El padre Facundo había dado una misa en la que todo el pueblo oró por el alma de Antonio Pérez Esnaola. Julia de Duarte, la hermana del cura, había interpretado en su honor una hermosa canción. Pablo Ferreira, incluso, la había confundido con uno de los ángeles del Cielo. Sus comentarios no pasaron desapercibidos para Sofía, quien tomó fuerte del brazo a Diego y no lo soltó durante toda la ceremonia.
Luego del entierro Roberto Páez tuvo que atender negocios urgentes en la ciudad y le permitió a Isabel regresar a la estancia La Rosa para que acompañara a su madre en el dolor de la pérdida. Con Catalina confinada voluntariamente en su habitación, Óscar se vio obligado a ocuparse de administrar las finanzas de su fallecido hermano. Pese a que Isabel estaba dispuesta a ayudar a su madre a organizar sus cuentas, su tío descartó la idea enseguida; pues ella no era más que una mujer y además, ahora pertenecía a la familia Páez.
El mes más doloroso en la vida de los Pérez Esnaola había transcurrido y poco a poco la vida en la estancia parecía ir recuperando la normalidad. A pesar de que la ausencia de su tío aún le pesaba a Diego, una parte de él se alegraba de que Julia hubiera llegado a sus vidas. La joven viuda había cautivado a Pablo con su belleza y lo mantenía lejos de Sofía que se mostraba fría y distante con él cada vez que se encontraban.
Las malas lenguas comentaban que Isabel había sido devuelta, pero a mediados de ese mes Roberto Páez se presentó en la estancia para llevarse a su esposa. A pesar de que la muchacha insistió en que su madre aún la necesitaba, su marido se mantuvo firme en que debía regresar a su casa.
—Amada mía, podrás seguir visitando a tu madre cuando lo desees, pero nuestro hogar resulta frío y vacío sin tu presencia —le dijo Roberto a su mujer.
Como Catalina seguía en su habitación, Isabel buscó apoyo en los ojos de su tía, pero no lo encontró.
—Tu madre tiene otras dos hijas que pueden cuidarla. Tu deber es ir con tu marido y darle un hijo varón. Ya no perteneces a esta familia, ahora eres una Páez —sentenció María Esther.
Isabel guardó sus cosas y se marchó junto a Roberto. A partir de ese momento ya solo la veían los domingos en la iglesia y su marido siempre estaba presente en las conversaciones que tenía con su familia.
Amanda, por su parte, buscaba consuelo en Dios y estaba cada vez más involucrada en la iglesia. Seguía realizando dibujos para la Biblia del cura, pero también realizó algunos cuadros que el padre colgó en las paredes del templo. Julia Duarte y ella se habían vuelto muy cercanas por lo que la presencia de la joven de cabellos rojizos en la estancia era bastante frecuente.
Otro visitante habitual era Pablo Ferreira que solía pasar más tiempo en La Rosa que en su propia estancia. Por fortuna desde que Sofía había perdido su interés en el criollo, Diego ya no lo percibía como una amenaza e incluso algunas tardes jugaba con él y con Sebastián a las cartas o bien, salían a cazar.
El invierno vio su fin y los colores regresaron a los árboles y a los vestidos de las jóvenes Pérez Esnaola. La noticia de que Isabel estaba encinta y los preparativos para la fiesta de presentación en sociedad de Sofía no fueron suficientes para librar a Catalina de su profunda depresión.
Sofía ya había vivido quince primaveras y aquello significaba que ya era una mujer. Óscar no escatimó en gastos e invitó a las familias más influyentes del pueblo para que admiraran la belleza de su sobrina más joven.
Antony Van Ewen que había regresado de sus viajes también fue invitado. Esto era motivo más que suficiente para que Amanda recibiera un vestido nuevo que remarcaba sus atributos de mujer. Las instrucciones de María Esther habían sido claras. Tenía que acercarse al inglés para que este recordara sus intenciones de compromiso.
Sofía estaba más hermosa que nunca con un vestido turquesa que resaltaba sus ojos y sus bucles dorados cayendo sobre sus hombros. Diego se sentía en el cielo bailando con ella en sus brazos.
Cerca de ellos Pablo, quien había sido rechazado por Julia, bailaba con Magdalena. Los ojos claros de la morena denotaban cierto dejo de tristeza, quizás por haberse convertido en la segunda opción del criollo. Sin embargo, estaba claro que no quería quedarse fuera de la pista de baile.
Antony Van Ewen se acercó hasta Diego con un andar elegante e interrumpió aquel mágico momento que estaba viviendo con su prima.
—Es un verdadero placer volver a verlo, joven Diego. ¿Podría robarle a su pareja por un momento? —le preguntó el inglés y extendió su mano con una inclinación de cabeza hacia Sofía.
La preciosa joven soltó a su compañero y tomó la mano que le ofrecía Van Ewen. La mandíbula de Diego se tensó, pero no tuvo más remedio que aceptar que prácticamente le arrancaran de los brazos a su querida prima.
Cargado de ira, que afloraba del interior de su pecho, se acercó hasta donde se encontraba Amanda comiendo uvas blancas.
—Primo —lo saludó, mirándolo con la cabeza ladeada.
—¿No deberías estar bailando con Antony Van Ewen? —preguntó Diego casi con brusquedad.
—Al parecer no es en mí en quien está interesado —añadió y observó al inglés que bailaba con su hermana.
Frustrado, Diego dejó caer todo su peso sobre una silla y tomó un puñado de uvas blancas. Al notar la forma en la que Van Ewen deslizaba su mano por la espalda de Sofía, apretó el puño y destrozó las frutas que había cogido.
Amanda no pudo evitar reír por lo bajo y su primo la fulminó con la mirada. En son de paz ella le tendió una servilleta para que pueda deshacerse de los restos de uvas que se escurrían entre sus dedos.
—¿Por qué mejor no bailamos tú y yo? —propuso Amanda.
—No me apetece seguir bailando —exclamó, mientras se limpiaba las manos.
—¡Por favor, bailemos! Somos los únicos en toda la fiesta que no se están divirtiendo —rogó la joven.
Diego miró a su alrededor. Amanda tenía razón. Todos tenían pareja y estaban en la pista. Simón, el secretario de Van Ewen, había conseguido sacar a bailar a Julia y Sebastián guiaba al ritmo de la música a la señorita Mercedes, la hija mayor de Juan Bustamante.
—De acuerdo —aceptó Diego.
Se puso de pie y le ofreció la mano a su prima, quien parecía aliviada. Por el contrario, Diego se sentía perdido. Alguna vez se había sentido amenazado por Pablo Ferreira, pero el inglés era más guapo, más elegante y muchísimo más rico que el criollo. Además, había comprado con oro y regalos el respeto de la familia Pérez Esnaola. Si Antony Van Ewen quería ganarse el corazón o la mano de Sofía, había muy poco que Diego pudiera hacer para impedirlo.