Historias que no contaría a m...

RRLopez

4.3K 357 415

¿Cómo se despista a un traficante de drogas y a sus violentos secuaces durante toda una noche cargando con un... Еще

introducción
Copyright
Dedicatoria
1. Aventuras bizarras. Pt. 1
2. Aventuras bizarras. Pt. 2
3. Aventuras bizarras. Pt. 3
5. Cita a tientas. Pt. 2
6. Cita a tientas. Pt. 3
7. Cita a tientas. Pt. 4
8. Cita a tientas. Pt. 5
9. Cita a tientas. Pt. 6
10. Misión impasible. pt1.
11. Misión impasible pt.2
12. Misión impasible pt.3
13. Misión impasible pt.4
14. Misión impasible pt.5
15. Misión impasible pt.6
16. Misión impasible pt.7
17. Misión impasible pt.8
18. Misión impasible pt.9
19. Misión impasible pt.10
20. Misión impasible pt.11
21. Misión impasible pt.12
22. Hijos de un dios infinitesimal pt.1
23. Hijos de un dios infinitesimal pt.2
24. Hijos de un dios infinitesimal pt.3
25. Hijos de un dios infinitesimal pt.4
26. Hijos de un dios infinitesimal pt.5
27. Hijos de un dios infinitesimal pt.6
28. Hijos de un dios infinitesimal pt.7
29. Hijos de un dios infinitesimal pt.8
Para terminar
Imposible pero incierto, muy pronto en Wattpad

4. Cita a tientas. Pt. 1

197 14 23
RRLopez

Nota del autor:

Puedes descargar este libro y su segunda parte, Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico), en Amazon, Google Play y La casa del libro.

La determinación del Selenio en aguas potables. Todo un mundo, o al menos eso opinaba la bella profesora becaria perteneciente al departamento de análisis químico, como denotaba su tupido bigote. Era una constante en este departamento de la facultad de ciencias, todas las tías tenían bigote.

Habíamos llevado a cabo varias especulaciones acerca de ello. Antoine defendía que era por la emanación de cierto producto químico que afectaba a su hipófisis, y hacía que segregasen las mismas hormonas que Emiliano Zapata (por hacer honor al mostacho de tan insigne revolucionario). Ramiro, tan sutil y científico como siempre, lo atribuía a que “se untaban tocino para que les crecieran las peras, y por eso les salía barba”. Yo, imaginativo y jovial, como siempre, estaba seguro de que se debía a un accidente que se produjo mientras trataban de sintetizar el gas Trioxina, gas neurológico que creaba a los muertos vivientes en “El regreso de los muertos vivientes”, en un proyecto militar para el gobierno cañí. Sea como fuere, la cosa es que yo me hallaba repatingado en el incomodo taburete, con los codos apoyados en el banco del laboratorio, en una postura de “devórame, baby”.

A través de una raja en el muslo de mis gastados y ajustados pantalones Levi’s 501 se dejaba entrever un seductor fragmento de mis calzoncillos con el estampado de la cara de Goofy.

Pero a pesar de mis esfuerzos por resultar irresistiblemente erótico, la bigotuda sílfide permanecía impasible a mis encantos, embutida en su bata de laboratorio.

 Las trepidantes curvas de su cuerpo se translucían a través de su seductora bata blanca, que llegaba hasta los tobillos. Su rostro blanquecino, cuya palidez era comparable al seno de una monja carmelita, y sus pronunciadas orejas, le daban un irresistible look transilvano. Aunque aquella mujer se movía más que un colibrí, cada uno de sus tics nerviosos, de sus parpadeos y movimiento de músculos faciales, insinuaba una fantasía húmeda y movida.

No cabía duda, yo estaba en celo.

¿Qué quien soy yo? Pues el “pesao” de antes, Felio, el que tuvo problemas con un hombre —caniche, que le hizo correr más que en un capítulo de Scooby-doo. Corría el mes de abril, y, claro, ya se sabe, la primavera la sangre altera y las erecciones acelera. Los vientos polínicos andaban haciendo la puñeta a los que como yo, disfrutábamos de ese suplicio llamado alergia.

Respecto a mi aspecto, unos cuantos pelillos de chivo, como los llamaba mi padre, que en paz descanse, porque hoy tiene turno de noches en el trabajo, hacían que mi similitud con Shaggy fuera mayor que nunca, aunque ahora había salido una nueva vertiente de admiradores (simpáticos ellos), que me ponían como una hibridación barata entre Jesucristo Superestar y Malaguita (cierto personajillo de una película que ahora estaba muy en boga, una de polis que ensalzaba los valores humanos, “Torrente” creo que se llamaba). Los días habían transcurrido sin contratiempos desde mi última aventura, que casi me cuesta el pellejo, pero mi vida había cambiado. Nunca salía solo a la calle, procuraba estar siempre con alguien, evitaba las películas de hombres lobo y nunca volvía a casa más tarde de las once de la noche, y aunque mi vida social se estaba yendo al carajo, me sentía seguro, excepto ciertas noches de luna llena, cuando corría la brisa fresca de la sierra, y cabalgaba a lomos de mi burra desvencijada de dieciocho marchas de vuelta a mi casa, tras una dura jornada en el gimnasio.

 En esas noches, bajo los fríos rayos de la gibosa luna distante, me parecía oír resonar el eco de un aullido en el silencio nocturno de la metrópoli, un eco distante, procedente de alguna azotea, en la que imaginaba a una criatura peluda, más fea que el Fary bebiendo vinagre, clamando a la luna por haberla condenado a vivir en las tinieblas de la noche, por haber roto el sortilegio que lo mantenía atado al mundo diurno y a la cordura. Doscientos kilos de músculo, pelo, y “mala Hostia”, que querían redecorar mi cara a base de dentelladas, y no es que mi cara fuera demasiado decorativa, pero era la única que tenía.

 En esos momentos, me parecía sentir el fétido aliento de la bestia en la nuca, acompañado de un crecimiento de peso en la parte de atrás de mis calzoncillos. El pánico daba alas a mis pies, y me propulsaba a velocidad MATCH 1 hacia la sopita calentita y los fideos que me esperaban en casa. Mi madre estaba sorprendida. Nunca había llegado tan temprano a casa.

—Niño, ¿te han “juntado” una guindilla en el culo? —Me decía la ingenua. ¡Ay, si ella supiera! Pero ella no veía la gran silueta que se dibujaba en lo alto de los edificios, que saltaba de azotea en azotea, que se escondía a mis miradas furtivas, pero que me acechaba en la noche.

 Ramiro también compartía mi paranoia. Una noche incluso llegó a oír una pezuña rascar en el pasillo de la escalera, frente a su puerta.

—Sería un gato —le dije yo tembloroso el día que me lo contó.

—¡Pues tendría complejo de elefante, porque a base de rascar se cargó tres losetas! —me replicó Ramiro, inquieto.

Pero no podíamos decir nada, con la “mala follá” que tengo seguro que me habrían implicado como cómplice en los asesinatos, me habrían acusado de perjurio o me habrían puesto una multa por no ponerle el chip de la “Tarasana” (centro de control animal municipal) al bicho. Aun así, la vida seguía, y como es propio de esta época, todo el mundo se había buscado una pareja, como en Bambi, ya sabéis, Tambor con la conejita, Bambi con la ciervita, la curianita con el curianito, el pollo con la ..... no, mejor no lo digo, que eso suena muy mal. En fin, que todo el mundo se había buscado perica. Antoine estaba saliendo con el amor de su vida, una chica de la clase muy simpática, llamada Santiaga; Ramiro, por su parte, se había pillado a una aragonesa de bandera llamada Palmira; incluso Makcoma, que en realidad se llamaba Manolo pero le decíamos así por cierto trance metabólico con denominación de signo ortográfico que tuvo, y que era como yo del club de los célibes forzosos, llamado por otros “de los alérgicos a las roscas”, había tenido sus asuntillos con cierta ex novia ninfómana (el muy traidor).

Eso era contando el club de los solteros, que el resto de los tipos ya estaban “casados” hacía tiempo. Renato, un amigo de “Madris” muy majo que tenía novia pero aspiraba a la poligamia, Modesto el “Bigfoot” que tenía a su Eli Cuadora en el pueblo y Jorge Peazo, al que llamábamos así porque era un “peazo” de pan, y no porque se tirara unos peos muy gordos; este último tenía a su medía naranja y parecía que estuvieran prometidos desde chiquitillos, como los chinos.

El caso es que yo estaba más solo que Marco en el día de la madre. Pero incluso Marco tenía a Amelio, que lo sé yo, que siempre lo miraba con ojitos golosos. ¿O, por qué coño si no estaba siempre tan alegre el mono? Que me lo expliquen. Estaba comenzando a sentirme como el farolillo rojo, el último de la liga. Sí, ya sé que hay otras personas que están en peor situación que yo, que no han estado con nadie en su vida, que en esas cosas no hay que tener prisa, que hay gente que no tiene para comer, que en Etiopía se pasa mucha hambre, que si te masturbas con una bolsa en la cabeza te mueres, que en tiempos de Franco no pasaba esto...

Pero la verdad es que desde que dejara a mi ex novia maníaca, Selene, (eso sí que es una historia), sentía añoranza por estar con alguien, concretamente por estar con alguien en una casa solitos, y ligeritos de ropa, y.... como empiece así no hay quien me pare. Resumiendo, que estaba “ mu cachondo”, que diría un castizo. Estaba todo el día dando la tabarra a Ramiro, que si qué cachondo estoy, que si no encontraba a una hembra que “me hiciera tilín”, que si me han echado, no me quieren, pobrecito que va a hacer, busca a alguien que le cuide y le sepa comprender... todas esas gaitas. Y es que, cuando me pongo existencialista, me pongo existencialista. Estaba insoportable. Estaba en el plan de “yo no te pido que me ayudes pero... ¡Por tus muertos haz algo!”.

Mis frases eran un cúmulo de autocompasión e indirectas cutres. Pasaba días y noches pensando en momentos de intimidad, en compartir mi vida con otra persona, en acariciar su cuerpo... pajas mentales (nunca mejor dicho). En el caso de que comenzara a salir con una tipa, se plantearían varias cuestiones. La primera era el handicap de que todas las que me gustaban tenían novio o pasaban de salir con el doble de las escenas de acción de Shaggy. El segundo obstáculo era el del tiempo, que iba interrelacionado con el tercero, que era mi “salidura”. Lo explicaré para las mentes pudorosas que aún no lo hayan captado: Que si salía con una, hasta que cogiera otra vez el nivel de confianza como para poder enseñarle el número de «los quesitos voladores» (Cómo imperaba mi cada vez más turgente escroto) los sapos podían aprender a bailar flamenco (y seguirillas, y fandangos...). Por último estaba el cuarto factor, que también iba unido al segundo y al tercero, y era que no tenía ganas de aguantar a una tía mas tiempo del suficiente para enseñarle a jugar a “a la una mi mula estática”. Comprendedme, acababa de salir de una relación seria y necesitaba sentirme libre. No quería atarme; ya sabéis, un poco de sano sexo de vez en cuando y si te he visto no me acuerdo. Posiblemente esta nueva visión de la vida venía provocada como consecuencia de una sobredosis de películas de jóvenes norteamericanos “guais” emancipados, pero la verdad en la vida es que las cosas nunca son tan sencillas.

¡Oh, se me olvidaba! Además la aspirante debía tener piso propio. La verdad es que soy un ama de casa exigente, quizás demasiado. De hecho todo el mundo me decía que tenía que bajar el listón, y estaba a punto de hacerlo, de hecho iba a ponerlo al nivel del manto terrestre (ya sabéis, lo típico de “si no eres reino fungi, eres mi tipo), cuando un rayito de luz se abrió entre las brumas de mi vida sentimental, iluminándome en cierto sitio un poquito más abajo del ombligo.

Un día, uno cualquiera, al llegar a clase, Ramiro me esperaba con aire misterioso.

—Felio, tengo una sorpresa que te vas a cagar.

Por dios, que no fuera otra invitación para ver una película gore.

—¿Qué es, Rami? Dímelo que se me va a erizar el píloro con tanto misterio.

—Luego faltamos y te lo digo —zanjó él con aire determinante.

No es que a Ramiro le gustara contribuir negativamente a mi carrera académica (que ya de por sí era bastante negativa), sino que la asignatura a la que íbamos a faltar faltaríamos por repulsión electrónica, es decir, los electrones de nuestra última capa se negaban a hibridar nuestro culo con el asiento del pupitre. Y el causante de este milagro de la física moderna no era otro que Lombardo Pajar, profesor de Física completa, o lo que es lo mismo, de Satanismo y tortura seglar.

Él era Satán hecho carne (más bien hecho grasa). Su tupido bigote, que hacía parecer que un gato romano se había acostado en su labio superior, constituía la principal pesadilla de los estudiantes de nuestra carrera. Ese bigote de bordes amarillentos y pelos canosos, ese bigote que ocultaba miles de secretos y alguna habichuela de un potaje pretérito. Y esa cara de morsa maligna a la que le hubieran extirpado los colmillos, con sus cachetes rollizos y sus ojos pequeños ocultos tras aquellas gafas que parecían estar hurgando en los más profundos recovecos de tu alma.

Sí, así era él, Lompa, “el campeón” como lo llamaba Antoine, o Barrabás o Luzbel, apodos con los que se le invocaba en más de mil logias satánicas a lo largo y ancho del mundo. Porque aquel hombre era malo, era perverso, tenía mala uva de verdad. Era más nocivo que un queso de leche de vaca ucraniana. Era capaz de pasarse horas y horas dictando sin parar, a velocidad absurda, sin atender a los ruegos y lamentos de los pobres estudiantes, cuyas escafoides crepitaban bajo tan tremendo esfuerzo. Él era el culpable de que todos los de la clase tuviéramos deformidades en las manos, como el «cayo de Lompa», reconocido clínicamente como un endurecimiento epidérmico que sale en el dedo índice en la segunda falange presentado en estudiantes de Perito Ecológico, aunque había algunas chicas que también lo tenían en la punta del dedo corazón, sospechoso ¿verdad? Pero ellas nunca lo admitirían.

Este otro era el que nosotros llamábamos callo de «Enmanuelle en la isla desierta». En fin, que el tío era (y será por siempre) un hijo de puta con legañas. Para que os hagáis una idea, él era lo que «el piraña» de Verano azul a un bocata de calamares.

Gustaba de humillar a los pobres efebos estudiantiles a base de reírse de ellos, de recordarles los veranos que tendrían que pasarse recluidos estudiando y lo mucho que disfrutaría suspendiéndolos. Él era el gallo del corral, y nosotros las lombrices. Mamá, si algún día este manuscrito llega a tus manos (que espero que no) ¡ya sabes por que faltaba tanto a clase! ¡No era culpa mía, el gordo me obligó!

Y su tos, esa tos gutural, ese sonido de ultratumba que intercalaba cada cinco palabras (era automático) y que te desquiciaba los nervios con el pasar de las horas.

Y ahí estábamos uno frente a otro, sentados en la cafetería, tras habernos metido entre pecho y espalda una clase de «derecho penoso» con “el Vaquilla”. En sólo una hora el tío había matado con alevosía a una preñada a puñaladas, había atropellado a un anciano hemipléjico, había atracado un banco, y había hurtado el cepillo de la catedral, únicamente con la ayuda de uno que le decían “Dolo” (sería uno que conoció en la cárcel, donde se sacó la carrera de derecho mientras cumplía condena), y sin moverse de la clase.

Justo cuando habían dado las diez habíamos huido corriendo hacia la salida antes de que llegara «Satán», pero él estaba allí, omnipresente como siempre, cuando nos asomamos con cuidado a la puerta. De espaldas a nosotros lo pudimos ver fumando su gran tea, y la peste a puro nos echó para atrás.

—Rápido, a los conductos del aire —dije yo, y Ramiro me entendió; ¡Que coordinación! Esto significaba que nos fuéramos por las puertas superiores.

Pero cuando nos hallábamos en el pasillo, casi a la altura de las escaleras, Ramiro frenó en seco.

—¡Felio, escucha! —dijo Ramiro con el semblante lívido, asustado como un gatito chiquitito ante un doberman bonito. Y escuché. Unos pesados pasos subían por la escalera, y un leve pero apestoso tufillo a prepucio de legionario, similar al que despedían los puros de «Satán» llegó a mí pituitaria. Aquello parecía un anuncio de colonia:

“Eau de Legioner, su fragancia”.

Pero esa fragancia hacía de todo menos que me pusiera cachondo; mis piernas comenzaron a temblar y el estómago se me puso a hacer el pino. Si nos pillaba faltando no aprobaríamos ni aunque le consiguiéramos el elástico de los calzoncillos de Einstein.

La mole seguía su ascensión. La luz que pasaba por el tragaluz del tejado proyectó su sombra negra desde el rellano de la escalera ¡Y era de día, tíos! Aquel tío era maligno de cojones. A parte de que en su sombra me pareciera ver proyectados dos elementos totalmente fuera de lugar, concretamente dos cuernos y un rabo (¡de cola «malpensaos»!), también me pareció percibir lo que mascullaba durante su ascenso:

—¡Se van a “cagá ejtos”! ¡EJEM! “Vi” a “entrá” por arriba pa “pillarloj cagando” ¡EJEM!— una calada al puro —¡“Fijo “quer” ”peloj” y “er shiquitín” “ejtán” poniendo argo en la “pisarra”! ¡EJEM! —¿El pelos? ¿El chiquitín? ¡Oh dios, nos tenía fichados! ¡Si nos pillaba en pleno “escaqueo” sería la hecatombe!

—¡Ramiro, piensa algo! —susurré, porque estaba, como se suele decir en argot, “hiñado” vivo.

—¡Al ascensor! —Ramiro siempre con sus santas frases bivocáblicas salvadoras. Yo adoraba a este tipo.

Como un poseso comencé a presionar el botón de llamada del ascensor, pero no se efectuó ningún cambio. ¿Le habrían echado la llave los conserjes? ¿Acaso “orangutancito”, el conserje bueno, había tenido aquella fascinante idea?

El ascua del largo habano asomaba por detrás de la columna del borde de las escaleras. La Curva de la maldad, o la gran bartola, como rezaba en un dibujo de él que curiosamente vi un día en un reportaje de la revista Año Cero («¡Satán, ven!» creo que se llamaba) hizo su aparición en escena. Cuatro segundos para el desastre, tres, dos... La puerta del ascensor se abrió y saltamos dentro. Aquello parecía una parodia de McGuiver.

—¡Señorita con los saltos! —exclamó la bestia parda. Me había tomado de refilón por una pájara. Estábamos salvados.

Como iba diciendo (que se me va la olla), ahí estábamos sentados escrutándonos los rostros. Ramiro con cara de “descojone”, ante la mía de impaciencia.

¿Qué sorpresa me depararía aquel diablillo disfrazado de heavy? ¿Acaso se trataba de otro plan urdido por el microorganismo que anidaba en el infectado agujero de su zarcillo para la dominación mundial?

Продолжить чтение

Вам также понравится

41.2K 1.7K 15
esta historia contiene momentos subidos de tono por lo que si eres menor de edad, es recomendable que no lo leas aclaro que no soy dueño de todo lo q...
25.1K 3.7K 42
𝐌𝐄𝐓// Matar para sobrevivir. Eran las reglas en el nuevo lugar donde conociste a aquellos chicos que se volvieron la familia que ninguno tuvo... B...
Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!] Cith Méndez

Детектив / Триллер

8.7M 1M 53
[COMPLETA] Adam tiene una fascinación por las frases de asesinos. Reachell ama tocar el piano. Adam es reservado y misterioso. Reac...
56.8K 7.5K 82
Esta historia es de Supergirl, pero tiene otro nombre, ya veréis el porque una vez que empecéis a leer la historia. Es completamente diferente a otra...