El mundo oculto del Espejo [S...

Por monicadcp10

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¿Conocéis a los vampiros? ¿Habéis escuchado sus historias? Bien. Porque este cuento no va de los vampiros que... Más

[Adelanto]
Prólogo
Adiós, Neptuno
Conversión
El Espejo
El rey
Primera toma
¿Por qué a mí?
Asskiv
El diario
Primera Luna llena
Cárcel
Descendencia
Sed de sangre
Liberación
Poder vampírico
ESPECIAL - Día del Libro (23 de abril)
Proposición
Contrarreloj
Gota de sangre
Sedientos
Hipnosis
Una lección para el maestro
El anillo
Nolan
Lágrimas de diamante
La carta
Confesiones
Despedida
Incógnitas
Luna de sangre
Nadie podrá
Sin poder vampírico
Duelo
Tigres
La disculpa tardía
Padre
Epílogo
AGRADECIMIENTOS

Reina

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Por monicadcp10


Silene. Silene. Ven a mí, Silene.

El cuerpo me pesaba tanto como si Ámarok se hubiera tumbado encima de mí cuando aún era neptuniana. Apenas podía moverme. Sentía la cama debajo de mí y una tela cubriendo mi cuerpo, tibia, dándome calor. Aquella voz había sonado dentro de mi cabeza. Pero era femenina, no se trataba de Asmord. ¿Estaba dormida? ¿Me lo habría soñado? ¿Dónde estaba?

Las imágenes de aquella fatídica noche iban regresando a mi mente muy poco a poco. Por fin comenzaba a entender el estado en el que debía de encontrarse mi cuerpo. Había sido un día duro.

Abrí los ojos, temiendo encontrarme con la luz del sol, pero la más absoluta oscuridad, tan solo interrumpida por aquellas piedras brillantes, me dio la bienvenida. Permanecí allí, mirando al techo, hasta que encontré la fuerza necesaria para incorporarme muy despacio. La buena noticia era que había sido un entrenamiento fantástico y que mi cuerpo aprendería de aquello. La mala era que quizás debería aplazar el entrenamiento de esa noche.

Aparté un poco la tela negra y descubrí que se trataba ni más ni menos que de la capa de Asmord. Él había sido quien me había llevado hasta mi habitación, cuando recobró la cordura. Lo recordaba muy vagamente, como un sueño. Aquellos ojos rojos eran inolvidables. Si antes había temido tener pesadillas con él, ahora lo temería en vida.

Una silueta oscura en un rincón de mi habitación me hizo pegar un salto y colocarme en posición de ataque encima de la cama. Sus ojos negros me miraron con tranquilidad desde allí.

—No deberías hacer movimientos bruscos —me advirtió.

—No deberías espiar a una jovencita mientras duerme —lo acusé.

Me parecía tan extraño verlo sin su capa que a punto estuve de tirársela. Lentamente, volví a sentarme sobre la cama. Sabía que volvía a tener su forma natural, pero aun así no podía fiarme de él completamente. El vampiro avanzó un poco hacia mí con las manos ligeramente levantadas.

—No me tengas miedo —me pidió.

En lugar de responder, miré sus brazos. Uno de ellos estaba surcado por tres enormes cicatrices. Parecían de una bestia.

—¿Qué te ha pasado? —le pregunté.

—Ya te dije que tu lobo se aseguró de que hubiera recuperado la salud mental —fue su respuesta.

No pude evitar sonreír. Ámarok le había hecho eso.

—¿Cuánto he dormido?

A juzgar por el aspecto de las cicatrices, las cuales estaban a punto de desaparecer, yo habría dicho que dos días o así.

—Unas horas, puede que doce —se cruzó de brazos—. Los vampiros sanan más rápido cuanto más antiguos son.

Estaba segura de que Ámarok no le había acariciado, precisamente, lo que me mostraba más de la fortaleza de aquel vampiro. Era alguien digno de temer, alguien por quien merecía la pena tener pesadillas.

—Lo siento, Kaiserin —nunca hubiera imaginado que mi profesor sabía disculparse—. Te hice pasar una mala noche. Una terrible, la verdad. Nadie ha tenido que pasar en toda la historia del Espejo por lo que has pasado tú. Estoy orgulloso de que pudieras controlarme.

—Pudo haber sido peor —dije con cautela—. Tu único objetivo parecía ser yo. Concretamente, mi sangre. No te acercaste a Ámarok y no le hiciste daño. Eso te salvó de arder vivo.

—Me alegra no haber traspasado esa línea —sonaba bastante sincero—. Cuando nos transformamos, perdemos el control sobre nuestro cuerpo. No era yo mismo, te lo aseguro. Era un monstruo, una bestia sedienta de sangre que...

—Una bestia inteligente —tercié—. Me querías a mí. Abriste la puerta de mi celda, pero no podías con las cadenas. Sabías que la única forma de hacerme salir, de que intentara utilizar mis poderes para escapar, era poner a Ámarok en peligro. Me obligaste a romper los grilletes y a ir en busca de mi amigo mientras tú lo acechabas desde la espesura. No le hiciste daño en ningún momento, no quisiste alimentarte de él... porque esperabas por mí.

Asmord parecía incómodo de repente. Cambió el peso a una sola pierna y pareció suspirar, aunque fue casi imperceptible.

—Parece algo increíble, ciertamente, pero ese no era yo —terció—. No recuerdo nada de lo que hice. Lo cual me lleva a mi petición.

Fruncí el ceño. Iba a pedirme algo y seguramente sería algo que a mí no me fuera a gustar. Pero si me lo pedía era porque no pensaba obligarme, ¿no?

—Me gustaría que me dejaras entrar en tu mente de forma voluntaria —descruzó los brazos—. Eres la primera persona que ha visto a un vampiro convertido y ha vivido para contarlo. Nos sería de mucha ayuda a todos saber cómo somos. Cuanta más información sea capaz de recabar, mejor. Y tus recuerdos son una parte esencial, lo son todo.

Era de esperar que quisiera indagar en mi mente y descubrir su otra cara. Sin embargo, estar completamente a su merced no me hacía ninguna gracia. Era permitirle acceso total a mí. Aunque, ¿no lo tenía ya? Podía tomar lo que me pedía por la fuerza, pero no lo había hecho.

—Kaiserin... —su voz había cambiado, sonando un poco abatido—. Necesito saber lo que soy. Necesito ver en qué me convierto, necesito saber qué hice exactamente anoche. La incertidumbre va a acabar conmigo.

Parecía realmente desesperado. Me puse en su lugar y lo entendí. Yo también habría dado cualquier cosa por saber. No tener control de tus actos y ni siquiera poder recordarlos tenía que ser realmente horrible. Y si yo podía ayudar en algo, lo haría.

—¿Dónde está Ámarok? —le pregunté, abrazándome a mí misma.

Me sentía mucho más segura con mi lobo al lado y quizás pudiera ayudarme a sobrellevarlo mejor.

—Ha salido a cazar. Le prometí que te cuidaría durante unas horas. Si quieres podemos esperar a que vuelva.

No podía tardar mucho, ¿no? Sin embargo, el hecho de quedarme en la habitación con Asmord hasta su llegada me inquietaba. Y más si ello equivalía a una conversación forzada o a un silencio incómodo. Prefería terminar cuanto antes.

—No es necesario —bajé mis manos y sujeté la cama con fuerza—. Puedes empezar cuando quieras.

El vampiro asintió y se acercó a mí muy despacio, cosa que le agradecí. No era muy dado a tener tacto con las personas, y menos conmigo, pero parecía que algo había cambiado. Me miró a los ojos y vislumbré en ellos aquel rojo sangre que tanto me había atemorizado. No pude soportarlo. Salté a la cama y pegué mi espalda a la pared mientras sacaba mis colmillos y le amenazaba con u profundo bufido, parecido al que hacían los gatos de la Tierra. Asmord no se movió.

—Tranquila —sus manos estaban a la vista en señal de paz—. No voy a hacerte daño, ¿de acuerdo? Soy yo. Solo soy yo.

Guardé mis colmillos, lamentando profundamente mi comportamiento. Pero era lógico. Había pasado horas tratando de impedir que la bestia que moraba en su interior asesinara a las personas que me importaban y a mí misma. Ahora solo podía mirarlo y preguntarme a qué distancia de la superficie de su piel estaría aquel ser.

—Lo siento —inspiré profundamente mientras me sentaba—. Probemos de nuevo.

Con mucho cuidado, Asmord clavó de nuevo sus ojos en los míos. Pude notar su concentración para evitar mostrar aquel rojo en sus iris. Igual que sentí su mente invadiendo la mía como una sombra, silenciosa y letal. Se movía por mis recuerdos, reproduciéndolos como si de una grabación se tratase. Mientras tanto, su rostro permanecía impasible, frío, sin emociones de ninguna clase. ¿Sería así realmente? ¿Por qué realizaba un esfuerzo tan grande para no reflejar nada?

Un gruñido me sacó de aquellos pensamientos y pensé, por un momento, que había sido Asmord. Sin embargo, su rostro no parecía dar señales de ello. Poco a poco, el vampiro se fue retirando de mi mente y desvié la mirada de sus ojos para encontrarme con un Ámarok bastante enfadado.

¿Qué le has hecho, demonio? —gruñía mirando a Asmord.

—Ámarok, no, es...

Me sujeté para no caerme. Me encontraba demasiado débil. Todas las emociones comenzaban a pasarme factura, al igual que mi estado físico. Apenas podía sostenerme.

—Ella me ha permitido acceder a sus recuerdos de la noche anterior —le explicó mi profesor con pasmosa calma—. No le he hecho nada malo, te lo prometo.

Mientras apoyaba mi espalda en la pared comencé a darme cuenta de que Asmord había hablado antes con Ámarok. Y comprendí que mi profesor podría ser fácilmente la única persona en el mundo que podría comunicarse con el lobo, aparte de mí. Gracias a su don telepático, podía leer los pensamientos de Ámarok e introducir su voz en él. O simplemente hablarle en voz alta, como hacía yo.

¿Te encuentras bien? —me preguntó el lobo mientras caminaba hacia mí.

—Necesita descansar —dijo Asmord—. Gracias, Kaiserin. Hesper me ha pedido que vayas a verlo en cuanto estés mejor. Las clases las retomaremos cuando te encuentres en plena forma.

Asmord se fue de la habitación y Ámarok se subió a la cama conmigo. Caí entonces en la cuenta de que el vampiro no había recuperado su capa.

No puedo dejarte sola ni cinco minutos —bufó el lobo.

—Lo sé —sonreí—. Lo siento. Tú también has tenido que pasar una mala noche.

Creí que no vivirías para contarlo —confesó—. Quise regresar mil veces, pero sabía que lo único que conseguiría sería distraerte. He descubierto que tengo que hacerme más fuerte, Silene. Para poder ser capaz de protegerte.

Sonreí y abracé su enorme cabeza lobuna. Lo que él no sabía era que ya me estaba ayudando. Me mantenía cuerda en aquel lugar. Era mi pilar, mi apoyo fundamental. Sin él jamás habría podido seguir adelante. Tenía que darle las gracias a aquella bruja que había abierto la brecha hacía años. Ella había permitido que Ámarok estuviera conmigo.

Pasé gran parte de la noche tumbada sobre la cama, recuperando fuerzas. Pero la sed había vuelto a hacer su persistente aparición y no me dejaba tranquila. Mi estómago rugía, demandado el alimento que tanto ansiaba. Si en condiciones normales no habría sido capaz de cazar, aquella vez menos. Mi cuerpo continuaba doliendo, aunque era asombroso como poco a poco el dolor iba menguando. Mis músculos asumían la actividad extra y crecía, se hacían más fuertes. Era un consuelo.

En algún momento de aquellas horas llamaron a la puerta de mi dormitorio. Por un momento pensé que podía ser Hesper, ya que yo no había aparecido por la sala del trono. Pero era de esperar, ya que no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama. No obstante, resultó ser Kinn, y me traía una deliciosa sorpresa.

—Buenas noches, bella durmiente —sonrió de oreja a oreja mientras sujetaba una bandeja—. He cogido un libro de la biblioteca que tenía ese título. Al parecer es un libro terrestre. ¿Tú crees que la historia es real?

—Podría ser —sonreí—. ¿Qué es eso que llevas ahí y que huele tan bien?

—Una copa de sangre recién extraída y un plato de conejo cocinado. No es mucho, pero te ayudará a saciar el apetito. Te lo has ganado, según dicen.

Y mientras saboreaba aquella comida y disfrutaba de la sangre, le fui contando a la vampira todo lo que había sucedido la noche anterior. Ella no dijo nada, al menos al principio, si no que escuchó con sumo interés hasta el final.

—Es increíble que pudieras contener a Asmord —comentó—. Y, por lo que me cuentas, estaba en plenas facultades. Es curioso saber que nuestras bestias interiores pueden controlar todo de nosotros, incluidos nuestros dones.

—Creo que no lo hacía tan bien como el propio Asmord —recordé los detalles de nuestro encuentro aquella noche—. Era como si lo estuviera aprendiendo a utilizar o como si se olvidara de que lo tenía. Asmord me habría detenido mucho antes. Pero confieso que descubrir mi don vampírico en ese mismo momento me ayudó bastante. Y más sabiendo cuál fue, si estoy en lo cierto.

—Hipnosis —musitó Kinn—. ¿Crees que nuestro don vampírico va acorde a nosotros o a las circunstancias en las que nos encontramos cuando aparece?

—Creo que es algo que está dentro de nosotros, aunque no aparezca hasta años después de nuestro nacimiento —respondí mientras dejaba la bandeja en la mesita y acariciaba la cabeza de Ámarok—. Yo no podría imaginarte con dos mejores dones que los que ya tienes, por ejemplo.

—Gracias —sonrió e hizo una reverencia—. Creo que en parte tienes razón. Pero no deja de ser curioso.

—Hay muchas cosas de este mundo y de nosotros mismos que aún no entendemos. Y, ¿quién sabe? —me encogí de hombros—. Puede que nunca las comprendamos.

Kinn asintió y Ámarok se removió en mi regazo, pero no dijo nada.

—¿No te resulta escalofriante? —inquirió, seria de repente—. Da miedo tener una parte de ti que no controlas y de la que no puedes recordar nada. Es como si la Luna te quitara una parte de ti.

Miré al techo, como si desde allí pudiera ver aquel astro que tantos problemas causaba a los vampiros. Y supe que no importaría lo que sucediera: en mí siempre surtiría el mismo efecto, el mismo sentimiento reconfortante, de sosiego. Puede que siempre hubiera pensado así porque mi mente sabía que yo era diferente. Quizás vio a los astros desde el primer momento no como mis enemigos, sino como mis aliados.

—Tienes suerte de no tener que pasar por esto —suspiró, sacudió la cabeza y volvió a sonreír—. Aunque tú tendrás otros problemas, claro. Te preguntarás por qué eres así, qué te hace diferente al resto. Supongo que es una especie de soledad, ¿no?

—Un poco, sí —asentí muy lentamente—. Son preguntas que no sabes si tendrán respuesta con el tiempo o son simplemente genes diferentes.

—A veces buscamos soluciones complicadas para una respuesta muy sencilla. Puede que tú seas así porque naciste así, Kaiserin. No le des más vueltas. Los neptunianos evolucionaron cada vez más hasta llegar a donde están ahora. ¿Quién dice que nosotros no estemos viviendo un cambio en nuestra especie ahora mismo, en ti? —negó con la cabeza—. Es una respuesta como cualquier otra.

Podía pensarlo así. Era muy sencillo, práctico, aunque me dejaba con el mismo problema de ser la única. Por el momento. Una nueva esperanza de encontrar en el futuro a más vampiros como yo me iluminó el alma. Alguien tiene que ser siempre el pionero y si me había tocado a mí, entonces tenía que aceptarlo.

—Ahora descansa un poco más, ¿vale? —me dijo, dirigiéndose hacia la puerta—. Ah, y baja cuando puedas a ver al rey Hesper. Creo que tiene la cabeza llena de las mismas incógnitas que tú.

Hesper... No sabía qué pensar acerca de él. Era una persona que me tranquilizaba el alma, me aportaba serenidad, calma... Todo lo contrario a Asmord. Y, sin embargo, no podía evitar tener la sensación de que había algo que me estaba ocultando.

—Kinn, espera.

La vampira había tomado ya el pomo de la puerta y había abierto la misma para marcharse. Se giró con el ceño levemente fruncido, esperando a que yo hablara.

—Hesper me contó lo de Danira: la bruja que había abierto el Espejo a otros seres —le conté—. Me dijo que la bruja había desaparecido y que no tenía ningún contacto con ella, pero... Creo que hay algo sobre ella, sobre este lugar, que no me cuenta. Por casualidad, ¿tú no sabrás nada de... eso?

Me mantuve en silencio, esperando ansiosa su respuesta. Ella suspiró y miró al techo por un momento antes de cerrar la puerta y apoyarse en ella. Después, me miró.

—Quiero que esto quede entre tú y yo —asentí, asegurándole que así sería—. Hazme un hueco en esa cama.

Ámarok y yo nos apretujamos para permitir que se sentara con nosotros. Ella cruzó las piernas y me miró a los ojos. Por fin iba a obtener respuestas.

—Antes que nada, necesito que entiendas que Hesper ha cambiado mucho desde entonces —empezó a decirme—. Todos cometemos errores, Kaiserin. Y los errores de un rey pueden tener mucha más repercusión de la que puede parecer.

Permanecí en silencio, aguardando a que continuara. Y después de unos instantes, así lo hizo.

—Es cierto que Danira entró en el Espejo por medio de su magia. Apareció en el bosque, como seguro que te han contado. Fue la primera y la única. Parece ser que este lugar supo lo que estaba ocurriendo y se adaptó, llevándolos a todos a la sala del Espejo cuando entraban. Cuando la bruja encontró este lugar, las guerras entre nosotros habían finalizado. Hesper se había convertido en el nuevo rey. Por aquel entonces no era más que un crío al que le habían dado una varita mágica con la que todo el mundo parecía acatar sus órdenes a la perfección. El poder corrompe mucho a las personas, Kaiserin. Algún día quizás comprendas cuánto.

Sus ojos reflejaban su aflicción. Algo malo había ocurrido allí y yo estaba a punto de enterare de la historia.

—Hesper y Danira trabajaron arduamente para lograr crear un lugar digno para los vampiros y para todas las nuevas criaturas que llegaban —siguió contando—. No fue tarea fácil, pero fueron un símbolo para los demás. Decidieron casarse, proclamar a Danira reina del Espejo junto a Hesper. Al principio todo iba bien, se querían, quizás no como la pareja que debieron ser, pero se querían. Y los vampiros por fin tenían una familia real a la que acudir en caso de necesidad. Les dio fuerzas.

—Entonces, ¿Danira sigue siendo la reina de este lugar? —pregunté.

—Por lo general, sí.

—Y esa es la razón por la que Hesper llama compañeras a sus amantes, ¿no? —entendí.

La vampira sonrió un poco y me animó a dejarla continuar. Al final de la historia, todo cobraría sentido, o eso me dijo.

—Como iba diciendo, Hesper y Danira estaban bastante felices. Crearon la Academia y juntos daban la bienvenida a los nuevos estudiantes. El edificio se llenó de jóvenes que querían aprender y que admiraban a sus reyes. Hesper y Danira tomaron entonces la decisión de tener un bebé, cayendo en la cuenta de que no sabían si funcionaría. Pero lo intentaron de todas formas porque tenían el deber de perpetuar el linaje si no querían caer en otras guerras como las ya pasadas. Y mientras Hesper se obsesionaba por tener un hijo, Danira se pasaba horas en su laboratorio personal tratando de encontrar una fórmula que le permitiera sacarlos a todos de aquel lugar.

—Buscaba una salida del Espejo para su familia —comenté.

—Así era. La frustración pudo con ellos, ya que no obtenían ni una cosa ni la otra. Danira parecía no ser capaz de albergar vida vampírica en su interior, ni siquiera utilizando la magia. Hesper estaba desesperado. Necesitaba engendrar un heredero, pasara lo que pasase. Así que, impaciente, tomó una mala decisión.

Kinn se detuvo, quizás pensando en encontrar las palabras adecuadas. Yo miré a Ámarok, quien se encontraba igual de expectante que yo. Eran noticias nuevas, algo que jamás nos habríamos podido imaginar.

—Hesper comenzó a... verse con otras mujeres —suspiró, sacudiendo la cabeza—. Eran chicas jóvenes, aprendices de la Academia. Todas querían complacerlo y muchas de ellas tenía la aspiración de llegar a ser la nueva reina del rey Hesper. Así que, al mismo tiempo que seguía intentándolo con Danira, intentaba procrear también con otras. La bruja se enteró, como es lógico, pero al parecer permitió que Hesper hiciera lo que quisiera. Sabía lo que se hacía. Por fin, consiguió quedar embarazada, y el rey lo proclamó, muy orgulloso, a los cuatro vientos. Danira pareció perdonar sus infidelidades y, con menor carga sobre sus hombros, la pareja volvió a ser la de siempre. Hesper no podía estar más feliz sabiendo que su linaje se perpetuaría en el tiempo, que tendría un heredero. Sin embargo, a los pocos meses de la gran noticia, se cuenta que Danira encontró a una estudiante llorando en las escaleras de la Academia, las mismas que daban a su laboratorio. La niña la estaba esperando. Y por la barriga que ya comenzaba a formarse en su cuerpo, Danira supo al instante por qué. Apesadumbrada y avergonzada, la pequeña vampira confesó haber tenido relaciones con el rey y afirmó que el bebé solo podía ser de él. Haciendo una pequeña prueba, la bruja reveló que, efectivamente, el bebé era de su marido. Airada y compasiva, aceptó librarle de aquella criatura que tanto sufrimiento le causaba a la pequeña. Y, mediante un conjuro, Danira trasplantó el feto del útero de la vampira al suyo propio.

—De modo que hubo dos niños en su vientre, ¿no? —inquirí.

—Así es.

Mi mano se deslizaba por el pelaje de Ámarok, relajándonos a los dos. Algo me decía que aquella historia no iba a terminar muy bien. ¿Dónde estaban sus hijos?

—Danira continuó actuando como si nada sucediera —prosiguió—. Nunca le dijo al rey cuántos hijos iba a alumbrar ni el género de los mismos. Y a Hesper no le importó demasiado. La barriga de la bruja continuaba creciendo, cada vez más, hasta que llegó el momento del parto. Varias vampiras y algunas enanas la asistieron, ayudándola en lo que podían. Y tras muchas horas, nacieron dos niños preciosos. Eran mellizos. Todas dejaron descansar a la madre y avisaron a Hesper, quien entró y corrió hacia sus hijos para verlos mientras Danira fingía dormir en su cama.

Kinn recolocó sus piernas y se estiró un poco. No se encontraba muy cómoda contando todo aquello y la entendía. Apreciaba enormemente el esfuerzo que estaba haciendo por mí.

—Un par de días después, Hesper entró en la habitación para volver a verlos. Y encontró a Danira vestida y de pie, al lado de sus cunas. Por lo que dicen, tenía una actitud desafiante en su rostro. Había estado planeando su venganza durante muchos meses y un conjuro muy complejo que lanzó ese mismo día: una maldición.

—¿Danira lanzó una maldición? —me sorprendí.

—Sobre Hesper —asintió ella—. Lo condenó a no volver a tener descendencia jamás, por muchas veces que lo intentara, fuera con quien fuese.

—¿Y sus hijos?

—Desaparecieron en aquel mismo momento con la bruja. Se desvanecieron como el humo ante los ojos del rey Hesper. Naturalmente, él los buscó durante muchos años desesperadamente. La noticia de que Danira había desaparecido se extendió como la pólvora y el rey tuvo que ocultar la maldición que le había lanzado. Aquello podría iniciar una lucha por el trono y no podía permitirlo.

—Y ahora sigue de la misma manera, ¿no es así? —comprendí—. Seguimos ante la posibilidad de que alguien decida revelarse y atacar.

—Para eso nos entrenan —confirmó—. Es una de las razones. ¿Recuerdas la noche que te pedí que no me esperaras? Cuando te dije que yo tenía responsabilidades como vampira del Espejo.

Asentí. Sí, recordaba aquella noche. Había pensado que Kinn actuaba de forma un poco extraña, pero no había querido agobiarla ni meterme en su vida. Quizás me había equivocado.

—El rey Hesper continúa intentándolo a pesar de la maldición —me contó—. Delante de Alycia, la elfa, ha habido muchas otras, de diferentes especies. Y supuse que detrás de mí irían otras muchas, pero ahora ya no estoy tan segura.

Aquello comenzaba a sonar peligrosamente mal para mí. No entendía exactamente a dónde quería llegar, pero sus expresivos ojos me miraban con una mezcla de disculpa y algo que no supe identificar.

—No te sigo...

—Kaiserin, tú eres diferente. No sigues ninguna reglade los vampiros, sigues tus propias normas. Por eso Hesper piensa que túpodrías ser su reina, su nueva reina.



* * * * * * * * * * * * *

Aquí tenéis el nuevo capítulo de la semana. Espero que lo hayáis disfrutado. Os estaré leyendo en los comentarios. ¡Hasta le próxima semana! ¡Gracias por leer!

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