Ma Chérie

By PBelman

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Puta mierda, pero con amor. More

Parte 1 La vida es una Puta
Parte 2: Las vistas
Parte 3: El Heredero de Nostradamus
Parte 4: Remembering failed
Parte 5: Las amistades
Parte 6: Muzica noua
Parte 7: Honradez e incertidumbre
Parte 8: Se quitó la vida o...
Parte 9: ¿realidad o ficción?
Parte 10: Deambulando por la vida
Parte 12: La deep web
Parte 13: No más, por favor
Parte 14: Pinocchio
Parte 15: Diva morena
Parte 16: Alma del alma.
Parte 17: Cantaor fallido
Parte 18: Llamando...
Parte 19: Tarde de reflexión
Parte 20: Alcoholismo
Parte 21: Zarpazo al portón
Parte 22: Anfitrión del más allá
Parte 23: Demonio ardiente
Parte 24. Drama final
Parte 25: Ciao, bella

Parte 11: El lugar del crimen

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By PBelman

—Os lo vuelvo a repetir. Armando, qué peinado más raro llevas. Parece que te raparon los lados con un tractor para duendes. Y Prince. ¿Esa camiseta del Barcelona? ¿De qué año es? ¿De cuándo Hitler declaró la guerra? —decía Circus, de forma bufónica, mientras caminaba con su bandeja y sus tres amigos hacia... el lugar del crimen. Concretamente, la calle Condomina.

Al fin, llegaron a la escena, o mejor dicho, al edificio blanco donde el único lugar en cuarentena era la puerta 2-A, cubierta por dos tiras policiales y plegables en forma diagonal cubriendo toda la puerta para impedir su acceso, pues había sido una escena poco afable. No obstante, Verdi junto a sus tres amigos se encontraban enfrente, buscando el modo de anteponerse a ese "cordón".

—Vale, hemos logrado entrar al bloque y ahora queréis entrar al piso de la muerta. ¿Y he aceptado esto antes de irme a vender a la playa? —expuso Circus.

—Tampoco ibas a vender una mierda. Bien has hecho —contestó Prince, antes de que Armando hiciera gestos con los dedos para que se callaran ambos.

—El caso es que, chicos —comenzó a exponer Verdi, delante de la puerta blindada por las tiras policiales—. Que necesito entrar aquí. Quizá no entenderéis por qué pero tengo un presentimiento —giró su cabeza, mirando a su amigo del polo rojo—. Armando, ¿tú podrías? —comentó, señalando el paño.

—Bueno —expuso Armando, tirándose el pelo hacia un lado de forma automática mientras pensaba cómo abrir la puerta hasta que se fijó en la bandeja de Circus—. Quizá esto me sirve.

Acercó su brazo a la bandeja ante el asombro y la sorpresa de Circus. Cogió un clip que había allí encima.

—Oye, no lo estropees. Que lo necesito para amarrarme el pelo cuando hace viento —comentó.

Así fue como Armando, sigilosamente, acercó su cintura al paño con la mano pegada en la cintura, arrancó parte de las tiras y, mirando a izquierda y derecha, colocó suavemente el clip dentro del hueco de la llave, colocando su cuerpo delante con su polo de colores llamativos para dejar su intento de forzar la cerradura en un segundo plano.

—Listo —dijo, pasados unos segundos tras escuchar el sonido de la puerta abriéndose.

Ya sí, todos cuatro entraron, com mucho sigilo y tacto. El piso estaba todo a oscuras. Los muchachos sentían un inusual frío en el interior. Caminaban con cuidado hasta que, poco a poco y a medida que se adentraban, el suelo estaba cada vez más pegajoso. Todo indicaba a que se acercaban a la cocina, el lugar donde la sangre bañó el suelo.

—Tened cuidado, caralho. Detrás de mí —expuso Prince, dando un paso al frente y encendiendo la linterna de su teléfono.

—Okai, ve con cuidado —susurró Verdi.

De hecho, sus susurros se escuchaban como si estuvieran en un lugar sagrado ante tanta silencio en un espacio tan cerrado. Verdi se separó un momento y partió hacia una habitación nmucho más individual, más... solitaria. Dentró, se percató a través del tacto de que había una pequeña lamparita, la cual encendió. Se encontraba en una sala personal con un sofá verde, una estantería llena de libros, películas antiguas y un tierno televisor antiguo.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Prince, deambulando por el pasillo del piso.

—Sí, creo que estoy por... qué raro —expuso Circus dejando su bandeja en un mueble improvisado—. Prince, enfoca aquí.

Aquí fue como el tipo moreno se dejó influenciar por la aguda voz de Circus y enfocó hacia él y luego, posteriormente, hacia donde él señalaba.

Caralho, ¿qué ocurre? —preguntó el chico moreno, atrayendo a Armando con su voz.

—Fijaos —expuso Circus—. Mirad en esa mesilla al lado de la cocina. ¿No os suena de algo esa carta?

Así fue como Prince deslumbró aquella mesilla al lado del friega-platos. Allí, de forma solitaria, sin otro objeto al lado, yacía una carta. No una carta cualquiera. El rostro del mago se hacía notar.

—¿El heredero de Nostradamus? —preguntó Armando, apartando una silla para acercarse y contemplar con más detalle una carta ya reconocida anteriormente—. ¿Qué hace aquí?

—Pues es raro. Porque la carta que os he mostrado en la playa la tengo aquí —expuso Circus, mostrando, tras hurgar entre sus bolsillos, la carta del heredero de Nostradamus que les había mostrado anteriormente, similar a la que yacía en la mesa—. ¿Es que hay un par de repetidas por toda Almería?

Todos quedaron asombrados, sobre todo Armando, quien entre la oscuridad del piso, se planteó la siguiente pregunta, una pregunta originaria de los pensamientos "ilusorios" de Verdi.

—¿Es que, quizá, hay otra víctima del heredero de Nostradamus aparte de la propietaria de este piso? —preguntó.

—¿Qué? —preguntó seriamente Circus.

No obstante, así fue como, de golpe, escucharon un portazo. La puerta de la habitación donde se encontraba Verdi se cerró de golpe, de forma irreal puesto que no hacía viento y ninguno de los cuatro permanecía allí. Verdi se asustó y fue hacia la puerta, por si había sido alguno de sus amigos haciéndole la broma, pero la puerta no abría. Tiraba y tiraba del paño, pero no había manera.

—Verdi, ¿qué ocurre? —dijo Armando desde el otro lado de la puerta, quien había recorrido todo el pasillo junto a los otros dos.

—No puedo abrir la puerta. ¿No habréis sido vosotros? —decía Verdi, haciendo cada vez más fuerza con el paño.

—Venga ya, niño. No somos tan cabrones —expuso Armando, momento antes de que Prince comenzara a golpear con intensos placajes la puerta, saltando sobre ella, pero no había manera. Sus musculados bíceps no podían. Luego Armando se unió a los placajes. Pero nada.

—Es que es rarísimo —dijo Verdi—. Es como si una fuerza sobrenatural estuvieran impidiendo abrir la puerta.

Seguidamente, la puerta sin abrir iba a ser el entrante de lo que iba a suceder a continuación. La bombilla de la tierna lampara de la habitación empezaba a fundirse, dando paso a una sala totalmente oscura salvo el televisor pequeño, el cual poco a poco iba encendiéndose con alguna que otra interferencia. Verdi quedó perplejo, delante de la pantalla mientras sus amigos por el otro lado seguían estampándose ante la puerta sin resultado.

Poco a poco, La imagen en blanco y negro iba mostrándose en pantalla. El rostro de un señor elegante y con bigote se encontraba en todo el centro, mirando a Verdi. Ya no hablaba inglés, como la primera noche dramática.

—Te advertí de que tuvieras cuidado con el heredero. No ha sido buena idea ir a buscarle. Ahora está aquí —dijo el señor.

De golpe, al otro lado de la habitación, todos lo notaron. Escucharon los pasos del interior del piso, al otro lado del pasillo donde se encontraban, pasos similares a los que haría un rinoceronte. Prince, entre temblores, enfocó al otro lado. No había nada, pero los pasos seguían escuchándose y, poco a poco, una sombra terminando en punta en toda la pared se hacía cada vez más grande, terminando en punta en torno al sombrero del mago que se acercaba. Ahora eran ellos los que querían entrar donde Verdi.

No obstante, dentro de la misteriosa sala, el muchacho se tiró el pelo hacia atrás y acercó su cara a la del señor, de modo que la luz de la pantalla le daba de lleno en todo su rostro blanco.

—¿Puedes escucharme? ¿Puedes verme? ¿Quién diantres es el heredero? —expuso Verdi, muy decidido.

El señor le miraba, muy serio, como si no fuera una imagen plasmada, sino una persona real atrapada al otro lado de la pantalla, escuchando junto a Verdi los golpes de sus amigos y los pasos atrás.

—Busca a Ma Chérie, ella desprende la magia blanca que puede acabar con la magia negra del brujo que os persigue. Está donde tu corazón lo sabe —dijo el señor del bigote.

Verdi no lo entendía, no entendía nada de lo que ocurría, pero lo que estaba claro eran las palabras del tipo elegante resonando en su cabeza.

—¿Ma Chérie? —repitió.

Entonces, esas tres palabras resonaron por la sala como si fuera eco. Las luces se volvieron a encender, el televisor se apagó y algo cayó detrás suyo, concretamente la puerta con Armando, Prince y un Circus que se ponía bien las gafas encima, tumbados, mirando a Verdi con muchas dudas.

—Muchachos, tenemos mucho que investigar si queremos salvar más vidas —dijo Verdi, mucho más decidido que antes.


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