Enmerald. Guardianes 1. Orige...

By NomiSaez

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Enmerald es una ciudad regida por la magia, bestias y otras criaturas que se mantienen ocultas ante el ojo hu... More

Guardianes
Prólogo
Capítulo 1: Recuerdos
Capítulo 2: Sangre en el callejón
capítulo 3: Mansión de la rosa
Capítulo 4: Asamblea de Guardianes
Capítulo 5: Memorias borradas
Capítulo 6: Fuego azul
Capítulo 7: Habilidad de fuego
Capítulo 8: Se caen las máscaras
Capítulo 9: Atracción
Capítulo 10: Temor
Capítulo 11: Dolorosos secretos
Capítulo 12: Una bestia
Capítulo 13: Niña Federica
Capítulo 14: Voces del pasado
Capítulo 15: Boda de Tanils
Capítulo 16: Espía
Capítulo 17: Su rostro
Capítulo 18: Familia Olmos
Capítulo 19: Mal presagio
Capítulo 20: Preparativos
Capítulo 21: Peligro nocturno
Capítulo 23: Otra visión
Capítulo 24: Verdades
Capítulo 25: Confesión
Capítulo 26: Oscuro
Capítulo 27: Nueva visión
Capítulo 28: Baile
Capítulo 29: La bestia
Epílogo

Capítulo 22: Sus ojos azules

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By NomiSaez

Capítulo 22:
Sus ojos azules


10 de junio 1728
Selt Riquelme

Esta vez soñé de nuevo con este estrecho espacio donde está ese hombre sombra. Y de nuevo me pide que la detenga, pero no me dice a quién, ni qué es lo que ocurre en el exterior. No entiendo de donde ha salido, es la segunda vez que me pasa. A diferencia de los sueños que he tenido con mi padre, lo que tengo con la sombra son tan vividos, no pierdo ningún detalle, como quisiera que cada uno de mis recuerdos fuera así.

Al otro lado de la habitación, unas voces alteradas discuten. La cabeza me duele al intentar recordar lo ocurrido. Es como si fuera una pesadilla, pero el dolor me indica que fue real. Trato de incorporarme en la cama, pero mi cuerpo ruge lo contrario, magullado por los arrebatos de la noche anterior. En mis brazos, siento un dolor punzante por los raspones que parecen en carne viva, aún.

—¡Es que traerla aquí...! —grita una voz gruesa y autoritaria—. ¡Podría darse cuenta!

Me siento tan mal, que ni siquiera puedo escuchar bien lo que dicen. Solo pedazos de una conversación que me tiene confundida. ¿De qué me puedo dar cuenta? ¿Y dónde estoy?

Otra voz sale en protesta. La reconozco.

—Si sigues gritando, la despertarás y entonces sí se dará cuenta. Si es que ya no ha escuchado todo —refunfuñaba un joven.

Si el dolor de cabeza no me tiene tan mal, estoy segura de que es Sergio. Él es el lobo que me salvó. Pero, ¿qué me está ocultando? Las voces cesan y mi mente se sumerge en un profundo sueño.

Corro por unos callejones oscuros y desolados. Oigo unos pasos firmes detrás de mí. La respiración es agitada y el corazón late con furia dentro del pecho. Solo sé que tengo que huir de él. Corro hasta que mi alma no puede más, y me encuentro atrapada entre la espada y la pared, atemorizada ante su cercanía.

Y un lobo, desgarrándolo.

Abro los ojos con un grito atrapado en la garganta y lo primero que entra en mi campo de visión es un rostro.

Los ojos azules brillantes y salvajes, propios de un hombre lobo, y las pestañas largas y negras le dan un aire de misterio a su rostro. Tiene el cabello negro y despeinado, y una tierna sonrisa en los carnosos labios.

Es Sergio.

El grito atemorizado se desvanece en mi garganta y da paso a una parálisis de mi cuerpo. Nada parece responder. Ni siquiera siento los latidos de mi corazón, que luego salta dentro de mi pecho, desenfrenado.

—Al fin despiertas —dice casi en susurros, su voz dulce y suave—. ¿Cómo te sientes?

«Cautivada por tu mirada» es lo único en que mi mente piensa.

—Me encuentro bien. Gracias —alcanzo a decir sin dejar de mirarlo.

Él se mantiene en su asiento, con los brazos entre las piernas y los hombros encorvados, muy cerca de mí.

—Ya avisé a tu madre sobre lo sucedido —dice, serio.

—¿Qué? —pregunto anonadada.

—Es broma, solo quería ver tu reacción —dice con una sonrisa encantadora dibujada en sus labios que me impide respirar—. Le avisé a Mia; ella convenció a tu madre para que te quedes en su casa por los preparativos del cumpleaños. Tus hermanas también están ocupadas con el de tu hermana, pero tu madre quiere que regreses temprano.

Hoy es el cumpleaños de mi hermana Nariel, y no puedo faltar a la celebración lo bueno es que para la noche y aún tengo el día para recuperarme del todo el desastre de ayer por la noche. También podría aprovechar de hacerle una visita a Delia.

—Gracias —digo, calmada. Solo espero que Carmelo no niegue esa versión, bueno a él no le conviene que mi hermana sepa lo que estaba intentando hacer conmigo. Tanils es peligrosa, y celosa mucho más.

—¿Seguro que estás bien? —insiste, preocupado.

—Sí —trato de sonar tranquila, pero ocurre todo lo contrario. Mi voz tiembla ante el recuerdo.

—En ese momento, estaba muy enojado y no pensaba con la cabeza fría exactamente; además, estaba pendiente de ti, por lo que no me fijé en detalle de la persona que te estaba atacando. Pero, aun así, creo saber quién fue —explica con seguridad.

No sé en qué momento las lágrimas comenzaron a apoderarse de mí; solo sé que me empañan los ojos. Intento contenerlas, pero es imposible.

Él continúa:

—El esposo de tu hermana, ¿o me equivoco?

Trato de responder, pero tengo la voz está trabada en el llanto. Cada momento de desesperación, intentando huir de él, inunda mi mente. Sergio se aleja de la silla, se acomoda a mi lado y me rodea con sus brazos. Hundo mi rostro en su pecho. Las lágrimas son un manto de agua que parece no tener fin.

Todo ocurre lentamente en mi mente: la mano de Carmelo sobre mi pecho, sus labios en mi cuello, sus dedos en mis piernas, el forcejeo para desprender el vestido... Toda la angustia, el miedo, todo está latente, como si ese momento nunca se hubiera detenido y aún estuviera sucediendo.

—Tranquila —susurra Sergio a mi oído—. En este momento, está en manos de una sanadora intentando recuperar su rostro.

Contrariada, aun llorando, me libero de la comodidad y seguridad que me dan sus brazos y lo miro absorta, sin comprender lo que salió de sus labios.

—No entiendo —digo en susurro.

—Le desfiguré el rostro con las garras y, por lo que sé, no va a recuperarlo —una sonrisa perversa se dibuja en su rostro.

No sé cómo sentirme. ¿Feliz? El desgraciado se lo merece, pero no. Lo que siento es lástima. Las marcas de un lobo en la piel jamás se desvanecen, si no que permanecen como un sello impreso en la piel. Estará mutilado de por vida. Y mi hermana, ¿cómo estará?

—¡Ey! —Sergio levanta mi rostro, sus dedos de garras prominentes me toman por el mentón—. No debes sentirte mal, ese imbécil casi te... —se detiene al ver cómo mis lágrimas vuelven— te lastima. Se lo merecía. ¿Está bien?

Tiene razón, mas no puedo dejar de sentir lástima, hasta culpa por lo que le pasó. Sé que es estúpido sentirse así, pero no lo puedo evitar. Afirmo con un leve movimiento de cabeza, y le muestro una falsa sonrisa.

—Bueno, es hora de ir con Mia antes de que aparezca desesperada por esa puerta.

—¡Oh! Es cierto.

La conozco mejor que nadie y, si no voy lo antes posible a su casa, vendrá aquí en medio un drama. Tengo que prepararme para el regaño que me va a dar por no haber aceptado que me acompañaran ayer a casa.

—Enviaré a alguien para que te ayude a cambiarte. —Se aleja—. Te he conseguido un vestido.

Cierra la puerta al salir.

La habitación es un poco más grande que la mía, y la cama en la que me encuentro, también. A un lado, se alza un armario amplio que cubre casi toda la pared; del otro, la mecedora de madera donde Sergio se encontraba hace unos minutos y una mesa rectangular en caoba con algunos libros. Un poco más allá, veo otro asiento amplio con cojines azules, y un vestido de color mostaza con detalles blancos. Lo único que no me gusta es que no hay ventanas. Toco el frío piso con los dedos de los pies. Me duele la espalda por la incomodidad de dormir con el vestido. El corsé me corta la respiración. Me pongo en pie al mismo tiempo que tocan la puerta.

—Permiso —dice una muchacha de baja estatura, piel blanca y rostro pecoso, sus ojos verde agua y cabello rubio—. Me enviaron para ayudarla.

—Ah, claro.

No sé si es lo indicado a decir. Nunca he recibido ayuda para asearme.

—Sígame, por favor.

Toma el vestido y me espera con la puerta abierta para que pase. ¿Quién es Sergio, realmente? Son demasiadas atenciones. Cruzo el umbral y me encuentro en un pasillo que se extiende a ambos lados. La muchacha pasa por delante de mí y la sigo. El pasillo nos lleva hasta una habitación independiente de la casa o, mejor dicho, de la mansión. Es como estar en la mansión De La Rosa.

El lavado es amplio, se parece al de casa. La joven no me deja hacer nada, solo mirar cómo ella vierte el agua en la bañera y otras cosas. Me ayuda a despojarme del vestido, y espera hasta que mi piel está limpia. La dejo ayudarme a ajustar el corsé y peinarme el cabello. No ha hablado desde que salimos de la habitación. Me lleva devuelta a la mansión, justo al comedor principal, donde ya se encuentra Sergio, con el desayuno servido.

—Toma asiento, y acompáñame —dice, llevando una copa de vino blanco a su boca.

Me acomodo en la silla frente a él. La muchacha se pierde de mi vista y luego vuelve con mi desayuno. La verdad es que no tengo hambre, pero la mirada de Sergio me hace tomar el cubierto y llevarme un poco de fruta a los labios.

—¿Vives solo aquí? —pregunto.

—No, somos varios de la manada. Ya sabes, por el compromiso de Fabián.

—¿Lo conoces de hace mucho tiempo? —pregunto.

—Sí, desde niños. Son algunos años, ¿Por qué?

—Curiosidad —respondo en vez de decir, que realmente desconfió de él. Con todo el amor que profetiza hacia mi amiga, mi instinto sigue siendo el mismo.

—¿Por qué no confías en él? —su pregunta me toma desprevenida.

—¿Qué?

—No es curiosidad, tienes dudas. ¿Por qué?

Muevo los labios para darle una respuesta, pero mi cerebro no coordina algo convencible para decir, por lo que termino diciendo:

—¿Nunca te has dejado llevar por tu instinto?

—En ocasiones, sí.

—Bueno mi instinto no me permite confiar plenamente en él. Hay algo en él que no termina de convencerme.

—Yo te puedo asegurar que es una buena persona, y que cuidará de Mia con su vida. Si es lo que te preocupa.

—No deberías meter las manos al fuego por nadie, nunca se sabe quién es quien al final —digo más para mí que para él.

Dejamos de hablar. Mientras desayunamos, nadie más se aproxima a la mesa. Estamos solo él y yo, en una mesa familiar. Creo que mi presencia en esta casa es la razón por la cual nadie más vino a desayunar. Creo que, detrás del compromiso de Fabián con Mia, hay algo más. Algo que no quiere que se sepa.

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