Fake Lovers: Un desenlace alt...

By WILDERMINDER

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Cuando Betty se va de Ecomoda, el engaño de don Armando llega a oídos de Daniel Valencia, quien ve la oportun... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Nota del autor

Capítulo 9

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By WILDERMINDER

Betty salió del restaurante con la prisa de llegar a casa tan pronto como fuera posible, sintiéndose exhausta, de pronto.

Sin embargo, lo último que esperaba en ese momento, habiéndose resignado a ello, era ser interceptada por el mismísimo Armando Mendoza.

—¿Qué tal estuvo la comida? ¿Le gustó? —preguntó él, sin poder ser más sarcástico, sorprendiendo a Betty.

—Por Dios, don Armando, ¿usted qué hace aquí?

—Sabe, me sorprende que Daniel Valencia esté allá adentro. Estaba muy amable con usted.

—Pues sí, estaba muy amable conmigo, pero yo no tengo por qué darle explicaciones a usted, ¡desaparézcase de aquí, doctor! —tratar de ahuyentarlo fue lo primero que se le ocurrió.

Betty trató de evadirlo, seguir avanzando, pero él la detuvo.

—¿A usted qué le está pasando? ¿Ah? —preguntó él. —¿Cómo le acepta una comida a ese tipo?

De pronto la pregunta, el tono de voz de don Armando, el reproche, le resultaba abrumador, y tenerlo enfrente, agobiante.

—Y no me venga con que era una cena de negocios. —continuó él.

—Eso a usted no le importa.

—¿Ah, no? Pues si usted no me da una respuesta, lo tendrá que hacer él, inmediatamente salga, Beatriz.

—¡Por favor, don Armando! —exclamó ella, sin poder creer la cantidad de cinismo que estaba escuchando de su parte. —Aléjese de mí. —le dijo, porque era lo que necesitaba, aunque no lo quisiera del todo.

—¿Quiere saber por qué estoy aquí, Beatriz? Porque ese tipo anda detrás de usted. Porque él sabe perfectamente que usted tiene la empresa en sus manos, que lo tiene en sus manos y va a hacer hasta lo imposible por ponerla de su lado. —empezó a murmurar. —Yo conozco muy bien esas estrategias, Beatriz. Muy bien. La elegancia, la distinción, las invitaciones a restaurantes elegantes. La está seduciendo. Vea Beatriz, usted no se ha dado cuenta de una cosa. Antes de que fuera presidente de Ecomoda, de que llegara... transformada, tan linda, él jamás la hubiera invitado a salir. —afirmó Armando.

Betty sabía perfectamente cuál era el punto al que don Armando iba, pero no estaba segura si debía dejar que el rastro de suposiciones fueran en esa dirección. No sabía si el doctor Valencia, cínicamente lo aceptaría de esa forma ante Armando Mendoza, o trataría de parecer genuinamente interesado en ella...

Pero...

Es decir, esto claramente significaba que el plan tendría que seguir en marcha, ¿no?

—¿Usted me quiere decir que él va a intentar seducirme para conservar su empresa, para tenerme a su disposición? —le preguntó ella.

—Pero claro, Beatriz. —respondió él, como si fuera lo más obvio en el mundo.

—Qué manera tan original de hacerlo. Es la primera vez que un ejecutivo elegante y propietario de una empresa como Ecomoda trata de seducirme para conservar su empresa. Gracias por la advertencia, doctor, si usted no me lo hubiera dicho, seguro que hubiera caído con él, como yo soy tan fácil con esa clase de ejecutivos... —le dijo, entreteniéndose con la ironía.

—No, yo no estoy diciendo que usted caiga fácil, Beatriz. —dijo, tratando de evitar la mal interpretación de sus palabras.

—No lo está diciendo usted, lo digo yo, por la experiencia que ambos conocemos. —declaró Betty.

—Ok, ok, hagamos de cuenta que es la misma historia. Lo que no me explico es cómo le puede aceptar una invitación a una persona que fue capaz de agredirla de esa manera. ¿O es que no se acuerda? Porque yo sí me acuerdo, estuve ahí para defenderla. —reprochó él.

—Bueno, ¿es que acaso usted tenía otra opción? Necesitaba mantenerme enamorada para que le siguiera colaborando. Sí, es cierto que él me agredió muchas veces, pero fue una agresión frontal, no una agresión fríamente calculada con su mejor amigo y que yo descubrí por una carta clandestina. Yo sé lo que es sufrir por una agresión de verdad, que casi me mata. Pero, ¿qué le dio tanta angustia, doctor? ¿Que por haber hablado con su peor enemigo hubiera podido afectar sus intereses? ¿O que estuviéramos planeando una estrategia contra usted? —se dio el lujo de decírselo en la cara.

—No... es que no puedo verla a usted con otro hombre, entiéndame eso. —replicó enfadado.

—¿Con otro hombre o con el doctor Valencia?

Él negó con la cabeza.

—¿Quiere saber cuál es la diferencia entre él y yo, Beatriz? Que ese tipo jamás se enamoraría de usted, y mucho menos, de la mujer que fue.

—¿Por qué no se calla? —le dijo Betty, cansada de que don Armando siguiera insistiendo con esa cantaleta.

—¿Por qué no me callo? Porque Beatriz, ese hombre jamás se enamoraría como yo me enamoré de usted. —insistió él.

—Doctor, ¿por qué no se va para su casa, sí? Aléjese de mí, se lo suplico, se lo he dicho mil veces. Lo único que sacará con esto es meternos en más problemas. ¿Es eso lo que busca?

Armando se rió burlón.

—Más problemas... Beatriz, yo ya estoy metido en un problema muy grande. No me la puedo sacar de aquí, del corazón. —le dijo, acercándose peligrosamente a ella, invadiendo descaradamente su espacio personal.

—Por favor, ¡lárguese! Déjeme en paz, ¡váyase! —ella le rogó, tratando de apartarse de él a toda costa y evitando mirarlo a los ojos.

Desde donde estaban, ambos escucharon perfectamente cuando el joven mesero que atendía la entrada le deseó buenas noches al doctor Valencia, a lo cual, don Armando reaccionó de inmediato, apresurándose para bloquearle el paso.

—¡Daniel Valencia! —vociferó Armando para llamar la atención del hombre, y lo único que Betty podía desear en ese mismo instante era que no se armara un escándalo.

***

Daniel se paró en seco al escuchar su nombre. Más aún, al provenir de una voz tan desgraciadamente familiar.

Al darse la vuelta, se encontró con la figura del que fuera su cuñado acercándose hacia él con afán. Unos metros detrás, se encontraba Beatriz Pinzón, de pie, aferrándose con fuerza a la cartera que llevaba colgada al hombro. Seguramente la había interceptado primero. A juzgar por la expresión en su rostro, ella tampoco tenía mucha idea de lo que estaba pasando.

Después de haber estado esperando a que el hombre apareciera, y desechar esa idea, la repentina presencia de Armando lo había tomado desprevenido.

—¡Armando! —exclamó; su voz una mezcla de fingida y genuina sorpresa. —Qué milagro verte por acá, pensé que a esta hora estarías rumbo a... no sé, ¿México? —agregó con falsa ignorancia.

—Mi vuelo sale mañana. —aclaró Armando, cuando estuvo lo suficientemente cerca, mirándolo directo a los ojos a través de sus gafas, con un aire desafiante.

—Ya veo. ¿Y, dónde dejaste a Marcela, entonces?

La pregunta descompuso el rostro de Armando, por obvias razones.

—Ella está en su departamento. —explicó. No podía permitirse dejar la respuesta al aire.

Daniel dirigió su mirada hacia Beatriz, quién seguía de pie en el mismo lugar, evidentemente incómoda. Tenía que encontrar la manera de evitarle el posible embarazoso episodio y dejar que se fuera tranquila.

Asintió lentamente ante la pobre respuesta de Armando e intentó zafarse para aproximarse hacia donde estaba Betty, dejando atrás al hombre, dándole la espalda.

—Armando, eres muy descortés, dejaste sola a la doctora Pinzón. Te la encontraste primero, me imagino. —dijo. —¿Doctora Beatriz, por qué no se —

—¡No te le acerques, Daniel! ¡Ni se te ocurra! —vociferó Armando. El grito atrajo las miradas de algunos de los clientes que acudían al restaurante.

Daniel cerró los ojos un instante y respiró hondo; pasó a estar irritado en un segundo. Tenía a Beatriz de frente, a unos pasos, y la miró fijamente para tratar de averiguar su reacción. Estaba petrificada.

Sintió un firme tirón del brazo derecho, mientras que Armando se atravesó en su campo de visión.

—No voy a permitir que te aproveches de Beatriz, ¿entiendes? No voy a permitir que juegues con ella, que trates de seducirla. No la busques, aléjate de ella y limítate al contacto laboral, Daniel. Te lo advierto.

Las palabras sonaban terriblemente ridículas, viniendo de Armando. ¿De verdad estaba celoso? Daniel no tenía idea, pero el nivel de desesperación era palpable a través de su voz, lo cual, resultaba tan intrigante como preocupante. Era obvio que Armando Mendoza no soportaba la idea de que su brillante, y ahora también atractiva ex-asistente, estuviera reunida con él.

Trató de reprimir una sonrisa.

—Armando, por favor, ¿de qué estás hablando? —dijo, haciéndose el desentendido. —La doctora y yo ahora somos colegas, no entiendo por qué el alboroto, ¿qué haces metiéndote en la vida privada de tus ex-empleados? En otras palabras, ¿a tí qué te importa?

—Me importa, porque sí, Daniel Valencia. —dijo, sujetándolo con ambas manos por la solapa del saco. —No te lo voy a repetir.

El gesto resultó más agresivo, más provocador de lo que debería, y aunque la rabia que continuaba acumulándose en el pecho de Daniel amenazaba con explotar en cualquier momento, consiguió controlarse.

—No me toques. —habló, tan impasible como pudo.

—¡Ah, no! No, no lo toco al señor. Discúlpeme —dijo, soltándolo con un empujón. —no era mi intención.

—¿Por qué no hablas claro, Armando? ¿Qué es lo que te molesta? —preguntó Daniel, desarrugándose el saco.

—Tú me molestas, Daniel, me molesta que quieras salirte con la tuya, que quieras manipular a todo el mundo para beneficiarte, para sacarles provecho, y me molesta que quieras enredar a Betty con tus mentiras.

Daniel se rió burlesco.

—¿Cuáles mentiras, idiota? Mira, la doctora Pinzón y yo no tenemos por qué darte ningún tipo de explicaciones, y tú no tienes el derecho de pedirlas, o, ¿es que acaso a tí te interesa Beatriz? —decidió meterlo en aprietos. —Porque, la última vez que revisé, tú seguías comprometido con mi hermana, ¿o me equivoco?

Armando Mendoza apretó los ojos por un segundo. Daniel sabía, estaba seguro, que no era el caso. No había manera de que el hombre que tenía enfrente por ningún motivo estuviera de verdad interesado en Betty. La había timado, estaba obsesionado, y estaba empeñado en seguir con el cuento que le inventó a ella para seguir contando con su apoyo.

Pero después de semejante barbaridad, del engaño del siglo, ¿cómo podía Armando seguir tan encaprichado con lo mismo?

A menos que él en verdad estuviera...

No.

Obviamente no.

Fue Beatriz quien se acercó hasta ellos y tiró de la manga del saco de Daniel.

—¿Será que puede acompañarme hasta el carro, doctor? —le preguntó ella.

Los ojos de Armando se clavaron en la mano de Betty, que seguía posada sobre el antebrazo de Daniel. La tensión en la mandíbula de Mendoza saltando a la vista.

—Por supuesto. —respondió Valencia ante el inteligente movimiento de Beatriz.

La mirada de Armando se desvió hacia el rostro de Betty, quien parecía determinada a no dejarse influenciar por su actitud posesiva.

Los dos parecían gritarse miles de cosas mientras se miraban fijamente a los ojos, pero durante unos segundos que se sentían eternos, ninguno pronunció palabra, hasta que Armando rompió el contacto visual con Beatriz, para dirigirse a Daniel.

—Te juro con mi vida, Daniel Valencia, que si te atreves a lastimar a Beatriz, yo mismo te mato. —le dijo, y después se acercó a Beatriz. —Y usted no diga que no se lo advertí. —le susurró a ella, enfadado.

Armando se alejó, enfurecido, haciendo chocar con fuerza su hombro contra el de Daniel para abrirse paso.

La cantidad de dramatismo que Mendoza derrochaba era tan absurda, que Daniel tardó un rato en procesar lo que había pasado.

El sonoro suspiro de Beatriz lo sacó del trance.

—Bueno, eso no se acercó para nada a lo que me esperaba, pero creo que de igual manera sirve, ¿no? —comentó Daniel.

Ella aún parecía conmocionada y Daniel recordó que había salido del restaurante primero.

—¿Qué fue lo que le dijo Armando antes de que yo llegara? ¿También fue grosero con usted? —preguntó él.

—Está muy preocupado por la empresa. —dijo Betty arreglándose las gafas y tomando control de sus pasos hacia donde tenía el carro aparcado.

Daniel la siguió de cerca.

—Pero sigue alimentando el cuento de que está enamorado de usted... ¿Le propuso algo? Seguramente querrá seguir contando con su apoyo, tal vez continuando con la aventura que tuvieron.

Ella se detuvo frente al auto y abrió la puerta.

—Está desesperado, porque, y cito palabras de don Armando, usted anda detrás de mí, porque usted sabe perfectamente que tengo la empresa en mis manos, y va a hacer de todo por ponerme de su lado.

Daniel asintió.

—Comprendo... se siente amenazado... y luego disfraza su miedo a perder el control de la empresa por completo, tratando de manipularla a usted, Beatriz, de hacerle creer que se preocupa porque yo le haga daño, no a Ecomoda, sino a usted. —se rió con ironía. —De verdad, Armando es incomparable...

—Y se va por un mes. Supongo que eso nos dará tiempo para darle forma a lo que sea que vayamos a hacer... si aún sigue en pie. —agregó ella.

Esta vez, Daniel la sintió más decidida. Como si encontrarse esa misma noche con Armando la hubiera hastiado por completo.

—Un trato es un trato. —confirmó él.

Ella le dio las buenas noches por segunda ocasión y se montó en el carro. Daniel se agachó para estar a la altura de la ventana, cuando ella bajó el cristal.

—Doctora Pinzón, —la llamó. —escuche... —ella no lo tomaría muy bien, pero tenía que decírselo. —Necesito que sea muy objetiva, en cuanto a lo que siente por Armando.

Ella estaba a punto de opinar, pero él continuó.

—Porque, aunque lo niegue, no estoy ciego, y conociendo la historia, es fácil darse cuenta de que usted aún está enamorada de él. —afirmó Daniel.

—¿Por qué se empeña en sacar a la luz ese tema, ah? —respondió ella, el enfado presente en su voz. —¿Es que le encanta asumir cosas sobre las personas, no?

—En parte, sí, y me encanta por el simple hecho de que habitualmente tengo razón... —ella rodó los ojos. —Vea, no es que me importe. De verdad. Es muy su problema. Pero necesito estar seguro de que ese amor que usted le profesa no se convierta un obstáculo a la hora de molestar a Armando.

Betty bajó la mirada y exhaló hondo.

—Usted no se preocupe por eso, doctor. Ya veré yo cómo me las arreglo con ese pequeño detalle. —aceptó ella. —Como siempre.

Daniel la miró con el entrecejo arrugado. Aunque, por encima, las palabras de Beatriz, resultaban ser un alivio, no pudo evitar sentirse consternado.

Ella arrancó la máquina del auto.

—Mejor preocúpese por averiguar cómo va a simular conquistarme a partir de mañana en la oficina. —agregó Betty con el esbozo de una sonrisa triste en el rostro.

Ella se fue después de eso, y Daniel se quedó de pie sobre la acera observando el auto alejarse, sintiéndose como un completo idiota. Pero... ¿por qué?

***

"Un mes sin él...

¿Por qué me duele pensar que no volveré a verlo en un mes si tengo claro que todo esto se trata de que no debo volver a verlo de por vida?

Sé que está pasando por un momento muy oscuro de su vida, lo sé y lo siento. Esta noche lo sentí muy angustiado, desesperado, celoso, ya no sabe cómo manejarme y sé el conflicto que le debe estar causando en su vida, en su relación con doña Marcela... creo que es mejor para los tres que se vaya.

Hoy empieza un nuevo día para mí en Ecomoda, el primero de treinta días sin él, espero que cada día que pase se vayan desapareciendo los deseos de verlo. Solo ruego para que cuando él regrese las cosas hayan cambiado y yo no sienta su ausencia y que él desista de tratar de convencerme que me ama.

Deseo que cuando vuelva a verlo lo vea como algo que pasó y que murió... y que no me inquiete más su cercanía.

Espero que esta jugarreta que el doctor Valencia y yo intentamos poner en marcha cumpla su cometido. Anoche, cuando él le plantó cara a don Armando, pude ver lo difícil que le fue mantener el control, y resulta extraño, de alguna manera, porque el odio que él siente es totalmente distinto al sufrimiento que a mí me consume todos los días. Pero es admirable, en realidad, darse cuenta de cómo un hombre que odia como él lo hace, tenga la capacidad de no perder los estribos, incluso cuando tiene razones para hacerlo.

Hay algo en él que me intriga, aunque no debo admitirlo, y aunque no deba sentirme así. Estoy consciente de que es un hombre que sabe lo que quiere y no va a parar hasta conseguirlo, pero me da la impresión de que hay mucho más debajo de ese duro caparazón de arrogancia y frialdad.

Anoche, mientras cenábamos, mientras él hablaba, el ambiente estuvo curiosamente relajado, y a pesar de que nunca me imaginé que podría estar escribiendo precisamente esto, creo que la oportunidad de conocer a Daniel Valencia directa o indirectamente, a través de un pacto poco convencional, como persona y no como el ventajoso accionista de Ecomoda, podría ser menos complicado y más agradable de lo que pensaba."

***

Marcela estaba harta. Armando se había largado como si nada, huyendo de todo bajo la excusa de mover los negocios de las franquicias y ella necesitaba salir de Ecomoda cuanto antes. Por eso, le pidió a Patricia que reservara el primero vuelo de avión que saliera para Miami.

La verdad es que le urgía darse un tiempo, pensar muy bien las cosas, porque para el regreso de Armando, su propia vida se definiría y tenía que estar bien preparada para entonces.

Patricia, por su parte, aprovechó para sacar ventaja y pedirle prestado el carro mientras estuviera fuera.

—Me imagino que vas a tener el acto humanitario de prestárselo a tu amiga. —enfatizó. —Ay, Marce, ¿prefieres tenerlo encerrado en un garaje, guardado ahí, a prestárselo a tu amiga pobre?

—¿Me haces la reserva? —Marcela evadió la pregunta.

—¿Y el carro qué? —insistió Patricia.

—¿Me haces la reserva? —pidió Marcela de nuevo con una sonrisa.

—Ok, Marce, yo que soy una buena amiga, te voy a hacer la reserva. —dijo Patricia, con entusiasmo.

—No, a ti se te paga por hacer ese trabajo. —aclaró.

—Sí, pero no me pagan para ser una buena amiga tuya, eso lo hago gratis, porque mi amistad no tiene precio, Marce. —canturreó su amiga mientras se dirigía a la puerta.

Marcela no pudo evitar rodar los ojos.

Cuando Patricia finalmente abrió la puerta para salir, se topó con Daniel.

—Ay, hola, Daniel... —dijo Patricia con tono seductor, instantáneamente.

—Hola, Patricia. —contestó Daniel, sin dedicarle más que un leve vistazo, adentrándose por completo en la oficina, mientras que la mujer salía, desencantada por el tajante saludo.

Marcela a veces se preguntaba por qué su hermano tenía que ser tan apático con la gente, incluso con personas que no tenían nada malo, nada de lo cual enfadarse. Patricia, por ejemplo, podía haber sido un buen partido para Daniel, si tan solo él no fuera tan exigente, si no tuviera tan altos estándares, esperando a la mujer perfecta para él, que seguramente tardaría una eternidad en encontrar.

—Bueno, ¿a ti qué te pasa? ¿Por qué esa cara? —indagó Daniel.

—No es nada, hoy dejé a Armando en el aeropuerto.

Daniel hizo una mueca de repugnancia al escuchar de Armando y se sentó frente a su escritorio.

—Y ya me preparo para salir para Miami. —concluyó ella.

—¿Tan pronto? —preguntó él. —Pensé que no querías irte...

—No creas que me encanta la idea de estar lejos de Ecomoda, pero trabajo es trabajo. Además, necesito el cambio de aires por un tiempo, y que estés aquí me tranquiliza... saber que no estamos dejando la empresa sola, en manos de Beatriz.

Daniel asintió.

—Sabes que de pronto, tener a Beatriz manejando la empresa es lo mejor que nos podemos permitir en estos momentos, ¿no? Y tal vez, un poco más de lo que nos merecemos.

Marcela se rió con ironía.

—¿Ah, sí? Se me olvidaba que ahora estás muy cómodo trabajando con ella, ¿no? Apoyando sus decisiones, muy atento, muy condescendiente. —le reprochó.

Una idea totalmente absurda se le pasó por la cabeza a Marcela, lo cual la hizo reírse con más fuerza.

—No me vayas a decir que ahora ella te gusta. —se burló ella, entreteniéndose con la ridiculez de sus propias palabras.

Para su sorpresa, Daniel, se rió por lo bajo y se encogió de hombros.

—Ya no está tan fea. —respondió su hermano.

Marcela en realidad no pudo descifrar el tono de voz de Daniel en ese momento, y de su propio rostro se borró la sonrisa burlona. No podía decidir si había escuchado ese usual sarcasmo presente en las palabras de él... pero fue tan confuso, que, por un instante, deseó haber podido regresar el tiempo para oírlo de nuevo y salir de la duda.

—No, ya no está tan fea. —contestó ella, aún considerándolo.

No le quedaba más remedio que olvidarse de eso y dejarlo por la paz. El sentido del humor de Daniel podía ser extraño, molesto, a veces. Si de una cosa estaba segura, era de que su hermano, ni en un millón de años, se sentiría atraído por una mujer como Beatriz, que si bien, ahora estaba bonita, carecía de clase, de verdadero estilo.

Aunque eso no fue impedimento para que Armando terminara enamorándose de ella.

Fue sarcasmo, decidió al final Marcela.

Y lo hizo más para mantener su propia salud mental, que por convicción real. Porque si algo por el estilo sucediera, seguramente sería el fin del mundo.

*

¡Hola! Les traigo capítulo nuevo, y espero de verdad que les guste.

Sé que de pronto, parece que las cosas marchan algo lento, pero esto es un slowburn, y admitiré que me encanta darle su tiempo a todo. 

Sin más que decir, muchas gracias por el apoyo. Me encanta leer sus comentarios y sus críticas, ¡son lo máximo!

¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima!

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