había desmoronado continuaba ahí, carcomiéndola por dentro. Se sentía responsable de gran parte de lo que había sucedido, de que Astrid ya no estuviera con ellas. No había pensado con la cabeza fría, y eso era algo que no podía volver a repetirse. Era cierto que debido al embarazo estaba más susceptible que de costumbre —todo se había magnificado para ella, hasta los detalles más pequeños e insignificantes—, pero aun así no era excusa. Había sido una imprudente.

Lagertha la había estado evitando esos últimos días, negándose a dirigirle la palabra, aunque Kaia no podía culparla. Le había ocultado demasiada información, manteniéndola al margen en un tema que la incumbía tanto como a ella, y por culpa de sus miedos e inseguridades otros habían pagado las consecuencias.

Ni ella misma se reconocía. Las cosas comenzaban a superarla, escapándose de su control. Y lo odiaba, realmente detestaba sentirse así, como si hubiera perdido las riendas de su vida, como si se hubiese convertido en una marioneta, un títere cuyos hilos eran movidos por otros.

Exhaló un grácil suspiro.

Sin dejar de caminar, miró de soslayo a su acompañante. Guðrun se había mantenido en silencio durante todo el trayecto hacia la plaza del mercado, como ya era habitual en ella. 

La joven thrall, que cargaba una pequeña cesta de mimbre, la cual llevaba colgada del antebrazo derecho, se había presentado esa mañana en su casa, alegando que venía en nombre de Lagertha. Por lo visto —y a pesar de sus roces y desavenencias—, la rubia seguía preocupándose por ella y había considerado oportuno enviarle a una de sus esclavas por si necesitaba ayuda con las labores domésticas. Su vientre había aumentado considerablemente de tamaño en esa última semana. Aún podía disimularse con ciertos vestidos que ayudaban a ocultar su evidente redondez, pero cada vez le costaba más realizar determinados movimientos. Se cansaba con facilidad y se le cargaban las piernas y la espalda si estaba mucho tiempo de pie, de ahí que no hubiese podido negarse al ofrecimiento de Guðrun.

Pese a que ya llevaba varios meses en Kattegat, aquella muchacha de rostro aniñado y mirada atormentada continuaba siendo todo un enigma para ellas. Seguía siendo tan asustadiza y retraída como el primer día; apenas hablaba y no se relacionaba con nadie, ni siquiera con los otros esclavos que se encontraban al servicio de Lagertha. Los traumas que arrastraba de su vida con su anterior dueño —un conde de Suecia, según tenía entendido— la hacían repeler hasta el más mínimo contacto físico, lo que la convertía en una persona sumamente desconfiada, pero también extremadamente sensible.

A Kaia le resultaba imposible no compadecerse de ella. Puede que fuera una simple thrall, alguien que se situaba muy por debajo de ella en la pirámide social, pero no dejaba de ser una chiquilla de apenas veintiún inviernos. Tan solo era un año mayor que Drasil, y el mero hecho de imaginarse a su primogénita en la misma tesitura que Guðrun, quien había sufrido lo indecible a manos de su antiguo amo, le ponía el vello de punta. Las cicatrices que surcaban gran parte de su semblante eran una prueba de ello, de todo por lo que había tenido que pasar desde que los Æsir y los Vanir la habían dado de lado, abandonándola a su suerte.

Ambas se detuvieron frente a un puesto en el que se vendían hierbas aromáticas y medicinales. Llevaba unos días con molestias en el vientre y fuertes náuseas, de modo que sus iris grises, bajo los que podían apreciarse unas ojeras cada vez más oscuras y prominentes, iniciaron una frenética búsqueda entre aquel variopinto repertorio de plantas y raíces.

Le comunicó al tendero que se llevaría un poco de jengibre y algunas hojas de zarzamora y guardó sus nuevas adquisiciones en el canasto que portaba Guðrun, justo antes de reanudar la marcha.

—¿Cómo llegaste a convertirte en esclava? —preguntó Kaia, una vez que la rubia volvió a situarse a su lado, dejando el puesto atrás. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Guðrun entraba en tensión; sus falanges se cerraron con fuerza en torno al asa de la cesta y un pequeño músculo tembló en el lateral de su mandíbula—. Sé que no naciste siéndolo. Tus manos no son las de alguien que ha trabajado toda su vida. —Observó con gesto crítico. Había tenido el tiempo suficiente para poder estudiarla con minuciosidad, llegando a numerosas conclusiones sobre su pasado, pero prefería que fuera ella misma quien la sacase de dudas—. Así que dime, ¿cómo has acabado aquí?

La thrall tragó saliva, sin molestarse tan siquiera en mirarla. Sus nudillos se habían tornado blancos como la nieve recién caída ante la fuerza con la que agarraba el canasto, que de vez en cuando emitía algún que otro chasquido.

No quería hablar de ello, era más que evidente. Sin embargo, de sobra sabía que no estaba en posición de sacar a relucir esa vena rebelde que siempre había latido en su interior. Su deber era obedecer, y eso era justo lo que haría. Lo había aprendido por las malas, a base de insultos, palizas y otros castigos tan desagradables que prefería no mentarlos.

—No, no nací de padres esclavos —contestó tras unos instantes más de fluctuación. Su voz sonó algo ronca y cascada debido al poco uso que hacía de ella—. Tenía una vida antes de todo esto. Una vida normal. —Sus uñas se hundieron con saña en el mimbre de la cesta. Dolía. Dolía mucho recordar todo aquello que ya no tenía.

Aquello no le pasó desapercibido a Kaia, que entornó ligeramente los ojos, como si quisiese ver a través de ella.

Las cicatrices de su rostro no eran las únicas marcas que poseía, y eran precisamente las heridas internas las que peor se curaban. Algunas acababan desapareciendo con el paso del tiempo, pero otras... Otras dejaban una huella demasiado profunda e imborrable. Sus orbes glaucos brillaban con los ecos de los horrores que había presenciado desde que la habían despojado de toda libertad, y eso era algo que la acompañaría hasta el fin de sus días.

—No te voy a obligar a contar nada que no quieras. Soy consciente de que has pasado por cosas muy duras y traumáticas —remarcó la afamada skjaldmö, provocando que Guðrun le dedicase una mirada cohibida. Vio la duda planear unos segundos sobre sus iris verde azulados—. Pero a veces nos viene bien hablar de aquello que más nos duele. Nos ayuda a dejar de aferrarnos a ello y a tratar de superarlo —adujo en tono apacible.

La aludida clavó la vista en el suelo, azorada. La arruga vertical entre sus cejas se acentuó y sus labios carnosos y rosados se curvaron en un mohín contrito. Tenía las pestañas húmedas a causa de la represión de emociones, pero no se permitió derramar ni una sola lágrima. Hacía tiempo que había dejado de llorar y de compadecerse de sí misma, de manera que respiró hondo y exhaló despacio.

—Provenía de una familia noble. Mi padre era el jarl de Jämtland, un condado de Suecia —reveló bajo la atenta mirada de Kaia, que se reacomodó la capa que llevaba sobre los hombros. Pese a la inexpresividad de su semblante y a la frialdad que transmitían sus ojos, que podían resultar intimidantes en algunas ocasiones, a Guðrun le parecía una mujer hermosa. Tenía un porte regio y elegante, y unas facciones bien definidas—. Los hombres poderosos siempre tienen enemigos y la envidia puede llegar a ser un veneno muy peligroso y letal. Uno de los huscarles de mi padre lo retó a un combate singular para poder hacerse con el control del territorio. —Tuvo que realizar una breve pausa para poder aclararse la garganta y deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en ella—. Venció a mi padre y se convirtió en el nuevo conde de Jämtland. Después mató a mi hermano mayor y a mi madre y a mí nos convirtió en sus esclavas —apostilló en tono plano y monocorde—. Estuve un tiempo a su servicio, hasta que se cansó de mí y me vendió al mejor postor.

La Imbatible inspiró por la nariz. Podía percibir su dolor, ese sentimiento desgarrador que expelía por cada poro de su piel y que parecía querer consumirla. La rubia no había querido entrar en más detalles, aunque tampoco eran necesarios. Kaia podía imaginarse el calvario que había tenido que vivir desde que aquel hombre —cuyo nombre no se había molestado en desvelar— había destrozado su familia. Se sentía mal por ella, era demasiado joven para haber sufrido tanto.

—Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso —pronunció la escudera—. No ha tenido que ser nada fácil. —Se abrazó a sí misma, presa de un escalofrío.

Guðrun negó con la cabeza, resentida.

—He pasado de tenerlo todo a no tener absolutamente nada —masculló entre dientes. Era evidente que se estaba conteniendo, y mucho.

Kaia suspiró.

—A veces los dioses son crueles —se limitó a decir.

—Yo ya no tengo dioses.

La respuesta de la thrall pilló por sorpresa a la mujer libre, que no pudo hacer otra cosa que observarla con estupor. En realidad, no podía culparla: sus malas experiencias, aderezadas con la muerte de sus seres queridos, la habían conducido a ese punto, haciendo que perdiera la fe. Hasta ella misma lo hizo durante la época más oscura de su vida, cuando su pequeño Gunnar falleció en sus brazos, por lo que no era quién para juzgarla. El dolor y la desesperación tenían ese efecto en las personas, ahogándolas en un pozo sin fondo del que era muy difícil salir. Algunos lo acababan consiguiendo con ayuda, pero otros no tenían la suerte de contar con un hombro sobre el que llorar. Y Guðrun había tenido la mala fortuna de verse sola ante la adversidad.

Ninguna de las dos volvió a hablar, dado que no lo creyeron conveniente. Hicieron unas últimas compras y, cuando Kaia obtuvo todo lo que necesitaba, emprendieron el camino de regreso a casa.

Sorprendentemente el silencio que se instauró entre ellas no era tenso o incómodo, tal y como lo había sido en la mayoría de sus otros encuentros e interacciones. La muchacha de cabellos dorados ya no parecía sentirse tan apocada en presencia de La Imbatible, lo que era todo un avance. Si bien le costaba abrirse y socializar con los demás, Kaia esperaba que aquello fuese cambiando poco a poco. Que con el paso del tiempo dejara de sentirse tan insegura.

Ya en su destino, la skjaldmö abrió la puerta e ingresó en la vivienda, que se le antojaba demasiado grande y silenciosa ahora que Drasil no estaba. Guðrun la siguió, aún con el canasto colgándole del brazo.

Kaia se adentró en la zona común, que actuaba de salita, comedor y cocina, se detuvo junto a la mesa que quedaba al lado de la ventana e instó a la esclava a que se acercara. Esta obedeció sin rechistar, tan solícita y servicial como siempre. Depositó la cesta sobre la superficie de madera y esperó nuevas órdenes, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas sobre su regazo.

La castaña le regaló una efímera sonrisa. Aunque no se caracterizara por ser una gran dialogante, agradecía inmensamente su compañía. Las cosas no hacían más que ir de mal en peor y ella empezaba a sentirse más sola y desamparada que nunca. Su amante, el padre de su futuro hijo, la había engañado y utilizado a su antojo y la mujer de la que estaba enamorada no quería ni mirarla a la cara. Por no mencionar que su primogénita llevaba meses fuera y que las últimas noticias que había tenido de ella no habían sido nada halagüeñas. Todo se estaba desmoronando a su alrededor, y eran precisamente esos momentos de mutismo, esos instantes de paz y tranquilidad que solo alguien como Guðrun podría ofrecerle, los que la ayudaban a mantenerse de una pieza.

Se sentía desbordada. Ya no sabía cómo gestionar aquella situación, era demasiado para una sola persona, por muy estoica e implacable que esta pudiera ser. Era tanta la tensión a la que se estaba viendo sometida que tenía la impresión de que en cualquier momento iba a explotar, y eso era algo que no podía permitirse. Había pasado por cosas peores, así que podría con ello.

En cuanto Drasil regresara de su incursión a tierras sajonas —porque volvería, quería pensar que lo haría—, todo cambiaría e iría a mejor. Su hija era su mayor pilar, el ancla que la mantenía clavada en el suelo. Ella la ayudaría a sanar sus heridas más recientes, como ya había hecho en otras ocasiones.

—Saca las cosas y déjalas sobre la mesa —pidió, señalando con un suave cabeceo el canasto de mimbre, a lo que la más joven asintió. Acto seguido, se desabrochó la capa y la dobló sobre el respaldo de una de las sillas.

#

Fue entonces cuando lo sintió.

Cuando supo que algo no iba bien.

Empezó como una leve molestia, con una serie de pinchazos que la hicieron sisear y llevarse una mano al vientre. Después el dolor se intensificó, extendiéndose por todo su abdomen, que se contrajo en un acto reflejo. Comenzó a hiperventilar. Sus latidos aumentaron considerablemente su ritmo y un sudor frío se deslizó por su nuca y la parte baja de su espalda.

No entendía qué estaba pasando. Estaba mareada y todo le daba vueltas. Lo único en lo que podía pensar era en el sofocante ardor que se había aposentado en su vientre y que no parecía querer darle tregua.

Tuvo que apoyarse en la pared para no desplomarse, ya que las piernas le temblaban descontroladamente bajo la falda del kirtle. Jadeó, captando la atención de Guðrun, que giró sobre sus talones para poder encararla. Esta palideció de golpe al verla al borde del desvanecimiento.

La esclava se aproximó a grandes zancadas a Kaia y le preguntó el motivo de su malestar. No recibió ninguna respuesta de su parte, lo que solo sirvió para incrementar su nerviosismo.

Los dolores se fueron haciendo más y más intensos, hasta el punto de tornarse insoportables. La Imbatible cerró los puños con tanta fuerza que sus uñas se hundieron en la palma de sus manos, abriendo pequeñas heridas en la carne.

Gritó y sollozó, sin poder apenas moverse. Continuaba de pie, encogida sobre sí misma, sujetándose el vientre como si su vida dependiera de ello. Se encomendó a todos y cada uno de los dioses, suplicándoles especialmente a Frigg y a Freyja, pero sus oraciones fueron en vano.

Un nuevo cólico la hizo derramar unas cuantas lágrimas. Podía escuchar la estridente voz de Guðrun tras ella, que no dejaba de preguntarle qué le ocurría y cómo podía ayudarla, pero tan solo era capaz de centrarse en el líquido caliente que había empezado a resbalar por la zona interior de sus muslos.

Dejó escapar otro sonido ahogado, sabedora de lo que aquello implicaba. Se secó el sudor de la frente con la manga de su vestido y elevó la falda hasta la altura de sus rodillas, lo justo para poder vislumbrar un pequeño reguero de sangre descendiendo sinuosamente por su pierna izquierda. La thrall, por su parte, abrió los ojos de par en par al verlo, entendiéndolo todo.

—¿De cuánto está? —consultó Guðrun, tratando por todos los medios de no dejarse dominar por el pánico que le producía aquella situación tan desconocida para ella. Acortó la distancia que la separaba de Kaia y posó una mano en su espalda, frotándosela después suavemente.

Hasta ahora no había tenido noticia alguna de su embarazo. Era algo que ni siquiera se había planteado. Es decir, por lo que tenía entendido, era viuda y no había vuelto a desposarse con ningún otro hombre... Aunque no tardó en llegar a la conclusión de que precisamente por eso había decidido mantenerlo en secreto. Tampoco había notado su vientre más hinchado o abultado. Había sabido utilizar las prendas a su favor, empleando ropa ancha y holgada para que su inconfundible redondez pasara desapercibida.

Había escuchado rumores, habladurías sobre ella y aquel pescador que había traicionado a Lagertha y ayudado a escapar a Harald. ¿Sería él el padre?

—Hace poco más de cuatro lunas que dejé de sangrar... —solventó la castaña con voz entrecortada. Los dolores no cesaban, ni tampoco el flujo.

—Está perdiendo mucha sangre... —musitó Guðrun, tan pálida que casi parecía traslúcida, aunque no más que Kaia. Podía ver cómo aquel líquido carmesí se iba acumulando en un pequeño charquito en el suelo.

La Imbatible quiso enderezarse, pero un nuevo latigazo de dolor la conminó a quedarse quieta y no realizar movimientos bruscos. Apretó los labios en una fina línea y contuvo el aliento. La visión se le nublaba a intervalos regulares y la sensación de mareo era cada vez peor.

—Tienes... tienes que avisar a un sanador... —balbuceó. Guðrun tragó en seco ante la gravedad de la situación—. Y a la comadrona...

Caminaba lo más rápido que le permitían las piernas. Tenía el pulso acelerado y una desagradable presión se había instaurado en su pecho, fruto de la zozobra que la corroía por dentro. Pese a ello, no se detuvo. Sorteó a un par de transeúntes con los que se cruzó y torció en una de las esquinas, para finalmente darles más celeridad a sus pasos cuando logró vislumbrar el tejado de la vivienda a la que con tanta premura se dirigía.

Su mente se había convertido en una maraña de pensamientos brumosos e inconexos, de modo que trató de dejarla en blanco y no sacar conclusiones precipitadas.

Desgraciadamente aquello le resultó imposible.

En cuanto se detuvo frente a la puerta de entrada, un pánico visceral se apoderó de ella. Temía lo que pudiera llegar a encontrarse al otro lado del umbral. Le aterrorizaba el sinfín de posibilidades que se le estaba pasando por la cabeza.

Cuando Guðrun irrumpió en el Gran Salón de la forma en que lo había hecho, tan pálida como un muerto y con los ojos vidriosos, supo que algo malo había sucedido. Algo relacionado con Kaia, ya que había estado con ella todo ese tiempo, ayudándola en todo cuanto necesitase. Pero no fue hasta que la esclava se lo contó todo que sintió cómo el alma se le caía a los pies. 

No había pensado en otra cosa desde entonces, desde que Guðrun la había hecho partícipe del estado tan delicado en el que se encontraba La Imbatible, a quien había dejado en manos del curandero y la partera. Había abandonado el Gran Salón sin dudarlo ni un segundo y puesto rumbo hacia el hogar de su amiga con la vana esperanza de que todo se hubiese quedado en un susto, pero ahora que estaba allí... Tenía miedo. Mucho miedo.

Tomó una bocanada de aire y, tras unos instantes más de vacilación, se aventuró a llamar a la puerta. El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando la recibió Hilda, cuya expresión cambió radicalmente al verla.

La anciana lucía abatida, demacrada incluso.

—¿Cómo está? —se apresuró a preguntar Lagertha, desasosegada. Hilda apartó la vista de ella, clavándola en el suelo. Su rostro se había ensombrecido tanto que la soberana no supo cómo interpretarlo. La ansiedad aumentó, al igual que ese temor que se había abierto paso en su interior. Ese mal presentimiento que llevaba acompañándola desde que Guðrun le había contado lo ocurrido—. ¿El bebé? —Sentía que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento.

La völva alzó de nuevo la mirada. Sus ojos insondables se habían cristalizado y la comisura derecha de su boca temblaba ligeramente. Se preparó para hablar, pero no fue capaz de articular ni una sola palabra, así que simplemente se limitó a negar con la cabeza, siendo aquel gesto demoledor para Lagertha, que sollozó mientras trataba de asimilarlo.

Kaia había perdido el bebé.

Una lágrima resbaló por su mejilla, pero no se molestó en secarla. Le resultó imposible no retrotraerse a los días en que ella pasó por lo mismo. La primera vez fue cuando aún estaba con Ragnar, antes de que todo cambiara entre ellos, y la segunda cuando estuvo embarazada de Kalf, aquel traidor al que asesinó el mismo día de su boda, antes de que se oficiase la ceremonia.

Lo recordaba todo como si fuera ayer, con tanta claridad que no pudo evitar estremecerse: el dolor, la confusión, la angustia, el sentimiento de pérdida... Y es que perder a un hijo era el peor castigo que podía recibir una mujer. No importaba que aún estuviera desarrollándose en su vientre, resultaba igual de doloroso. Igual de descorazonador.

—Quiero hablar con ella —manifestó la rubia luego de sorberse la nariz. Parpadeó varias veces seguidas, a fin de ahuyentar las lágrimas que amenazaban con salir a flote, y tragó saliva.

Hilda negó con la cabeza.

—No quiere ver a nadie —refutó.

Aquello fue como una puñalada para Lagertha.

—Necesito saber que está bien —insistió ella.

No había sido justa con Kaia, ahora lo sabía. De hecho, no se enorgullecía de cómo se había portado con ella en los últimos días. Había estado tan obcecada en su propio dolor, en sus propios problemas, que no había caído en la cuenta de que aquello para La Imbatible tampoco tenía que estar siendo nada fácil. Trygve la había estado utilizando a su antojo todo ese tiempo, embaucándola con sus malas artes para obtener información que le resultaría útil de cara a sus planes regicidas. Y no contento con ello, la había dejado embarazada de un hijo que acababa de perder.

Había sido demasiado dura con ella, demasiado cruel, y ahora no podía evitar sentirse responsable de lo que había pasado, porque le había echado sobre los hombros una carga más. Sabía que para su amiga estaba siendo una temporada bastante dura y difícil, que tenía muchos frentes abiertos de los que preocuparse... Y aun así ella la había presionado hasta llevarla al límite de sus fuerzas.

—Lo estará en unos días —aseveró la anciana, irguiéndose en toda su altura, que no era mucha. Su expresión se había endurecido y sus orbes azules, que eran de una tonalidad un poco más oscura que los de la reina, ya no brillaban con el mismo fulgor que hacía unos segundos—. Yo misma te mantendré informada de su evolución, pero ahora debes irte. No es un buen momento. Kaia necesita descansar. —Su tono no admitía réplica.

Lagertha profirió un lánguido suspiro, consciente de que no le haría cambiar de opinión por mucho que insistiera. Al menos se sentía más tranquila sabiendo que era Hilda la que se quedaría al cargo de Kaia hasta que esta se recuperase físicamente del aborto. No le agradaba la idea de tener que mantenerse relegada a un segundo plano, pero no le quedaba más remedio que ceder y resignarse. No quería empeorar las cosas.

—Dile que he estado aquí —bisbiseó con la voz algo tomada.

La seiðkona realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, para después disculparse con ella y cerrar la puerta.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Vale, creo que este es el capítulo más duro y triste que he escrito hasta ahora de Yggdrasil. Me costó bastante redactarlo en su momento, no porque no supiese cómo desarrollarlo ni nada por el estilo, sino porque sufrí mucho con Kaia. Creo que ya he mencionado en más de una ocasión que es mi personaje favorito de esta historia, así que me duele en el alma hacerla pasar por todo esto... Pero se mascaba la tragedia, se veía venir de lejos que esto acabaría pasando tarde o temprano. Desde el instante en que decidí que Kaia se quedaría embarazada, supe que perdería el bebé, y la verdad es que no me arrepiento de haber tomado esta decisión, porque esto va a suponer un antes y un después en su personaje y en su relación con Lagertha. Sorry not sorry.

No hay mucho que decir al respecto: tenía muchísimo encima, eran muchas cosas las que la tenían en vilo, así que simplemente su cuerpo colapsó. Era demasiado estrés para una mujer en estado. Soy horrible, lo sé, pero ya os advertí que el drama iba a ser un ingrediente fundamental en esta historia. Y lo que nos queda, mai friens.

Lo cierto es que tenía muchísimas ganas de escribir sobre mi bebita Guðrun (es mi protegida, mi niña bonita). Ya habéis visto que es muy hermética y reservada, pero se ha abierto un poco con Kaia y nos ha ofrecido un pellizco de información sobre su pasado. ¿Sospechabais que fuera la hija de un conde? Aún quedan algunas incógnitas que se irán resolviendo más adelante ;)

Y si la primera escena ha sido desgarradora, la segunda me ha terminado de meter bajo tierra. Probablemente muchos reneguéis ahora mismo de Lagertha, pero hay que entender que los últimos meses no han sido fáciles para ninguna de las dos. Eso no justifica el comportamiento que tuvo con Kaia en el capítulo 55, pero es normal que actuara así, teniendo en cuenta que su mejor amiga, su segunda al mando, le estuvo ocultando información y que por culpa de ese pequeño desliz Harald escapó y secuestró a Astrid en el proceso. No sé, hay que ponerse en la piel de todos los personajes para entender por qué actúan como lo hacen =/

El caso es que se avecinan muchas curvas, ya no solo para estas dos, sino también para el resto de personajes. Tened en cuenta que el retorno de Ubbe y las chicas a Kattegat es inminente, y eso solo significa una cosa: salseo. Por no mencionar que también tendrá que reaparecer cierto vikingo rubio...

¿Qué creéis que pasará con Drabbe, Kagertha y Eivörn? ¿Cuáles son vuestras predicciones?

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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