Las sombras de la Mansión Ege...

By marielizlotero

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Segunda novela de la serie «La Corona». "Mi nombre es Piper Adelaine Elisabet Thorhild de la Casa Lauridsen-F... More

Sinopsis.
Glosario.
Prefacio.
Capítulo uno.
Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo cinco.
Capítulo seis.
Capítulo siete.
Capítulo ocho.
Capítulo nueve.
Capítulo diez.
Capítulo once.
Capítulo doce.
Capítulo trece.
Capítulo catorce.
Capítulo quince.
Capítulo dieciséis.
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho.
Capítulo diecinueve.
Capítulo veinte.
Capítulo veintiuno.
Capítulo veintidós.
Capítulo veintitrés.
Capítulo veinticuatro.
Capítulo vienticinco.
Capítulo veintiséis.
Capítulo veintisiete.
Capítulo veintiocho.
Capítulo veintinueve.
Capítulo treinta.
Capítulo treinta y uno.
Capítulo treinta y dos.
Capítulo treinta y tres.
Capítulo treinta y cuatro 👑
Capítulo treinta y cinco.
Capítulo treinta y seis.
Capítulo treinta y siete.
Capítulo treinta y ocho.
Capítulo treinta y nueve.
Capítulo cuarenta.
Capítulo cuarenta y uno.
Capítulo cuarenta y dos.
Capítulo cuarenta y tres.
Capítulo cuarenta y cuatro.
Capítulo cuarenta y cinco.
Capítulo cuarenta y seis.
Capítulo cuarenta y siete.
Capítulo cuarenta y ocho.
Capítulo cuarenta y nueve.
Capítulo cincuenta, parte uno.
Epílogo.
Agradecimientos.
Extra: Gotas de nieve para un tierno amor.

Capítulo cincuenta, parte dos.

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By marielizlotero

Un jadeo exaltado se escuchó detrás de ellos. Moviéndose inquieta, avanzó hasta posicionarse junto a Piper, pero sin bajar el arma.

―¿Cómo se abre? ¿Con la llave?

―No, no lo creo.

Sus ojos castaños se abrieron, haciéndola ver como una desquiciada a punto de estallar.

―No tientes más mi paciencia. Ábrela, ahora.

Piper alzó la mirada y la miró, desafiante. Sin embargo, no dijo nada. Ayudó a Riley a llegar hasta el escritorio del que se sostuvo. No se permitió sentarse sobre él. Dudaba que la madera vieja pudiera sostener su peso. Se presionó ambas manos en el muslo, manchando las palmas con la sangre que no paraba de salir. Piper se quitó el abrigo y cubrió la herida.

―¡La bóveda!

Furiosa, Piper levantó la cabeza y la miró.

―Ábrela tú si tanta prisa tienes ―volvió a centrarse en su tarea―. ¿Es que no ves que está sangrando demasiado?

―Sangrará más si le vuelvo a disparar.

Piper cerró los ojos y atragantó dentro de su boca el montón de maldiciones que quería gritarle. Le comenzó a desgastar la paciencia la frialdad en su voz, la rabia desquiciada que le veía en los ojos. Si no fuera por la bóveda, la habría matado ya, y si no fuera porque la vida de Riley era lo único que la coaccionaba, le hubiese dado el tiro de gracia hacía mucho.

Se remojó los ojos y lo miró.

―¿Puedes ponerte en pie?

Riley la tomó con fuerza de la muñeca.

―Sabes que nos va a matar de todas formas, ¿no es así?

Piper contuvo el sollozo mordiéndose los labios. Le dolía la desesperanza en sus ojos a los que nunca le vio tristeza como aquella. No sabía si era el miedo a morir o el miedo a que ella muriera. La agonía en su mirada le despertó el temor de perderlo.

Presionando las manos en sus mejillas, se le acercó para besarlo. Lo alargó tanto como el dolor en el pecho se lo permitió.

―Te amo ―le dijo. Envolvió los brazos en su cuello y lo abrazó con toda la fuerza que pudo. Se quebró en llanto cuando le devolvió el gesto con la misma desesperación que ella―. Ten fe en mí.

―No es la fe en ti lo que me falla ―al separársele, miró de reojo a Birith―. Lamento no haber podido ponerte a salvo.

―No fue tu culpa ―intentó sonreírle.

Riley cerró los ojos, evidenciando en el ceño fruncido su frustración.

―Ven ―lo tomó de las manos y lo ayudó a levantarse.

A paso lento, rodearon el escritorio hasta ubicarse frente a la pared. Le pareció que veía su oficina, pero en ruinas, una evidencia clara de que la propiedad fue construida con el plano del palacio. Le tomó la mano izquierda con fuerza y, haciendo una respiración profunda, alargó la derecha para tantear la pared. Encontró la base y el brazo de lo que debió ser un candelabro de pared. Tiró de él y la pared se abrió, soltando polvo como si una boca invisible lo hubiese soplado.

Birith la empujó, enloquecida por el frenesí al que su propia impaciencia la arrojó. Sin moverse, Piper la observó deslizando la pared hacia la izquierda con dificultad. Observó a Riley de reojo. Debió prever lo que haría, porque asintió. Se agachó lenta, muy lentamente, y con la mano tanteó el suelo bajo sus pies. Los largos dedos se toparon con una piedra lo suficientemente grande. Levantándose, la aferró con fuerza. Alzó la mano por encima de su cabeza y se preparó para asestarle el golpe en la nuca.

Birith se volteó hacia ella con una rapidez que le impidió detener el golpe que le propinó en la nariz con la empuñadura del arma. Con el latigazo del dolor, Piper dejó caer la piedra y se cubrió la herida sangrante. Pronto, sus manos se mancharon de sangre. El dolor se extendió hasta la cabeza, y tuvo que sostenerse del escritorio para no desplomarse, víctima del mareo aturdidor.

Riley ignoró el dolor de la pierna y se apresuró a acercársele, pero el arma apuntando a su pecho lo detuvo.

―Estoy cansada de ustedes dos ―movió la boca a prisa, gestos que desbordaban su locura―. Dame la llave y acabemos con esto.

Piper deslizó el pulgar por encima del labio en un intento por apartar la sangre de su boca. Dolía como el infierno y la desconcertaba lo líquida y caliente que la percibía. Una presión abrumador en el entrecejo la hizo soltar un quejido.

Introdujo la mano en el bolsillo y la sacó, manchándola con sangre.

―Apuesto a que tampoco sabes qué abre ―teorizó.

―Si lo sabes tú, dímelo.

―Sí lo sé ―se limpió la sangre del pantalón―. Deja que Riley se quede aquí. Apenas puede sostenerse por sí mismo.

―No ―sentenció él―. No dejaré que vayas sola con ella.

―Riley, por favor.

―¡Te dije que no! ―se puso en pie y la encaró, ignorando el hecho de que el arma apuntaba directamente a su corazón―. Si algo de control tienes es por el arma que llevas en la mano, nada más. Si de verdad fueras una mujer de poder, no habrías vivido diez años con la interrogativa de cuando se desplomaría tu vida. No voy a someterme al miedo de morir solo porque sostienes un arma por la empuñadura ―se interpuso entre ella y Piper―. Tendrás que matarme, porque es la única manera en que te permitiré que le hagas daño.

Piper se removió, esforzándose por abandonar la coraza que había construido alrededor de ella con su propio cuerpo.

―No, Riley, por favor ―le tembló la voz ante las posibilidades que le vio en los ojos castaños―. No lo escuches.

Birith se hizo a un lado.

―Entren ―movió el arma hacia la boca oscura del pasadizo―. No me hagan esperar más.

Piper se aferró a él, envolviéndolo con la cintura. Poco importaba el dolor de la nariz o la presión en el pecho. Se le humedecían los ojos con el simple pensamiento de verlo morir frente a ella. Una pena como aquella no podría soportarla.

Se le separó y guardó la llave en el bolsillo del pantalón para ayudarlo a sostenerse. Se armó de valor y avanzó por él, atravesando la oscuridad con pasos vacilantes. Los tragó un camino estrecho, tanto que al avanzar rosaban el codo con la piedra fría y húmeda. Tomó varios minutos llegar hasta la salida por lo difícil que se le hizo a Riley avanzar por el incómodo paraje. Al final, se toparon con una puerta a la que Piper tuvo que empujar para poder abrir. Arrugó la nariz por el olor a polvo que le hizo recordar la visita semanas atrás a la bóveda del rey.

Con la oscuridad mermando su capacidad de observación, pudo notar formas inconexas a la que les fue poniendo nombres casi que por intuición. Supuso que se trataban de cofres, muebles y quizá un montón más de chucherías con las que, en su tiempo, pensaron amueblar la propiedad. Teorizó que, al haber quedado a medias, decidieron guardar todo allí.

―¿Qué, de entre lo que hay aquí, abre la llave?

Piper miró de reojo a Riley antes de apartársele, determinada a poner fin al desastre.

―Eso ―señaló el baúl―. Eso es lo que abre la llave.

Tendió la mano hacia ella, moviéndola a prisa.

―Dámela.

―No ―cubrió la llave con la mano―. La abriré yo. Ya te lo dije, quiero saber si lo que contiene valía la muerte de mis padres.

Ella pareció dudar, por la forma en la que le temblaban los labios.

―Ábrela entonces ―volteó hacia Riley―. Acércate, cariño. Ponte donde te vea.

Piper no necesitó un superpoder para comprender lo que surcaba por la mente de Riley al mirarla. A la primera oportunidad que tuviera, la estrangularía.

Cojeando, se acercó hasta detenerse junto a Piper. Le tomó la mano con fuerza, asintiéndole después. Lo vio entrecerrar los ojos mientras observaba la sangre de su nariz.

―Estoy bien ―le dijo en un intento por tranquilizarlo.

No vio el efecto esperado en sus ojos, que la contemplaban como si fuera la última vez, despertando el miedo que se esforzaba en controlar. Cuando alargó la mano y le acarició la mejilla con el pulgar, brotó de ella el pánico abrumador que en su momento debieron sentir sus padres.

Le nacieron tormentosas dudas que marchaban firmes por su cabeza, haciéndose notar. Estaba segura de que su brillante estrategia funcionaría, pero no había considerado otras opciones ¿Y si en realidad no funcionaba? ¿Si él o ella o ambos morían?

Apartó de su mente aquellos pensamientos y se dio la vuelta, encajando la rodilla en el suelo. Escuchó pasos acelerados que solo podían ser los de Birith. Sintió su presencia amenazadora alzándose sobre ella, atenta a sus movimientos.

Conteniendo el aliento, introdujo la llave en el cerrojo. Un escalofrío la recorrió al escuchar el mecanismo abrirse.

Con el empujón que le dio, Piper presionó ambas manos en el suelo para detener el abrupto golpe. A las manos manchadas de sangre se le pegó la tierra húmeda y fría. En torno a su brazo sintió las manos de Riley, tirando de ella para ayudarla a ponerse de pie. Con el corazón en un puño, observaron a la mujer que, frenética, buscaba en el interior del baúl lo que por diez años tanto ansió encontrar.

―No ―masculló, apartándose―. No puede ser.

Piper avanzó un paso, tal vez dos, ansiosa por ver su contenido. Riley frenó su avance, tomándola con fuerza del antebrazo.

―¡Esto no puede estar pasando! ―golpeó el baúl con el arma, instantes antes de voltear hacia ellos con la mirada encolerizada―. ¿La abriste primero, no es así?

―No ―se apresuró Piper a contestar―. No había entrado aquí antes hasta ahora.

―¡Mientes! ―señaló el interior del baúl con el arma―. ¡Está vacío, no hay nada! ¡Nada!

―Tal vez mi padre lo movió de lugar.

―Debes saber adónde, ¡entonces dime! ¡Dime ya dónde está lo que había en ese baúl!

―Tal vez nunca hubo nada ―le dijo Riley, tirando del brazo de Piper muy lentamente para acercarla más a él―. Es posible que lo que quería enseñarte Aleksander fuera otra cosa.

―¡Quería mostrarme la bóveda! ―se llevó la mano izquierda a la cabeza y rascó su nuca casi con desesperación―. Algo debe haber ¡No pude haber esperado diez años por nada!

Para el momento en que la espalda de Piper tocó la barriga de Riley, él ya tenía los brazos en torno a ella con actitud protectora. Viendo el arranque de rabia que estalló en Birith con los manoteos y los chillidos, una cosa les había quedado muy clara: cualquier movimiento mal pensado destruiría el último escrúpulo que no había provocado aún sus muertes. Un descuido, y Birith les dispararía.

Como un recuerdo lejano, recordó lo que una vez, hace mucho tiempo, su madre le había dicho.

Los cofres resguardan nuestros secretos.

―Está en el fondo ―le dijo, casi mordiéndose los labios―. Lo ocultó. Mi padre se encargó de esconder muy bien las evidencias de todos los escándalos que afectarían a las tres familias.

Birith centró su atención en el fondo del baúl.

―Yo no veo nada.

¡Porque eres estúpida!, gritó en su mente. Tragó saliva antes de hablar.

―Es un baúl bastante ancho. Puede que escondiera algo debajo de la madera o en las paredes, pero de ser así no debe ser muy grande. Tal vez un papel.

Hincando la rodilla en el suelo, la vio rasgar la madera con las uñas, como si fuese un animal desgarrando la barriga de su presa. Con un grito de loca, logró despegar la madera del fondo, trayéndola consigo y arrojándola lejos. Introdujo la mano una vez más y tomó un panel de algodón o lino doblado dos veces. Lo deshizo, quedando expuesta la puntura de una mujer que, en apariencia y gestos, era casi idéntica a Birith, hasta en la mancha del pulgar, evidencia absoluta de que pertenecía a su familia.

―¿Esto qué es?

Piper miró de reojo a Riley, con la barbilla a la misma altura que la suya. Vio gestos de confusión arrugándole los ojos. Se preguntó si ella tendría la misma reacción.

Encolerizada, Birith extendió la pintura hacia ellos.

―¿Era esto una broma de tu padre? ¿Fue él quien me pintó?

―Mi padre no era pintor. Las artes no eran su fuerte, sino la política o el baile.

―¿Entonces, esto qué es?

―¿Yo cómo voy a saber?

Algo en el reverso atrajo la atención de la rubia. Con el ceño fruncido, giró el material y estudió el rostro de la mujer. Entrecerrando los ojos, Piper fijó su atención en lo que fuera aquello que llamó su atención. Era una dedicatoria.

A usted, Leonore Olesen.

Mi madre, cuyo nombre no será olvidado. Su locura jamás opacará la belleza de sus gestos.

Le costó comprender que la firma llevaba por nombre Jakoj Olesen.

Pegando la boca a su oído, Riley le dijo:

―Jakoj es el nombre de nacimiento de Easton, antes de que fuera cambiado en la cuna. Encontré unos documentos en la Mansión Egerton, entre ellos una carta escrita de su puño y letra.

Piper contuvo el suspiro de asombro, temiendo que aquello la advirtiera que algo más sabían.

Por desgracia, pocos impulsos necesitaba para actuar en contra de ellos. Lanzó la pintura al suelo y volvió a apuntarles con el arma.

―De rodillas. Se les acabaron los salvoconductos.

Piper lo sintió tensarse.

―¿Por qué te ensañas así? ―la vio poner los ojos en blanco, como si sus palabras la exasperaran―. Era una niña. Asesinaste a mis padres frente a mí y le ordenaste a ese cerdo que me matara, ¿todo eso porque tuve la mala suerte de estar ahí?

―Yo debí suponer que te traerían, y cuando te vi me hirvió la sangre por no considerarlo ―asintió como en un frenesí―. Es que siempre fuiste ese algo en medio. Tu padre no miró a otra mujer más que a Lauren y se casó con ella porque venías en camino. Con tu nacimiento, el amor del pueblo se desbordó sobre ti. Tu tía te adora e incluso le agradas a mi marido. Aleksander te amaba con tanto ímpetu que no paraba de hablar de ti ni siquiera en las reuniones del Folketing. Incluso mi primo, ese cerdo como lo llamas, fijó su mente perversa en ti. Tú eras el centro del mundo de todos los que yo conocía. Mientras tanto, yo fui ignorada por toda mi familia porque intenté ser una buena hermana. Hasta la idiota de Christina quiso olvidarse de los vínculos que nos unían por el amor que le tenía a su hijo. Parece que quería olvidarse que gracias a ella murió el chofer y con él la esposa e hija de Nadim ¡Y ese imbécil también te quería como si de verdad compartieran la sangre! ―cerrando la mano izquierda en un puño, se golpeó la cabeza dos veces―. A mí me parecías insoportable.

―¡Era una niña!

―¡Eras mi mala fortuna! Y lo peor es que años después lo sigues siendo.

Riley movió la cabeza de forma frenética.

―Estás peor de lo que pensé ―se irguió un poco más cuando la mirada de ella se centró en él―. ¿Tanto encono con una niña solo porque era querida?

―Deberías entenderme. Tu padre te abandonó al igual que lo hicieron los míos.

―Cierto, pero no por eso me ensañé con gente inocente. Incluso te acepté cuando te casaste con él a pesar de que no teníamos una buena relación. Hasta sentí pena por ti cuando supe que mi padre quería divorciarse.

―¡Ah, pero mira por quien fue! ¡Otra maldita mujer de la honorable Casa Lauridsen! Porque si no es esa familia, son los Egerton ¿Qué mejor ejemplo que tenerlos a ustedes dos aquí? ―suspiró profundo para calmarse. La muestra del autocontrol a punto de perderse quedó evidenciada con el temblequeo del arma en su mano. Con una sonrisa retorcida dejando expuesta su falta de cordura, los miró―. Voy a...voy a cortar lazos. Primero mueren ustedes, después Tom y al final iré ante Elinor a Inglaterra donde la dejé. Un disparo limpio, directo al pecho. Si todo va a salir a la luz, al menos lo hará con sus muertes por fin tachadas de mi lista.

La rabia martilleó dentro de Piper. En su barriga, se conglomeró un agotador cúmulo de miedos, frustraciones y decepciones que bulleron en la caldera de su furor. El eco de su respiración trabajosa inundó sus pensamientos. No podía alargar más el tiempo y esperar la ayuda. Estaban solos, y debían encontrar una manera se salvar sus vidas.

Soltándose del agarre de Riley, dejó que de su garganta se le escapara un grito ensordecedor al tiempo que se le lanzaba encima. La tomó por la muñeca que sostenía el arma y cambió la trayectoria por encima de sus cabezas. Un disparo atravesó la piedra del techo, resonando como un eco enloquecedor que trajo de vuelta la rabia que de niña había sentido. Polvo cayó sobre ellas, cegando a Birith por un instante.

La rubia tambaleó, pero se repuso al instante. Cerrando la mano derecha en un puño, Piper se llevó la mano detrás de la cabeza y le asestó un golpe en la boca que la hizo soltar un quejido. Alargó la mano y tomó el arma, pero el empujón que le dio hizo que se le cayera. Apretó más el puño y volvió a golpearla, esta vez en el ojo izquierdo.

Levantando la rodilla, Birith le asestó a ella un golpe en la barriga que le hizo escupir el aire de sopetón. Se precipitó hacia atrás, con las manos en el vientre. Abrió la boca para respirar grandes bocanadas, buscando como reponerse. Cuando vio a Piper precipitarse contra ella, se irguió. Detuvo apenas el golpe que con el puño cerrado iba a darle. Cegada por la rabia, Piper la tomó por el pelo y tiró de él con toda la fuerza que tenía, logrando que la rubia volviera a gritar. Con una patada en la rodilla, Piper perdió el balance y cayó, llevándosela consigo al suelo rocoso.

Birith cayó sobre ella, pero de alguna manera se las ingenió para rodar hasta quedarle encima, ejerciendo mayor presión del agarre en su cabello. Tomándola desprevenida, la rubia envolvió las manos en torno a su cuello, acortando su inconsistente dotación de aire. Cargando los pulmones con la respiración más profunda de la que pudo hacerse, volvió a cerrar el puño y le dejó otro par de golpes en la boca que la obligaron a soltarla.

Un tirón del antebrazo la obligó a apartarse, y temerosa Piper alzó la cabeza para encontrarse con Riley. Sostenía el arma que le había quitado Birith con una fuerza tal, con una determinación como ninguna, que cuando le apuntó y disparó, la mujer cayó de rodillas. Por entre medio del pelo negro, que le caía sobre los ojos, la vio desplomarse al suelo con un quejido. Piper se llevó las manos al cuello y tosió. Pronto, aquello se convirtió en un quejido que escaló hasta volverse un llanto.

El ruido de metal al golpear el suelo le erizó la piel. Lo miró, casi con miedo, y se percató que de su mano dejó caer el arma para dejarse caer él de rodillas. Se le descomprimió el rostro por el dolor de la herida, pero también por lo que las circunstancias le habían obligado a hacer. Sus facciones dulces y alegres se descomprimieron hasta evidenciar su dolor y culpa. Conociendo la belleza de su alma, sabía cuan torturada estaba con el conocimiento de que en aquel día le quitó la vida a dos personas.

Se le acercó un poco más hasta envolverle el cuello con los brazos, ocultando el rostro en la base de su garganta. Se sintió reconfortada por la forma en la que sus brazos temblorosos la envolvieron y como fue, poco a poco, trazando caricias tranquilizadoras por la espalda. De la garganta de Riley se escapó un quejido, y apretándola contra él rompió la tormenta de su pecho en un llanto desgarrador. Piper lloró también, abandonando el escondite de su cuello para cubrirlo de besos, trazando con los pulgares las líneas más bonitas de su rostro.

―Te amo ―la voz se le quebró, abrumada por sus emociones―. Lo lamento. A mí también me duele.

Riley asintió, con la mirada cristalizada por el llanto. Piper volvió a cubrirlo de besos, deseando que aquello fuese suficiente para limpiar su corazón del sufrimiento que lo aquejaba.

El sonido del metal arrastrándose quebró sus nervios, y al voltearse se le heló la sangre al observar a Birith, que con el pecho manchado por su sangre, aferraba el arma con la mano temblorosa hacia ellos.

―T-tú no vas a qu-quedar viva ―le dijo, jadeando. En sus ojos se percibía el dolor por la herida―. Maldi-dita seas.

Piper abrió los ojos cuando la vio tensar el dedo en torno al gatillo. Contuvo el aliento y después alargó la mano, intentando alcanzar el arma para desviarla.

El disparo quebró el silencio que se formó previo a la pelea, resonando como un eco terrorífico que imitaba la explosión abrupta de una bomba. A ese le siguieron dos más, hasta que pronto escuchó el sonido constante de un arma vacía que era forzada a disparar.

La boca de un arma plateada abandonó la oscuridad del túnel oculto en el lado este de la bóveda. Temblando como si de un sismo interno se tratase, Piper levantó la cabeza, siguiendo el trazo del brazo para descubrir quien la sostenía.

Nadim apretó la empuñadura con su gran mano, balanceando el cuerpo hacia adelante y hacia atrás, como si no pudiese decidirse entre mantenerse allí o acercarse. A pesar de saberla vacía, siguió disparando, como cegado por el odio y la rabia que, como a ella, la gobernaba.

Piper se levantó, procurando hacer pocos movimientos. Puso la mano en su brazo izquierdo, tirando de él lo necesario para llamar su atención. Sus gestos firmes y sus ojos rabiosos estaban centrados en Birith, en la mujer que, al igual que a ella, le quitó a su familia.

Ahora, también, estaba muerta.

Una sensación nauseabunda le nació en el estómago al verla. La bala le atravesó el corazón, un impacto rápido e inesperado que ni siquiera le dio tiempo a agonizar. Dos heridas más acompañaron a la que le propinó Riley, todas ellas también en el pecho. Le supo amarga la ironía. Aquella mujer, sin contemplación alguna, le disparó en el pecho a sus padres. Al final, murió de la misma forma.

Con el corazón bombardeándole dolores y penas, Piper cayó de rodillas. Un sollozo desgarrador le atravesó la garganta como metal caliente, dejando salir en gritos desconsolados lo que por años tuvo atragantado en el pecho. Diez largos años y meses de tortuosa agonía habían llegado a su fin con la muerte de la persona que sin pulso ni consciencia arruinó tantas vidas.

Presionó las palmas en el suelo, abriendo más la boca para absorber en grandes bocanadas todo el aire que podía. Si con su muerte se hacía justicia, ¿por qué no la abandonaba el desconsuelo? No hubo pensamiento de sosiego que aliviara la sensación de frío que le corría por las venas, y no supo si en algún futuro cercano tal alivio llegaría a calmar las llamas de dolor que la embriagaban.

Un escalofrío la invadió con el golpe de calor que emanó del cuerpo que se arrodilló junto a ella. Con los largos brazos, Nadim la envolvió y la atrajo con fuerza a su regazo. Sollozó con la mejilla pegada al pecho. La cabeza se le sacudió a medida que la respiración de él se agitaba previa al llanto que le escuchó. Piper se aferró a él, desesperada por su afecto.

―No te asustes, pequeña ―cerró los ojos cuando le besó la cabeza―. Ya terminó.

Con un bufido, el Duque de Yorkesten manoteó con la mano derecha en dirección al Inspector Lance.

―¡Que le digo que no! ―movió las piernas en la camilla, incómodo por el hormigueo―. Nunca le vi la dichosa mancha. Jamás se quitaba los guantes.

―¿Ni siquiera para...? ―movió el lápiz en círculo, instándolo a suponer la pregunta.

El duque imaginó que lo estrangulaba.

―No ¿Alguna otra pregunta respecto a mi vida sexual?

―¿No le pareció extraño que siempre usara guantes?

―Birith era extraña en algunas cosas. Pensaba que tenía algún fetiche. Hay cada cosa por ahí.

―¿No le preguntó por qué...?

Lo atajó con un bufido.

―Si me va a acusar de cómplice, hágalo ya sin tantos rodeos.

El Inspector Lance lo miró, exasperado.

―No se le está acusando de nada, Lord Yorkesten. Son preguntas de rutina. La difunta era su esposa.

―Lo era.

―¿Nunca sospechó que fuera la asesina del rey Aleksander y la princesa consorte Lauren? ―leyó las notas en su cuaderno―. Además, su hijo asegura que también asesinó a Danforth Egerton en el 2001. Dice tener un testigo que la ubica a ella y a su primo, Nikolaj Olesen, en la Mansión Yorkesten la noche en que el caballero falleció. Dijo también que tiene una serie de evidencias más que por el momento no puede presentar sin hablar primero con la reina. También se sospecha que obtuvo el acónito de su propiedad, lo que complica más la situación porque está ubicada fuera de Dinamarca ―con el silencio del duque, golpeó el cuaderno con el lápiz―. Demás está decir que he recibido testimonios a medias, porque aún no tengo sobre mi escritorio los motivos que incitaron a su esposa a cometer un crimen en contra de nuestros monarcas.

―Bueno, tendrá que hablar de ese asunto con la reina. Si yo fuera usted, me aseguraría de ir acelerando el papeleo porque Danforth y otros crímenes más sucedieron en Inglaterra donde usted no tiene jurisdicción.

Lance asintió, levantando las cejas en un gesto cansado.

―Sí, es muy cierto ―anotó algo a prisa en el cuaderno―. ¿Algo más que quiera agregar? Tomando en cuenta que la mayoría de su declaración se ha reducido a «hable de eso con la reina»

Una sonrisa torcida se le formó a Tom en la boca.

―¿Encontraron a Elinor?

―De hecho, mi señor, debo decir que ella nos encontró ―tapó el bolígrafo y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta―. Dijo que usted la citó a una propiedad en el norte y que esperó cerca de tres horas. Intentó salir y fue cuando la drogaron. Aseguró que fue Nikolaj. La dejó allí sin seguridad, así que escapó y caminó hasta la propiedad más cercana. Tramitó después el viaje de regreso a Dinamarca. Al parecer, el hombre la dejó sola, aunque amordazada, cuando Meredith... ―bufó al no encontrar en su cuaderno lo que buscaba―. No tengo anotado su apellido. En fin, la asistente de Su Majestad llamó a Nikolaj para indicarle que tenía la llave, la misma para cuya búsqueda fue contratado Viggo Iversen. Su esposa debió ordenarle que viajara a Inglaterra de inmediato, quien horas antes estuvo en Dinamarca interceptando al marqués de Darlington, luego atándolo y amordazándolo junto a usted en las ruinas de la propiedad, dejando a Su Alteza sola y, viendo la oportunidad, escapó. Llegó al Palacio de Amalienborg mientras nosotros nos encontrábamos en la Mansión Egerton.

―Daría toda mi fortuna por eliminar mi apellido de esa propiedad maldita.

―No durará en pie mucho tiempo.

Ambos hombres voltearon hacia la puerta, de donde provenía la voz. Piper tenía la mano derecha puesta sobre la perilla mientras se tocaba son suavidad la tirita de la nariz con la izquierda.

―¿Puedo pasar?

―Por supuesto.

Lance inclinó la cabeza a modo de saludo.

―¿Nadim ya rindió declaración? ―preguntó ella.

―Sí, mi señora. Hemos encontrado todas las armas involucradas. La que tenía Birith Olesen, Nadim Holgersen, Nikolaj Olesen y usted.

―¿Quién va a disponer de los cuerpos de Birith y Nikolaj?

―Su familia, supongo. Debemos avisarles antes.

Piper asintió.

―Ya que está aquí, quería comentarle algo ―arrugó el ceño, consternada por el recuerdo―. Birith dijo algo, mientras me apuntaba, que me hizo pensar. No se sabe dónde está el arma con la que mató a mis padres. Ya le dije que ese día tenía el teléfono de mi padre y que en el forcejeo se me cayó. Sé que revisaron la propiedad, ¿pero no cabe la posibilidad que así como el teléfono ha pasado desapercibido, lo haya sido el arma? Tomando en cuenta que nadie ha vuelto a pisar la mansión en años, Birith pudo haberla ocultado ahí ―la posibilidad le dio escalofrío, así que se frotó los brazos. Le raspó la piel los pequeños raspones en las manos―. Gastón me dijo una vez que Christina iba a cada rato al pueblo. Tal vez sabía que allí estaba el arma e iba a cerciorarse de que no hubiese fisgones. Eso, o simplemente estaba allí para regodearse de que ella conocía la verdad y el resto no.

―Es una idea interesante. La voy a tomar en cuenta. Por lo pronto, le indico que no se podrá disponer de la mansión mientras la investigación esté vigente. Ya que se trata de una serie de crímenes en cadera, la investigación en cuestión puede tardar.

―Le aseguro que puedo esperar ―centró su atención en el duque―. Lamento perturbarlo con estos temas. La verdad quería hablar con usted de otro asunto que, si bien tiene que ver con los eventos actuales, es más ameno.

Lance inclinó la cabeza hacia ella antes de abandonar la habitación. Piper sonrió apenas.

―No le pedí que se fuera ―imitó una carcajada―, pero agradezco su interés por dejarnos a solas.

―Le impones autoridad con un mero gesto. Eso es algo que solía hacer...

―Mi padre ―teorizó ella.

―No, tu tía. Ahora delega autoridades.

Piper asintió.

―Ella está bien ―le aseguró―. La están interrogando todavía, respecto a Birith. El inspector ha puesto a un colega a cargo de la mitad de los testigos. Parece que en las últimas horas se multiplicaron. Una de repente se pregunta dónde estaban diez años atrás.

Tom le sonrió, condescendiente. La llamó con toda la dulzura que se podía, pidiéndole que se le acercara. Casi parecía una niña asustada por la manera en la que caminaba hasta posicionarse junto a él. Levantó la cabeza y lo miró.

―Quería ofrecerle una disculpa ―se frotó la punta de la nariz. El dolor era menos, pero no lo suficiente para ignorarlo―. Ya sabe, por culparlo.

―Disculpa aceptada.

―Siempre presumí de mi infalible intuición. Por un tiempo, al volver, me funcionó. Después, bueno... ―alzó los hombros―. Ya ve donde terminamos todos.

―No te responsabilices. Ten en cuenta que yo estuve casado con ella y jamás imaginé de lo que era realmente capaz. Ambos estábamos sentimentalmente involucrados con el asunto, y cuando el corazón interviene nos atontamos.

Piper frunció los labios, conteniendo dentro el llanto.

―¿Cómo está Riley? ―preguntó el duque.

―Bien ―frotó con la mano los músculos tensos―. Sacaron la bala del muslo y lo último que supe es que lo suturarían en la noche si a la herida le ha bajado la inflamación para entonces. Tiene golpes menores y está un poco deshidratado. Ya le dieron un tratamiento para eso. Físicamente, va a estar bien. Psicológicamente, pues, va a tomar tiempo ―suspiró―. Son muchos los que van a necesitarlo.

―¿Cómo estás tú?

Piper movió las pestañas a prisa y suspiró profundo, buscando un soporte que la mantuviera tranquila. Se llevó las manos al pecho y se masajeó en círculos.

―Estaré bien ―asintió―, pero también me tomará tiempo.

En silencio, Tom alargó la mano hasta alcanzar la suya. Le dio dos golpecitos.

―Lo estarás porque eres una mujer maravillosa ―con un apretón, le sonrió―. Estoy contento de que Riley encontrara en ti la mujer para formar su familia. Sé que tu padre puede descansar en paz porque has quedado en buenas manos. Les deseo a ambos un futuro próspero y brillante. De momento, ¿qué tal si me vas quitando el tuteo? Voy a ser tu suegro pronto, espero.

Piper le sonrió, y el llanto se le escapó de los ojos sin poder contenerlo más tiempo.

La puerta de la habitación se abrió, haciendo que el semblante del duque cambiara por completo. Piper volteó al encuentro de la recién llegada que con el rostro comprimido por la angustia y el llanto corrió hacia ella para estrecharla en sus brazos. Le correspondió el gesto con la misma vehemencia, aliviada por encontrarla intacta.

Con la separación, Elinor fijó su atención en el hombre que, recostado en la cama, la miraba como quien mira a un ángel. La mujer le sonrió apenas, incapaz de demostrar más efusividad aquella por la presencia de su sobrina.

―Arrestaron a Gregersen en el aeropuerto hace unas horas ―le dijo su tía―. En primera instancia fue por no haber asistido a la reunión con el Folketing, pero ahora está acusado de complicidad y otros delitos más por malversación de fondos y abuso de poder, todos ellos relacionados con...

No tuvo que mencionar el nombre para saberlo. Piper asintió.

―¿Tío Markus e Ivar ya están enterados sobre Christina?

―No lo sé ―admitió en un hilito de voz―. La verdad es que no sé si tenga el valor de contárselos. La que ya lo sabe es mi madre. No le sentó bien la noticia, pero después de beberse un té se tranquilizó. Es probable que ella le diga a Markus.

―Lo lamento por él y por Ivar, en especial por mi primo. Sigue siendo su madre y va a ser un golpe muy fuerte.

La duquesa asintió.

―¿Vas a presentar cargos en contra de Meredith?

Le comenzó a doler la cabeza al comprender la cantidad de cosas que aún quedaban pendientes o tal vez se debía al golpe de la nuca que le dio aquella mujer con la empuñadura del arma.

―No puedo hacer que borren de su expediente lo que hizo. Comprendo sus motivos, pero cometió un crimen que se puede considerar como traición a la corona. Tal vez pueda interceder por ella para que le den una sentencia mínima ―movió los brazos por encima de la cabeza―. No sé, lo pensaré después. Ya no me quedan neuronas para procesar algo más.

Ignorando su agotamiento, Piper se centró en las miradas discretas que el duque y su tía se daban. Supuso que si no iniciaban una conversación era debido a ella. Con una sonrisa burlona, Piper se apartó sin emitir palabras y se dirigió a la puerta. Se volteó un instante y los contempló. Elinor acercó su mano hacia él, casi rozando sus dedos con los de él, y a ella le pareció un gesto entre dulce y absurdo. Parecían dos niños que descubrían el amor por primera vez.

Suspiró y abandonó la habitación, cerrando la puerta con mucho cuidado para evitar hacer más ruido del necesario. Frotó de nuevo los músculos tensos de su cuello, ignorando a su vez el dolor de la nariz y las costillas tanto como le fue posible. Saludó con la cabeza a los guardias que custodiaban la puerta. Observó a su derecha el pasillo que llevaría a la única habitación que le faltaba visitar. Le nació un nerviosismo en la barriga que intentó expulsar con un suspiro.

Se armó de valor y caminó hasta allí, oyendo detrás de ella los pasos de los guardias que la acompañaban. Temiendo que pudiese encontrarse dormido, abrió la puerta con movimientos lentos. Asomó la cabeza, conteniendo el aliento. Lo encontró con el antebrazo izquierdo sobre la cabeza y el derecho descansando en la barriga. Supo que no dormía por la forma desacompasada en la que respiraba, como si en silencio llorara.

―¿Riley? ―lo llamó.

No lo escuchó por el murmullo que fue su voz. Suspirando profundo, se armó de valor y entró. Cuando estuvo junto a la cama, alargó la mano hasta posicionarla sobre la que tenía puesta encima de la barriga. Dio un respingo por el contacto, apartando el brazo de la cabeza. Un nudo de alambre se le formó a ella en la garganta al observar ese precioso par de ojos gris tormenta ahogados por una pena que agitó su deseo por echarse a llorar con él.

Le apretó la mano y la fue llevando, sin soltar, hasta su boca, donde le dejó un prolongado beso.

―Eres un hombre maravilloso. Lo sabes, ¿verdad?

Él se echó a reír, sin humor.

―¿Te parece?

―Siempre me lo has parecido, incluso cuando eras mi guardia ―hizo una mueca divertida―. Eso no quita que fuiste un insufrible.

Acomodó la cabeza en la almohada mientras le sonreía. Aun así, era un gesto triste que imitó la pena de sus ojos. Estaba acostumbrada a la picardía y alegría en ellos, y sobre todo al amor que siempre le trasmitieron cuando estaban tan cerca que podía percibir la maravilla cálida de su piel.

Allí, en una blanca y fría habitación de un hospital, le partía el corazón verlo llorar. Los dulces gestos que le brindaban una paz indescriptible desaparecieron para darle paso a la congoja, el desasosiego y algo peor, la culpa. Viendo su agobio, se inclinó hacia él y presionó la boca contra la suya. Le devolvió el gesto como si en ello pudiese recuperar su vida. Una parte de ella necesitaba aquel contacto tanto como él. Pensar que lo perdería la volvía loca. Necesitaba sentirlo, saborear la maravilla de su cariño a través de todo gesto posible, para inyectar a su corazón con el entendimiento de que él estaba allí, con ella, y vivo.

Abrió los ojos al sentir la maravillosa caricia de su pulgar en su mejilla.

―¿Te duele?

No tuvo que preguntarle para comprender a qué se refería. El ventaje en la nariz era difícil de ignorar.

―Un poco ―levantó las comisuras―. Se ve peor de lo que fue.

La miró, poniendo en duda sus palabras.

―El inspector vino a pedir mi declaración ―se frotó los ojos despacio―. Le dije que, en escencia, fuiste irreverente por enfrentarte así a Birith ―se le formó una sonrisita cansada―, pero que me pareciste muy valiente, aunque a veces quería que te callaras. Ella estaba a nada de disparar y me aterró la idea de...

No fue necesario que terminara para comprenderlo. Asintió, imitando una sonrisa.

―La idea era hacer tiempo mientras la guardia entraba. En los planos se marcaban unos pasadizos por los que podían entrar sin advertir a Birith. Solo tenía que distraerla mientras encontraban a tu padre, a mi tía y a ti. No consideré que podría encontrarme contigo en pleno recibidor.

―Tenía que sacarte de la propiedad. Estaba determinada a matarte y después a nosotros. También tenía que buscar ayuda a mi padre. Nikolaj lo golpeó como si quisiera matarlo.

―Él está bien. Estuve en su habitación antes de venir. Se quedó a solas con mi tía.

―Bueno, a ver si ahora deciden que hacer.

Se quedó mirando al techo por un instante. Después, habló.

―Hay muchas cosas que no le dije. Al inspector ―especificó.― Quería hablarlo primero contigo.

―Lo sé, ya me lo explicó.

―Cuando estaba en Inglaterra, encontré un diario de campo que le perteneció a Danforth y el registro de empleados donde aparece Leonore. En él, detalla las visitas que tuvo con Birith y Nikolaj. Menciona que ella quería el acónito para un tratamiento propio, supuestamente esquizofrenia también. Si mal no recuerdo, ella misma lo admitió, tal vez sin querer.

Piper movió la cabeza para estirar los músculos tensos del cuello.

―Esto afecta a muchas personas, tres familias enteras. Me abruma tener la responsabilidad de decidir. Caerá un escándalo sobre nosotros, pero si no entregamos las evidencias, el caso de mis padres quedará inconcluso.

Con las manos entrelazadas, trazó círculos sobre su piel.

―No tienes que decidir sola, y definitivamente no tienes que hacerlo hoy. Nos reuniremos como familia y lo decidiremos como familia. Deja de angustiarte tanto.

Asintió, soltando un suspiro. Riley alargó la mano hacia ella e inició un suave recorrido desde la mejilla hasta el mentón sin apartar sus ojos grises de su par de lunas.

―Te ves preciosa.

Torciendo la boca, casi formando una sonrisa, le dijo:

―¿Si sabes que estoy ojerosa y moreteada, cierto?

―Entonces, ¿por qué me pareces la mujer más bella del mundo?

―Porque me quieres.

―No ―rosó con el pulgar la peca del labio―. Porque te amo.

Se le acercó otro poco para besarlo, ignorando la punzadita de dolor en su nariz. Solo él podía hacer que a ella se le olvidara cualquier dolor, cualquier pena, cualquier angustia. Solo él y ese cariño, ese amor, tan avasallador que se tenían.

Se le separó, presionando la frente contra la suya. Transcurrió un largo instante donde ninguno dijo nada. Con los ojos cerrados, se centraron en la respiración del otro. Les despertó una esperanza como ninguna la consciencia de que ambos estaban con vida y que a partir de aquel momento de paz, podrían construir sin temores una extraordinaria vida juntos.

Con la punzada en el pecho, Piper le preguntó:

―¿Estamos rotos?

Le hizo suspirar el rose de sus dedos en la barbilla. Abrió los ojos y lo miró. El brillo de las lágrimas se hizo cada vez más innegable.

―Puede ―le respondió él. Un atisbo de una sonrisa se asomó en sus labios―, pero si nos tenemos el uno al otro estaremos bien.

A mediodía, salió un sol espléndido que secó en su totalidad la lluvia de la noche anterior. Parecía que había acallado el grito del viento que anunciaba una noche fría, porque al llegar a la Mansión Egerton no se movía ni una hoja.

―¿Segura que quieres estar aquí?

La pregunta de Riley hizo que lo mirara ¿Se acostumbraría alguna vez a encontrarlo guapo cuando vestía de gris? Difícil decirlo. Le brillaban los ojos como tonta enamorada cada vez que lo veía deambular por el palacio como si fuera su propia casa, el amo y señor del universo. Le entraba un humor fatal cuando llegaba la hora del día en la que tenía que marcharse. Compensaba esos momentos escapándose a media noche o pasando un fin de semana de ensueño a solas con él. Poco le importaba lo que opinara la gente. La felicidad que sentían estando juntos valía más que la aprobación pública.

―Lo estoy ―disimuló el movimiento de su mano para acercarla a la suya, entrelazando sus dedos―. ¿Lo estás tú?

Alzó los hombros al respirar profundo.

―Ha pasado un año desde la muerte de Birith y Nikolaj. No te voy a mentir. Odio la sensación de estar aquí otra vez.

―No se repetirá.

Levantó las cejas al tiempo que asentía.

Tiró de su mano para advertirle del hombre que se acercaba a ellos.

Inclinó la cabeza para saludarla.

―Todo está listo, Su Majestad. Los muchachos repartirán el equipo de seguridad cuando usted lo ordene.

―Dígales que pueden iniciar.

Se marchó con otra inclinación de cabeza. Vio a tres hombres tomar el equipo de la parte trasera de una camioneta marrón y repartirlo a los presentes. Maude e Ivar estaban a pocos metros de ellos y fueron los primeros en recibirlo. Después, vio a Tom con Elinor. Su tía tuvo problemas para ponerse el casco por el moño alto que llevaba, así que el duque la ayudó como pudo. Lo compensó con un beso en la mejilla. Uno de los obreros inclinó la cabeza con el acercamiento de Markus, quien puso la mano en el hombro de su hijo y en el de Maude para saludarlos.

Olena se acercó hasta posicionarse frente a Piper. Miró de reojo a Riley.

―Lord Darlington ―saludó.

Piper contuvo una carcajada cuando lo vio inclinar la cabeza a modo de saludo.

―Reina madre.

―Bueno, desde la proclamación de mi nieta, ya no soy reina madre, sino reina viuda ―un atisbo de sonrisa se asomó en su boca―. Supongo que podrías llamarme Olena.

―Si así lo prefiere, está bien.

―Lo prefiero ―centró su atención en su nieta―. He visto llegar a Claus. Me comentó que visitó a Viggo hace unos días. No lo ve muy bien.

―Lo lamento.

―No tienes que ocuparte de brindarle un tratamiento ni a él ni a Christina, ya que mencionamos el tema. De eso puede encargarse su hijo.

Piper le tomó la mano y le sonrió. Para ella resultaba muy difícil ayudar a una mujer que tuvo conocimiento previo de la identidad de la persona que asesinó a su hijo. Le parecía una vergüenza que formara parte de su familia y que en su tiempo le tuviera cariño.

―No te angusties por esos temas. Me haré cargo yo para ayudar a Ivar. Es su madre.

―Sí, pero apartando lo que le hizo a mi hijo, a ti casi te asesina lanzándote por las escaleras. No soy una mujer que perdone tan fácil.

―Bueno, mi querida señora. Yo no quiero guardar tantos rencores. Solo tengo una vida por vivir y ya he albergado mucho odio por demasiado tiempo. Ni Birith ni Christina pueden hacernos daño ya, únicamente nosotros mismos.

―No tengo un alma tan benevolente. Un perdón así tardará su tiempo en venir de mí.

―Está bien ―le dejó un beso en la mejilla―. Los obreros están entregando el material de seguridad.

Olena montó mala cara.

―Los cascos son amarillos y sabes que ese color no me sienta bien.

―Lo tendrás puesto unos minutos nada más.

―Pues qué remedio ―le obsequió un gesto de descontento y se marchó.

Junto a ella, Riley suspiró.

―Todavía me odia.

Piper se echó a reír.

―No te odia. Permitió que la llames por su nombre.

―Porque ya no es reina madre y parece que el reina viuda no le gusta, pero vaya que sí me odia.

Rosó con los dedos el brazo desde la muñeca hasta el codo para envolverlo con los suyos.

―A ti nadie puede odiarte, y si lo hicieran tendrían que enfrentarse a la Reina Piper de Dinamarca.

Riley cerró los ojos y con una sonrisita comenzó a recitar su nombre.

―Piper Adelaine Elisabet Thorhild de la Casa Lauridsen-Fürhenborg-Naess, condesa de Haunve...

Tomándolo del cuello de la camisa, lo acercó para callarlo con un beso.

―Es muy largo, insufrible ―trazó una ruta rápida desde su boca hasta la mejilla―. Mira que tú tampoco tienes un nombre muy corto. Riley Sullivan Timothy Egerton, quinto marqués de Darlington.

Lo desconcentró un instante la jodidamente bonita forma en que se pasaba la punta de la lengua por el labio, rosando la pequita que tanto le gustaba contemplarlo.

―Al tuyo le faltaron un par de títulos ―dijo, envolviéndole la cintura con el brazo―. Gran Maestre de la Orden del Elefante y la Orden del Dannebrog, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ―alzó los hombros, fingiéndose despreocupada―. Futura Marquesa de Darlington, aunque si esperas unos meses a que la abdicación de mi padre se complete, serías Duquesa de Yorkesten.

―Aún no me pides que sea tu esposa.

―¿Quieres ser mi esposa?

―¿Y el anillo?

Fingió que lo meditaba.

―¿Qué te parecería uno coronado con una esmeralda?

―Es un sí sin pensármelo tanto.

―Lo tomaré en cuenta cuando te haga la petición formal.

―Yo me pensaré si quiero aceptar tu petición formal.

Riley abrió la boca, haciéndose el ofendido.

―Estamos hablando de un anillo inédito de esmeraldas y posiblemente diamantes.

Piper le dejó un beso en la mejilla.

―A ti te diría que sí hasta con un anillo de piedra.

―Te lo pediría ahora mismo, pero hoy no ―su gesto tranquilo se ensombreció―. No quiero hacer una pregunta tan importante en un día como este.

―¿Qué tal mañana? ―movió las pestañas―. Prometo hacerme la sorprendida.

Él se echó a reír, centrando su atención en ese precioso par de lunas que abrigaban una promesa de un mejor futuro.

El acercamiento de un hombre vestido de negro deshizo la burbuja. Riley lo reconoció al instante. Ojeroso y con el semblante entristecido, el padre de Gastón y Viggo se asustó casi como un ratón cuando ambos centraron su atención en él.

―Su Majestad ―inclinó la cabeza en dirección a Riley―. Lord Darlington. Lamento la interrupción.

―No se preocupe ―se apresuró Piper a decir―. ¿Cómo se encuentra?

Los delgados labios intentaron montar una sonrisa.

―Mejor, al menos de salud. En las cuestiones del corazón... ―alzó ambas cejas―. No es tan sencillo responder. Tengo a un hijo en la tumba y a otro en un hospital psiquiátrico por haberle provocado la muerte. Quise venir para honrar su memoria. Le agradezco que no se olvide de él.

Se apartó de Riley para ofrecerle un abrazo de cariño sincero.

―Le prometo que no permitiré que su nombre y lo que hizo sea olvidado ―se irguió para sonreírle―. Respecto a Viggo, no se preocupe. Me aseguraré de que reciba un buen tratamiento.

―Parece que está usted en paz ―su afirmación la sorprendió, pero lo dejó continuar―. Ha extendido un manto de ayuda sobre aquellos que le hicieron algún daño.

―Yo no soy Dios para condenar a nadie. Soy muy joven y no quiero iniciar una nueva etapa en mi vida arrastrando rencores ―una risa sin humor se le escapó―. No le voy a negar que fácil no me ha sido. Todavía guardo rencorcillos por ahí, pero ir a terapia me ha ayudado y darme cuenta de cuan bendecida soy por la familia que tengo me da fe y esperanza. El dolor no se va, pero se aprende a vivir con él. Quiero mirar a mi futuro a la cara y pensar que puedo hacer grandes cosas. Lo mas importante, quiero ser feliz ―sin percatarse, tocó la cicatriz de su cuello―. Ya perdoné a Viggo por lo que me hizo. Deseo que pueda recuperarse de sus propios traumas. Ya sufre bastante como para echarme sobre él.

Sus palabras debieron conmoverlo por como le sonrió, forzando la boca en una línea para controlar el impulso de echarse a llorar. Le tomó las manos y le dejó dos besos en cada una.

―Dios la va a bendecir con una felicidad inmensa. Ojalá que bendiga también su reinado.

―Espero que a usted también.

Riley la golpeó en el costado con el codo para ponerla en advertencia de la presencia de Nadim. Se les acercó con las manos cogidas a la espalda y la misma mirada severa que le veía en el último año.

Claus lo saludó antes de retirarse. Sonriéndole, acortó la distancia y lo abrazó. Con la cabeza presionando su pecho, Piper cerró los ojos cuando le correspondió el gesto.

―Hola, tío Nadim ―se apartó para dejarle un beso en la mejilla―. Estaba comenzando a creer que no vendrías.

―No iba a venir. Detesto este lugar y quisiera mantenerme lo más apartado él que sea posible ―inclinó la cabeza, pensativo―. Pero ya que va a demolerse...

―Es lo único que me puso de buen humor. Saber que por fin esa propiedad va a desaparecer.

―Lástima que los recuerdos vividos dentro no se irán jamás.

Suspiró. Después, puso las manos en sus hombros y le sonrió.

―Hoy te ves encantadora. El verde siempre fue tu color.

―Lo sé, pero gracias ―alargó la mano derecha hasta colocarla sobre la que tenía reposada de su hombro izquierdo―. Quería hablarte sobre las placas. Faltan las de tu esposa e hija.

Asintió.

―Las placas son muy pequeñas en comparación a todo lo que quiero decir, pero veré como lo sintetizo ―le acarició el cabello, negro y corto hasta los hombros, antes de dejarle un beso en la frente―. ¿Tú cómo estás?

―Mejor ―le sonrió―. No te preocupes por mí.

―Tengo que hacerlo, sino cuando me reúna con tu padre no va a dejar de regañarme por no haber cuidado de su ratita escurridiza como corresponde.

―Estoy bien cuidada.

Nadim miró a Riley de reojo.

―Eso espero.

El contratista a cargo de la demolición le hizo una seña a distancia de que todo estaba listo. Alzando la voz, llamó la atención del resto para que se acercaran. Uno de los obreros le entregó a ella y a Riley el equipo de seguridad. Comenzó a hablar después de habérselo puesto.

―Hoy, hace un año, terminó una pesadilla que nos marcó a todos los aquí presentes de una u otra forma ―se acomodó el casco y ajustó la correa―. En el camino de los pasados diez años, todos perdimos a alguien. A un padre, una madre, una hija, un hijo o una esposa. Perdimos una parte de nosotros por los pecados que debieron quedarse en el pasado, pero que de alguna manera llegaron a nuestro presente. Ha sido un año muy difícil ―asintió ante el recuerdo―. Tres familias cayeron ante un escándalo por el que se perdieron muchas vidas para poder ocultarlo. Es triste haber llegado a un punto donde alguien falta en nuestras mesas. Son pérdidas que no se pueden reparar, que nos obligan a hacernos fuertes y a aprender que la vida se va en un parpadeo y sin retorno. Nos queda de consuelo que, ahora que la investigación ha culminado, las almas de aquellos a quienes perdimos podrán descansar en paz.

Con una sonrisa boba, alargó la mano hasta la de Riley, tirando de ella para que la acompañara.

―Lo hablé con Riley durante largas y tensas horas, porque su opinión es tan importante para mí como lo es la mía. Juntos, como saben, decidimos derrumbar la mansión. Cuando la limpieza de los escombros termine, colocaremos aquí placas conmemorativas de todos aquellos a quienes perdimos. Me las entregarán la próxima semana, así que nos volveremos a reunir para colocarlas. Por lo pronto, hoy estamos aquí para ver el fin de las sombras de la Mansión Egerton.

Piper volteó hacia el constructor y dio la orden con un asentimiento de cabeza. Mientras le daban una última revisión a las máquinas, el conglomerado de gente bajó por la colina hasta encontrarse a medio camino, un lugar distante pero al mismo tiempo cercano desde el que observar el tan esperado espectáculo.

Le bombardeó el nerviosismo en el pecho a Piper, obteniendo de los brazos de Riley el único bálsamo que la curaba. A distancia prudente, el contratista silbó e hizo una seña con la mano. El brazo de la grúa se movió con un ruido mecánico. Avanzó a una velocidad parsimoniosa, alterando los inquietos latidos de su corazón. Piper contuvo el aliento cuando la bola de demolición impactó en la pared.

Un eco de suspiros quebró la posibilidad de palabras, porque no había ninguna que pudiera expresar lo que aquel montón de corazones rotos y almas que buscaban sanar sentían. Con un nuevo impacto, el corazón de Piper bombeó consuelo.

El lugar donde había perdido a sus padres pronto iba a desaparecer, así como también lo harían las sombras de la mansión Egerton.

Y esta vez, para siempre.

No me creo que este sea el final, pero estoy muy contenta con el resultado. Es una historia preciosa que siempre será de mis favoritas. Tiene sus cosas sueltas que quiero modificar en una edición a futuro, porque son muchas subtramas, datos y fechas que me confunden y se me escaparon, pero no afecta la trama. Solo la complementa.

Aún nos queda el epílogo y les aseguro que es una cosita hermosa 😍 no sé cuando lo subiré, quizás dentro de semana o semana y media. No he comenzado a redactarlo.

Seguido del epílogo voy a subir un agradecimiento, porque tengo que dar gracias a varias personas y quiero hacerlo como se debe 🤗

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