Cuentos de Delonna I

By mbelenmcabello

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«Una sombra amenaza con corromper el mundo tal y como lo conocemos; extrañas criaturas emergen de las profund... More

Bienvenid@
Capítulo 1: La Gema Misteriosa
Capítulo 2: El Despertar del Dragón Helado
Capítulo 3: La señora de la llama
Capítulo 4: Guardiana
Capítulo 5: Partida
Capítulo 6: Brodain
Capítulo 7: Monstruo
Capítulo 8: La búsqueda del guardián despierto
Capítulo 9: Xiafang
Capítulo 10: El Templo de la Luz
Capítulo 11: La ofrenda
Capítulo 12: Revelaciones
Capítulo 14: El Santuario de Huoyan
Capítulo 15: Lutthellbard
Capítulo 16: La maldición de Icla
Capítulo 17: Testamento
Capítulo 18: La Puerta de Delonna

Capítulo 13: El ejército de Iluminación

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By mbelenmcabello

Elianne parecía haberse recompuesto tras los fatales hechos de la noche del ritual, sus cabellos volvían a lucir brillantes y trenzados tras su espalda, en su rostro ya no había signo alguno de insomnio. Bernoz merodeaba por la zona, su oscura figura se adivinaba entre los árboles.

—¿Es mortal?¿Sangraría su carne si alguien lo dañara?— susurró Elianne cerca de Felfalas. El elfo parecía inmerso más que nunca en sus pensamientos. El aprendiz de Xiafang que los acompañó desde el primer templo y que aún no había revelado su nombre fijó su mirada en Felfalas, sus ojos denotaban interés por la pregunta que la muchacha acababa de formular.

—Es más que un espíritu, más que un hombre, su complejidad vital se eleva sobre la nuestra.— Las palabras se emitieron desde sus labios con desgana, no intercambió contacto visual con Elianne, su mirada estaba perdida.

El Maestro se había dignado a atravesar las puertas del Templo de la Luz. Todos sus discípulos estaban expectantes y temerosos al mismo tiempo. Desde el interior del templo Felfalas contemplaba como el Maestro de maestros se mantenía en calma, sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas mientras pronunciaba algunas palabras entre susurros. Conforme pasaba más tiempo entre sus aprendices, sus rasgos se humanizaban más, su piel se tornaba más rosada y el brillo de sus ojos adquiría la calidez adecuada para transmitir la quietud que sus seguidores necesitaban en momentos tan aciagos.

—¿Es que no les piensa decir nada?— dijo Elianne entre susurros.

El eco de la voz de la muchacha pareció ser escuchado por algunos adeptos que volvieron su rostro asustado hacia donde se encontraba Elianne. La joven al principio se incomodó cuando tomó consciencia de que no solo ella y el elfo habían oído sus palabras; instantes después continuó sosteniendo las miradas que los monjes dirigían hacia ella. No le importaba. Lo que estuvieron a punto de hacer estaba mal y casi se cobraron la vida de Bernoz. Elianne no pensaba tolerarlo.

—Sí, he sido yo.— Elianne se levantó, puso sus pies descalzos sobre la suave alfombra del interior de la sala principal del Templo de la Luz y respiró profundamente—. Y no me arrepiento, ¿O es que nadie aquí va  a tomar responsabilidades de que casi me sacrificarais a la luz de la luna?

Elianne posó sus manos sobre los cuchillos de desollar que reposaban sobre sus caderas. Las monjes intercambiaban miradas entre ellos, incapaces de responder  a la pregunta que la muchacha acababa de lanzar al aire. El Maestro seguía sin pronunciarse.

—Si no se hace justicia, pienso tomármela por mi mano.— Esta vez Elianne avanzó hacia donde se encontraba el Maestro y se mantuvo frente él a la espera de obtener una contestación—. A no ser que alguien me explique qué está pasando aquí.

El guirigay estaba servido. Los susurros dieron paso a las voces y las voces a los gritos. Los monjes se movían de un sitio para otro intercambiando opiniones con los demás, sus rostros mostraban indecisión e incertidumbre. Felfalas tomó a Elianne de la armadura y la arrastró a sentarse de nuevo.

—No sabes lo que estás haciendo.— El elfo se llevó una mano al rostro presa del estrés—. ¡Ellos no saben lo que hicieron Elianne!

—¡¿Quién dice eso?!— vociferó la joven a pleno pulmón mientras se volvía a levantar.

Las blancas velas que iluminaban el gran salón bailaban sobre la cera de días que derretida decoraba la estancia. El aroma a incienso parecía favorecer a la reflexión. Las columnas blancas que sostenían el techo de la habitación habían quedado apresadas por la figura de dorados dragones que llevaban hasta el techo donde se fundían con multitud de ornamentos que hacían referencia al cielo. Fue automático, hasta el baile de las llamas que iluminaban la estancia parecieron detenerse; el Maestro había abierto de nuevo los ojos. Sus labios se movilizaron para tranquilizar a los presentes.

—Elianne Drachenblaut.— La voz del Maestro no era poderosa ni sonora, sin embargo, se elevó por encima de todo susurro o voz.

Elianne  no esperaba que el Maestro interviniera, una parte de ella se alegraba de haber conseguido lo que buscaba. No pensaba dejar la situación así, a pesar de ello, le inquietaba el modo de hablar de aquel hombre que no parecía ni viejo ni anciano y que sabía el nombre de su familia.

—Grande es tu valor y me inclino ante él.— El Maestró inclinó levemente la cabeza, gesto que imitaron el resto de los presentes— .Y es cierto que mereces una buena explicación— dijo sonriendo a Elianne.

El maestro se levanto de su sitio y lentamente comenzó a deambular sobre la suave alfombra color crema. Elianne tomó asiento casi sin pensar en ello, era obvio que el Maestro iba a comenzar un discurso y sus piernas casi la conminaron a sentarse junto a Felfalas.

—Han sido años los que me han separado de mi santuario, de mi lugar en las montañas...— Tomó una vela y con su fuego encendió otra que estaba apagada—. Ahora que he regresado de las tinieblas, la mente de mis discípulos no tiene secretos para mí, al igual que no los tiene la tuya tampoco.— Dejó la vela encendida junto a las demás—. No puedo ver rastro de malignidad en ellos. Fueron seducidos.

—¿Por quién?— Una voz masculina de entre los monjes resonó alta, denotaba sufrimiento.

La pregunta del monje desató de nuevo la intranquilidad y los intercambios de comentarios entre los vestidos de blanco inmaculado.

—Por la persona que os ofreció aquella urna que se rompió la noche en la que volví con vosotros.

—¡Estaba embrujada!— dijo otro monje que impotente se levantó ahora que el Maestro actuaba en su defensa.

—Elianne, sabes mejor que ellos quien les ofreció esa urna. Os persigue desde Hendelborg.

La hechicera. La mujer que parecía bailar entre las llamas reapareció en la mente de Elianne que temblaba de furia. Tan seductora como fatal, de nuevo casi se lleva su vida y la de sus amigos.

—¡¿Por qué?!— gritó la joven impotente—.¡¿Por qué se empeña en destruirle?!

Elianne recordó con desconsuelo el rostro de Bernoz mientras aquella mujer absorbía cada gota de vida del desfigurado rostro del joven. Ella no pudo hacer nada. El maestro la miró fijamente y Felfalas agachó ligeramente la cabeza, como encajando una mala noticia.

—Se acerca.—Los susurros volvieron a servirse—. Debemos aplacarlos con todas nuestras fuerzas. No deben pasar.

Felfalas levantó la mirada estupefacto. El Maestro había omitido ese detalle durante la charla que mantuvieron no hace mucho tiempo.

—No vengo a sermonearos— dijo el Maestro mientras caminaba entre el pasillo que había dejado el grupo de monjes para llegar hasta la zona del altar principal— . Vengo a convocaros. Largo tiempo hace que vuestras habilidades son cultivadas, muchos de vosotros ya sois monjes consagrados, otros aún solo sois aprendices; sin embargo, no dudo que todos vosotros contáis con un verdadero potencial. Decidisteis tomar la senda de la Iluminación, la más sacrificada y sobria de todas; por lo que asumo que a ninguno os falta coraje para enfrentaros a lo que viene.

Ahora era el silencio lo que imperaba en la cálida sala. Los monjes que rociaban con su relicario de incienso la sala, detuvieron su labor. Todos contemplaban al maestro con los ojos abiertos, casi sin parpadear. Algunos realizaron una solemne inclinación, otros mantenían las manos sobre las rodillas en posición de reflexión.

—Os necesito a todos y cada uno de vosotros— dijo el Maestro parándose en cada rostro indeciso—. Ha comenzado una guerra.

Felfalas entendió ahora lo que el Maestro le confío acerca del derramamiento de sangre, se disponía a organizar una defensiva en el propio santuario y estaba llamando a las armas.

—Pero Maestro— dijo la voz tímida de un joven adolescente—. Usted mismo nos enseñó...Está en las escrituras que...Es el último camino de la Iluminación.

El Maestro se acercó al joven con ternura, sus movimientos eran lentos pero seguros, cargados de energía y luz.

—La última vía es el sufrimiento, la última vía para deshacerse de lo impío, pues quien no sufre no hará sufrir— dijo el Maestro con una sonrisa—. Mi querido aprendiz, sabias palabras son esas que has puesto en tus labios, pleno es el camino hacia la Iluminación; pero me temo que el camino que nos toca recorrer es complejo, cargado de dolor— El Maestro se agachó para ponerse al nivel del aprendiz que estaba sentado en el suelo, posó una de sus manos sobre el hombro del muchacho—. En esta nueva existencia, tan digna como cualquier otra que nuestra alma poseyera, se ha abierto la senda de la sangre.

Los monjes y aprendices se levantaron al unísono cuando el maestro dio la señal para ello. Felfalas y Elianne, aunque al margen de aquella situación, también se levantaron ante la llamada del verdadero zorro de siete colas. El guardián despierto. El rostro del elfo reflejaba la tensión en la que se encontraba, Elianne contemplaba a los disciplinados adeptos a la espera de que el Maestro se pronunciara de nuevo.

—Desempolvaremos nuestras afiladas y plateadas armas que yacen bajo las mismas entrañas de Zharan-Ilah.— El Maestro continuó caminando entre los rostros desconcertados de sus aprendices—. Sustituiremos la blanca toga por la armadura de guerra que con tanto ahínco fabricamos con ánimos de no tenerla que usar nunca.

Una joven discípula de voz aniñada se adelanto ante los pies del Maestro, arrodillada ante él se mantuvo compungida.

—¿Y qué pasará con nuestros votos maestro?— dijo la joven casi entre lágrimas.

El Maestro tomó a la joven de las manos y la levantó lentamente, una lágrima cayó de aquel fino rostro que nunca había conocido una batalla. El rostro de una aprendiz de Zharan-Ilah, cuyo amor por cualquier ser terreno es superior a cualquier otra fuerza del universo.

—Todo lo que conocemos. Todo lo que amamos; va a morir. La Maldición de Icla no tardará en cobrarse la vida de aquello que toda tu vida has jurado proteger.

El Maestro continuó su camino avanzando entre sus seguidores que alarmados no comprendían del todo las palabras de su añorado pastor. Muchas más preguntas que respuestas. Felfalas lo contempló fijamente. Era un movimiento arriesgado para la pacífica mente del Iluminado.

—Es una sombra, una llama. El espíritu de una atormentada que no descansará hasta que arranque cada atisbo de vida de esto que llamamos nuestra tierra.— Elianne levantó la mirada atenta ante el discurso del guardián—. Por ello; nosotros que juramos proteger la vida, no podemos quedarnos aquí sentados mientras ella se abalanza sobre Delonna. Arrasará con todo hasta que no quede nada, solo ascuas y muerte sobre la superficie de Uzodia.

Los discípulos ahora decididos se dispusieron firmes a la orden de su ahora comandante y líder espiritual. El brillo de sus ojos reflejaba la decisión de seguir a su Maestro hasta la muerte si así fuera necesario. Algunos aún denotaban una mezcla de melancolía y arrojo por la renuncia a sus más profundas creencias; pero todos coincidían en que su vida no significaba nada si la muerte de aquello que amaban estaba en juego.

El Maestro se adelanto ahora hacia los visitantes. Elianne y Felfalas se habían levantado junto con el aprendiz de Xiafang que decidido a pesar de su juventud mostraba en sus ojos la fiereza de un león.

—¡¿Quién está conmigo?!— gritó el Maestro casi rugiendo y alzando su puño izquierdo hacia el cielo.

Cada llama de los cirios que iluminaban el santuario se turbaron ante el movimiento masivo que produjo aquella llamada. La reverencia de los monjes de Zharan-Ilah firmó la decisión de los mismos. El propio Maestro sonrió cálidamente a los visitantes con una inclinación como respuesta al comprobar que tanto Elianne como Felfalas se habían inclinado ante él con la misma decisión con la que lo habían hecho sus discípulos.

—A partir de ahora, seremos el Ejército de Iluminación— dijo el Maestro alzando de nuevo su voz—. El tiempo apremia.— Se recolocó meticulosamente la toga blanca y se dirigió al exterior del Templo de la Luz—. Ya viene.

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