Cinco espinas tiene La Rosa✔️

By AlejandraAbraham

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DISPONIBLE EN AMAZON EN E-BOOK Y EN PAPEL La novela «Cinco espinas tiene La Rosa», está ambientada en el ant... More

Capítulo 1: Isabel
Capítulo 2: Sebastián
Capítulo 3: Amanda
Capítulo 4: Diego
Capítulo 5: Sofía
Capítulo 6: Isabel
Capítulo 7: Sebastián
Capítulo 8: Amanda
Capítulo 9: Diego
Capítulo 10: Sofía
Capítulo 11: Isabel
Capítulo 12: Sebastián
Capítulo 13: Amanda
Capítulo 14: Diego
Capítulo 15: Sofía
Capítulo 16: Isabel
Capítulo 17: Sebastián
Capítulo 18: Amanda
Capítulo 19: Diego
Capítulo 20: Sofía
Capítulo 22: Sebastián
Capítulo 23: Amanda
Capítulo 24: Diego
Capítulo 25: Sofía
Capítulo 26: Isabel
Capítulo 27: Sebastián
Capítulo 28: Amanda
Capítulo 29: Diego
Capítulo 30: Sofía
Capítulo 31: Isabel
Capítulo 32: Sebastián
Capítulo 33: Amanda
Capítulo 34: Diego
Capítulo 35: Sofía
Capítulo 36: Isabel
Capítulo 37: Sebastián
Capítulo 38: Amanda
Capítulo 39: Diego
Capítulo 40: Sofía
Capítulo 41: Isabel
Capítulo 42: Sebastián
Capítulo 43: Amanda
Capítulo 44: Diego
Capítulo 45: Sofía
Capítulo 46: Isabel
Capítulo 47: Sebastián
Capítulo 48: Amanda
Capítulo 49: Diego
Capítulo 50: Sofía

Capítulo 21: Isabel

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By AlejandraAbraham



Isabel se encontraba tejiendo en la mecedora de la entrada de aquella casa, que por mucho que deseara, no lograba sentir como propia. Echaba de menos a su familia, pero su tía le había dejado claro que ya no era bien recibida allí.

Aunque extrañaba muchísimo a sus hermanas, la joven no tenía motivos reales para quejarse. Roberto Páez era un hombre amable que la quería y ella a cambio aceptaba sus regalos y lo trataba bien. Los negocios que él tenía en la ciudad lo mantenían alejado de la estancia, a veces durante días enteros.

Desde el momento en el que la partera le confirmó a Isabel que estaba embarazada, Roberto había dejado de compartir su lecho por las noches. Su cuñado, por el contrario, rara vez dormía solo. Era frecuente que el muchacho disfrutara de la compañía de jóvenes mestizos. Incluso, había días en los que el mismísimo Mariano Bustamante llegaba a la estancia muy entrada la noche y partía al despuntar el alba.

Distinguió a su tío que se acercaba montando un caballo color canela. A su lado caminaba una esclava negra. Llevaba un bulto entre los brazos y a medida que se acercaban Isabel distinguió que se trataba de un niño. La joven se puso de pie y bajó la escalinata de la entrada para ir a recibir a Óscar Pérez Esnaola.

—¡Tío, qué sorpresa! Me alegra mucho verte —exclamó la joven.

El hombre se apeó de su montura y besó la mano de su sobrina. Ella llamó a un peón para que se encargara del caballo.

—¿Está todo bien en La Rosa? —preguntó frunciendo un poco el ceño, puesto que era extraño que la fuera a ver.

—Sí, todo está bien. No te preocupes. Fui al mercado y pensé en traerte un regalo —dijo empujando con cuidado a la esclava para que avanzara.

La mujer se aferraba a su niño y temblaba, pero los siguió cuando entraron al interior de la casa.

—¿Una esclava? —preguntó Isabel.

—Sí. Acaba de parir y me aseguré de que tenga leche en su pecho. Podrá amamantar a tu hijo cuando nazca, así podrás seguir viéndote bien para tu esposo —añadió Óscar, jugando con su bigote, incómodo por el rumbo que estaba tomando la conversación.

—¿Qué cosas dices? —dijo con timidez.

—Sabes que tengo razón. No querrás dejar de ser atractiva y que empiecen a llover bastardos en tu casa. ¡Cuida lo que tienes! Si no quieres al crío puedes dejarlo en la Casa de Niños Expósitos y se encargarán de él, pero no rechaces a la mujer —dijo casi con brusquedad.

La negra abrazaba al niño con las mejillas perladas por las lágrimas y el sudor. Temblaba a pesar de que era un día cálido.

—Ya veré que hago con él. Gracias —aceptó mientras se acariciaba el vientre.

Isabel llamó a dos criadas. Le pidió a una que trajera chocolate caliente y pastel para que su tío y ella pudieran merendar y a la otra le ordenó llevar a la nueva esclava y a su hijo afuera para que se bañaran.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la criada en voz baja mientras guiaba a la madre hacia el exterior.

—Dionisia —respondió con la voz quebrada y comenzó a toser.

—¿Qué es esto? ¿Estás enferma? —preguntó Isabel sin levantarse de su asiento.

—No, no, yo no... —comenzó a decir Dionisia muerta de miedo.

—¡Cómo sea, ya váyanse! —ordenó agitando un pañuelo perfumado que luego se llevó al rostro.

—Quiero pedirte un favor. ¿Podrías acompañar a Sofía al teatro este sábado? Antony Van Ewen la está cortejando y creo que se sentirían más cómodos contigo que con mi mujer —agregó Óscar cuando una de las criadas llegaba con una bandeja.

—¿Antony Van Ewen y Sofía? ¿Qué pasa con Amanda? —preguntó confundida.

—De eso también quería hablarte. Quizás puedas sugerirle a tu cuñado que se fije en Amanda —comentó el hombre y bebió un poco de chocolate caliente.

—Dudo mucho que Esteban se encuentre interesado en ella o en cualquier otra mujer —añadió Isabel con total sinceridad.

—Ya veo... Quizás algún amigo de tu esposo... No quisiera que Van Ewen perdiese el interés en Sofía y no hay forma de convencer a tu madre de que acepte que se casen antes de que Amanda lo haga —dijo.

—Claro, haré lo posible —mintió la joven.

A Isabel no le apetecía formar parte de eso. No quería que su familia obligara a Amanda a casarse solo para que Sofía se desposara con un pirata adinerado. Aunque Roberto había resultado ser un buen marido dentro de todo, la mayoría de las damas con las que conversaba en la iglesia no habían resultado ser tan afortunadas.

Había visto los moretones en los brazos de Ana de Bustamante, porque su marido sospechaba que ella tenía un amante. También había escuchado la historia de Julia, la hermana del cura, y su viejo y repulsivo difunto esposo. Ni siquiera su querido padre, que descansaba en paz, había sido un marido ejemplar.

—Cuento con tu apoyo entonces —concluyó Óscar y ella asintió con la cabeza.

—Iré el sábado a La Rosa, así podré acompañar a Sofía a su cita —dijo ella.

Tenía la esperanza de poder conversar un poco con Amanda y con su madre una vez que estuviera allí. Se sentía sola y su familia le hacía mucha falta.

—De acuerdo. Será mejor que me vaya. Dale mis saludos a los señores Páez y cuídate mucho, querida —dijo él poniéndose de pie.

—Así será y muchas gracias por el regalo —agregó y lo acompañó hasta la salida.

Dionisia estaba arrodillada en el suelo con el pecho descubierto mientras una criada cepillaba su espalda con ahínco. Su tío la observó sin decoro hasta que un mozo de cuadra le alcanzó su caballo.

—¡Adiós! —se despidió, subió a su montura y se alejó dejando una estela de polvo tras él.

Isabel observó al bebé que dormía sobre el suelo envuelto en una manta. No podía evitar preguntarse si cuando naciera su hijo ella sería una buena madre. Nunca le habían gustado demasiado los niños, pero desde que era pequeña el único sueño que parecía estar permitido para ella era el de ser una buena madre y esposa.




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