Niebla en Warwick- Camila Win...

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Phoebe Trenton descubre que la muerte de su hermano pudo no ser un accidente, y decide investigar lo ocurrido... More

Niebla en Warwick- Camila Winter

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By CamilaWinter

Copyright 2012 by Camila Winter. Niebla en Warwick. Kindle edition Amazon. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

 

 

 

          NIEBLA EN WARWICK

               

                   CAMILA WINTER

 

        

 

 

         

 

 

                      

 

           CAPITULO PRIMERO

                Un corazón roto

 

    La joven Lady Phoebe Trenton  se encontraba en una fiesta en compañía de su madrina; lady Claire Whiters, cuando recibió la trágica noticia de que su hermano Justin había muerto.

 Un hombre joven, saludable, muerto de un ataque al corazón en casa de unas amistades del norte parecía un cuento absurdo, macabro. No podía haberle ocurrido a su hermano.

  —Calma querida, lo lamento mucho. Es tan desafortunado. Una verdadera tragedia.

La dama de imponente estampa y ajustado corsé color crema intentó consolarla, suavizar las palabras al darle la trágica noticia pero en ocasiones eso resulta casi imposible. La muerte era fea, desagradable y no había manera de cambiar eso.

 Su madrina le dio un té de amapolas y la arropó como si fuera una niña. Necesitaba calmarla, consolarla, pues temía que la pobrecita sufriera un ataque de nervios.

La carta de Ernestine, la madre de Phoebe no decía mucho, solo que al parecer el joven se había desmayado en casa de unos amigos en New Forest. Y luego sufrió un ataque, la pobre no decía mucho más.

Fueron días tristes, Phoebe estuvo aturdida, pálida y se negó a dejar la habitación.

¡Y pensar que había estado a punto de encontrarle esposo! Una joven tan bella como ella y de buena familia y ahora…El luto por su hermano echaría por tierra esos asuntos, al menos por esa temporada.

—Tía Claire, debo irme o no podré asistir al funeral… Yo…

—Por supuesto pequeña, pero tal vez deberíais esperar. Temo que este momento tan triste vaya a debilitarte.

 

 

Phoebe regresó a Tower Manor una fría mañana de agosto, notando las persianas echadas y un ambiente tan sombrío que resultaba tétrico, pero también irreal. No podía creer que su hermano hubiera muerto. Tan joven, tan lleno de vida…

 Los criados, de riguroso luto despacharon sus maletas con rapidez. Su madre parecía haber envejecido diez años y a la distancia pudo distinguir el cabello cobrizo de su amiga Cordelia. Sin decir palabra abrazó a su madre y lloró, mientras su amiga rodeaba a ambas con sus brazos.

Siguieron días tristes y grises. Ningún quehacer podía animarla, la casa permanecía con las cortinas echadas en señal de luto y los sirvientes también permanecían en silencio.

  Una mañana su madre le habló de la tragedia. No parecía la misma y el luto acentuaba su extrema delgadez, y sus  ojos apagados, sin vida.

—No sé qué pasó Phoebe. Justin fue a ver las propiedad que el tío Edgar le había legado pero luego… Fue a visitar a unos amigos en New Forest y ...

—¿A dónde?

—A un señorío llamado Drakehouse Manor  propiedad del conde de Ashton, él mismo vino a verme muy apenado. Un joven muy agradable.

—¿Y qué te dijo?

 —Es que no lo sé, no recuerdo… El médico dijo que fue un ataque al corazón.

—Pero Justin era tan joven, madre.

 Lo era, y perfectamente sano. Pero ella no quiso hablar más del asunto, dijo que al día siguiente irían al cementerio a despedirse de Justin.

No fue sencillo hacerlo, pues a media mañana su madre empezó a sentirse mal, un simple resfriado pero Phoebe insistió en llamar al doctor.

 Fueron días tristes, los más tristes que ella pudiera recordar.

La muerte de su único hermano dejaría una huella imborrable. Permaneció sumida en un doloroso letargo, negándose a recibir visitas de duelo y yendo a menudo, cuando nadie la veía a la habitación de Justin.

 Lo recordaba alegre, de carácter amable, altruista, tan generoso. Lleno de bondad. Y no podía entender por qué había muerto así de repente cuando acababa de heredar y pensaba pedir la mano de aquella señorita misteriosa llamada Sophie. Solo Sophie, él era muy tímido y no solía hablar de sus asuntos amorosos. Tenía sus aventurillas con total discreción pero nunca había hablado de casarse hasta que conoció a una señorita de sociedad llamada Sophie, lo recordaba bien.

  Ella no solía espiar a su hermano, pero en una ocasión había visto una carta con un sobre grueso, casi rosado con una letra esmerada, dirigida a su hermano. Estaba en la sala del comedor, sobre una bandeja de plata y de repente la tomó y sintió un perfume femenino muy fuerte, francés seguramente. Sophie, se dijo. Había visto otras cartas, su hermano las guardaba celosamente en el bolsillo de su chaqueta, las escondía…

 —¿Cuándo te casarás querido sobrino?—le había preguntado su madrina Claire durante una cena íntima.

El rió diciendo que era muy joven para tomar una decisión tan seria como esa.

 Pero Phoebe sabía que la idea le agradaba. Sus ojos tenían un brillo especial. Era Sophie, Sophie y simplemente Sophie que le escribía encendidas cartas de amor diciéndole “oh, querido no veo la hora en que podamos estar juntos…”

Sí, ella había leído un trozo de la carta y luego se avergonzó tanto de su acción que la escondió nuevamente en el sobre y olvidó el asunto.

 La habitación de su hermano olía a encierro, pero tenía la mejor vista de la mansión, hacia ese inmenso bosque donde tantas veces habían cabalgado juntos.

Sus ojos se nublaron al ver todo tan pulcro y vacío y de pronto tuvo la sensación de que su hermano estaba allí mirándole como si deseara decirle algo.

Dio unos pasos y secó las lágrimas que empezaban a correr sin parar. Justin, Justin, ¿por qué tuvisteis que morir tan joven, sin haber vivido, sin haber sido completamente feliz…?

Como los últimos días antes de partir a Londres a pescar un marido apropiado. Ahora lamentaba amargamente haberlo hecho, de haberse quedado tal vez…

 Su mente empezaba a atormentarse con ideas absurdas, y a pensar que había un misterio que develar.

No supo en qué momento esa idea empezó a formarse en su mente pero mientras recorría ese cuarto buscaba algo, como si una mano invisible la guiara.

El escritorio de roble, tallado, donde Justin leía sus libros a media mañana aprovechando la luz natural, también estudiaba filosofía o escribía carta a su amigo viajero que siempre le enviaba postales de algún lugar recóndito del mundo.

 Los amigos habían estado presentes en su funeral, sus parientes, amigos y vecinos del condado. Todos se habían lamentado, eso le había dicho su vieja nana Polly sin que ella lo hubiera preguntado.

 El escritorio tenía dos cajones grandes que siempre costaba abrir. Una herencia familiar, su madre al casarse había llevado como dote muchos de los muebles de su antiguo hogar. Valiosos y de muy buena calidad: burós, mesas, sillas Luis XVI, espejos ovales venecianos y ese escritorio que había pertenecido a un célebre barón que se dedicaba a escribir tratados de botánica. Justin adoraba ese escritorio, así que su hermana buscó en él alguna carta misteriosa de la señorita Sophie. Y sin detenerse a meditar por qué debía hurgar en el pasado invadiendo la intimidad de su hermano abrió el cajón izquierdo con gran esfuerzo. Este crujió ruidosamente y finalmente se abrió encontrando en él tinta, plumas, tarjetas y algunas cartas de sus amigos.

Las leyó, eran intrascendentes, típicamente masculinas. Ese amigo viajero suyo, Fred, que había viajado a la india y se maravillaba contándole las costumbres de los nativos con sus creencias. Las playas paradisiacas… Nada importante.

 Como las otras. Los hombres rara vez mencionaban asuntos privados en sus cartas. Esperaba que la carta de Sophie fuera más elocuente.

Pero su hermano no las había guardado en su escritorio como esperaba y debió buscar en otros sitios sintiéndose como una intrusa, una ladrona. Una sirvienta indiscreta que invadía un lugar prohibido.

 Y cuando ya perdía toda esperanza algo cayó al piso desde el ropero. Como si algo, un ser invisible lo hubiera hecho salir de su escondite. Una carta y por el tamaño y su fragancia supo que era de la señorita Sophie.

Con un movimiento rapaz la tomó y supo que nunca había sido abierta y al comprobar la fecha del matasellos supo que fue poco antes de la muerte de su hermano. Su corazón palpitó acelerado y sus ojos claros pestañearon inquietos. No podía ser…

Sus manos se enfriaron lentamente y comenzó a temblar, una emoción intensa y violenta agitaba su alma en esos momentos.

Porque en sus manos tenía la respuesta a la muerte prematura de Justin y la sensación de pena e impotencia fueron superiores al dolor.

 “Querido Justin:

                      Quisiera veros para hablaros pero no puedo, y temo no tener valor porque siempre he sido una cobarde.

  Mi madre se ha opuesto rotundamente a nuestras relaciones, ni dará su consentimiento para un cortejo.

  Dijo que debo obedecerle o seré desheredada por mi familia.

Lo lamento mucho Justin, si esta carta os hace sufrir, desearía…”

 

No pudo seguir leyendo esa carta hipócrita y maligna. Estaba diciéndole adiós a su hermano sin ningún sentimiento de pena, sin una razón convincente. Simplemente se  escudaba en la desaprobación familiar. Cuando su hermano pertenecía a una excelente familia, no tan rica y próspera como otras pues luego de morir su padre había dejado algunas deudas pero… Tenían un apellido ilustre y un pasado glorioso y Justin acababa de heredar un señorío muy importante de Norfolk. ¿Por qué demonios esa Sophie le rechazaba diciéndole lisa y llanamente que sus relaciones no podían continuar? Que la perdonara, pero no debían verse ni escribirse más.

 Pero su hermano no había leído esa carta, el sobre estaba cerrado y la fecha… Había sido anterior a su partida a Norfolk al funeral de su tío.

  Debía hablar con Polly, la vieja nodriza, adoraba a Justin y debía saber…

Guardó celosamente la carta y bajó las escaleras.

Encontró a Polly en su habitación, también había pillado un resfriado y se veía vieja y cansada. La muerte de su hermano le había afectado mucho, era como un hijo para ella.

—Señorita Phoebe, ¿qué ocurre? Tiene los ojos vidriosos. 

 —Polly necesito hacerle una pregunta por favor, recuerde. Antes de morir mi hermano usted le vio ¿no es así? ¿Estaba contento, feliz?

—Por supuesto señorita Phoebe, ¿por qué lo pregunta?

—Es que no estoy segura, temo que algo le preocupaba y… ¿Él os habló de Sophie alguna vez?

 Polly demoró en responderme, tosió nerviosa.

—Esa joven le escribía cartas creo, pero nunca llegaron a comprometerse. Creo que sus padres se oponían a su amistad.

—¿Justin os dijo?

Ella asintió en silencio.

—¿Y era muy desdichado por Sophie? Y jamás dijo nada…

—Su hermano era valiente señorita Phoebe, y él estaba decidido a no rendirse, a luchar por la joven a quien quería. Nunca se hubiera rendido. Aleje de su cabeza esos pensamientos tristes, su hermano murió del corazón por una dolencia familiar, no se suicidó.

 Phoebe enrojeció lentamente.

—¿Y usted cómo lo sabe nana?¿Por qué está tan segura?

—Porque su hermano era creyente y no era un cobarde. Si esa joven le rechazó, él no hubiera puesto fin a su vida.

—Y sin embargo, murió…

—Fue muy triste señorita, no quiero pensar en ello, quiero recordarle vivo, alegre… Deje de atormentarse buscando respuestas. Debe aceptar que su hermano murió aunque sea doloroso. Fue una tragedia.  Inesperada.

 Pero Phoebe no iba a rendirse, empezaba a sospechar la verdad, como simple intuición. Y porque el apellido de esa joven le resultaba familiar. Sophie Ashton, de Drakehouse manor.

 Su hermano jamás había mencionado su apellido, y ella había creído que tal vez fuera una de esas jóvenes bellas sin orígenes pero se había equivocado. Se trataba de una familia muy influyente del condado cuya costumbre era celebrar bodas esplendorosas, casando a sus hijos con miembros de la nobleza.

 La siguiente en ser interrogada fue su madre.

Pero esta no sabía gran cosa de Sophie, Justin la había mencionado pero el comentario había sido casual. Por supuesto que sabía de las cartas pero creyó que se trataba de una amistad.

 Entonces habló  del viaje a Norfolk y de que dos semanas después fue a Tower hill Manor un caballero de cabello oscuro y ojos grises, muy apenado y nervioso, diciéndole que su hijo había muerto en su casa.

 Phoebe quiso saber el nombre del misterioso visitante. Su intuición le decía que debía saber más.

 —Sir Edmund de Drakehouse Manor.

—¿El heredero de los condes de Ashton?

—Sí… Un joven muy agradable y bondadoso. Realmente parecía muy afectado por la muerte de Justin  Pero no recuerdo bien cómo era, comprenderás que estaba muy aturdida hija.

 Todas las piezas encajaban lentamente. Ese joven debía ser pariente de Sophie, un primo suyo o un hermano. Y Justin había ido a verla esperando proponerle matrimonio sin haber leído la carta en la cual la joven Sophie le decía adiós. Imaginaba su dolor y desesperación…

Pero Justin no se hubiera suicidado… Tal  vez discutieron, el padre de la joven dijo que no quería saber nada del asunto, o su tío o primo. Le expulsaron y del disgusto al comprender que era en vano insistir tuvo un ataque.

Porque ningún hombre moría de esa forma. Algo debió provocarlo. Una riña feroz, el desprecio de Sophie. Justin era un joven vulnerable, sensible, nunca había tenido su fortaleza y el día que había fallecido su padre se había desmayado.

 Luego se había encargado de la granja y había sido un amo justo, bondadoso, demasiado bueno para ese mundo.

  Volvió a leer esa carta durante la noche, acercando la lámpara de aceite para ver la letra esmerada, perfecta de la señorita Ashton. Parecía muy decidida a terminar su flirt, a decirle que no debía volver a escribirle. Pero no le daba mayores razones que la oposición familiar. Cuando la única razón debía ser que la hermosa Sophie ya no tenía interés en mi hermano y no tenía la suficiente valentía ni honestidad para decírselo. 

  Su vida cambió luego de la tragedia, era inevitable y su mente seguía buscando respuestas. Su hermano debió ser asesinado, no intencionalmente pero esa familia debía estar involucrada, por eso su culpa y remordimiento cuando fueron a su casa a comunicar la triste noticia a su madre.

 La joven buscó las otras cartas y le llevó más trabajo de lo que esperaba pero finalmente las encontró.

Y comprendió por qué su hermano se había enamorado de la dulce Sophie, sus cartas eran tan tiernas y seductoras. En ellas le rogaba constancia, le alentaba a esperarla declarando que no sería sencillo. Vivió su idilio a través de las cartas de amor, se veían a escondidas y vivían momentos preciosos. Y secretos. Nadie debía saberlo. Y eso era idea de Sophie Ashton, no de su hermano. Su hermano parecía ansioso por gritarlo a los cuatro vientos, soñaba con convertirla en su esposa. Estaba enamorado.

 Pero ella debía estar jugando.

 —Señorita Phoebe, su amiga Cordelia ha venido a visitarla.

Phoebe guardó las cartas con un ademán nervioso mirando a la sirvienta menuda y de cara poco agraciada llamada Mary. Poco después cerró el cuarto con llave y se dirigió a la sala a recibir a su amiga.

 Esta la notó muy preocupada, distante. Imaginó que era por la muerte de su hermano y la invitó a dar un paseo. Esos días Cordelia había sido un gran apoyo para ella, era su mejor amiga, la única que siempre estaba en los peores momentos.

 Dieron un paseo por el parque y no tardó en enterarse de sus pensamientos tristes.

—Phoebe no debéis pensar esas cosas.

—Debo saber la verdad.

—Justin murió amiga, era vuestro hermano y comprendo que ha sido muy doloroso para ti pero…

 —Leed esta carta por favor. Es de Sophie.

 El rostro pecoso de Cordelia se sonrojó, no deseaba leer esa carta, era personal. Pero su amiga insistió tanto que debió hacerlo.

 Luego tragó saliva y se quitó de la frente ese bucle color ticiano, siempre rebelde, escapando a cintas y sombreros.

—¿Lo veis? Le dijo adiós, pero él no llegó a leer esta carta, que llegó seguramente luego de su partida a Norfolk. No sabía que su preciosa Sophie le estaba diciendo adiós.

    Cordelia no podía seguir el hilo de los pensamientos de Phoebe, así que esperó a que ella hablara.

 —Lo que quiero decir querida Lía es que la familia de Sophie es responsable de la muerte de mi hermano. Seguramente le dijeron que ella no quería saber nada de él, que se marchara… Y el pobre sufrió tal disgusto que… Murió.

 —Bueno, tal vez fue un accidente.

—No lo fue, amiga.

 Para Cordelia nada de eso tenía sentido. El pobre Justin había muerto luego de sufrir un inesperado ataque de corazón, dijeron que se trataba de un mal hereditario por la rama de su padre, quien había muerto del corazón a edad temprana. Eso había dicho su madre. ¿Qué ganaba Phoebe intentando averiguar los detalles de un asunto tan penoso?

  Quiso hablarle, convencerla de que su hermano había muerto y nada podría devolverle la vida. Era lo que se decía en esos casos.

 Frases hechas, eso fueron para Phoebe, quien no podía entender ni asimilar que su hermano había muerto y no hacía más que aferrarse a la idea de tal vez alguien le había matado. Porque si alguien lo había hecho ella no descansaría en paz hasta que se hiciera justicia.

La familia Ashton era la responsable, y debían recibir su castigo si es que existía un dios en el cielo.

Cordelia dejó que hablara, ignorando que su amiga empezaba a tejer un plan descabellado. Quería simplemente desenmascarar a la familia Ashton. Y a Sophie, especialmente a Sophie. ¿Cómo lo haría? Lo ignoraba.

 Y mientras se deslizaba ante ellas un paisaje frío y plomizo, regresaron al viejo caserío de Tower hill manor en silencio.

 Nadie esperaba que dos meses después Phoebe huyera en un carruaje y una pequeña maleta dejando una carta explicando sus planes de hacer un corto viaje al norte.

Polly, la tía Claire, su madre y su mejor amiga se reunieron para deliberar. Cordelia fue interrogada y debió decir lo de las cartas de Sophie Ashton.

—¿Sophie Ashton? Pero esa joven se casó el mes pasado en Londres, en Saint Paul—dijo tía Claire.

 — ¿De veras?—Cordelia parecía sorprendida.

—Sí, una boda preciosa. Nosotras asistimos con Phoebe, coincidió con su llegada a Londres. Un acontecimiento memorable, muy comentado. Pero qué carta escribió la joven a Justin?

 Cordelia dijo que no lo sabía y que estaba muy preocupada por su amiga.

—Debemos avisar a la policía. Mi hija ha desaparecido, se ha marchado y no ha dicho a dónde. ¿Visteis su carta?—la señora Trenton estaba fuera de sí.

 Su hermana debió calmarla y hablarle, hacer que bebiera un té caliente y se fuera a acostar. Ella se encargaría de todo.

 Pero el asunto no pintaba nada bien, su ahijada acababa de cometer una locura y una imprudencia provocada por la muerte repentina de su querido hermano. No podía juzgarla pero… Solo rezaba para que nada malo le ocurriera.

 

 

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