βž€ Yggdrasil | Vikingos

Galing kay Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... Higit pa

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz

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──── CAPÍTULO LVI ───

NO ME INTERESA LA PAZ

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◦✧ ✹ ✧◦

        LA TENSIÓN EN LA IGLESIA podía cortarse con un cuchillo. Los Ragnarsson se habían reunido allí a la mañana siguiente para debatir qué hacer ahora que habían vencido a Æthelwulf y su séquito. Sin embargo, entre ellos había diversidad de opiniones, como ya acostumbraba a ser desde que estaban en Inglaterra. Ivar no había titubeado a la hora de restregarles a sus hermanos mayores que la estrategia que los había llevado directos a la victoria era suya y Ubbe le había recordado que fue él quien le salvó la vida en plena contienda, cuando se vio solo frente a un numeroso grupo de sajones tras caer de su carromato. Y aquello, como cabía esperar, no le había sentado muy bien al Deshuesado. Hvitserk, por el contrario, había preferido mantenerse al margen, consciente de que una nueva confrontación no les beneficiaría de cara al Gran Ejército.

El primogénito de Ragnar y Aslaug ya empezaba a cansarse de los continuos desplantes de Ivar. Desde que habían arribado a tierras inglesas, el menor no había dejado de socavar su autoridad, tal y como estaba haciendo en aquel preciso instante. Se divertía poniendo en duda su buen juicio y su capacidad para tomar decisiones, y no le importaba lo más mínimo hacerlo en público. Los hombres y las mujeres que estaban con ellos, repartidos por las inmediaciones del santuario, habían guardado un silencio sepulcral en tanto los oían discutir como críos.

—Hemos vencido a los sajones —volvió a hablar Ubbe sin la menor intención de dar su brazo a torcer—. Æthelwulf no tiene nada que hacer contra nosotros, así que es momento de reclamar estas tierras y firmar la paz. Es lo que padre querría: que creásemos colonias para que nuestra gente pudiera vivir aquí también. —Realizó un ademán con la mano para darles mayor énfasis a sus palabras.

El más joven chistó de mala gana.

—No me interesa la paz —rebatió, tajante—. Eso es para los débiles y los cobardes. —Fue coreado por una serie de carcajadas.

Ubbe se masajeó el tabique nasal en un gesto cansado. Ivar estaba empeñado en seguir expandiendo su dominio por toda Inglaterra, aprovechando las huestes de las que disponían, por lo que ceder para hacer realidad el sueño de Ragnar no entraba en sus planes. Era demasiado codicioso y egoísta, y él demasiado terco y obstinado como para dejarlo estar. 

Ambos se sumieron en una nueva disputa en la que no faltaron las burlas y los comentarios insidiosos por parte del Deshuesado. Cada uno tenía una forma de ver las cosas, su propio punto de vista, de manera que llegar a un acuerdo iba a ser harto complicado.

Ivar no se fiaba de los cristianos. Puede que hubiesen perdido esa batalla, pero no la guerra, y dudaba que fuese una buena idea ir a negociar con ellos cuando su derrota estaba tan reciente. El mayor, en cambio, consideraba que aquel era el momento propicio para hacerlo.

—Yo que tú, querido hermano, dejaría que alguien realmente capacitado se encargase de dirigir el Gran Ejército —soltó el menor de los Ragnarsson, que permanecía sentado al borde de una de las improvisadas mesas con las que habían aprovisionado la estancia principal. Se removió en su sitio, provocando que las prótesis metálicas de sus piernas, aquellas que le permitían estar de pie y andar cortas distancias con ayuda de un bastón, repiqueteasen la una contra la otra.

Ubbe arrugó el entrecejo al escucharlo.

—Y ese alguien eres tú, ¿verdad? —ironizó a la par que lo señalaba con el dedo índice. Prefería no tomárselo demasiado a pecho.

—Lo has dicho tú, no yo. —Ivar alzó las manos en actitud pacificadora, aunque era más que obvio que se consideraba el único con derecho a comandar la milicia. Se creía mejor que sus hermanos por el mero hecho de haber acompañado a Ragnar en su última incursión a territorio inglés, y siempre que tenía la oportunidad se lo echaba en cara, recordándoles que ellos lo habían abandonado a su suerte.

El aludido esbozó una sonrisa forzada. Su perfil se recortaba contra la luz que se colaba por los amplios ventanales con los que contaba el edificio. A su lado, Hvitserk se sirvió un poco de cerveza en un cuerno vaciado.

A Ubbe le molestó que no saliera en su defensa, que no lo apoyase como siempre hacía, aunque también entendía que no quisiera posicionarse con ninguno de los dos. Era una situación difícil y bastante incómoda.

—¿Olvidas que soy tu hermano mayor? —inquirió luego de unos segundos más de fluctuación. Él también se sirvió algo de cerveza, para después llevarse el recipiente a los labios y dar un largo trago. Se secó las comisuras con el dorso de la mano y volvió a centrar toda su atención en El Deshuesado, que lo observaba con una chispa de diversión latiendo en el fondo de sus iris azules.

—No, Ubbe. Yo no olvido nada, a diferencia de ti.

Ante ese último comentario, las facciones del susodicho se crisparon en un gesto adusto. Aquello había sido un golpe bajo.

Ivar todavía no le perdonaba que hubiese estado confraternizando con una de las hirðkonur de Lagertha, la mujer que le había arrebatado la vida a su progenitora. ¿Y todo por qué? ¿Por ambición? ¿Por despecho? No, Ubbe aún estaba resentido por eso. Otra cosa era que no se dejase cegar por el odio y las ansias de venganza, como sucedía con su hermano pequeño. Pero eso no significaba que fuera un cobarde o que quisiese menos a Aslaug. Simplemente quería hacer las cosas bien y pensar con la cabeza fría, y más estando Drasil de por medio.

—No vayas por ahí, Ivar —le advirtió, enronqueciendo la voz.

El moreno dejó escapar una risita desdeñosa.

—¿Por qué no vas a meterte bajo las faldas de esa escudera de pacotilla? —cizañó, incapaz de contener más su veneno, que le quemaba en la punta de la lengua. Ubbe le lanzó dagas con la mirada, lo que le empujó a seguir despotricando contra la hija de La Imbatible—: Tal vez fornicando con ella se te quiten las ganas de ir a negociar con los sajones. —Más carcajadas llenaron el aire.

—No metas a Drasil en esto —gruñó el mayor.

Ivar irguió el mentón con soberbia. En su rostro podían apreciarse algunas de las heridas que le habían sido infligidas durante la reyerta, siendo la más llamativa la rotura de los capilares de su globo ocular izquierdo, que permanecía inyectado en sangre. Chasqueó la lengua y arrugó la nariz con desagrado, como si la sola idea de imaginarlos juntos le produjese una enorme aversión.

—Mírate... Eres penoso —le increpó—. ¿Acaso no recuerdas que esa maldita ramera ayudó a Lagertha a matar a nuestra madre? —La forma en que se dirigió a la muchacha, el calificativo que había empleado para referirse a ella, hizo que Ubbe comprimiese la mandíbula con fuerza y que Hvitserk entrara en tensión, temiendo que aquello alcanzase un punto de no retorno.

—Fue Lagertha quien la mató, ella no tuvo nada que ver —corrigió el castaño, procurando mantener la compostura y no ceder a la ira que ya empezaba a correr anárquica por sus venas. No quería darle la satisfacción de caer en sus provocaciones.

El Deshuesado negó con la cabeza, en total desacuerdo con él.

—Pero estuvo allí cuando la asesinó a sangre fría. Ella la ayudó a recuperar Kattegat. Para mí es tan culpable como Lagertha, al igual que su madre y sus amiguitas —masculló entre dientes, ignorando las miradas de advertencia que le lanzaba Hvitserk para conminarle a que mantuviese la boca cerrada—. Pero no te preocupes. Ya que no eres lo suficientemente hombre para tomarte la justicia por tu mano, me encargaré de que tu furcia reciba su merecido. ¿Cómo es en el lecho, por cierto? Apuesto a que chilla como una perra en celo —se mofó, lo que dio lugar a más risas y bromas.

Los ojos de Ubbe se oscurecieron ante ese último comentario. Una rabia incontenible le congestionaba la cara, creando una mueca ruda y grotesca. No pudo contenerse más y se levantó de su asiento como una exhalación.

Su mirada centelleó como muy pocas veces lo había hecho y en dos pasos tuvo a Ivar cara a cara, que lo escudriñaba con desdén. Hvitserk se alarmó debido a ese repentino acercamiento y se aproximó a ambos para interceder en caso de que fuera necesario.

—No vuelvas a hablar así de ella, y mucho menos te atrevas a hacerle daño —rezongó el primogénito de Ragnar y Aslaug, cuyo semblante estaba lívido—. Si quieres culpar a alguien, culpa a Lagertha. Ella fue quien mató a nuestra madre. Pero ni se te ocurra tocarle un solo pelo a Drasil. —Sus palabras fueron dagas afiladas.

El menor no pudo hacer otra cosa que sonreír con malicia.

—¿O qué? ¿Qué piensas hacer, hermano? —lo retó.

El mencionado se enderezó en toda su altura, que era unos centímetros superior a la de Ivar. Eso, junto con la anchura de sus hombros y el grueso de sus brazos, resultaba de lo más intimidante, aunque no lo suficiente para amedrentar al Deshuesado, que no hacía más que desafiarlo con la mirada, alentándolo a que perdiera el control. 

Pero Ubbe no iba a darle esa satisfacción.

—Te guste o no, ahora estoy con Drasil —subrayó, obviando por completo su interpelación. Ivar siseó y puso los ojos en blanco, como si aquel tema lo hastiara—. Es mi compañera, de modo que le debes respeto. Y créeme que lo harás mientras estés en mi presencia. ¿Me he explicado con claridad? —manifestó, imponiéndose ante él como tendría que haber hecho hacía tiempo. Estaba harto de ser su marioneta, pero, sobre todo, estaba harto de que ultrajara a la hija de La Imbatible siempre que le viniese en gana. Y no, no le suponía ningún problema hablar abiertamente de su relación con ella, porque a esas alturas ya no era ningún secreto.

Su hermano pequeño hizo un mohín con la boca.

—Tranquilo, no hace falta que te sulfures —dijo en tono burlón—. Está bien, te haré caso. No tienes nada de lo que preocuparte, en serio. Soy un hombre de palabra. —Se puso una mano sobre el corazón, como si estuviese haciendo un juramento, aunque saltaba a la vista que aquello tan solo era un juego para él.

Ubbe frunció los labios, molesto. No quiso seguir más con aquella pantomima, por lo que, tras lanzarle una última mirada a Ivar, abandonó la iglesia a paso ligero.

—¿Te encuentras bien?

La voz de Drasil hizo que emergiera de sus cavilaciones, de ese pozo negro que amenazaba con engullirlo. Ubbe parpadeó varias veces seguidas, a fin de ahuyentar aquella maraña de pensamientos negativos e infructuosos. Se reacomodó en su silla, que crujió bajo su peso, y carraspeó levemente, justo antes de darle un sorbo a su bebida. Su acompañante, que se hallaba sentada frente a él, lo observaba con expectación, a la espera de que le brindara una respuesta.

—Sí, claro —se limitó a contestar él.

Drasil entornó los ojos, creyendo detectar el sabor amargo de la mentira en sus palabras. Arrancó una uva del racimo que había en su plato y se la metió en la boca, todo ello sin romper el contacto visual con el chico.

—Parecías ausente —comentó—. ¿Hay algo que te perturbe?

Ubbe dejó escapar un grácil suspiro, para posteriormente clavar sus orbes celestes en los esmeralda de la skjaldmö, que había accedido a comer con él ese día.

La contempló con sumo detenimiento, admirando cada detalle de su hermosa fisonomía. Su nariz, sus pómulos, sus labios... Todo en ella era indecorosamente bello y perfecto. Podría estar así eternamente, solo observándola, como si ella fuese una diosa a la que se debía rendir culto y él un fiel devoto. La miró, perdiéndose en el magnetismo de sus ojos, y todos sus problemas y preocupaciones se desvanecieron sin dejar rastro.

—Eres preciosa.

Ante aquel inesperado halago, las mejillas de Drasil adquirieron un tenue color carmesí. Esta pestañeó, azorada, y se colocó tras la oreja un mechón de pelo, tratando por todos los medios de disimular su sonrojo. 

Al caudillo vikingo le resultó imposible no enternecerse al ver lo nerviosa que le habían puesto esas dos simples palabras. Se las diría todas las veces que hicieran falta, porque no eran más que la verdad.

—No evadas mi pregunta, Ragnarsson —lo amonestó ella, señalándolo con el dedo índice. Las esclavas de plata que llevaba en las muñecas tintinearon en consecuencia—. Sé que te pasa algo, así que no pienso moverme de aquí hasta que me lo cuentes. —Se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó los brazos sobre su pecho. La sonrisa que hilvanó el aludido hizo que su corazón aumentase considerablemente su ritmo.

—En ese caso, tal vez me convenga más no decir nada —declaró Ubbe con voz ronca y seductora.

Drasil tuvo que apretar los labios en una fina línea para poder contener la carcajada que amagaba con escabullirse de su garganta. Cogió otra uva y se la tiró, aunque el joven fue más rápido y logró sortearla antes de que impactara contra su pecho.

—Es por Ivar. Hemos discutido antes —confesó Ubbe, una vez que ambos hubieron recuperado la compostura.

La hija de La Imbatible asintió, como si ya sospechara que tenía algo que ver con El Deshuesado. Últimamente él y Ubbe tenían muchos roces y desavenencias, de manera que no le sorprendía. Y es que, desde que habían vengado la muerte de su progenitor, los Ragnarsson estaban más divididos que nunca.

—¿Quieres hablar de ello? —le ofreció Drasil.

El muchacho se encogió de hombros.

En realidad, ya estaba acostumbrado a la insolencia y desfachatez de Ivar. Estaba descontrolado, totalmente fuera de sí. Los últimos triunfos, el hecho de que sus estratagemas los hubiesen llevado directos a la victoria, habían alimentado aún más su ego —que ya de por sí era desorbitado—, y ahora se creía mejor que nadie, incluso que sus propios hermanos. Y no, las cosas no funcionaban así. Todos eran iguales y tenían su mérito, pero eso era algo que el moreno no parecía querer entender. Disfrutaba de aquella posición de poder que él mismo se había granjeado, aunque para ello tuviese que pisar a los de su misma sangre. Y lo hacía sin mostrar ningún tipo de remordimiento.

—Se niega a negociar con los ingleses —farfulló Ubbe, arrellanándose en su asiento y echando ligeramente la cabeza hacia atrás—. No está interesado en hacer realidad el sueño de nuestro padre. Lo único que le preocupa es seguir saqueando, no ve más allá de eso. —Frunció el ceño con irritación, obviando la parte de la disputa en la que ella había estado implicada. No quería echar más leña al fuego.

La escudera tomó una bocanada de aire.

—Quizá solo esté siendo precavido —indicó, a lo que su amante la observó con una ceja arqueada, como si lo que acababa de decir fuese algo inconcebible—. ¿Acaso podemos fiarnos de los sajones? Los hemos derrotado y humillado en incontables ocasiones desde que estamos aquí. Podrían estar resentidos y no atender a razones —puntualizó—. No dejamos de estar en su territorio; harán lo que sea necesario con tal de recuperarlo y expulsarnos de aquí. No creo que Æthelwulf nos permita crear colonias así como así.

El primogénito de Ragnar y Aslaug negó con la cabeza.

—Es nuestra oportunidad, Dras. Los hemos vencido —repuso con suavidad—. Si quieren la paz, deberán aceptar primero nuestros términos y condiciones. Y eso incluye poder habitar las tierras que nos concedió Ecbert antes de morir —apostilló, para luego llevarse un trozo de carne a la boca.

—Estás tramando algo, ¿verdad? —tanteó Drasil.

Ubbe no respondió, lo que no hizo más que confirmar las sospechas de la castaña, que se mordisqueó el interior del carrillo con desasosiego. Lo conocía lo suficiente como para saber que no iba a quedarse de brazos cruzados. Puede que no contase con el apoyo de Ivar, pero eso no le impediría actuar por su cuenta, y aquello era precisamente lo que temía Drasil.

Esta se puso en pie y avanzó hasta situarse al lado del guerrero, que alzó el rostro hacia ella. Se acomodó en su regazo y entrelazó los brazos alrededor de su cuello. Él posó una mano en su cintura y la otra en su pierna derecha.

—Sea lo que sea que tengas en mente, no lo hagas —volvió a hablar la hija de La Imbatible, ignorando el familiar calor que se había instaurado en su bajo vientre. Ubbe comenzó a trazar pequeños círculos en su muslo con el pulgar, y ella sintió un cosquilleo de anticipación que la dejó sin aliento—. Espera a ver cómo se desarrollan las cosas, no te precipites. Hazlo por mí. —El caudillo vikingo apartó la vista de ella y suspiró. Drasil, por su parte, lo tomó del mentón y le obligó a mirarla de nuevo a los ojos—. Ubbe, prométemelo —insistió.

El susodicho realizó un movimiento afirmativo con la cabeza y después estiró un brazo para poder alcanzar su copa de hidromiel. Su respuesta no tranquilizó en absoluto a la skjaldmö, que no pudo evitar tener un mal presentimiento.

Drasil se levantó y regresó a su sitio con el estómago cerrado y un frío helador entumeciendo su cuerpo.

Se le había quitado el apetito.

Notó que alguien la zarandeaba.

Drasil abrió los ojos, topándose con una silueta borrosa que se había arrodillado a su lado. Esta poco a poco se fue definiendo hasta convertirse en la figura de Eivør, que la observaba con una expresión mortalmente seria, lo que provocó que las últimas brumas de sueño que se aferraban a ella terminaran de despejarse. 

La menor se restregó los lagrimales con ociosidad y se incorporó sobre los codos. La carpa continuaba envuelta en tinieblas, a excepción de la luz procedente de la lámpara de aceite que había en la mesa, de modo que aún era de noche.

Miró a su amiga, confusa.

—¿Qué sucede? —musitó Drasil, somnolienta.

Eivør respiró hondo y exhaló despacio. Sus rasgos faciales se habían ensombrecido y su boca permanecía apretada en una fina línea blanquecina. Fuera cual fuese el motivo por el que la había despertado, no debía ser nada bueno.

—Me acabo de enterar de algo que no te va a gustar —contestó la morena.

La hija de La Imbatible se puso rígida. Terminó de erguirse, quedando sentada en su lecho, y tragó saliva. Una inmensa desazón había empezado a abrirse paso en su interior, pero ella hizo todo lo posible por ignorarla. No quería sacar conclusiones precipitadas, aunque creía sospechar de qué podía tratarse. Tenía una especie de pálpito, una corazonada.

—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar, esta vez con más resolución.

Eivør se mantuvo silente durante unos instantes que a Drasil se le hicieron eternos. Se echó el pelo hacia atrás y bisbiseó algo ininteligible. Aquello solo sirvió para asustar aún más a su compañera, que estuvo a punto de proferirle que hablara de una vez por todas. Por suerte para ambas, no fue necesario que lo hiciera.

—Ubbe y Hvitserk se han ido —reveló la mayor al fin.

Drasil perdió el color al oírlo.

Durante unos breves segundos, sintió que los latidos de su corazón se ralentizaban y que el oxígeno dejaba de abastecer sus pulmones. Cerró los ojos con la esperanza de que aquella desagradable sensación desapareciera, pero no funcionó. Le seguía costando respirar y el pecho le dolía, como si cientos de cuchillos le estuvieran perforando la caja torácica una y otra vez.

—Los vigías los vieron marcharse junto a un grupo de diez hombres hace un par de horas —añadió Eivør debido al silencio de su interlocutora, que estaba tan pálida que casi parecía traslúcida. Se acercó un poco más a ella, temiendo que pudiera desfallecer de un momento a otro—. Dicen que han ido a negociar con los ingleses.

La hija de La Imbatible le había contado la conversación que había tenido con Ubbe ese mismo día, aquella en la que el caudillo vikingo le había comentado que quería parlamentar con los sajones para poder llegar a un acuerdo y firmar la paz.

Como cabía esperar, a la morena tampoco le parecía una buena idea reunirse con ellos tan pronto. Su derrota todavía estaba demasiado reciente, al igual que la muerte de muchos de los suyos. Por lo que había podido comprobar, Æthelwulf era un hombre orgulloso. No le veía cediendo parte de su territorio a los paganos que tantos problemas le estaban ocasionando, y mucho menos después de todo lo que había perdido a manos de los mismos.

No. El actual rey de Wessex lucharía hasta el final, aunque para ello tuviese que exhalar su último aliento.

Contempló a Drasil y le resultó imposible no ponerse en su lugar. Estaba muerta de preocupación, y no era para menos. Esos dos se habían metido directamente en la boca del lobo, y lo habían hecho sin ser conscientes de que probablemente estaban cometiendo un error garrafal. No conocía mucho a Ubbe, aunque sí era cierto que últimamente trataba más con él. Estaba haciendo un esfuerzo porque sabía lo importante que era el Ragnarsson para su mejor amiga y porque no se le veía mal chico. Pero eso no cambiaba el hecho de que le pareciese un ingenuo y un insensato.

—Yo... Tengo que ir a por él —balbuceó Drasil en tanto se ponía en pie, tambaleante. Avanzó hacia un pequeño arcón de madera y sacó de él su talabarte y su espada larga—. Le dije que no lo hiciera... Maldita sea, le dije que no lo hiciera... —murmuró, más para sí misma que para Eivør. Aseguró la correa de cuero a su cintura y enganchó a ella su arma.

La mayor avanzó a grandes zancadas hacia ella y la tomó de la muñeca, forzándola a que la encarase. Las arrugas de su frente se habían pronunciado y su boca estaba entreabierta. Sus iris pardos la traspasaron con severidad, como una madre reprendiendo a su vástago.

—No, ni hablar. Tú no vas a ningún sitio —impugnó.

—No puedo dejarle solo.

La castaña se zafó de su agarre de un enervante tirón y se encaminó hacia la salida, sin importarle lo más mínimo estar en camisón. Eivør, por otro lado, no vaciló a la hora de ir tras ella y agarrarla nuevamente del brazo, pero esta vez con mucha más fuerza. Drasil se volteó hacia ella y le lanzó una mirada incendiaria.

—No estás pensando con claridad —contrapuso la morena con firmeza—. Te presentas en el campamento de los cristianos, ¿y luego qué? ¿Cuál es tu plan? ¿No ves que inmiscuyéndote solo empeorarás las cosas? —remarcó, señalando lo evidente. Tenía que quitarle esa absurda idea de la cabeza, no podía permitir que cometiera semejante temeridad.

—Me da igual. Los mataré a todos si hace falta —manifestó la hija de La Imbatible, que no parecía querer atender a razones.

Eivør dejó escapar un exabrupto. ¿Cómo podía ser tan tozuda?

—Pues a mí no me da igual. Así que no te vas a mover de aquí. —Su tono no admitía réplica—. Tendrás que pasar por encima de mí si de verdad quieres salir de esta tienda, y créeme que no te lo pondré nada fácil llegados a ese extremo.

—Déjame pasar —bramó Drasil, rebasando peligrosamente los escasos centímetros que las separaban y haciendo que sus narices casi se rozaran.

La mayor cuadró los hombros. Sus falanges ejercieron más presión en el brazo de su compañera, cuyos orbes verdes destellaban a causa de la rabia y la frustración que en aquellos instantes le mordisqueaban las entrañas. No se lo tuvo en cuenta, puesto que de sobra sabía que no estaba actuando con lucidez. Se estaba dejando llevar por el pánico y la desesperación, era más que obvio.

—No. —Eivør le sostuvo la mirada con estoicismo.

La hija de La Imbatible negó con la cabeza.

—¿Es que no lo entiendes? ¡Los sajones lo matarán! —estalló, harta de contenerse. Tenía las mejillas arreboladas y los ojos vidriosos—. Lo matarán... —repitió, como si estuviera tratando de asimilarlo, de hacerse a la idea.

Volvió a liberarse del agarre de su amiga y giró sobre sus talones, dándole la espalda. El simple hecho de pensar en la posibilidad de no volver a verle hizo que algo en su interior se resquebrajara en mil pedazos.

Su corazón se apretó tanto que dolió, y ella deseó poder arrancárselo para dejar de sentirse así, tan frágil y vulnerable. Dolía, dolía demasiado. No podía respirar, no podía pensar... Se apoderó de ella un terror tan grande que perdió la noción de quién era o qué era y dónde estaba. Su mente solo podía abarcar un único pensamiento: que la vida de Ubbe estaba en peligro.

Se dejó caer sobre sus rodillas, sintiéndose tremendamente abatida. No fue consciente de que había comenzado a llorar hasta que sintió de nuevo la presencia de Eivør junto a ella. Esta se acuclilló a su lado y le pasó un brazo por encima de los hombros, ofreciéndole algo de consuelo, tal y como había hecho el día anterior, cuando descubrió el cadáver de Aven —el cual ya había sido incinerado— entre los cuerpos de aquellos que habían fenecido en combate.

Clavó la vista en el que había sido su brazalete, aquel que ahora llevaba ella en su muñeca izquierda, y un sollozo emergió de lo más hondo de su garganta. Su compañera siseó para acallar su llanto, pero necesitaba desahogarse y soltar todo lo que había estado guardándose para sí misma en aquellas últimas horas.

—¿Y si no lo vuelvo a ver? ¿Y si...? —Un nuevo hipido le impidió concluir aquella frase. Se dobló sobre sí misma y se cogió los codos como una niña pequeña e indefensa—. No puedo perderle, Eivør. A él no —confesó, alzando el rostro hacia la mencionada, que la observó con condescendencia.

—Æthelwulf no se atreverá a matarlos —aseveró Eivør en un vano intento por apaciguarla, por hacerla sentir mejor. Odiaba verla así, no lo soportaba—. Sus muertes solo servirían para iniciar una nueva espiral de venganza, y eso es algo que no les conviene. Se encuentran en desventaja: aún se están recuperando tras la batalla de ayer. De tener lugar un nuevo enfrentamiento, no sobrevivirían a él. —La menor gimoteó, lo que la impulsó a acunar su semblante entre sus maltratadas manos—. Drasil, no les harán nada. Volverás a ver a Ubbe, tranquila.

La estrechó entre sus brazos mientras le acariciaba el pelo y le susurraba palabras reconfortantes al oído. La castaña correspondió al gesto y se acurrucó junto a ella, dejándose embriagar por su familiar aroma. Eivør olía a casa, a hogar. Al bosque de coníferas de Hedeby y al salitre de Kattegat. A las azaleas que florecían en el campo de entrenamiento de la capital y a la madera astillada de los escudos.

—Debes sincerarte con él, Dras. —Le oyó decir a su mejor amiga, que continuaba arrullándola con cariño. La hija de La Imbatible se sorbió la nariz y tragó en seco, ahogando un nuevo jadeo—. Tienes que decirle lo que sientes por él. No puedes seguir posponiéndolo por más tiempo —le aconsejó.

Drasil se removió en sus brazos.

—Lo sé. —Fue todo lo que alcanzó a articular.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis pequeños vikingos!

He tardado un poquito más en actualizar, I know. Pero no sé qué me pasa últimamente, que no tengo muchas ganas de escribir. Y claro, eso hace que la inspiración no fluya xd Por eso he querido esperar un poco antes de publicar el nuevo capítulo, porque primero quería terminar el 58, que se está haciendo de rogar demasiado. No lo he conseguido, todo hay que decirlo... But ya tengo escrito más de la mitad, así que por eso he decidido subir ya. Aparte de que ayer llegamos a los 9k votos y me hacía ilusión actualizar para poder celebrarlo, jajaja. Muchísimas gracias a todos los que votáis y me brindáis vuestro apoyo incondicional, en serio. Esto no sería posible sin vosotros <3

Ya os dije en el anterior cap. que en este iba a haber bastante salseo, jeje. Debo decir que me encantó escribir la primera escena. Tenía tantas ganas de llegar a ella que disfruté como una enana redactándola. O sea, me vais a decir que Ubbe no es maravilloso defendiendo a Drasil delante de todos. Porque sinceramente, ya iba siendo hora de que le diera un toque de atención a Ivar, que se está volviendo demasiado pesado e intensito. Ya no solo en todo lo relacionado a Dras, sino también en el tema de que se está viniendo muy arriba con el Gran Ejército. También quería aprovechar esta parte del capítulo para que se empezara a ver de qué pie cojea Hvitserk, y que no sea todo tan repentino cuando decida quedarse con Ivar en vez de irse con Ubbe. Así que eso xD

Y LA SEGUNDA ESCENA, AY. Que últimamente ha habido muy poco Drabbe en estado puro y extrañaba escribir sobre ellos. Es que son demasiado preciosos juntos. Se les nota mazo que están pilladísimos el uno por el otro. Ya solo por eso y por esas miraditas que le lanza a Drasil, le perdonamos a Ubbe que sea tan insensato con el tema de la negociación xD

Con la última escena sufrí un poco porque no me gusta que mis niñas se peleen, pero teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba Dras, era lo más normal. Aparte de que en todas las amistades hay roces y discusiones, y ellas no van a ser menos. But, ha durado poco ese momento de tensión y ya todo está bien y correcto entre ellas, jajaja. Pero vamos, que ojalá existiesen más amigas como Eivør. He dicho.

¿Y QUÉ ME DECÍS DE ESAS DOS ÚLTIMAS LÍNEAS DE DIÁLOGO? DRASIL SABIENDO QUE ESTÁ ENAMORADA DE UBBE Y EIVØR ANIMÁNDOLA A QUE SE LO DIGA PORQUE SON MUY PESADOS Y YA ES HORA DE QUE SE SINCEREN EL UNO CON EL OTRO. 

Ay, el próximo capítulo, mai friens.

En fin, que no me enrollo más. Tan solo os pido que me deis más feedback, please. Que comentéis y me dejéis vuestras opiniones porque eso es lo que me ayuda a saber si estoy haciendo las cosas bien o si, por el contrario, os estoy aburriendo como una ostra xd ¿Creéis que la trama va bien, a un buen ritmo? ¿Os está gustando este segundo acto? No me ignoréis, por favor.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: la nueva portada es demasiado preciosa, ay.

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