Historias que no contaría a m...

By RRLopez

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¿Cómo se despista a un traficante de drogas y a sus violentos secuaces durante toda una noche cargando con un... More

introducción
Copyright
Dedicatoria
1. Aventuras bizarras. Pt. 1
2. Aventuras bizarras. Pt. 2
3. Aventuras bizarras. Pt. 3
4. Cita a tientas. Pt. 1
5. Cita a tientas. Pt. 2
6. Cita a tientas. Pt. 3
8. Cita a tientas. Pt. 5
9. Cita a tientas. Pt. 6
10. Misión impasible. pt1.
11. Misión impasible pt.2
12. Misión impasible pt.3
13. Misión impasible pt.4
14. Misión impasible pt.5
15. Misión impasible pt.6
16. Misión impasible pt.7
17. Misión impasible pt.8
18. Misión impasible pt.9
19. Misión impasible pt.10
20. Misión impasible pt.11
21. Misión impasible pt.12
22. Hijos de un dios infinitesimal pt.1
23. Hijos de un dios infinitesimal pt.2
24. Hijos de un dios infinitesimal pt.3
25. Hijos de un dios infinitesimal pt.4
26. Hijos de un dios infinitesimal pt.5
27. Hijos de un dios infinitesimal pt.6
28. Hijos de un dios infinitesimal pt.7
29. Hijos de un dios infinitesimal pt.8
Para terminar
Imposible pero incierto, muy pronto en Wattpad

7. Cita a tientas. Pt. 4

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By RRLopez

Nota del autor:

Puedes descargar este libro y su segunda parte, Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico), en Amazon, Google Play y La casa del libro.

El semicírculo de fans de los chunguitos se cerró en torno a mí, y sistemáticamente se echaron mano al bolsillo de atrás de sus pantalones. Debía hacer algo, antes de que el Guanán sacara lo que sin duda sería un navajón de siete muelles. La adrenalina comenzó a hacerme temblar las piernas, la sangre palpitaba en mis sienes; era una solución típica de Barrio Sésamo, pero debía intentarlo. Me la jugué a todo o nada.

—¡Ey, Paco!— dije con el más efusivo de los saludos, levantando la mano, como si hubiera visto al invisible séptimo de caballería. Después de esto a Broadway.

Las caras de mis cuatro masajistas vocacionales viraron del garrulismo y la brutal cerrazón a la perplejidad completa.

¡No podía creerlo, se lo habían tragado! Los cuatro intelectos giraron la cabeza patidifusos y el quinto y más lumbreras, que se hallaba a mi vera, me preguntó:—¿De qué lo conoces?

Era increíble ¿cómo podía haber cinco seres en el universo tan estúpidos como para caer en el truco del amigo invisible? ¿Acaso se estaba celebrando «el día internacional del encefalograma plano» y todos los lilas y canelos de Córdoba habían salido a la calle para celebrarlo? Sea como fuere, era una oportunidad de oro y debía aprovecharla. No sé cómo lo hice, pero en cinco décimas de segundo invoqué al Fary, a los Dioses del Metal y a John Wayne, y en las otras cinco, reuniendo todos los conocimientos sobre métodos de defensa japoneses que conocía, chuté a puerta y ¡Gooool! Acababa de quitarle al Guanán su carnet de padre. Me pareció sentir el blando crujido de su escroto en el empeine de mi zapatilla, a la vez que lo alzaba unos centímetros del suelo; mi como siempre hiperactiva psique creyó percibir el grito de angustia de miles de espermatozoides al ser aniquilados. A este los niños les saldrían chatos (y con el símbolo de Nike en la frente).

Pero no podía permitirme el lujo de regodearme en la hazaña. Me faltó tiempo para pegar un tirón a “Espa”, que a punto estaba de realizar otra vez el número de “los chipirones acróbatas”, y meternos en La Libra, que, como siempre, estaba atestada de gente. Debía huir rápido, porque cuando se recuperara el Guanán de seguro usaría esa capacidad especial que sólo los calés poseen, “el factor de multiplicación gitano”, esa habilidad que todos tienen para multiplicarse por mil cuando hay bronca, y de un momento a otro comenzarían a saltar de las azoteas y a salir de debajo de los coches una miríada de “Montoyas” y “Tarantos” clónicos con camisas de lunares, haciendo palmas al grito de ¡”Ele”, “arsa”! y agitando sus bardeos como si de Locomía en versión nonaino se tratare.

Una última mirada de reojillo me permitió ver como los tres matones asistían a su compañero caído.

Sin brusquedad, y con mucho arte, comencé a avanzar hacia la puerta del otro extremo, intentando no llamar la atención ni molestar a ninguna de las cuatro mil personas que atestaban los escasos veinte metros de pasillo, porque no era cuestión de meterse en más broncas. Con gran alegría pude comprobar que Espasmos no era de la misma opinión, y rompió nuestra sigilosa huida con una patética interpretación del “Na-Na-Na” de Espinete con su voz becerril, aderezada por una tambaleante coreografía a lo Backstreeet boys, para rematar la dantesca escena. Estaba como una cuba.

—¡Vamos coño!— le dije tirando de ella por el radical OH que colgaba de su oreja.

Tras cinco minutos de travesía por el mar de cuerpos alcoholizados y sudorosos, a la altura del ecuador del pasillo, noté un revuelo de gente en la puerta que quedaba a nuestra espalda. Entre las cabezas vi abrirse un pasillito por el que avanzaba el Guanán doblado como si llevara un saco de patatas de mucho peso, y andando con las piernas tan abiertas que parecía que acababa de tomar un cursillo intensivo de hípica y tuviera rozaduras. Uno de sus amigos lo acompañaba. Miré alarmado a la puerta de alante. ¡Efectivamente! La silueta de los otros dos se dibujó en el marco de la puerta. No era tan tonto este Guanán. Entre el murmullo pude percibir claramente una maldición gitana:

—¡AAAY, “sí” te dé un “dolol” que cuanto más corras más te “duila”, y cuando pares “revientess”! ¡Te “vi” a “coltal” “er” “cuiyo” a la “artura” de los “tobillol”! Vamos Epaun— le dijo a su subalterno. En ese momento me di cuenta de que los malhechores cordobeses debían reconsiderar seriamente el cambiar sus apodos por otros menos risibles. Estaba acorralado. No tenía escape. Rápidamente me agaché, porque me pareció que aún no me habían localizado entre la muchedumbre. ¿Qué hacer? Como leí en un libro una vez, «Ichi no, ichi go», o sea, hablando en plata, una vida, un encuentro (no, no es que me dure la resaca del fin de semana, es que era un libro de japoneses).

Estaba decidido a enfrentar mi destino. Me enfilé directamente hacia la puerta que estaba bloqueada por el “Richal” y otro de los macacos australophitecus con ropa de pastillero, y cuando llegó el momento...me desvié hacia el servicio. La maniobra me había salido perfecta. No me habían visto. Sucedió el segundo milagro de la noche; un sábado a las doce, y no había cola en el meódromo de las tías. Comencé a sentirme como el protagonista de «Qué bello es vivir», con la salvedad de que a mi Ángel de la guarda le estaban llegando de nuevo las arcadas. La arrastré al cuarto de baño. Falsa alarma, las arcadas se calmaron.

Como pude cerré eché el cerrojo, porque el sitio era estrechísimo. Apenas había espacio para uno, cuanto menos para un dúo cuyo segundo componente estaba a punto de perder la verticalidad. El mobiliario era sencillo, un lavabo, un inodoro, y mierda hasta los topes. El suelo estaba recubierto de esa película peguntosa que se forma en las fiestas cuando se derrama el Whisky. Unas heces flotaban en la inundada taza con aire festivo aunque apestoso, como diciéndome:

—¡Hoola! ¡No tires de la cisterna, que está rota!

La gente debía haber meado en todos los rincones de aquel habitáculo menos en la taza, como denotaban los chorreones amarillentos que proliferaban en profusión y la peste a orines. Hubiera dado mi vida por tener en ese momento como mascota al pato de W.C.. Había mocos pegados en los azulejos y tubos de plástico machacados en el suelo. Aquello parecía una trampa de una película de Indiana Jones; faltaban las cobras.

Espasmos comenzó a agitarse.

—Estate quieta, Espas— susurré, tratando de oír a través de la puerta.

Sólo se oía el murmullo de fuera amortiguado por las láminas de madera. De repente se hizo el silencio. Un tenso silencio. El corazón comenzó a latirme en la garganta. El sudor comenzó a caerme por la frente.

—¡Me cago en la “putal” !— la voz gutural atravesó el silencio como un cuchillo —¿Dónde coño “sa’metío”? ¡Ay “pol mis mueltos” que yo lo “estripo”!— un escalofrío me recorrió la espalda.

Se hizo de nuevo el silencio, debía estar pasando algo fuera.

—¿Estás enfadado? —graznó Espas inoportunamente.

—No.

—¡No qué va!, tú estás enfadado —dijo con tono etílico.

—¡Que no, estoy un montón de contento, no toco las castañuelas porque no tengo! ¡No te jode la tía! —susurré con un tono brusco.

—¡Estás enfadado! —Comenzó a sollozar—. ¿Por qué todo el mundo se enfada conmigo? —Estaba empezando a elevar el tono—. ¡Déjame salir de aquí! ¡Ya no quiero estar más contigo! —Comenzó a berrear con lacrimosos tañidos.

—Tía, que yo te quiero, de verdad. Te quiero más que a mi perra, fíijate. Pero cállate un poquito ¿Vale? —imploré tratando de contener mi nerviosismo.

—¿”Quej” eso? —Se oyó de nuevo la voz del orangután con botas camperas—. ¿No los “has’cuchao”, Epaun?

—¡Yo “no’ido ná”! —contestó el otro con voz simple y ronca.

—¡¡Eso es mentira!!¡¡Déjame “frafrí fra fí”... —Logró gritar Espasmos antes de que le tapara la boca. Espasmos comenzó a debatirse como una fiera mientras yo luchaba por mantener el equilibrio. Las húmedas paredes amenazaban con pringarme de mocos y orina. Como pude me agarré al junquillo del marco de la puerta. Temía que de un momento a otro saliera el vengador tóxico del váter y me arrastrara con él hacia el fétido abismo.

—¡Ay míralo, “ka sonao” otra “vess”! —Se oyó al otro lado de la puerta.

Oí acercarse unos pasos. Se reactivó el murmullo; el Guanán se dirigía al servicio de señoras. Mientras le tapaba la boca con una mano y la aferraba con la otra para que no abriera la puerta, el Guanán se acercaba inexorablemente por el pasillo.

De repente Espasmos me mordió el dedo.

—¡Hossstia! —grité, pues el mordisco me había pillado por sorpresa.

—¡Ah, “miralol”!¿Me “cago’n” tus “mulal”!¿”Kesta’kí metíoo”!

Estaba atrapado ¿O quizás no?

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